Decálogo del buen ciudadano: Ciudadanía e interés común en el siglo XXI

Lucía Méndez y Víctor Lapuente

La Fundación Rafael del Pino organizó, el 2 de febrero de 2021, el diálogo en directo a través de www.frdelpino.es titulado «Decálogo del buen ciudadano: Ciudadanía  e interés común en el siglo XXI» en el que participaron Lucía Méndez y Víctor Lapuente.

Lucía Méndez, Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Redactora jefe y columnista de EL MUNDO, periódico en el que trabaja desde su fundación. Antes en El Norte de Castilla, la cadena SER y Diario 16. Colaboradora y analista de Hoy por Hoy de la cadena Ser, Los Desayunos de TVE y de varios programas informativos de la Sexta. Autora de tres libros, «El poder es cosa de hombres», «Duelo de titanes» y «Morder la bala».

Víctor Lapuente, Catedrático en la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y profesor visitante en Esade (España). Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford (Reino Unido). Es columnista de ‘El País’ y colaborador de la Cadena SER. Es autor de ‘Organizando el Leviatán. Por qué el equilibrio entre políticos y burócratas mejora los gobiernos’ (Deusto, 2018) y ‘El retorno de los chamanes’ (Península, 2015).

Resumen:

El 2 de febrero de 2021, la Fundación Rafael del Pino organizó el diálogo online con Víctor Lapuente, Catedrático en la Universidad de Gotemburgo y profesor visitante en Esade, sobre el tema “Decálogo del buen ciudadano: Ciudadanía e interés común en el siglo XXI”, con motivo de la publicación del libro del mismo título del que es autor.

Según Víctor Lapuente, el problema que vivimos hoy en día es una borrachera de narcisismo, de individualismo, que lleva a que cada bando político (derecha e izquierda) acuse al otro de ser responsable de los problemas. La responsabilidad de lo que ha pasado en las últimas décadas, sin embargo, es conjunta, lo es tanto de la derecha como de la izquierda. La polarización que estamos viendo hoy en día tiene mucho que ver con el individualismo dominante en la sociedad, con los cambios que se han producido en la izquierda y en la derecha.

La derecha ha pasado de los políticos demócrata cristianos que construyeron Europa tras la Segunda Guerra Mundial a los políticos oportunistas de hoy que, en vez de enorgullecerse de construir lo público, lo hacen de no pagar impuestos, señala Lapuente. Hay muchos pensadores que dieron alas a este individualismo de la derecha.

Menos comentado es el individualismo de la izquierda, que observamos en todas las democracias occidentales a partir de la década de los sesenta. Por entonces, los pensadores progresistas defendían la idea de que la patria es una comunidad inacabada que nos exige sacrificios y deberes. Ahora la izquierda se limita a ofrecer derechos, sin que vengan acompañados de deberes.  Por tanto, la derecha «ha matado a Dios», que daba un código moral a los políticos de derechas, y la izquierda «ha matado a la patria», lo que ha generado ciudadanos que se sienten solos. Esto ha dado lugar a la paradoja de que, durante la pandemia, estamos viendo un amento del malestar social, a pesar de que estamos en el momento de mayor bienestar de la historia.

El momento en que la izquierda occidental deja de reclamar el servicio militar obligatorio y pedir esfuerzos por la patria, a causa de la guerra de Vietnam, coincide con la transición en España con lo que le resulta muy difícil enarbolar la idea de patria. Ahora, algunos países nórdicos están volviendo a pedir el sacrificio de chicos y chicas al llegar a la mayoría de edad, con el servicio militar y el servicio civil, pero en la izquierda española no se habla de eso, sino de las propuestas de Piketty de derechos de renta universal. Esa idea es rentable y da votos a corto plazo.

El problema de base es una verdad molesta e incomoda para muchos, que detectamos en las grandes obras de arte de la Humanidad, y es la idea de que el poder tiene un lado siniestro e invisible. Hay tener mucho cuidado con la tendencia humana a endiosarse, sobre todo de las personas que ocupan el poder. En algún momento de la historia, alguien inventa la idea de dios como antídoto contra ese endiosamiento de los humanos, de los líderes religiosos y políticos. El concepto sano de dios es que ningún individuo en la sociedad se crea un dios. Es la base de la democracia americana. Es fundamental ese gran igualador social, que permite que no haya nadie por encima de los demás. Las sociedades han avanzado cuando los individuos han compartido una creencia generalizada en una deidad o en una idea cívica como la patria.

Además, lo que nos diferencia a los seres humanos de los animales es que nosotros tenemos la necesidad innata de buscarle sentido a la vida. Si no la llenamos con un dios trascendente, buscamos cubrir esa necesidad en la política, con revoluciones como la francesa o el reciente asalto al Capitolio en Washington. Con ello, hemos convertido la lucha política en una lucha religiosa, en vez de ser un espacio pragmático, desacralizado. Por tanto, hemos de encontrar, a nivel individual, un ideal trascendental, para no vernos huérfanos de identidad y evitar dejarnos seducir por populistas o extremistas.

Dicen los psicólogos que hemos aumentado nuestro nivel de narcisismo en un 30%. Eso nos lo inculcan desde la escuela con la idea de empoderarnos. Eso tiene un reverso siniestro, que es que cuando no conseguimos lo que queremos, la culpa tiene que ser de otros, lo que fomenta el victimismo. Pero si nos salen bien los planes, entonces querremos más y más pensando en controlar cosas que están fuera de nuestro alcance, que solo dependen de nosotros parcialmente. Prestamos una atención desmesurada a estas metas y no nos concentramos en las cosas que podemos controlar, como las actitudes, capacidades o sentimientos. Hay cosas que no podemos controlar, como la salud, el dinero o el amor. El narcisismo nos lleva a dedicar cada vez más esfuerzos a esas cosas y nos lleva a la frustración.

En la crisis financiera internacional se hizo un buen diagnóstico, cuestionando el lema de que la avaricia es buena. Sin embargo, a la hora de resolver ese problema moral, nadie puso sobre la mesa la necesidad de transformarnos nosotros como individuos. Se habló de reformar las instituciones, pero esto no lleva a ningún sitio si no reinventamos el capitalismo. Podemos hacer mucho todos, los trabajadores y los ejecutivos, con medidas como la transparencia de los sueldos, que el ejecutivo máximo no cobre mas de doce veces el salario de un trabajador como en Suiza. Para abordar un problema tan complejo como la desigualdad necesitamos políticas, pero no conseguiremos nada si no se produce un cambio moral.

Desde postulados de derechas se critica el buenismo y desde la izquierda se tilda de «fachas» cuando alguien menciona determinados valores morales que son fundamentales. En otros países, sin embargo, están empezando a rescatar estas cosas. El desarrollo y el progreso depende de tener buenas instituciones, pero cada vez más voces discordantes indican que también depende de los valores. La importancia de una ética colectiva para impulsar a las sociedades es muy importante. Hay dos grupos de valores fundamentales: coraje y templanza, prudencia y justicia, estos cuatro valores que se compensan los unos a los otros, pero estos no son suficientes. También necesitamos la concurrencia de una serie de valores que asociamos con los valores cristianos, que son el amor, la fe y la esperanza. Para intentar mejorar como personas hay que conocer estas virtudes y equilibrarlas, pero necesitamos esta reflexión porque hoy en día las redes sociales lo que hacen es premiar lo contrario. Los algoritmos de las redes sociales nos atrapan continuamente, por lo que las redes sociales son catalizadoras de un problema más de fondo de valores, que tiene que ver con el individualismo. Nos están vendiendo lo que queremos, alimentando nuestros egos, nuestra adición por la fama. Las empresas de Silicon Valley lo están alimentado, pero el problema viene de fondo.

La decadencia no tiene por qué implicar un colapso de una civilización, sino que puede ser un proceso lento. Pero en los procesos de decadencia siempre está presente la corrupción moral, la avaricia, la lujuria, sobre todo de las élites dirigentes, con su falta de ejemplaridad, porque actúan como espejo en el que la sociedad se mira. Eso es lo preocupante, porque estamos en un proceso del que es difícil salir. Vemos como los políticos están buscando rascar el voto, atacando al rival de la manera más oportunista y amoral posible.

Si miramos los países occidentales, vemos una reacción dual en las ciudadanías. Unas han entendido bien las restricciones de los gobiernos y sienten que forman parte de la comunidad, con lo cual han aumentado los niveles de confianza en los gobiernos. Es el caso de Suecia y Holanda. En otros países, como España, ha ocurrido todo lo contrario. El problema de fondo es el individualismo y el narcisismo, que nos ha dejado huérfanos de identidad. En esa situación, la gente es presa fácil de los oportunistas políticos, porque alimentan su narcisismo. Eso ha contribuido a tribalizar las sociedades. La pandemia ha tenido lugar en sociedades más polarizadas, con lo que resulta mucho más difícil encontrar una solución. Un equivalente a los Pactos de la Moncloa es cada vez más inverosímil en la España de hoy en día.

Abraza la incertidumbre es una lección fundamental, desde los estoicos hasta Adam Smith y más adelante. Parece que el que uno no controle completamente su vida le debilita, pero en realidad le libera de esa enorme losa de tener que estar planificando nuestra vida constantemente. Entender que los planes no se cumplen, frustra, y, si se cumplen, frustra también porque queremos más. Con lo cual, hay que abrazar la incertidumbre.

Mucha gente abraza las nuevas tecnologías pensando que nos van a hacer mejores, pero no se dan cuenta de que perdemos la virtud de la interacción humana. Muchas ideas geniales tienen que ver con esa interacción. Los seres humanos somos seres sociales, lo que nos permite ser creativos si trabajamos en equipo. Eso es un reconocimiento de la fortaleza del ser humano en conjunto, pero también de que debemos ser humildes.

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