Sociedad entre pandemias

Lorraine Daston, Jeffrey C. Alexander y Adam Tooze

La Fundación Rafael del Pino y la Fundación Gaspar Casal organizó, el 16 de junio de 2021, el diálogo en directo a través de www.frdelpino.es titulado «Sociedad entre pandemias» en el que intervendrán:

Lorraine Daston, Directora emérita del instituto Max Planck de historia de la Ciencia

Jeffrey C. Alexander, Catedrático de sociología en la Universidad de Yale

Adam Tooze, Catedrático de historia y director del European Institute en la Universidad de Columbia

Lino Camprubí, Investigador en la Universidad de Sevilla (moderador)

Resumen:

La Fundación Rafael del Pino, en colaboración con la Fundación Gaspar Casal, organizaron el 16 de junio de 2021 el diálogo titulado “Sociedad entre pandemias”, en el que participaron Lorraine Daston, directora emérita del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia; Jeffrey C. Alexander, catedrático de Sociología en la Universidad de Yale, y Adam Tooze, catedrático de Historia y director del European Institute en la Universidad de Columbia.

Para Lorrain Daston, las crisis, como la del Covid-19, son distintas de los desastres, como un terremoto, porque se perciben de forma distinta. La primera diferencia es que una crisis marca un punto de inflexión en los asuntos humanos. En segundo término, una crisis exige la adopción de decisiones, mientras que un desastre no. Que un desastre se transforme en una crisis no es cuestión de buena o mala suerte. Es cuestión de percepción, de si la sociedad percibe que lo que sucede puede afectar a la calidad de la vida, que puede ser un punto de inflexión y que no hay más remedio que tomar decisiones.

Sin información estadística no hubiera habido crisis del Covid-19. La muerte y el sufrimiento se dan constantemente en el mundo, pero no son crisis. Lo que hizo que este caso se convirtiera en una crisis no fue solo las víctimas, sino también la comparación entre regiones y países que permiten los datos estadísticos, para que todo el mundo viera como le afectaba. Todo el mundo se desayunaba con esta información. Los medios actualizaban las estadísticas en todo momento. Finalmente estaban los mapas, que permitían que todo el mundo supiera qué países iban bien y cuáles no.

Para recalcar este aspecto de la competencia nacional a la hora de gestionar la crisis, sabemos que la información que aparecía era de naciones, aunque carecía de sentido desde el punto de vista epidemiológico. El presentar la información de esta forma fue lo que transformó un desastre en una crisis. Los líderes tuvieron que responder y se les conminó a que actuaran, sabedores que se les estaba juzgando no solo en términos nacionales, sino en relación con sus iguales en el resto del mundo.

La estadística médica se utiliza desde el siglo XVI con la peste de Londres. Esto permitió que la crisis se transformara en una realidad y se tomaran decisiones como cerrar la ciudad, decretar la cuarentena de los hogares donde había habido contagio, o el enterramiento inmediato de los fallecidos por la enfermedad. Vemos también otra novedad, el diagnóstico de la crisis. La peste bubónica probablemente acabó con el 50% de la población a la que infectaba. Comparémoslo con una mortalidad de apenas el 1% del Covid-19. Habrá historiadores que duden de que esto ha sido una crisis, porque no se puede comparar con las pandemias que antes arrasaron el mundo. Esto no es lo importante. Lo importante es la percepción pública, que había variado. Esa percepción de lo que es aceptable y lo que no hace que algo sea o no una crisis.

Ante la crisis del Covid-19, los defensores de la austeridad fiscal autorizaron enormes cantidades de dinero, se interrumpió el tráfico aéreo y a la gente se le prohibió salir de casa. Esto fue apoyado por la población, lo que nos permite ver el cambio de percepción entre la sociedad.

Ya no se considera natural que una pandemia acabe en una mortalidad del 1%, aunque sean los ancianos, y los políticos ya no pueden decir que no se puede hacer nada. La responsabilidad ahora es mayor y las crisis exigen una respuesta política.

Una vez diagnosticada la crisis se pregunta quién hace qué. Los dirigentes políticos se vuelven hacia los expertos. Se vio en la peste de París respecto a sus causas. En la crisis actual hay que pensar en los políticos que hicieron ver que prestaban atención a los expertos y la comunidad internacional científica que permitió hacer el seguimiento necesario para conseguir las vacunas en tiempo récord. Quienes dudaban de la validez de las vacunas desparecieron. Los científicos tuvieron que compartir sus conocimientos.

¿Esto va a durar mucho tiempo? Debió de ser muy satisfactorio para los científicos que el publico les prestara atención, que hubiera mucho dinero para la investigación. Pero los más expuestos al público empezaron a ver que ser famoso no es tan maravilloso. Hubo que ver que para salvar vidas había que hacerlo a costa de la economía, con lo que los políticos pasaron la responsabilidad a los científicos. Descubrieron que la incertidumbre que implica la investigación científica podía entrar en el juego político, a favor de unos y otros. Como los periodistas se centraron en la incertidumbre, el público vio que los científicos no estaban de acuerdo entre sí.

Gran parte del público estaba confundido por el desacuerdo entre los científicos sobre las mascarillas, la transmisión, los fármacos y los dirigentes políticos supieron aprovechas estos desacuerdos, con lo que el público llegó a la conclusión de que el debate era político. Este planteamiento de incertidumbre se dio de bruces con la idea de que las verdades no estaban sujetas a una revisión constante en función de los últimos resultados. Los ciudadanos de países ricos que han bajado el umbral aceptable de riesgo por debajo del 1% han aprendido que la realidad es incierta de por sí.

Según Adam Tooze, no debemos dejarnos distraer por el debate actual sobre el origen de la crisis del Covid-19. No importa de dónde venga es algo que ya hemos visto en otras ocasiones. Sea un accidente o no, en 1986 hubo un caso parecido. Estos accidentes se pueden producir en América, en China, en Europa. Podemos pensar que es un evento inducido por humanos.

Lo que estamos haciendo es resumir la experiencia de los 70. Es una crisis que es evidente ahora, pero infravaloramos la necesidad de prepararnos para una crisis de este tipo. Hay algo en la sociedad moderna que nos hace infravalorar los riesgos. Estados Unidos y Reino Unido siempre presumen de que están preparados para todo, pero luego no es cierto. Pudo haber fallos en la administración Trump, pero no se dieron cuenta de que el riesgo iba a afectar a todos los países, no a unos países concretos, a los países en desarrollo. A finales de los 80 esto se llamó irresponsabilidad organizada. Como el neoliberlaismo es negar esa responsabilidad, hizo que fuera peor.

La concienciación del riesgo no ayuda si nos preocupamos de algo muy distinto de lo que está a punto de afectarnos. Había quien estaba preocupado del cambio climático porque no entendíamos las temporalidades de estos riesgos. Nos estábamos preparando para ello, pero no para el riesgo del Covid-19. El gobierno del Reino Unido tenía que preparar un plan para la próxima década para prepararse para el Brexit, el cambio climático y el Covid-19, como si no hubiera representado una crisis de proporciones más dramáticas que el cambio climático. No hay un cambio climático que pueda ser como lo que experimentamos el año pasado. Parece que eso no es suficiente como para que los políticos entiendan qué es estructural y qué no lo es.

Los que estudiaron estos temas antes de la crisis tampoco vieron el impacto que podía tener, no se imaginaron hasta qué punto no estábamos preparados. Se pensaba que los riegos iban a estar en los merados emergentes. Esta fantasía duró hasta marzo del año pasado, cuando Italia decidió cerrar el país. Se infravaloró el riesgo en todos los países del mundo. No se había previsto los problemas que esto iba a traer con la globalización.

Esto es una crisis económica provocada por nosotros. Cerró la India, no solo Alemania o Estados Unidos. La evidencia sugiere que fue una reacción defensiva de abajo arriba lo que hizo que hubiese confinamientos. Fue una reacción auto protectora de los hogares y los negocios.

Lo único que necesitábamos era una comunicación global que transmitiese los datos y el gobierno respondió decretando los confinamientos. La caída del PIB no es una pérdida económica, sino un ajuste de equilibrio.

El hecho de que tenemos que elegir es la definición misma de una crisis. Algunas decisiones representan un reto. Fueron terribles y algunos sistemas no eran lo suficientemente robustos para tomar esa decisión. Para la macroeconomía, la consecuencia de diferentes acciones tiene un efecto de difusión que va más allá de la decisión individual. En los mercados ya vimos cambios en febrero, antes del shock. Un problema de acción colectiva clásica, donde todo el mundo trata de salir por la puerta de emergencia, dando lugar a una crisis más profunda que en 2008. Los bancos centrales tuvieron que llevar a cabo grandes intervenciones para que no sucediera lo que en 2008. Cada semana compraban tantos activos como en un mes durante la crisis anterior. El sistema se estabilizó por diferentes intervenciones.

Para Jeffrey C. Alexander, lo que ha sucedido podría llamarse un trauma colectivo, que afecta a la sociedad en su totalidad, a las familias, regiones, países y de forma global. A medida que explota esta interpretación, hay un conflicto con la narrativa. Exactamente, ¿qué estaba sucediendo? ¿Quiénes eran los culpables? ¿Y las víctimas? ¿Qué hacer para que esto no vuelva a suceder? No se ha dado respuesta a estas preguntas, pero hay un debate en la sociedad. Tenemos que hablar también de la reforma de la sociedad, del futuro del liberalismo.

Si no se hubiera planteado este debate, Trump hubiera seguido siendo presidente. La victoria de Biden es el resultado de un proceso cultural que cambia Estados Unidos.

Murió mucha gente. Los conservadores han defendido que tampoco era para tanto. En otras palabras, era un planteamiento acerca de la realidad que se estaba tomando muy en serio. Pero la información estadística tiene que convertirse en un discurso que a unos gusta y a otros no. Un tema que enfebreció a la gente era si esto es un fracaso de la sociedad, si la sociedad está compuesta por egoístas. Surgieron héroes que se preocupan por los demás. Quiénes eran las víctimas es un planteamiento que da lugar a complicaciones. ¿Son personas individuales o estamos unidos todos como sociedad? Eso da lugar a plantear qué podemos hacer, cómo volver a construir la sociedad.

La idea sigue siendo que los chinos eran los culpables, pero se da otra narrativa de la izquierda apuntando a que el culpable es Trump, es el neoliberalismo. No es una crisis médica, sino de un sistema gubernamental que ha destruido la capacidad de respuesta. Esto da lugar a una serie de momentos de angustia existencial. ¿Estamos compitiendo unos con otros por los recursos o podemos trabajar juntos? ¿Qué pasa con las víctimas? ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos? Occidente lo afronta nuevamente como crisis de egoísmo.

Estos asuntos de solidaridad que afloran con el trauma nos permiten abrirnos. Varía mucho según en qué país estemos. Esto da lugar a la experiencia de la solidaridad y establece las bases para que el neoliberalismo pase al fondo. Hay que centrarse en la narrativa, quién es el sujeto, cuáles son las implicaciones para cada uno.

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