Conferencia Magistral Luis Perez Breva

Cómo invertir hoy con éxito en innovación y tecnología

La Fundación Rafael del Pino organizó, el 6 de octubre de 2021 a las 18.30 , la conferencia en directo a través de www.frdelpino.es titulada «Cómo invertir hoy con éxito en innovación y tecnología» que impartió Luis Perez Breva.

Luis Perez Breva concibió y dirige el MIT Innovation Teams, el programa estrella de las escuelas de ingeniería y de negocio del MIT cuyo objetivo es que los avances tecnológicos tengan un impacto en la sociedad y resuelvan los problemas en el mundo, y por el que ya han pasado cerca de doscientas nuevas tecnologías de todos los ámbitos. Ha enseñado a innovar como una habilidad que se puede desarrollar con estudiantes y profesionales de todos los campos. El autor posee titulaciones superiores en Ingeniería Química, Gestión, Ciencias Físicas y un doctorado en Inteligencia Artificial del MIT. Es un emprendedor y un innovador, y un experto en innovación tecnológica, laboratorios de creación y concepción de empresas (venture labs), y en la aplicación y comercialización de inteligencia artificial para resolver problemas reales.

Resumen:

El 6 de octubre de 2021, la Fundación Rafael del Pino organizó la conferencia “Cómo invertir hoy con éxito en innovación y tecnología”, impartida por Luis Pérez Breva, director del MIT Innovation Team.

¿Cómo pueden ayudar los inversores a que la tecnología avance hacia el mercado? No es simplemente invertir, sino también resolver problemas con la tecnología. ¿Qué significa innovar? ¿Es una práctica? ¿Es una habilidad? ¿Cómo lo hacemos? ¿Nos apoyamos en tecnologías? ¿Estas tecnologías tienen que ser nuevas o viejas? ¿Cómo herramientas para resolver problemas? ¿O tenemos que seguir hablando de disrupción predecible, como si eso se pudiese predecir, de producto mínimo viable, de todas estas ideas exponenciales?

Más allá de todo esto, la pregunta clave, signifique lo que signifique innovación para todos nosotros, es cómo se invierte en innovación, cómo lo hacemos con éxito, cómo invertimos en tecnologías nuevas.

Lo primero que tenemos que revisar es el argumento para invertir en tecnologías. No se trata solamente de encontrar el nuevo Uber, o el nuevo Facebook, o el nuevo Google. Se trata de otra cosa, de descubrir nuevos espacios de oportunidad increíblemente amplios. Es decir, el potencial que buscamos con las tecnologías nuevas, o con las ya existentes, es crear espacios nuevos de oportunidad tan grandes en los que cabe uno y toda la competencia. Competimos de una manera distinta: creamos nuevas categorías de productos, de servicios, de posibilidades.

El motivo de invertir en tecnología es dotarse de herramientas para atajar problemas reales y que importan. También es dotarse de la capacidad de moldear tecnologías, para cambiarlas y combinarlas con otras hasta que se da con la verdadera innovación, o la verdadera nueva organización, que resuelve el problema. Las tecnologías o los negocios no resuelven los problemas; los resuelven la creación de nuevas ideas de negocio, o de nuevas organizaciones que utilizan estas tecnologías como herramienta para resolver problemas reales.

Por último, y lo más importante, es evitar el desperdicio de innovación. Cuando se habla de las horas dedicadas a desarrollar esas tecnologías y se abraza la idea de fracasar rápido, se está abrazando también una idea muy extraña que es vamos a desperdiciar todas esas horas invertidas en la sociedad, en el talento y en el desarrollo de esas tecnologías en un juego especulativo que lo que genera es desperdicio de innovación. ¿Cómo lo evitamos? Estas son la clave del éxito de cómo invertir en tecnologías.

La dificultad radica en traducir a inversión palabras cuyo significado damos por sentado. La mitad de la gente pensará que tecnología significa cosas electrónicas, la otra mitad que significa cosas digitales. O que Facebook es tecnología, confundiendo una compañía con la tecnología. Otra mitad pensará que solo es tecnología si sale de un laboratorio de biotecnología. Otros pensarán que la tecnología la inventó Ford hace cien años y ya no ha vuelto a suceder. Hay quien pensará que tecnología es igual a producto y que el iPhone es una tecnología. Hay quien pensará que el iPhone son quinientas tecnologías. Invertir en tecnología es más que simplemente hacer una página web. De ahí es de donde vamos a tirar.

Hay palabras que se han vuelto muy importantes en los últimos dos años. La primera es “lab to market”, es decir, cómo conseguimos que las tecnologías que sales de las universidades se transformen en tecnologías que nos hacen la vida más fácil, o que nos permiten hacer cosas que no podíamos hacer antes.

La segunda es “problemas”. Venimos de un tiempo en el que hemos estado hablando de Covid, de medidas, de la cantidad de formularios que tenemos que rellenar para pasar de un país a otro, de aplicaciones web, de tecnologías disruptivas, pero, también, de disrupción que hemos sufrido. Y en algún momento hay que preguntarse que, con todas las desigualdades que existen en el mundo actual, y las capacidades tecnológicas que tenemos, por qué no estamos usando mejor la tecnología para resolver problemas.

La diferencia fundamental entre ahora y el mundo pre-Covid es que en el mundo pre-Covid aceptábamos disrumpir mercados como una manera de resolver problemas. Ahora a nadie le apetece la idea de disrumpir por si.

¿Cuál es la tarea del inversor, del empredendor? Invertir en tecnología es descubrir, con el modelo mental previo al descubrimiento de América, que el mundo tiene más continentes. No queremos disrumpir el mundo, sino hacerlo más grande, encontrar nuevas posibilidades, nuevos continentes. Eso es lo que la tecnología nos permite hacer.

Arthur C. Clarke decía, en un escrito de los años 50 sobre las leyes de la predicción, que cuando un científico eminente, pero anciano, afirma que algo es posible, está en lo cierto casi con toda seguridad. Pero cuando este mismo científico afirma que algo es imposible, es muy probable que esté equivocado. La segunda ley es que la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, en el terreno de lo imposible. Y la tercera es que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

El inversor empieza por la tercera ley. Tiene que creerse esa tecnología que va a parecer indistinguible de la magia cuando esté acabada, tiene que aceptar el riesgo que conlleva adentrase un pelín en el terreno de lo imposible y tiene que saber que va a estar invirtiendo en un proyecto que, a primera vista, parece un poco descabellado. Por eso, el miedo a la tecnología. Pero esto es lo que realmente sucede y lo que realmente funciona.

¿Y si hubiese un modo de testear y eliminar riesgos de la inversión? ¿Y si pudiésemos testear diez conceptos nuevos, radicales, que utilizan tecnología para resolver problemas realmente importantes, por el capital que se necesita para acabar fracasando de manera predecible? ¿Y si, con estos métodos de proyectos, pudiéramos justificar la exploración de proyectos mucho más ambiciosos? Veámoslo con un ejemplo.

Uber ha requerido treinta rondas de financiación, por un total de 25.000 millones de dólares, desde su fundación en 2009 y la tecnología es una plataforma web. Esta es una manera de invertir, una forma que todo el mundo cree querer seguir. En el otro extremo está Moderna, que se fundó en 2010 de una manera completamente distinta. Esa no es una compañía acelerada, o propuesta por el inversor, sino que es una compañía concebida, confeccionada y desarrollada por un método sistemático de creación de compañías avanzadas en tecnología. Moderna ha requerido en este mismo periodo que Uber 2.700 millones de inversión en doce rondas. Es mucho, pero es una compañía de biotecnología.

Ambas compañías tienen impacto global y ambas representan dos escuelas muy distintas de cómo invertir en tecnología, pero no se parecen en nada en el tipo de problemas que atajan. Uber es un tipo de empresa que nace encontrando un inversor y acompañado y acelerando una serie de ideas. Esto permite desarrollar un tipo de negocios, pero no permite jamás desarrollar otro tipo de negocios. Pero para resolver los problemas de hoy es preciso crear más Modernas, desarrollar más compañías del mismo modo en que se hizo Moderna, que consiste en concebir y desarrollar organizaciones.

El modelo actual se basa en encontrar un emprendedor y eliminar algún riesgo encontrando un tipo de negocio inmobiliario en paralelo. Las incubadoras, las aceleradoras, etc., son, básicamente, negocios inmobiliarios que recuperan parte de la inversión a base de dar unas oficinas. De estos hay muchos y muchos son muy buenos. La pregunta es si esa idea funciona para resolver problemas reales. Para responderla está el otro modelo: concebir y desarrollar organizaciones, que quiere decir inventarse la organización desde el principio, incluyendo el inventarse la tecnología, y aprender a reciclar las ideas que no funcionan para poder hacer esto con economías de escala para la propia inversión.

Este segundo proceso se puede hacer en cualquier lugar del mundo, traduciendo tecnología a verdadero impacto para la sociedad. En el MIT hacen esto en el mismo tiempo que cuesta sacar a Google. Es el método más avanzado que existe.

¿Cómo funciona el acompañamiento de ideas? Nos hemos acostumbrado a la imagen de un emprendedor corriendo, que tiene una idea, va a presentarla, se ve si es buena y se le va poniendo dinero poquito a poquito, probando a ver qué sale. Hemos industrializado esta visión y ahora creemos que la mayoría de tecnologías nacen por este camino. Este proceso es pasar a una serie de ronda de inversión en las cuales un siguiente grupo de inversión con un poco menos de aversión al riesgo compra a los inversores anteriores una buena parte de la propiedad de la empresa. Pero esto es un sistema de intermediación, no de inversión en tecnología, y no lo tiene que ser. Así es que abandonarnos a esta manera de pensar para sacar el “lab to market” es, probablemente, una de las peores cosas que podemos hacer.

De entrada, es muy poco eficiente porque en el primer año de vida no sucede nada con la idea. En 2017, este modo de hacer movió 77.000 millones de dólares en Estados Unidos. Ese mismo año, el mundo de la filantropía movió casi seis veces más dinero. ¿Y por qué? Tenemos tecnologías pensadas para avanzar el mundo. Todas esas tecnologías tendrán que estar ligadas al desarrollo de causas, además de que son muy lucrativas. No estamos pudiendo juntar estas dos vías porque ese proceso de creación es un proceso especulador, en el que se tiene tanto miedo al riesgo que vamos a poquitos, realmente acabamos gastando mucho dinero, por ejemplo, los 25.000 millones de Uber, los 10.000 millones de AirBnb o los 2.000 millones de Dropbox, etc., y perdemos de vista la posibilidad de resolver problemas en el mundo porque necesitamos una visión a largo plazo para poder hacer eso. Esa visión a largo plazo es incompatible con un modelo especulador.

Este modelo se ha extendido tanto hasta el punto de que se valora al emprendedor en función de cuánto dinero levanta, no de qué problema resuelve o cómo de rápido llega a crear una empresa sostenible. Esto es a lo que nos enfrentamos.

¿Y si quisiésemos invertir en problemas que realmente importan? ¿Y si creyésemos que en el acto de resolver problemas vamos a crear oportunidades para el lucro muy superiores que las que pudiésemos crear compitiendo con otra plataforma para distribuir algo o democratizar el sistema del taxi? ¿Qué proceso de inversión podríamos seguir? Esa manera de pensar es más compatible con la tecnología de lo que lo es la otra manera de pensar. Quizá por eso vemos muchas incubadoras con proyectos de software pero pocas en las que podamos hablar de biotecnología, computación cuántica, y pocos inversores preparados mentalmente para enfrentarse a la idea de computación cuántica. Para invertir en tecnología hay que tener una manera distinta de pensar y de ver el proceso de inversión.

¿Cómo funciona la inversión en concebir y desarrollar organizaciones, con el objetivo de resolver problemas que importan y con la creencia firme de que nos puede llevar a más lucro de lo que parecería de antemano? Todo esto vive en el largo plazo en el sentido de que uno tiene que creer en algo que vive más allá de un año. Se puede atajar un problema real y, a la vez, hacer mucho dinero. Estamos hablando de resolver problemas formidables e inexplorados. Estamos hablando de empezar a pensar en la tecnología como un instrumento, no como un producto, y compartirlo como un instrumento que ayuda a la ingenuidad de todas aquellas personas que creen en las posibilidades de avanzar con tecnología. Y queremos construir organizaciones diseñadas para resolver ese problema y sacar un beneficio justo siendo los primeros y los mejores en hacer eso. Pero lo hacemos creando un espacio tan grande que hay sitio para la competencia.

Los problemas reales siguen una lógica distinta porque no funcionan por el método especulador. Al contrario, son críticos para la sociedad y son resolubles para la tecnología. Pero son un reto para las tesis de inversión basadas en esta manera de pensar y de invertir especulativa, cuya probabilidad de éxito ronda en uno de cada diez proyectos, o menos. Estos problemas reales necesitan de un enfoque más eficiente para innovar. Requiere de tecnologías pensadas como herramientas, de la idea de reciclar y reaprovechar el desperdicio de innovación. Es decir, ahora qué sabemos que algo se puede hacer, ¿cómo cambiamos o reorientamos la tesis de inversión de esa nueva posibilidad para crear una organización que se pueda sustentar a sí misma? Esto lo podemos hacer con cualquier tecnología e, incluso, con startups fallidas. Y tenemos que ser capaces de compatibilizar las ambiciones filantrópicas con las comerciales. Por último, hay que creerse que estas nuevas áreas abren un amplio espacio de oportunidad por explorar para hacer el bien y para hacer dinero.

El proceso para este tipo de inversión es sencillo. Todo empieza con la exploración, es decir, existe un problema muy grande que hay que resolver. ¿Cómo podemos asegurarnos de que lo resolvemos? Los problemas no se resuelven bien cuando creemos que estamos en lo cierto con una única solución; los problemas se resuelven bien cuando lo mapeamos y buscamos la forma de crear organizaciones robustas para resolverlo. Una organización robusta es una organización que puede tener éxito de muchas maneras distintas. La exploración lleva dos meses.

Una vez acabada se genera un plan para, digamos, matar la idea. Es un plan para construir una organización que intente demostrar de todas las maneras posibles que lo que creíamos que era un gran espacio de oportunidad para todas estas tecnologías en realidad no lo es. Cada uno de los experimentos que hagamos irá destinado directamente a eliminar riesgos de la operación. La idea es muy sencilla. Si un proceso va a fracasar tenemos dos maneras de saberlo: ahora, haciendo un experimento que cueste mucho dinero pero que nos lo diga en un año, o haciendo experimentos poco a poco que nos lo digan en diez años. No queremos hacer experimentos pequeños; queremos aprender de esos experimentos y cuanto antes, mejor. Porque si la idea no va a funcionar, es mejor matarla nosotros activamente en vez de esperar a que muera por su propio peso. Esto se hace durante un año y medio, desarrollando la organización y testeando todo lo que podría ir mal.

Lo que pasa después de estos doce, dieciocho meses, es que lo mismo funciona. O, mejor dicho, lo mismo no conseguimos matar la idea. Lo mismo es buena idea. Entonces, como vemos que la organización funciona, la llevamos a escalar hacia arriba. Pero ¿qué pasa si conseguimos matar la idea? Pues hay que pensar en cómo reciclar todas estas cosas. Hay que crear un nuevo sistema para poder reciclar todas las cosas que pensamos que podrían funcionar en otro contexto y que se podrían aprovechar para empezar de nuevo. Esto genera toda una serie de economías de escala para la innovación que hacen mucho más interesante seguir invirtiendo en proyectos cada vez más ambiciosos. En el fondo, lo que acabamos creando es nuestra propia reserva de partes y piezas con las que construir nuevas soluciones cada vez más ambiciosas con las que explorar nuevos problemas.

Para invertir en tecnología hay que ser capaces de explorar problemas sin los límites que impone la especulación, siendo capaces de explorar hasta diez ideas de manera sistemática con el mismo capital que costaría fracasar con una única idea si quisiéramos estar en lo cierto. Hay que crear un entorno en el que estas ideas se comparten con una sociedad de lo que llamamos tinkers, que es una manera de compartir tecnología como instrumento para que se vuelvan accesibles a todos los emprendedores que también quieren resolver problemas. Y también hay que tener en cuenta la idea de reciclar. Restringirse en el tiempo a que la idea tiene que dar frutos ahora es la manera de fracasar nueve de cada diez veces. Con ello se genera un círculo virtuoso de inversión.

La Fundación Rafael del Pino no se hace responsable de los comentarios, opiniones o manifestaciones realizados por las personas que participan en sus actividades y que son expresadas como resultado de su derecho inalienable a la libertad de expresión y bajo su entera responsabilidad. Los contenidos incluidos en el resumen de esta conferencia, realizado para la Fundación Rafael del Pino por el profesor Emilio González, son resultado de los debates mantenidos en el encuentro realizado al efecto en la Fundación y son responsabilidad de sus autores.

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