Progreso. 10 razones para mirar al futuro con optimismo
La Fundación Rafael del Pino organizó, el 25 de enero de 2018, la Conferencia Magistral “Progreso. 10 razones para mirar al futuro con optimismo” que pronunció Johan Norberg, ensayista económico y Senior Fellow del Cato Institute con motivo de la presentación del libro del mismo título publicado por Deusto, Value School y el Instituto Juan de Mariana.
Johan Norberg, ensayista económico sueco y activo conferenciante internacional, colabora habitualmente con medios globales y escribe una columna en el periódico Metro. Sus trabajos tratan sobre el emprendimiento, la libertad, la economía y la globalización. Es miembro del consejo de la Sociedad Mont Pelerin de Suiza, experto del Cato Institute de Washington y senior fellow del European Centre for International Political Economy de Bruselas. Ha escrito quince libros, de los cuales en España se han publicado En defensa del capitalismo global (Unidad Editorial, 2005) y Fiasco Financiero: Cómo la obsesión de los americanos por la propiedad inmobiliaria y el dinero fácil causó la crisis económica (Unidad Editorial, 2015).
Resumen:
Cuando se observan las visiones dominantes en los grandes debates económicos de la actualidad, parece poco menos que el mundo se va a venir abajo. Unos estudios hablan de la ingente cantidad de puestos de trabajo que se van a perder a causa del desarrollo tecnológico; otros informes hacen hincapié en el aumento en la desigualdad de la renta en los países occidentales en los últimos treinta años; otros más se refieren a los empleos de las naciones industrializadas que la globalización ha hecho desaparecer y de las fábricas que se ha llevado a los lugares que cuentan con mano de obra barata; otros más ponen en cuestión el futuro de la protección social, y así sucesivamente. Este panorama tan deprimente que se dibuja en el debate público parece justificar aquello que dijo William Goodwin de que la economía es la ciencia lúgubre. Johan Norberg discrepa de esta visión tan pesimista y nos invita a contemplar el futuro con unos ojos más optimistas. Norberg, senior fellow del Cato Institute, desmiente aquello de que el pesimista es un optimista bien informado, porque él basa su optimismo, precisamente, en las informaciones que extrae de los datos, sobre todo cuando los analiza con perspectiva histórica, y así lo expuso en la conferencia que tuvo lugar el 25 de enero de 2018, en la Fundación Rafael del Pino, con motivo de la presentación de su libro Progreso. Diez razones para mirar el futuro con optimismo. A Norberg no le parece que cualquier tiempo pasado fuese mejor que el actual, sino todo lo contrario. Él quita dramatismo a las visiones económicas negativas y nos invita a reflexionar acerca de que el mundo no es tan malo como parece, sobre todo gracias a los avances en la ciencia y la tecnología. Lo que pasa es que el cambio resuelve unos problemas mientras aparecen otros nuevos y eso nos lleva a pensar que entonces estábamos mejor que ahora, en especial cuando ese ahora viene marcado por un ritmo frenético de cambio. Ante ello, el ser humano tiende a sentirse impotente, deprimido, incapaz de lidiar con lo que supuestamente se le viene encima, y eso le lleva a pensar que antes se encontraba mejor. Ahora bien, cuando se analizan los datos, y se hace con perspectiva histórica, se puede ver que en el pasado el ser humano ni mucho menos estaba mejor que ahora. Eso es lo que explica en su libro y, para justificar su posición, aportó dos de las diez razones que esgrime en el texto: la mejora en la esperanza de vida y la reducción de la pobreza. En los últimos doscientos años, la esperanza de vida ha aumentado desde los 35 años hasta los niveles actuales, en los que ya no hay un país, por pobre que sea, en el que no supere los 40 años, cuando antes ninguno llegaba a ese nivel. En Occidente, incluso, sobrepasa los 80 años. Y ello es posible porque ni la gente se muere de hambre, como en el pasado, ni fallece a causa de enfermedades que hoy se curan con un simple antibiótico. Hace doscientos años, también, el 95% de la población mundial vivía en situación de extrema pobreza, una situación que hoy se define como vivir con menos de dos dólares al día. Pero llegó la revolución industrial, apareció la división del trabajo, vino el comercio libre y las cosas cambiaron de forma radical, hasta el punto de que la pobreza extrema ha caído hasta el 9%, cuando hace 25 años afectaba al 37% de la humanidad, y lo ha hecho gracias a la globalización. De hecho, cada día 1.400 personas en todo el mundo salen de la pobreza y tenemos dos mil millones de personas que duplican su renta cada diez años. Cuando se esgrimen estas cifras, los enemigos de la globalización enseguida tratan de defender su posición exhibiendo aquellas otras que hablan del aumento de la desigualdad de rentas en el mundo. Y Norberg vuelve a matizar el sentido de la crítica, primero porque las desigualdades entre países se han reducido y, segundo, porque aquellos países más igualitarios en el pasado, lo eran porque tenían rentas muy bajas, esto es, eran igualitarios, pero en la pobreza. Además, cuando se sale de situaciones de pobreza, no todo el mundo lo hace al mismo ritmo, con lo que las desigualdades aumentan. Pero Norberg dice que lo relevante no es eso, sino la reducción de la pobreza. Gracias a la reducción de la pobreza, la gente tiene más a cceso a la comida y mejora su nutrición. También tiene acceso a los cuidados médicos, los medicamentos, la cirugía, etc., gracias a que los desarrollos tecnológicos y la acción de los empresarios han reducido los precios de las cosas que hoy por hoy forman parte de nuestra vida diaria, de nuestro bienestar. Debido a ello se ha producido el aumento de la esperanza de vida desde los 35 años, hasta el punto de que un niño que nazca hoy tiene una altísima probabilidad de llegar a la edad de jubilación. Y la globalización hace más fácil transmitir el conocimiento, la forma de usar las cosas, que hay detrás de todo ello. Las libertades juegan un papel fundamental en estos logros, en concreto tres de ellas: la libertad de explorar nuevos conocimientos (sobre el cuerpo, sobre algoritmos, etc.), la libertad de experimentar con ellos a través de nuevas tecnologías y modelos de negocios y la libertad de intercambios a través de las fronteras de conocimientos, de tecnologías. Con ello, las probabilidades de resolver los problemas del mundo son mayores porque hay más gente pensando y trabajando en ello gracias a estas tres libertades. Ahora bien, estas libertades se ven amenazadas por los populismos, tanto los de derechas como los de izquierdas, porque la gente no entiende los progresos que estamos consiguiendo. Por el contrario, solo ve amenazas y como se siente amenazada, pide protección. Las personas creen, por las noticias, que todo está fatal y las redes sociales hacen esto más peligroso. Piden protección porque, por instinto de supervivencia, el ser humano recuerda mejor los malos momentos. Pero no hay que olvidar que el progreso está basado en la libertad, y no podemos darlo por garantizado si la libertad desaparece o se ve restringida.
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