Hasta la llegada de la pandemia de COVID-19, pocos habían oído hablar del ácido ribonucleico (ARN) más allá de las clases de biología. Era un concepto que solamente tenía cabida en los libros de texto. Sin embargo, el desarrollo de las nuevas vacunas contra el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la COVID-19, puso a esta molécula en boca de todos: no sólo periodistas y políticos, sino también los investigadores, que pasaron a estudiar las posibilidades de estas vacunas en aplicaciones muy diferentes a las enfermedades infecciosas.
En el futuro, quizás podremos utilizar las vacunas de ARN para tratar patologías como el cáncer y enfermedades autoinmunes. También podrían resultar útiles en el desarrollo de tratamientos médicos personalizados, dado que la flexibilidad del ARN sintético permite que puedan adaptarse para atender necesidades específicas de cada paciente.
Nuevos actores innovadores
Hay que resolver desafíos que dificultan todavía la entrada de nuevos actores innovadores en este ámbito de las ciencias de la vida, desde la clarificación regulatoria hasta la cadena de suministro de materiales o la planificación de los modelos de asistencia por parte de los sistemas de salud, que necesariamente deben apostar más por la prevención y la visión a largo plazo.
El control de la información resulta, asimismo, clave para potenciar las vacunas basadas en las tecnologías de ARN mensajero. Debemos apoyar la investigación dotándonos de muestras amplias y representativas de datos. Probablemente la extensión de las nuevas técnicas requerirá de un nuevo mindset en la Administración, para que sea más abierta a los entornos colaborativos y a la revisión de los actuales modelos de gestión del tiempo, el presupuesto, los usuarios y los recursos.
La carrera de la investigación en vacunas no puede ser un campo abonado para el fracaso o la venta obligada de ideas a las grandes corporaciones farmacéuticas.