Conferencia Magistral Edward I. Glaeser

Sobrevivir a las ciudades. Vivir y prosperar en la era del aislamiento

La Fundación Rafael del Pino y la Asociación Española de Ciencia Regional  organizaron, el 9 de diciembre de 2021, la conferencia en directo a través de www.frdelpino.es titulada «Sobrevivir a las ciudades. Vivir y prosperar en la era del aislamiento» que impartió Edward I. Glaeser.

Edward Glaeser es catedrático de Economía en Harvard desde 1992. Allí dirige el Taubman Center for State and Local Government y el Rappaport Institute for Great Boston. Es también miembro del Manhattan Institute y colaborador del City Journal. Glaeser imparte clases de microeconomía y economía urbana y ha publicado numerosos artículos sobre el papel de las ciudades en el mundo actual.

Resumen:

El 9 de diciembre de 2021, la Fundación Rafael del Pino organizó la conferencia magistral “Sobrevivir a las ciudades. Vivir y prosperar en la era del aislamiento”, impartida por Edward I. Glaeser, catedrático de Economía en Harvard donde dirige el Taubman Center for State and Local Government y el Rappaport Institute for Great Boston.

La supervivencia en la ciudad tiene que ver con dos amenazas. Una es la amenaza a la salud y la otra, que se aprecia desde hace más tiempo, es la amenaza de conectar por Zoom, por internet, y cómo esto va a desestabilizar la demanda de oficinas en las ciudades.

Las regiones más densas de la Unión Europea tienen una renta per cápita que es el doble de las menos densas. Este es el efecto de la aglomeración. Somos más productivos cuando nos vemos participando en una vorágine de actividad económica. También hay una relación positiva entre el crecimiento de la población y su densidad que nos indica que, a principios del siglo XXI, en vez de distanciarnos, nos estamos aproximando, al menos antes del Covid-19. Vemos la demanda de metros cuadrados en las ciudades y vemos que las ciudades son lugares donde se trabaja y donde se disfruta. Lo que hace que suba el precio del metro cuadrado en Londres no es solo el lugar de trabajo, sino también que es lugar de consumo. Es decir, Londres es un lugar divertido donde vivir, como Madrid o Barcelona. También vemos que cada vez los precios son más altos, de forma que no nos lo podemos permitir.

En el siglo XIX teníamos economías robustas, mercados que se recuperaban si comparamos con el cuello de botella de hace unos quince años. Y, de pronto, volvemos a lo que siempre ha acompañado a la vida en las ciudades, la peste, que nos acompaña desde hace miles de años. Es la primera cara de la densidad. La primera peste documentada es la de Atenas, que llega en el 430 a. de C. Esta ciudad, que está en el Mediterráneo Occidental tenía todo lo que podíamos pedirle a una ciudad. Redes de creatividad en las artes, en la arquitectura, cerámica, historia. La historia misma surge en Atenas gracias a autores como Heródoto o Tucídides. La comedia, el drama, la democracia, un éxito fantástico tanto en términos militares como económicos. Todo este éxito genera la envidia de su rival, Esparta. En 430 a. de C., Atenas no se rinde a las amenazas de Esparta y el resultado fue la guerra del Peloponeso. Los atenienses se resguardaron detrás de las murallas para protegerse de los enemigos al tiempo que enviaba la flota ateniense al Peloponeso, una estrategia muy sensata en términos militares. Pero las murallas son altas y no se pueden saltar. En algún momento entra la peste por el Pireo y mueren cien veces las víctimas que hemos tenido por el Covid-19. Esto pasa porque los ciudadanos viven pensando en el presente, no piensan que van a vivir el mañana, se produce una desestabilización total durante veinticinco años y Atenas pierde la guerra y su gloria desaparece. Ya no es Nueva York, sino que se ha convertido en Boston o Cambridge. Ha perdido su esplendor porque ha habido una guerra y esto desestabiliza aún más.

El impacto se ve afectado por la fuerza de la sociedad civil en el momento en que aparece la peste. En la peste de Antonino, el imperio romano supera este evento devastador. De nuevo mueren muchísimas personas, pero no desestabiliza al imperio. En el siglo siguiente llega la peste de Cipriano. La política ya se había desestabilizado y tiene más efecto. Es uno de los eventos más importantes que da lugar a la descomposición del imperio romano de Occidente.

La más severa de estas plagas fue la peste justiniana, que llega a Constantinopla en el 541. Después de la primera generación de los conquistadores ostrogodos, desaparece y llega los herederos. El imperio bizantino sigue siendo fuerte y se prepara para mandar a su señor de la guerra, Belisario, para que reconquiste Italia y el norte de África e imponga pax romana. Belisario, en efecto, tiene un gran éxito. Pero cuando parece que está a punto de conseguir que vuelva la pax romana al Mediterráneo, en ese momento aparece la peste de Justiniano, que aparece por primera vez en las costas de Europa. Procopio describe una situación que, de nuevo, hace referencia a una carnicería masiva. Belisario ya no puede imponer la paz, los bizantinos que están en Italia se convierten en otro grupo beligerante y Europa se desploma ola tras ola de peste, siglos de caos. Este es el peor de todos los posibles escenarios.

Durante los últimos más o menos seiscientos cincuenta años hemos conseguido cierta estabilidad en relación con la peste. El siglo XIX fue una primera era de globalización. Los barcos llegaban, cruzaban el Atlántico y el Pacífico y con ellos viajaba la muerte. A principios del siglo XIX la gran enfermedad es la fiebre amarilla. Esta es una enfermedad transmitida por mosquitos desde África. En el XVIII llega a la parte este de Estados Unidos y su mortalidad es del 2,5%, diez veces más o menos que la mortalidad del Covid-19. En 1817 aparece el cólera en el delta del río Ganges, se mueve con los ejércitos ruso e inglés y en 1837 aparece en la ciudad de Nueva York. El índice de mortalidad es un 5% de la población, que es veinte veces la mortalidad del Covid-19. A pesar de estos episodios horripilantes, Nueva York sigue creciendo.

La mayoría de ciudades modernas eran lugares de presencia constante de la muerte. Eran los siglos de las enfermedades contagiosas. ¿Por qué crecían? Porque la gente era muy pobre y si podía elegir entre morir de hambre en Irlanda o coger un barco e irse a Nueva York, muchas personas optaron por correr el riesgo del cólera e irse a Nueva York. Pero, sobre todo, las ciudades de Occidente invirtieron en salud. En 1842 se inauguró el acueducto de Crotton, una estructura muy importante. La inversión era tremenda. Las ciudades y los pueblos americanos gastaron tanto en infraestructuras del agua en 1900 que apenas podían gastar en todo lo demás, excepto en servicios postales y en el ejército. Fue una empresa increíble. Este momento es una bisagra histórica en el que los gobiernos ya no son agentes mortíferos, que es lo que hacían antes de 1800. A todos nos gusta que Federico el Grande tuviera correspondencia con Voltaire, pero lo que hacía era robar Silesia.

A partir de este periodo, los gobiernos empiezan a dar vida, no la arrebatan. No es solo la infraestructura. También son los incentivos. Así es que vemos que, aunque el acueducto de Crotton se inaugura en 1842, en los veinticinco años siguientes Nueva York sigue padeciendo epidemias de cólera. Lo que sucedió fue que los neoyorquinos pobres siguieron utilizando pozos, siguieron usando letrinas de pozos perforados que no estaban conectadas con el sistema. Es lo mismo que vemos ahora mismo en los países en desarrollo, en el que los pobres no pueden pagar el coste de utilizar un agua limpia y, por tanto, siguen enfermando. Esto es una empresa cívica enorme que necesita aunar fuerzas con los médicos. Así, empiezan a imponer impuestos a los dueños de las corralas neoyorkinas. Ahí empezamos a ver como mejoraban las cosas en Nueva York. Pero, durante cien años, las ciudades no han tenido que afrontar plagas, excepto la gripe de 1918.

En 2020 aparecen enfermedades en las ciudades. En Estados Unidos se ve lo mismo que en España. Las ciudades son puerto de entrada de las enfermades, como lo fue el Pireo para Atenas. Nueva York da la bienvenida a los turistas que han viajado a Italia y traen el Covid-19. Ahí están Bostón, Nueva Orleans, Atlanta, Detroit. Las ciudades son los lugares en los que se difunde la plaga. Las ciudades son lugares donde hay propensión a que se propague porque estamos muy cerca los unos de los otros. Esta proximidad hace más fácil la propagación en las ciudades, sobre todo cuando hay asentamientos tipo favelas, como en Brasil, o los suburbios de la India. Cuando se midió la presencia de Covid-19 en los habitantes de los suburbios hindúes, se descubrió que más de la mitad de sus habitantes se habían contagiado de Covid-19, pero, sorprendentemente, no había un índice de mortalidad muy alto. ¿Por qué? La India está inmersa en la globalización, pero no tiene las inversiones públicas en salud que hay en Inglaterra. Pero en las barriadas hay jóvenes delgados y sin las comodidades que representan la muerte en las ciudades de Estados Unidos. Igual que las pandemias aerógenas, está enfermedad se desplaza fácilmente. Así es que el Covid-19 en seguida apareció en las Dakotas. Así es que la densidad no es garantía de enfermar y la baja densidad tampoco es garantía de seguridad.

También es interesante lo que ocurre dentro de las ciudades. Cuando se observa los cinco distritos de Nueva York se observa que los que tienen más densidad de población tienen menos casos. La razón es que la movilidad importa mucho más que el lugar de residencia. Da igual si se vive en un rascacielos. Lo importante es si se sale de él. En esta pandemia hemos podido medir bien los viajes y vemos que en el corazón de la ciudad la gente deja de desplazarse. En las zonas exteriores, en cambio, sí se viaja más. Hay una relación clara entre número de viajes y número de casos. Las personas que viven en las zonas de mayor densidad no se desplazan porque tiene que ver con el privilegio de trabajar en sectores que permiten el trabajo en remoto, frente a los que trabajan en industrias que requieren presencia física. En finanzas, consultoría, inversión, todo son Zooms. En las afueras están las personas que trabajan en las tiendas de alimentación, en los hospitales, en las farmacias. Esas personas tenían que ir a trabajar y, por tanto, se enfrentaban más a la enfermedad. En otras ciudades, los resultados son muy parecidos, así es que la movilidad es importantísima.

Antes de la pandemia, las personas más cultas se desplazaban más. Por eso, los primeros casos fueron de personas de alto perfil, como Tom Hanks o el presidente de Harvard, que está en una reunión tras otra. Esto fue un aviso. Cuando se decreta el estado de emergencia, la movilidad se desploma. Con el cierre de los negocios se reduce más. Finalmente vienen los confinamientos, pero estos no afectan a los desplazamientos. La gente había dejado de moverse porque estaba aterrorizada, no porque haya instrucciones gubernamentales. Cuando empiezan a reabrirse los negocios, la gente sale a la calle, pero vuelve a dejar de hacerlo porque se disparan las cifras de contagio. El miedo pesa más que las reglas.

En las ciudades había debilidades notables antes del Covid-19. Estas fisuras aparecieron en los últimos veinte años. Después de los atentados de las Torres Gemelas en 2001, o de los de Madrid en 2004, se pensó que las ciudades podían sobrevivir porque se unieron. Todo el mundo reconoció que lo que pasara les afectaba a todos. Han pasado veinte años desde entonces y las ciudades son más desiguales y hay desigualdades entre ciudades. Este es un rasgo típico de ellas. Platón ya decía que hay dos ciudades, una la de los ricos y otra la de los pobres y ambas están enfrentadas. Pero esta desigualdad es tolerable cuando las ciudades brindan oportunidades para que los pobres se enriquezcan. En los últimos veinte años resulta patente que hay más productividad, pero no hay más movilidad social para los niños. Nuestras ciudades más exitosas son carísimas, en parte porque tenemos reglas que protegen a los de dentro a expensas de los de fuera. Hay cada vez más un dolor permanente, un paro terrible porque la gente no puede desplazarse y porque en Estados Unidos hay muchos problemas en relación con el control policial y el encarcelamiento. Las probabilidades de terminar en la cárcel en función de donde se haya escolarizado la persona son muy altas. En las áreas con mayor densidad de población, las personas tratan con más tipos de gente; en las menos densas no. Un niño pobre crece en un barrio, va a jugar con otros niños pobres, va a ir a la escuela con otros niños pobres. Un adulto que se despierta en un barrio pobre de Boston va a trabajar a zonas de mayor densidad, con lo que pasa menos tiempo en casa. A media que sube la densidad, los adultos pasan más tiempo en el trabajo y los niños menos tiempo en el colegio, así es que a medida que sube la densidad la experiencia es muy distinta si se trata de niños o de adultos.

El problema número dos es la asequibilidad. El alto coste refleja la demanda, pero también las limitaciones que imponen las ciudades sobre la oferta de viviendas, hasta el punto de que comprar una casa cuesta tres veces lo que supone construirla. Lo que muestra esto es que las ciudades que no son caras son aquellas que construyen mucho y al contrario. Si se limita el uso del suelo, va a ser muy difícil construir en Londres, en Nueva York, con lo que se conseguiría una ciudad elitista en la que los pobres no caben. La gente, entonces, se ve abocada a vivir en lugares con un paro permanente. Eso no es la América dinámica de los años de postguerra; eso es una América congelada porque más de la tercera parte de los varones desempleados vive con sus padres. Sus padres no les van a comprar un apartamento en Nueva York o en San Francisco. Se van a quedar en casa, en mitad del campo, y van a seguir en paro.

Otra cosa que es muy americana fue los problemas con el crimen que hubo en los años 80. La solución fue un control policial férreo y se encarceló a miles de jóvenes. Algunas ciudades tuvieron resultados milagrosos gracias a este control férreo, pero se hizo de forma tan absurda, tan excesiva, que tuvo una repercusión negativa.

Esta pandemia es muy peligrosa porque representa un impacto económico por dos razones. A corto plazo, amenaza nuestro modelo urbano. Si pensamos en las pandemias a lo largo de la historia y volvemos a 1350, cuando aparece la peste que acabó con la tercera de la población de Europa, eso no fue un desastre económico para los supervivientes porque en una economía agrícola lo que cuenta es la tierra per cápita. Así es que cuando desaparece la tercera parte de la población, hay mucha más tierra que repartir. Por tanto, los ingresos se dispararon y los supervivientes fueron mucho más ricos. Hay una hipótesis que dice que los supervivientes ansiaron esos bienes de lujo que dieron lugar al renacimiento.

La pandemia de 1918-19 resultó en un desbarajuste económico tremendo y de manera inmediata. Las fábricas y las minas cerraron, pero la economía industrial siguió, perduró, porque seguía habiendo necesidad de bienes. Durante la gripe de 1918, la gente siguió comprando coches y neveras, pero hubo una subcontratación y los trabajadores menos formados se pasaron del sector industrial al de servicios. El saber hacer un capuchino con una sonrisita ha sido un refugio seguro, a pesar de la aparición de los robots y demás. Pero estos trabajos pueden desaparecer de la noche a la mañana porque se convierten en un peligro potencial.

Luego está el auge del trabajo a distancia, en remoto. En Estados Unidos hubo muchos americanos trabajando en remoto pero la mitad, más o menos, ha vuelto a la oficina. Esto, sin embargo, no es así en el mundo de la oficina de alta gama. Ha habido un desplome en el uso de estas oficinas y el 80% de ellas en Nueva York o San Francisco siguen estando vacías. Aún no tenemos claro si la tecnología va a provocar que desaparezcan estas alternativas.

Alvin Toffler fue muy importante. Escribió un libro que se llamaba ‘La tercera ola’, en el que explicaba que las oficinas acabarían por desaparecer igual que otros cambios habían acabado con la industria urbana. Escribió esto en unos momentos en los que los coches, la radio, la televisión, habían animado a las personas a abandonar las zonas muy densas. Él era neoyorkino. Cuando vivía allí, Nueva York tenía el clúster más importante de la industria del tejido, que desaparece en la década de los 60 y 70. Miles de trabajos desaparecieron de la noche a la mañana, así es que Toffler concluye que, si esto ha sucedido con la industria textil, ¿por qué esto no va a acabar con los trabajadores del conocimiento? Por tanto, concluyó que los rascacielos se quedarían vacíos, pero se equivocó. Se le escapaba que es muy rentable ser listos y nos hacemos más listos porque estamos con otras personas listas.

Las oficinas de la alcaldía de Nueva York se basan en el parque. Los parques son fascinantes porque hay mucha densidad, no hay muros y los trabajadores son muy ricos. ¿Por qué existen estas bolsas, porque quería Jamie Taming que volvieran al parque en otoño de 2020? Pues porque en este sector, el saber un poquito más que los demás te va a hacer muy rico. Es una industria de lo más intensiva. Así que las pistas que consigues al estar en la misma sala son importantísimas porque la información, el conocimiento, es lo más importante.

El clúster más famoso del siglo XXI es exactamente el que se da en aquel sector que tendría que haber trabajado mejor en remoto: Silicon Valley. Pero Google, que es la empresa que hubiera podido hacerlo, no mandó a su gente a casa. Google cuenta con la idea del patio del colegio en el trabajo porque, piensa Google, así se consigue más creatividad. Esto es lo que había antes del Covid-19, una relación extraordinaria entre productividad y densidad. Después de los 70, no todas las ciudades consiguen recuperarse. Lo logran las ciudades educadas. Ahí comprendemos que las ciudades siguen siendo importantes porque la densidad, la proximidad, nos permite compartir habilidades. Nos hacemos con información y vemos la relación entre estos conocimientos.

¿Qué hemos aprendido? Emmanuel y Harrington hicieron un estudio enviando a trabajadores chinos de un call center a su casa y se vio que el empleado del call center no es menos productivo en su casa. Trabaja igual de bien. Pero la probabilidad de ascender se desploma a la mitad. ¿Qué quiere decir ascender para un trabajador de un call center? Pues que le tocan los clientes difíciles. ¿Cómo va a aprender si esta solo? ¿Cómo le va a ver su jefe resolviendo el tema? Se ha cerrado el canal, no se está consiguiendo eso. Faltan los misterios del conocimiento, nadie sabe nada cuando se trabaja en remoto.

En otro estudio, de Morales-Arilla y Daboin, se ve que los trabajos que no se pueden realizar en remoto se desploman durante la pandemia y remontan después, lo mismo que las ofertas de estos puestos. Pero en los trabajos que sí se pueden hacer en remoto se mantiene el empleo, pero las contrataciones se desploman y siguen muy abajo porque a las empresas les cuesta mucho contratar a trabajadores que no van a ir a la oficina. Les preocupa porque el contacto físico es importante. Las relaciones establecidas se mantienen por Zoom, pero es mucho más difícil establecer una relación. El año pasado, los alumnos lo pasaron muy mal. La escuela en remoto ha sido un desastre, es contraproducente. Ha sido muy difícil enseñar a los niños, a los jóvenes, y es dificilísimo para los profesores trabajar en remoto. Los investigadores de Microsoft muestran que, después de la pandemia, ha habido un declive en nuevas relaciones y en la comunicación sincrónica. Hay una comunicación con desfase que no es tan rica como la comunicación en tiempo real.

Si pensamos en el futuro en remoto podemos ver que va a ser más desigual que el pasado reciente. Vamos a ver qué pasa con el empleo en mayo de 2020. Las personas con estudios universitarios avanzados están trabajando en remoto. Lo hacen un 68,9%. Lo hace también el 59,6% de los que tienen un grado. Pero solo trabaja en remoto un 5% de quienes tienen menos que la formación secundaria. Esta información nos muestra que este mundo es muy distinto, es un mundo de grandes desigualdades. La experiencia es muy distinta en diferentes partes de Nueva York. El trabajo en remoto es para las élites.

No digo que el trabajo en remoto no sea real. Probablemente, la reacción será hacerlo híbrido. Pero también habrá empresas que se desplacen. No creo que una empresa de Silicon Valley vaya a decir que no hay que reunirse nunca en persona. No. La relación interpersonal es algo esencial para estas empresas, pero, a lo mejor, deciden que ya no quieren pagar los alquileres de Silicon Valley y se van a Texas. No quieren pagar impuestos estatales. O se van a Hawái porque les gusta el sur. En fin, todo es más móvil.

En el futuro, el impacto va a depender de la respuesta médica. Si nos quedan años por delante de más víctimas del Covid-19, será más difícil por la densidad. Aún peor sería otra pandemia que fuera más mortífera. En el pasado hemos sido muy dejados con el riesgo de las pandemias. Hubo avisos y los países ricos hicieron muy poco. La OMS no es suficiente y necesitamos una alianza mucho más robusta para plantar cara a las pandemias. Pero, aunque seamos sociedades más a prueba de pandemias, el impacto es tremendo. No va a haber un cambio masivo, pero habrá cambios a corto plazo. El sector inmobiliario comercial es muy vulnerable, más que el residencial. Los jóvenes van a querer volver a la ciudad, aunque no quieran volver a la oficina. Vamos a ver más trabajo en remoto. Además, tenemos que ayudar a los desventajados. Necesitamos una administración más inteligente, necesitamos investigar constantemente, aprender. Vamos a ver que los precios inmobiliarios bajan, pero no vamos a ver edificios desocupados a largo plazo. Va a haber demanda para que puedan trabajar las personas que puedan trabajar en el entorno.

Las ciudades han sabido recuperarse. Son esenciales para el ser humano porque nuestro talento, como especie, es que podemos vincularnos con, trabajamos con, nos divertimos con otros seres humanos. Esto lo conseguimos en las ciudades. Los docentes saben que lo más difícil no es lo que sepamos, sino comunicar bien, y esto no se puede hacer a distancia. Las ciudades pueden sobrevivir y la era de los milagros no ha acabado.

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