Transcripción / Transcription
Espere un momento por favor. La aplicación tardará en torno a 30-60 segundos en cargar la transcripción automática.
Please wait a moment. The application will take about 30-60 seconds to load the automatic transcription.
Resumen
El 29 de octubre de 2018 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino el diálogo entre John Elliot, Regius Professor Emeritus of Modern History de la Universidad de Oxford, y José Álvarez Junco, Catedrático Emérito de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, con motivo de la presentación del libro de Elliot “Catalanes y escoceses. Unión y discordia”, una obra que, según Elliot, expresa la preocupación de un historiador por lo que está sucediendo en su entorno y por ofrecer una visión de ello con una perspectiva muy larga de la historia que establezca similitudes y diferencias para poder comprender mejor los movimientos separatistas de Escocia y Cataluña. Esto es importante porque los historiadores, indica Álvarez Junco, no pueden experimentar como los científicos. Solo pueden comparar y buscar similitudes. En este sentido, Cataluña no solo puede compararse con Escocia, sino también con otros territorios españoles como Galicia, con tantas circunstancias favorables para contar con un nacionalismo fuerte que no se ha producido, quizá porque no hay una capital, quizá porque los descontentos han tenido una salida, que es la emigración. Por lo que se refiere a Cataluña, Elliot afirmó que Cataluña nunca fue independiente; en cambio, Escocia sí lo fue. Los ingleses intentaron conquistarla a finales del siglo XIII, pero fracasaron. Las otras partes del Reino Unido, como las de España, formaban parte de monarquías compuestas, que son aquellas que han incorporado territorios por conquista, matrimonio o desaparición de la dinastía gobernante. Esos territorios conservaron sus leyes e instituciones hasta principios del siglo XVIII. Un reino compuesto acepta la pluralidad el estado, la diversidad de las distintas regiones. En esos reinos todo dependía de un diálogo permanente entre las élites. Lo que pasó con Escocia fue que, con la extinción de la dinastía de Isabel I de Inglaterra, accedió al trono inglés Jacobo VI de Escocia como Jacobo I de Inglaterra, así es que se trata de una unión dinástica. Había tensiones por razones religiosas más que fiscales. En 1660, Escocia se separa debido a la disolución de la Commonwealth tras la muerte de Cronwell. La historia de Escocia también es diferente porque llegó a un acuerdo de unión con Inglaterra para evitar el regreso de los Estuardo, que eran católicos. La élite escocesa, además, tenía mucho interés en el acuerdo porque Escocia estaba en quiebra tras su intento fallido de colonizar Panamá. Con el acuerdo para coronar a la reina Ana como monarca del nuevo Reino Unido, Escocia conservó su sistema de gobierno religioso, sus leyes y sus instituciones y sus diputados participaron en el parlamento común del Reino Unido. En España, en cambio, tuvo lugar la Guerra de Sucesión, que sentó a la casa de Borbón en el trono. El rey quiso una España unida, centralizada y gobernada por un monarca autocrático y, para ello, se implantaron los Decretos de Nueva Planta. Esa unión se recuerda en Cataluña como una derrota que llevó a la sumisión y decadencia catalana, cuando lo que ocurrió en realidad fue justo lo contrario, ya que gracias a su integración con España y el imperio Cataluña comenzó a surgir económicamente. Otra diferencia entre Escocia y Cataluña es que en Escocia había dos sociedades, los highlanders, que apoyaban a los Estuardo, y los lores, que eran jacobitas. Estas diferencias provocaron una revuelta de los highlanders, que fue reprimida con suma dureza. A partir de ahí se intentó extirpar tanto el gaélico, la lengua de los rebeldes, como los clanes. En Cataluña, en cambio, el catalán siguió hablándose en las capas inferiores de la sociedad. Después, en el siglo XIX, con el romanticismo, lo recuperaron las capas superiores y el idioma se convirtió en el punto de referencia del nacionalismo catalán. En cambio, carece de importancia en las relaciones entre Escocia e Inglaterra. Aún así, en Escocia reina cierto victimismo, pero nunca de la magnitud que alcanza en Cataluña. Por otra parte, se encuentra el impacto de los respectivos imperios sobre Escocia y Cataluña. Los escoceses entraron en el imperio británico desde el principio. Escocia fue siempre una nación de emigrantes, que se extendieron a lo largo y ancho del imperio y fueron sus pioneros. Los catalanes también entraron en el imperio español, pero tras la pérdida de las últimas colonias americanas llegó un momento dramático y un intento de regeneración por parte de los catalanes. Ese hecho, según Álvarez Junco, unido a los problemas con la lengua, hizo que en Cataluña surgiera un sentimiento de agravio económico. En el caso de Escocia se añade el problema de la religión. Esos cambios, indica Elliot, se inician a comienzos del siglo XIX con el romanticismo, porque en esos momentos se define a la nación como algo orgánico, con su memoria colectiva de éxitos y fracasos. En ese momento, Prat de la Riva dice que Cataluña es una auténtica nación, mientras que España no es más que una construcción artificial. No obstante, esa no era la visión que tenía la mayoría de los catalanes. Por el contrario, entre ellos reinaba el doble patriotismo. En momentos de coherencia, como la Primera Guerra Mundial, los escoceses combaten al lado de los ingleses, lo que da coherencia y reflexión. En España, por esa época, las cosas marchan por distinto camino. La Primera Guerra Mundial, señala Junco, marca el final del proceso nacionalizador en Europa. El romanticismo sustituyó la lealtad a los reyes por la lealtad a la nación y, a partir de ahí, se habló de modernización, de libertad, de derechos, pero ¿cómo se define el pueblo? Ese es el problema, porque el romanticismo atribuye al pueblo un alma. En este sentido, Elliot comentó que antes Escocia pensaba que la religión era lo que le daba su carácter nacional. Ahora no lo piensa tanto, lo que ha creado un vacío ideológico. El nacionalismo también exaltó la historia de los clanes e inventó un símbolo como la falda escocesa. Además, inventó un medievalismo que no existió ni en Escocia ni en Cataluña. También creo la idea de que la sociedad escocesa era igualitaria cuando, en realidad, era tan jerárquica como la inglesa. Y es que cada sociedad necesita dotarse de mitos para darse coherencia y unidad. El problema es que ahora se cuestiona esa narrativa. En Cataluña, la revolución industrial generó un sentimiento de inseguridad que llevó a los catalanes a buscar en el pasado las certezas que no encontraban en esos momentos. En ese contexto, surgieron problemas de inestabilidad social que crearon una crisis enorme, lo que llevó al empresariado catalán a apoyar la dictadura de Primo de Rivera. En Cataluña tampoco se habla del carlismo porque quieren presentar su historia como una historia de progreso. El carlismo, sin embargo, era muy fuerte allí también. La élite quiere escapar de eso, pero, para lograrlo, tiene que buscar ayuda en Madrid, si bien no participan en el gobierno, a diferencia de los escoceses. Ahora, el nacionalismo se explica por la globalización, cuyo impacto ha sido extender las distancias entre los que gobiernan y los gobernados. También influye la fosilización de los antiguos partidos políticos, así como los efectos catastróficos que ha tenido la crisis financiera de 2008. En este contexto, la gente no sabe dónde buscar una salida, hay un vacío político y social enorme, combinado con el sentido de querer recuperar el control de las propias vidas. Este es el escenario adecuado para que los políticos demagogos puedan lanzar su mensaje populista.
La Fundación Rafael del Pino no se hace responsable de los comentarios, opiniones o manifestaciones realizados por las personas que participan en sus actividades y que son expresadas como resultado de su derecho inalienable a la libertad de expresión y bajo su entera responsabilidad. Los contenidos incluidos en el resumen de esta conferencia, realizado para la Fundación Rafael del Pino por el profesor Emilio González, son resultado de los debates mantenidos en el encuentro realizado al efecto en la Fundación y son responsabilidad de sus autores.
The Rafael del Pino Foundation is not responsible for any comments, opinions or statements made by third parties. In this respect, the FRP is not obliged to monitor the views expressed by such third parties who participate in its activities and which are expressed as a result of their inalienable right to freedom of expression and under their own responsibility. The contents included in the summary of this conference, written for the Rafael del Pino Foundation by Professor Emilio J. González, are the result of the discussions that took place during the conference organised for this purpose at the Foundation and are the sole responsibility of its authors.