Las redes y la lucha por el poder. Interacción entre estructuras jerárquicas – estados – y no jerárquicas – redes sociales – a lo largo de la historia
Niall Ferguson y Mira Milosevich-Juaristi
La Fundación Rafael del Pino organizó, el 13 de septiembre de 2018, el diálogo «Las redes y la lucha por el poder. Interacción entre estructuras jerárquicas – estados – y no jerárquicas – redes sociales – a lo largo de la historia» en el que participarán Niall Ferguson y Mira Milosevich-Juaristi con motivo de la presentación del libro de Niall Ferguson»La plaza y la torre» editado por Debate.
Niall Ferguson ocupa la cátedra Lawrence A Tisch de Historia de la Universidad de Harvard y la cátedra Wiliam Ziegler en la Harvard Business School. Asimismo es profesor del Jesus College, de la Universidad de Oxford, y de la Hoover Institution, de la Universidad de Stanford. Considerado el historiador británico más brillante de la actualidad por el Times y una de las cien personas más influyentes del mundo por la revista Time, entre sus obras destacan Coloso (Debate, 2005), El Imperio Británico (Debate, 2005), La guerra del mundo (Debate, 2007), El triunfo del dinero (Debate, 2010) y Civilización (Debate, 2012).
Mira Milosevich-Juaristi es investigadora principal del Real Instituto Elcano . Es doctora en Estudios Europeos por la Universidad Complutense de Madrid y ha obtenido Diploma de Estudios Avanzados en el área de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la misma universidad. Es licenciada en Sociología y Ciencias Políticas por la Universidad de Belgrado. Ha impartido docencia en postgrado de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en los Programas de Doctorado del Instituto Universitario de Investigación José Ortega y Gasset.
La plaza y la torre es una historia de las redes organizacionales que han cambiado el mundo y una invitación a la reflexión escéptica sobre el papel que tienen en nuestra sociedad. La mayor parte de la historia es jerárquica: tiene que ver con papas, presidentes o primeros ministros. Pero, ¿y si fuera así por el simple hecho de que han sido ellos los que han creado los archivos históricos? ¿Y si estuviéramos omitiendo y relegando la influencia de poderosas pero menos visibles redes de organización? El siglo XXI ha sido proclamado como la Era de la Red, pero en este libro Niall Ferguson nos recuerda que las redes sociales no tienen nada de novedoso. Desde el tiempo de las imprentas y los predicadores que llevaron a cabo la Reforma hasta los masones que lideraron la Revolución estadunidense, fueron las redes organizacionales quienes interrumpieron el orden establecido. Así pues, lejos de ser una novedad, nuestra era es más bien la Segunda Era de la Red, con el ordenador ocupando el papel central que en su momento ocupó el papel impreso. Quienes esperan una utopía de «internautas» interconectados pueden, por lo tanto, sentirse decepcionados. Las redes son propensas a la agrupación, los contagios, pero ante todo a las interrupciones y los conflictos del pasado encuentran paralelismos desconcertantes hoy, en el tiempo de Facebook, el Estado Islámico y el mundo trumpiano.
Resumen:
El 13 de septiembre de 2018 se celebró en la Fundación Rafael del Pino un diálogo sobre las redes sociales y la lucha por el poder, con motivo de la presentación del libro de Niall Ferguson, Milibank Family Senior Fellow en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford y Senior Fellow del Center for European Studies de la Universidad de Harvard, “La plaza y la torre”. Según explicó Ferguson, el título del libro le vino inspirado por su paso por la ciudad italiana de Siena, cuya plaza constituye una imagen perfecta de la dicotomía entre poder e influencia. La plaza del campo (la influencia) es dónde se reúne la gente, comercia, se relaciona. Sobre ella, la torre proyecta una sombra que representa a la jerarquía política. Ferguson explicó que lo que le llevó a escribir este libro fue el percatarse, mientras trabajaba en su biografía sobre Henry Kissinger, secretario de Estado con Nixon y Ford, de que tenía que haber algo que explicase cómo un profesor de Harvard se convirtiera, en el transcurso de unos pocos años, en el segundo hombre más poderoso de Estados Unidos, después del presidente. Y la respuesta a esta cuestión la encontró en la capacidad de Kissinger para establecer una red de contactos, que le sirvieron para impulsar su carrera política. La segunda motivación para escribir este libro fue su desconocimiento del funcionamiento de las redes. Pero cuando fue a Standford pudo entrar en contacto con las personas que han construido las redes más grandes del mundo y aprender de ellas cómo funcionan las redes. Eso le hizo volver sobre sus trabajos previos y reinterpretarlos a la luz de este nuevo conocimiento. Para Ferguson, la historia puede iluminar las consecuencias de las acciones. Por eso hay que ser preciso a la hora de estudiarla y entender que, además del poder, hay que estudiar las actividades de la gente, porque las personas no están aisladas unas de otras. La transmisión de las ideas, las revoluciones políticas, se explican mejor a partir de esta visión. Si estudiamos el pasado no es porque sea interesante, sino porque a partir de él queremos entender mejor el presente y prever el futuro, en la medida en que resulte posible. La cuestión es cómo lo hacemos de forma rigurosa. Muchos historiadores, políticos y comentaristas hoy están obsesionados con la década de los 30 del siglo XX sin haberla estudiando bien y comparan cualquier acontecimiento con aquellos años, lo que lleva a una forma de ver la historia muy estrecha y muy manida, sin haber comprendido muy bien el tiempo que utilizan para construir esas analogías con los tiempos de la Gran Depresión. En este sentido, no hay que olvidar que Kissinger llegó al poder habiendo estudiado muy bien la historia, porque eso hace que la política sea más fácil. Eso lo vemos ahora con la Administración estadounidense, cuyos miembros comentan cómo el estudio de la Guerra de Vietnam les permite entender los problemas que están teniendo con Iraq. Y es que los historiadores tienen que vincular el pasado con el presente. Si se aplica este principio al momento actual, continua Ferguson, hay que tener en cuenta que el impacto que tienen hoy el ordenador personal e internet es similar a la revolución que supuso en su día la aparición de la imprenta, porque permiten la comunicación de forma más descentralizada ya que las tecnologías de la información y las comunicaciones son descentralizadoras. Las redes sociales han hecho lo mismo. En ambos casos, la torre perdió poder en detrimento de la plaza. Antes, los gobiernos podían controlar los medios de comunicación con facilidad; ahora solo es posible en casos como Corea del Norte donde, directamente, está prohibido el uso de internet. Cuando surgió la imprenta, la transmisión de ideas pasó a ser más rápida y barata, lo que tuvo un impacto muy importante en la historia, por ejemplo, a través de la reforma luterana. Internet es lo mismo; la diferencia, ahora, estriba en que todo es diez veces más rápido. Por eso, deberíamos estudiar las similitudes entre Gutenberg y Zuckerberg. De hecho, en el siglo XVI, los entusiastas de la imprenta decían que la imprenta solo traería progreso y felicidad. En el siglo XXI, los entusiastas de la tecnología dicen algo parecido de internet. Pero el impacto de las nuevas tecnologías conlleva importantes choques, tensiones, problemas, retos… La creación de una nueva red supone, también, polarización, difusión de noticias falsas, etc. Pero eso mismo sucedió cuando apareció la imprenta. La gran diferencia con el pasado es que antes no había tanta descentralización como ahora. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que la red está dominada por unas pocas plataformas, a las que, además, los usuarios les proporcionan gratis una cantidad astronómica de datos que luego usan esas mismas plataformas. También ahora resulta poco probable que una red social sea igualitaria, debido al distinto número de conexiones de unos y otros. Esta última perspectiva sirve para entender acontecimientos con el Brexit o el triunfo electoral de Trump, donde las redes sociales han demostrado ser instrumentos muy poderosos y permitieron a Trump, o a los promotores del Brexit, triunfar sobre las jerarquías dominantes porque buscaron apoyo en las redes. Esto cogió por sorpresa a las élites, a pesar de que, en 2008, se achacó el triunfo electoral de Barack Obama a su utilización de las redes sociales. Las cosas, sin embargo, no pueden dejarse como están, indica Ferguson, porque el 60% de los estadounidenses no leen periódicos, sino que se informan a través de Google o Facebook, lo que confiere a estas plataformas un poder sin precedentes en la historia. Esta situación acerca de la información, además, puede dar lugar a una profunda desestabilización de la democracia. Incluso, si se intenta gobernar el mundo a través de Facebook, rápidamente tendríamos otra Guerra de los Treinta Años.
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