Resumen
El nueve de septiembre de 2019 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino el diálogo entre Fidel Sendagorta, Rafael del Pino-MAEC Fellow en el Belfer Center for Science and International Affairs de la Harvard Kennedy School, y Manuel Muñiz, Catedrático Rafael del pino de Transformación Global y Decano de la Escuela de Asuntos Globales y Públicos del IE, sobe la guerra fía tecnológica y la nueva geopolítica global. El primero en intervenir fue el diplomático Fidel Sendagorta, quien señaló que, en estos momentos, nos encontramos en el primer episodio de la nueva competencia a cara de perro entre Estados Unidos y China, la guerra comercial actual, por la hegemonía global. Este es un proceso a muy largo plazo y ahora ninguno de los dos países quiere cometer errores que les pueda determinar en este proceso, porque podría interpretarse que se encuentran en una posibilidad de debilidad o porque podrían cometer errores que luego les obligaría a dar marcha atrás. Los dos están aguantando el tirón en una guerra de desgaste, pero ninguno está sufriendo lo suficiente como para ceder en lo fundamental. En esta pugna, China tiene una cosa de la que Estados Unidos carece: que en Estados Unidos hay elecciones en poco más de un año. Trump considera que China podría querer apostar por cerrar un acuerdo con su sucesor en la presidencia, si es que lo hubiera. Trump China piensa que ese acuerdo podría ser más sencillo. La nueva administración, sin embargo, no estaría plenamente operativa hasta dentro de dos años y ese es un periodo demasiado largo para no alcanzar antes un acuerdo. Hay un campo en el que China está sufriendo más que Estados Unidos. Se trata de que muchas empresas americanas se han ido, o están pensando en irse, de China hacia otros países asiáticos, hacia México, etc., porque estar en China les crea un riesgo político importante. Esto plantea la cuestión de la desconexión de las dos economías. Si se rompen las cadenas de valor que vinculan a Estados Unidos y a China podríamos estar ante un escenario de separación entre estos actores. Un acuerdo comercial promovería más globalización, más interdependencia. Pero las medidas tecnológicas que Estados Unidos ha adoptado contra empresas chinas, por ejemplo, contra Huawei, no va a depender de un acuerdo comercial, sino de la lógica de seguridad. Estados Unidos, en este sentido, no quiere ser vulnerable a causa de la excesiva dependencia económica de China. China, a su vez, se da cuenta de que dependía demasiado de Estados Unidos en sectores como semiconductores y quiere ser autónoma lo antes posible. En este contexto, Europa se enfrenta a tres desafíos simultáneos. Se trata del debilitamiento del proceso de integración, con fuerzas como el Brexit o el auge de fuerzas nacionalistas euroescépticos; del deterioro de la relación transatlántica y la vuelta a una política de poder de las grandes potencias en la que Europa tiene peores cartas que en la situación anterior. Europa ha hecho un esfuerzo por lanzar el debate de la autonomía, en especial respecto a China, que puede perjudicar los intereses europeos, para reequilibrar la situación. Se trata de utilizar los activos que tiene Europa para mantener una relación más simétrica con China. Para Europa, China y Estados Unidos no están en el mismo plano. China es un gran socio comercial, pero Estados Unidos, además, es un gran aliado. Por tanto, siempre vamos a estar más cerca de Estados Unidos en términos de seguridad y de valores. La seguridad de Europa depende en gran medida de esta alianza con Estados Unidos. Ahora bien, con China tenemos coincidencias en ámbitos como el cambio climático o el mantenimiento de un orden comercial abierto. En esos ámbitos, por tanto, Europa estará al lado de China. Respecto a la tecnología, Estados Unidos se ha encontrado con que en el 5-G no había empresas norteamericanas que pudieran competir con las grandes empresas chinas o las europeas. Por tanto, se han dado cuenta de que ahí había un fallo del mercado, por lo que habría que tener más presencia estatal para poder fortalecer su capacidad científica y tecnológica. Por lo que se refiere a la seguridad, los riesgos de que haya una empresa china como actor predominante en las redes de telecomunicaciones 5-G se han querido mitigar en Europa. El riesgo es que la información pueda escaparse y caer en manos de China, pero el riesgo es también que el 5-G es la infraestructura más sensible porque de ella van a depender todas las grandes tecnologías del futuro, ya sea la inteligencia artificial, los coches autónomos, las ciudades y las fabricas inteligentes, etc. En este sentido, Estados Unidos piensa que la exclusión de las empresas chinas proporciona un entorno seguro en el que poder comunicarse secretamente con sus socios. Otros países, como Japón, también han excluido a Huawei porque piensan que la primera fase de un conflicto con el gran país asiático va a ser en el campo cibernético. Estos países han excluido a Huawi porque no quieren verse en una situación de vulnerabilidad si un día se produce una situación de tensión con China. A Europa estas hipótesis le pillan lejos porque China no se considera una amenaza militar para Europa, pero debería ser consciente de que estamos cambiando hacia un mundo más duro en el que la geopolítica se percibe como un juego de suma cero. Este mundo hay que conocerlo. En los últimos años, China y Rusia se han ido acercando hasta formar una entente en todos los sectores. El comercio bilateral ha aumentado, han hecho maniobras militares conjuntas y sus líderes han tenido veintiséis encuentros en seis años, a pesar de que Rusia ve con desconfianza las actuaciones de China como la nueva ruta de la seda. Desde la óptica de los equilibrios de poder, esta asociación no es buena ni para Estados Unidos ni para Europa porque se está produciendo un desequilibrio de poder desfavorable para nosotros y favorable para China. Esto se puede modificar con iniciativas como la reincorporación de Rusia al G-7. Para Europa y Estados Unidos tendría más sentido una Rusia no tan cercana a China. Para Rusia, por su parte, tendría sentido no ser un socio menor de China, algo que le incomoda a Rusia, y poder tener más cartas para poder jugar con Europa y Estados Unidos en unas ocasiones y con China con otras, en vez de verse tan alineados en una entente cerrada con China. La guerra comercial es una lucha por la supremacía tecnológica y la hegemonía mundial. Es la primera etapa de este proceso. China ha acumulado un enorme poder económico, que se traslada a los ámbitos político y militar, que ha cambiado la configuración del sistema mundial tal y como lo conocíamos. China puede tener una economía mayor que la de Estados Unidos en unos años, cuenta con sectores tecnológicos muy avanzados en los que empieza a ser enormemente competitiva, ha modernizado sus fuerzas armadas y es un actor de primer orden. Así es que estamos entrando en esa dinámica de la potencia emergente que rivaliza con la potencia hegemónica establecida. Esta imagen de la trampa de Tucídides ha pasado antes muchas veces en la historia. Unas veces se ha resuelto de forma conflictiva y otras no. Así es que el futuro está abierto; no está predeterminado. China y Estados Unidos, sin embargo, ven la trampa de Tucídides de una forma muy diferente. Para China, esto es algo casi natural porque en sus cinco mil años de historia han pasado por momentos de esplendor y por otros de declive. Ellos ahora sienten que están en un nuevo momento de ascenso y entienden que este relato es favorable para ellos. Estados Unidos, en cambio, es un país de doscientos cincuenta años cuya trayectoria ha sido ascendente, y que se ha encontrado en la cúspide del poder mundial desde hace cien años, no tiene ninguna experiencia en declives, ni en ciclos de decadencia y resurgimiento. A ellos, por tanto, les resulta difícil aceptar el relato que implica la trampa de Tucídides. Ahora bien, Estados Unidos también tiene el ‘momento Sputnik’, esto es, esa capacidad de recuperación y de aceptar la competencia, como ocurrió a finales de la década de los cincuenta, cuando los rusos se pusieron en cabeza de la carrera espacial. El auge de China ahora podría ser un acicate para que Estados Unidos recuperase sus mejores energías para ponerlas al servicio de la recuperación de sus infraestructuras, de seguir siendo punteros en las grandes tecnologías. Para eso es preciso que se alcance un cierto consenso político que hoy no se vislumbra. Manuel Muñiz, por su parte, comentó que el ascenso de China forma parte de un dibujo mucho mayor, que es el cambio en la arquitectura internacional liberal de la estructura de poder, que está llevando a un cuestionamiento de esa arquitectura y de su legitimidad. Ese cuestionamiento se produce por dos fuerzas. Una de ellas exógena, de asedio al orden desde fuera, que incluye la pieza china, y un procedimiento de debilitamiento desde dentro, desde aquellos que la construyeron, que es el creciente apoyo a fuerzas no liberales en el interior de los países. Este segundo proceso es más grave porque está produciendo una fractura, un debilitamiento muy importante. Hablamos de guerra tecnológica porque hay dos factores. Uno de ellos es económico y está detrás del ascenso de China y de por qué este ascenso es tan problemático, debido a tres causas. La primera es la economía digital, que está provocando una concentración de conocimiento. Esto es atípico porque lo que se esperaba era lo contrario. Los grandes polos de conocimiento se concentran en Estados Unidos y China, lo que genera una gran competencia entre ellos por el talento que se está gravando y estos países están en ambos polos de colisión. La segunda causa es que el sector empresarial se está segregando a nivel internacional, para dar lugar a dos tipos de empresas. Unas son productivas y competitivas. Se trata de plataformas y de empresas que hacen uso de datos y que están concentrando el crecimiento de la productividad. Esto dibuja un mapa empresarial altamente competitivo, sobre todo en el apartado tecnológico. El choque entre Estados Unidos y China se produce por una competencia salvaje por la frontera tecnológica en mercados que son cada vez más de suma cero, donde hay uno o dos actores con un poder monopolístico u oligopolístico. Esas grandes empresas están en estos momentos en China y en Estados Unidos. La tercera causa es que la transferencia tecnológica también se está concentrando. Los polos de creación de start-ups y de avances tecnológicos en estos momentos están en China y en Estados Unidos. Por tanto, hay una serie de tendencias en la economía que hace que esa trampa de Tucídides sea más probable de lo que lo era antes, a causa de una economía mucho más competitiva, de suma cero y de colisión de intereses. El segundo factor es lo que está produciendo la tecnología en cuanto a modelo político. Este es el corazón del debate porque China está desafiando otra de las grandes tesis políticas de los últimos años que es que cuando un país alcanza cierto nivel de renta per cápita esto precipitaba una transición a la democracia. China ya tiene niveles de renta per cápita en los que, en otros casos, ya habríamos visto una transformación política, pero lo que estamos viendo allí es lo contrario. ¿Hasta cuándo va a poder seguir China desafiando esa tesis? China, además, está haciendo un uso de la tecnología que plantea serios problemas en Occidente. En primer lugar, porque la emplea para reprimir a ciertas minorías y disidentes. Además, los chinos, a través de la tecnología, del big data y de la inteligencia artificial, van a ser capaces de conocer el parecer de sus ciudadanos sin la necesidad de todo el andamiaje democrático, como la libertad de prensa, la libertad política o elecciones. Con esto, en China ya hay quien dice que han superado lo que llevó al colapso de la Unión Soviética y de otros regímenes autoritarios porque van a resolver las ineficiencias del sistema mediante el uso de la tecnología.
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