Conferencia Magistral Juergen Donges

Diez años después: ¿Ante una nueva crisis económica?

La Fundación Rafael del Pino organizó, el 14 de noviembre de 2019, la Conferencia Magistral “Diez años después: ¿Ante una nueva crisis económica?” que pronunció Juergen B. Donges, Catedrático Emérito de la Universidad de Colonia (Alemania).

Juergen B. Donges es Catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Director del Instituto de Política Económica y del Otto Wolff Institute for Economic Studies, ambos en ubicados en Colonia.

El profesor Donges fue Vicepresidente del Instituto de Economía Mundial de Kiel y Presidente de la Comisión para la Desregulación de la Economía, creada por el Gobierno Federal alemán. Entre 1995 y 1997 fué miembro de la Comisión del Gobierno Federal alemán sobre la reforma del sector público y, posteriormente, Presidente del Consejo alemán de Expertos Económicos.

Juergen B. Donges es Asesor científico de varias instituciones y patrono de varias Fundaciones científicas y culturales, entre ellas la Fundación ICO, Madrid, académico correspondiente, para Alemania, de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, Barcelona. – Miembro de la Academia de Ciencias del Estado federado de Renania del Norte-Westfalia, Düsseldorf y consejero de la Fundación Rafael del Pino.

Resumen:

El 14 de noviembre de 2019, la Fundación Rafael del Pino organizó la conferencia titulada “Diez años después: ¿ante una nueva crisis económica?”, impartida por Juergen Donges, catedrático emérito de la Universidad de Colonia. Donges recordó que, hace diez años, el sistema financiero global estuvo a punto de quebrar. Por entonces, los gobiernos y los bancos centrales supieron reaccionar con toda una batería de medidas, aunque no todas ellas muy sensatas. Se trataba de reestablecer la confianza de los agentes económicos en el sistema de economía de mercado. Esto funcionó. Poco a poco se fue estabilizando la situación y entramos en una fase inesperadamente larga de expansión económica. Diez años después estamos otra vez en una situación en la que empieza a resurgir el fantasma de una nueva recesión, al menos según la visión de muchos gurúes económicos anunciándola. ¿Por qué hay este pesimismo? Lo hay porque tenemos una situación un tanto inusitada como es un cúmulo de shocks externos adversos, que están generando incertidumbre. Todo empieza con la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que también es una guerra cambiaria. Esto desestabiliza el sistema internacional de comercio. Luego está el tema del Brexit, que es un fracaso absoluto del parlamentarismo británico, pero que es un problema para los países muy vinculados con Gran Bretaña. También está Italia, que es el mayor riesgo para la estabilidad de la zona euro, donde el problema reside en la clase política, que no respeta la disciplina presupuestaria, las reglas de la unión bancaria, etc. Esto es, hacen todo lo contrario de lo que se necesita para que un país de la zona euro función. También está toda la discusión sobre el cambio climático, porque hemos decidido que una niña de 16 años nos diga al mundo lo que hay que hacer. No terminados de decidir hacia dónde vamos en materia de política medioambiental, si intervenir o basarnos en el mercado para resolver el problema. Como las empresas no saben cuál línea prevalecerá, se resisten a invertir. Además, está la política migratoria de la Unión Europea. Somos incapaces de diseñar y aplicar una política migratoria común, que no es una buena noticia para l integración europea. También está el populismo. Todo esto significa que las empresas no pueden anclar expectativas de crecimiento económico. Por eso, no hay ni inversión, ni crecimiento. Por eso, los organismos internacionales han reducido sus previsiones económicas. La estrella en ese proceso de desaceleración es la zona euro, porque es la que pone más claramente de manifiesto su falta de dinamismo. Apenas hay crecimiento económico, aunque el año que viene habrá un poquito más por el hecho de que 2020 es año bisiesto y, además, muchos festivos caen en domingo. Eso nos proporcionará una o dos décimas más de crecimiento, pero no significa que hayamos superado el problema. El origen de la desaceleración está en el sector industrial. La industria solía ser el motor del crecimiento, pero ahora actúa como freno, mientras que los motores son los servicios y el consumo interno. Parte del problema se debe al sector del automóvil, debido a la nueva normativa, en especial en materia de vehículos diésel. También hay algunas cosas positivas, por ejemplo, el mercado de trabajo. La tasa de paro seguirá disminuyendo, así como la tasa de paro de larga duración. Pese a ello, la idea de la destrucción del empleo vuelve a surgir como consecuencia de la digitalización, pensando que ya no va a hacer falta gente que trabaje. Esto, sin embargo, no es así. En este debate estamos confundiendo los empleos que desaparecen por el cambio tecnológico porque no son rentables, pero aparecen otros, que requerirán otras habilidades, porque el objetivo del cambio tecnológico es generar valor y eso se hace creando empleo. Además, la inflación es muy baja. Tiene que serlo para que funcione el sistema de precios relativos y que no haya un impuesto encubierto sobre los patrimonios. Pero es que sigue siendo baja a pesar de que se crea empleo, de que hay países en pleno empleo, lo que tendría que incrementar el nivel de precios. Sin embargo, no está ocurriendo esto gracias, por un lado, a que vivimos en un mundo de competencia globalizada en el que no hay margen para subir precios. Por otro, la digitalización está moderando la inflación porque las empresas que aplican los nuevos avances tecnológicos mejoran su productividad y, al hacerlo, pueden reducir costes. Además, hay una transparencia absoluta de precios, lo que permite a mucha gente conocerlos y comprar el producto más barato para las mismas calidades. Eso también lo saben las empresas, por lo que se andan con cuidado con los precios. En la zona euro estamos marchando a dos velocidades. Francia y España están a la cabeza, mientras Alemania e Italia están replegadas. Pero en España, los indicadores están empeorando. De hecho, las previsiones para España están rebajándose. Y los planteamientos actuales de política económica están basados en intervención pública, subida del gasto público y de los impuestos, eliminación de las reformas que se llevaron a cabo en el pasado, van a poner a prueba a la economía española. Lo que está pasando en Alemania es que la industria va mal, sobre todo por la desaceleración del comercio mundial y la escalada del proteccionismo, los problemas de la industria del automóvil relacionados con la nueva regulación europea sobre emisiones de gases tóxicos porque no se adaptó a ella y, finalmente, porque hay una carencia significativa de mano de obra cualificada. Esa carencia refleja, por un lado, el pleno empleo y, por otro, la introducción del régimen de jubilación anticipada a los 63 años, que ha incentivado el retiro temprano. En este panorama, la reacción de las políticas macroeconómicas es la de siempre, esto es, decir que hay que hacer algo porque la recesión es algo que ningún político quiere. Ahora bien, aunque la recesión es algo cíclico, también puede ser beneficiosa porque limpia los mercados, ya que hace que desaparezcan las empresas ineficientes que retienen recursos necesarios para otras empresas. Cuando las empresas zombis desaparecen, surgen nuevas empresas, nuevos emprendedores, que surgen gracias a la recesión. Pero para que eso suceda es necesario tener un mercado financiero eficiente y que completemos la unión europea de capitales. Esto, sin embargo, no les interesa a los responsables de la política económica. A ellos lo que les interesa es actuar. El Banco Central Europeo ya lo ha hecho, bajando los tipos de interés a cero en plena expansión económica y, además, quiere seguir con eso. La duda es si sirve para algo, porque la eurozona podría estar en una trampa de liquidez. Lo que no hay en la zona euro es una restricción de financiación, ni para las empresas, ni para los hogares. Lo que sí hay son efectos colaterales indeseados: desigualdad de rentas, caída de la rentabilidad bancaria y de la capacidad de ahorro, indisciplina presupuestaria, etc., más los riesgos de burbujas en los activos financieros e inmobiliarios. Estamos haciendo lo que ha hecho el Banco de Japón desde los años 90, sin que haya salido del estancamiento. La pregunta es si vamos hacia la ‘japonización’ de la eurozona. Además, hay que recordar que la crisis que estalló hace diez años vino precedida de una gran expansión monetaria por parte de la Reserva Federal, que fue el origen de la crisis. También hay que preguntarse si un banco central dispone de las herramientas adecuadas para acabar con las incertidumbres relacionadas con el Brexit, las guerras comerciales, etc. Y la respuesta es que no. El BCE tampoco tiene capacidad para compensar la falta de reformas estructurales en la eurozona. Luego tenemos un aspecto nuevo, que es la reclamación de que la política del BCE sea más “verde”, esto es, que el BCE compre nada más que bonos “verdes”, lo que es absurdo porque un banco central no está para hacer política ambiental. En política fiscal, estamos en lo mismo. Hay que gastar más porque hay que respaldar la demanda nacional, cuando es la demanda nacional la que está dando soporte al crecimiento. Por eso, no tiene sentido el estímulo fiscal. Otros dicen, los seguidores de la nueva teoría monetaria, que hay demasiada propensión al ahorro -no ven la realidad demográfica europea- y dicen que el Estado debe compensar con gasto público esa propensión al ahorro. Se piensa que el Estado puede controlar el ciclo económico a través de la deuda, y que los bancos centrales están para financiar esa deuda. El problema es que las medidas que adopte un gobierno en política fiscal siempre llegan tarde. Asimismo, los multiplicadores fiscales son muy bajos en una economía globalizada porque un gobierno no puede decretar que el consumidor utilice su renta para adquirir bienes nacionales. Por último, en los presupuestos hay estabilizadores automáticos que estabilizan automáticamente la demanda. Cuando hay una desaceleración, el gobierno recauda menos por impuestos y gasta más por prestaciones por desempleo, con lo que se genera el déficit y la política expansiva. Se trata de miles de millones de euros que están a disposición del gobierno sin que tenga que hacer nada. Por último, un tema fundamental es el bajo potencial de crecimiento. El potencial de crecimiento avanza el 1,2% al año en Europa, y tiende a la baja, mientras que en Estados Unidos está en el 2%. Si esto sigue así, cuando la tendencia económica cambie, la economía no crecerá mucho porque no hay mucho potencial de crecimiento. Para resolver este problema hay que centrarse en el lado de la oferta de la economía. Lo que necesitamos para elevar el potencial de crecimiento es conocimiento. Esto significa tener condiciones objetivas para la inversión empresarial y actividades de innovación, esto es una fiscalidad moderada en términos internacionalmente comparativos porque, si no, el capital se irá a otra parte. Necesitamos también un sistema financiero robusto. Necesitamos también que la administración pública apoye la actividad empresarial, que sea ágil. Lo segundo que necesitamos es inversión en capital humano. Necesitamos un sistema educativo exigente, así como un sistema de formación profesional. Esto es importante porque la mayor parte de la zona euro no tenemos recursos naturales y, por tanto, tenemos que sustituirlo por otro tipo de recursos, esto es, por capital humano. Lo tercero que necesitamos es reformar el gasto público, eliminando subvenciones y ayudas públicas injustificadas. El cuarto y último foco es la competencia en los mercados, que es lo que más incentiva a las personas y a las empresas a mejorar. Si hiciéramos todo esto, allanaríamos el camino para que Europa no quede descolgada de este proceso de digitalización, porque está atrasada respecto a países como Estados Unidos, China o Corea. Vivimos en tiempos de cambio de ciclo económico, pero no estamos ante una nueva crisis económica.

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