La defensa de la libertad frente al auge del autoritarismo
La Fundación Rafael del Pino organizó, el próximo 4 de diciembre de 2018 , la Conferencia Magistral «La defensa de la libertad frente al auge del autoritarismo» que impartió Timothy Snyder con motivo de la publicación de su última obra titulada El camino hacia la no libertad (Galaxia Gutenberg)
Timothy Snyder, Catedrático de Historia de la Universidad de Yale y miembro del Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Se ha especializado en la historia de Europa, en particular la del Holocausto y la de los regímenes totalitarios. Ha escrito numerosos libros sobre las dictaduras, entre los que destaca: Tierra de sangre: Europa entre Hitler y Stalin (Galaxia Gutenberg, 2011), que le valió el Premio de Pensamiento Político Hannah Arendt (2013), Sobre la tirania: 20 lecciones que aprender del siglo xx (Galaxia Gutenberg, 2017), una recopilación de enseñanzas universales sobre el auge de las tiranías y la capacidad ciudadana para combatir su establecimiento. Acaba de publicar eEl camino hacia la no libertad (Galaxia Gutenberg, 2018). Escribe artículos en The New York Times, The Wall Street Journal, The New Republic, The New York Times Review of Books y The Guardian.
«La victoria de la democracia liberal pareció definitiva con el final de la Guerra Fría. Los observadores mostraron su confianza en un futuro pacífico y globalizado. Pero esa fe no estaba justificada. El autoritarismo volvió a Rusia, a medida que Putin halló una serie de ideas fascistas que podía utilizar para justificar el gobierno de los ricos. Desde 2010, la corriente se ha extendido de este a oeste, con la ayuda de las guerras emprendidas por Rusia: la guerra física en Ucrania y la guerra cibernética en Europa y Estados Unidos. Rusia encontró aliados entre los nacionalistas, oligarcas y radicales de todo el mundo, y su empeño en disolver las instituciones, los estados y los valores occidentales tuvo eco en el propio Occidente. El ascenso del populismo, el voto británico contra la UE y la elección de Donald Trump eran objetivos rusos, pero el hecho de que los lograra pone al descubierto la vulnerabilidad de las sociedades occidentales.»
Resumen:
El 4 de diciembre de 2018 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino la conferencia de Timothy Snyder, catedrático de Historia de la Universidad de Yale, titulada “La defensa de la libertad frente al auge del totalitarismo”, celebrada con motivo de la presentación de su libro “El camino a la no libertad”. Snyder inició su intervención preguntándose cómo hemos pasado de sistemas democráticos al autoritarismo. Para responder a esta cuestión, Snyder indicó que la libertad depende de nuestro sentido del tiempo, porque la libertad depende del futuro. Nuestros líderes políticos, sin embargo, han matado el futuro. Hoy es muy difícil hablar de él porque unos tratan de defender el status quo imperante, mientras que otros se dedican a hablar de un pasado que nunca existió. Sin embargo, nadie habla del futuro de sus países. Ese es un denominador común de los líderes autoritarios. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Qué es lo que ocurrió a partir de 1989? Según Snyder, ese momento fue un momento extraño por las importantes coincidencias que tuvieron lugar en él: el fin del comunismo, la introducción de las ideas del neoliberalismo y la creación de la Unión Europea por el Tratado de Maastricht. Todos estos son grandes acontecimientos que ocurrieron simultáneamente por casualidad. A partir de ahí, pensamos en el triunfo definitivo de la democracia y en la política de inevitabilidad, en el sentido de que todos creíamos en el progreso y que el futuro sería igual que el presente porque no había alternativa alguna a la democracia y a la economía de mercado. Esta forma de pensar, sin embargo, es problemática, en parte porque no es cierta y, en parte también, porque esto está cambiando y estamos pasando a la política de eternidad, que es una forma de no asumir responsabilidades. En este sentido, en lugar de prosperar, pensamos en el destino, con lo que el tiempo no es una línea inevitable, sino un ciclo que se repite una y otra vez porque viene alguien y nos quita lo que hemos conseguido. En América, por ejemplo, se hablar de nuevo de que Estados Unidos vuelva a ser grande, de que alguien nos salve del comunismo. También pensamos que la tecnología no es nuestro enemigo, que progreso técnico es sinónimo de progreso intelectual y que internet nos haría mejores personas. Sin embargo, eso nos convierte en caricaturas de nosotros mismos. Trump lo entiende muy bien y lo usa para mantenernos apegados al pasado. El mejor ejemplo de la política de eternidad es Rusia. Cuando Obama se refería a Rusia decía que no era más que una potencia regional, porque eso era la política de inevitabilidad. Rusia, sin embargo, ya estaba en otro lugar, se ha pasado al extremo de la política de eternidad y, desde ahí, trata de seducirnos. Rusia es la capital del no futuro y sus líderes actúan como si no lo hubiera. ¿Por qué? Snyder enuncia, al respecto, cinco motivos. En primer lugar, los líderes rusos se dieron cuenta de que la política de inevitabilidad estaba equivocada, que el capitalismo no traería la democracia. En segundo lugar, las noticias locales murieron. Cuando no existen, ese vacío lo llenan los grandes medios de comunicación de otros lugares. La gente, entonces, empieza a desconfiar porque no los conoce y, por tanto, no creen en ellos. En tercer lugar, están las diferencias radicales en cuanto a niveles de renta. Si hay desigualdad, eso significa que no hay progreso social, lo que provoca que la gente deje de creer en el futuro. Luego están los hidrocarburos. La clase dirigente depende de su exportación, con lo que el futuro es el calentamiento global. Por último, se encuentra el problema de la sucesión de Putin. Y es que nadie sabe qué va a ocurrir cuando Putin muera. En este contexto, las élites rusas han encontrado una nueva forma de gobernar a partir de la desconfianza. Les dicen a los ciudadanos que mienten siempre, pero que el resto del mundo también lo hace. Y es que la idea de Rusia es un nacionalismo negativo. Lo mismo sucede con la política exterior de Rusia. Si dices que todo el mundo miente, ¿cómo te enfrentas a la UE o a Estados Unidos? Pues lo que haces es intentar que se descompongan, convirtiéndoles en una parodia de sí mismos. Rusia, por eso, está detrás de Trump, del Brexit. Cada fuerza política extremista de Europa le debe algo a Rusia. Esto choca con la política de inevitabilidad estadounidense que se basa en la excepcionalidad democrática americana, en la creencia de que el mercado libre traerá la democracia -cosa que no es así- y en la confianza en el progreso técnico, cuando lo cierto es que el declive de la democracia coincide con el desarrollo de internet y la conectividad. Como esa política de inevitabilidad fracasa, Trump trata de atraer a la gente con el discurso de que el futuro brillante puede volver al país, cuando, en realidad, Trump está en contra de todo lo que trajo ese futuro en el pasado. Además, según Trump, lo que falla en América es la gente que viene de fuera. Eso es un ejemplo de nostalgia del pasado y provoca que no se haga nada de cara al futuro. Trump es un producto de la parte menos demócrata de la vida americana. Fue elegido solo por su reputación en los medios. No es más que un hombre del espectáculo tradicional. Rusia utilizó la tecnología americana para inclinar las elecciones a favor de Trump. La Unión Europea, por su parte, tiene también una política de inevitabilidad, lo cual es una gran idea. Las naciones europeas son muy antiguas e inteligentes y aprendieron de las experiencias de las dos guerras mundiales y del periodo de entreguerras. Eso es lo que le hace peligrosa para Rusia y, por ello, Rusia trata de debilitarla. Para ello, trata de aprovechar un punto débil. Y es que la Europa que se congregó en torno a la idea de hacerse fuerte como continente es un conjunto de elementos que provienen de distintos imperios que, al desgajarse, se congregaron para hacerse más sólidos. Rusia está diseminando la idea de que, para ser fuertes de nuevo, esos antiguos estados imperiales deben recuperar su propia personalidad. Como hace la propia Rusia.
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