Conferencia Magistral Juergen B. Donges

Dinámica económica: es el momento para políticas racionales

La Fundación Rafael del Pino organizó, el 8 de mayo de 2018 , la Conferencia Magistral «Dinámica económica: es el momento para políticas racionales» que pronunciará Juergen B. Donges, Catedrático Emérito de la Universidad de Colonia (Alemania).

Juergen B. Donges es Catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Director del Instituto de Política Económica y del Otto Wolff Institute for Economic Studies, ambos en ubicados en Colonia.

El profesor Donges fue Vicepresidente del Instituto de Economía Mundial de Kiel y Presidente de la Comisión para la Desregulación de la Economía, creada por el Gobierno Federal alemán. Entre 1995 y 1997 fué miembro de la Comisión del Gobierno Federal alemán sobre la reforma del sector público y, posteriormente, Presidente del Consejo alemán de Expertos Económicos.

Juergen B. Donges es Asesor científico de varias instituciones y patrono de varias Fundaciones científicas y culturales, entre ellas la Fundación ICO, Madrid, académico correspondiente, para Alemania, de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, Barcelona. – Miembro de la Academia de Ciencias del Estado federado de Renania del Norte-Westfalia, Düsseldorf y consejero de la Fundación Rafael del Pino.

Resumen:

El 8 de mayo de 2018 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino la conferencia de Juergen B. Donges, catedrático emérito de la Universidad de Colonia, titulada “Dinámica económica: es el momento para políticas racionales”. Según Donges, estamos en un año crucial para el destino de la Unión Europea. Nos enfrentamos a unos cambios a nivel institucional de gran envergadura. Por ello, en 2018 hay que tomar las decisiones para todo lo que vaya a pasar en 2019. El año que viene hay que elegir un nuevo Parlamento Europeo, hay que nombrar una nueva Comisión Europea, un nuevo presidente, un nuevo economista jefe y un nuevo consejero del Banco Central Europeo. También hay que elegir un nuevo presidente de la UE. Al mismo tiempo está la necesidad de aprobar este año el próximo marco financiero plurianual 2012-2027, y hay que aprobarlo por unanimidad. El problema empieza con el Brexit, porque se va de la UE su segundo mayor financiador después de Alemania. Esto significa que hay un país menos y lo lógico sería que también hubiera menos gasto, pero lo que se pide, por el contrario, es más gasto y, por tanto, más contribuciones de los países miembros. Aquí hay dos posturas encontradas. Alemania y Francia, por un lado, dicen que están dispuestos a aumentar su contribución desde el 1% del PIB. España también. Por otro, está el grupo de pequeños países liderados por Holanda y Austria que tienen ideas totalmente distintas y piden bajar las contribuciones. Por ello, nos vamos a enfrentar a negociaciones muy duras y, mientras tanto, los comisarios europeos y los eurodiputados ni siquiera se preguntan si en un mundo de nuevas tecnologías es razonable que la política agrícola común siga siendo la partida más importante del presupuesto europeo. 2018 también es el año de la ventana de oportunidad para que la UE aborde todos los temas que tiene sobre la mesa. Los gobiernos también deberían utilizar esta ventana de oportunidad. ¿Por qué? Porque se está convirtiendo en algo normal entre los gobiernos que sea Bruselas donde se resuelvan todos los problemas, pero eso es una falacia porque los problemas son nacionales y tienen que ser abordados con políticas nacionales, por ejemplo, en el caso del paro. La tentación de cargar con todo a Bruselas es grande, pero el peligro también porque la Comisión Europea no puede hacer todo lo que se le pide, por falta de recursos o de competencias, o porque no puede resolverlo. La consecuencia es que el desencanto se abra paso en la sociedad y termine con el auge del populismo. Esta ventana de oportunidad viene en un buen momento porque estamos en un año de recuperación económica más fuerte de lo previsto, con unas políticas monetarias muy laxas y unas políticas fiscales relajadas. También tenemos riesgos, pero en 2018 todavía no se van a materializar. El ritmo de crecimiento económico es muy sólido y está bastante bien sincronizado entre los países, a excepción del Reino Unido, que va para abajo a causa del Brexit. Por otro lado, los países con crisis de deuda soberana, entre ellos España, se han recuperado con firmeza, con esfuerzos propios de ajuste y reformas estructurales. Aun así, la izquierda se resiste a reconocer que las reformas estructurales y el saneamiento de las cuentas públicas son necesarias para que una economía se recupere. Lo malo que tiene su mensaje de que todo va mal, el trabajo es precario, etc. es que la gente se lo cree. Las cuatro economías grandes de la Eurozona tienen un crecimiento importante, con España a la cabeza. En Alemania hay un boom coyuntural como no se ha visto desde la reunificación, con una utilización de la capacidad productiva del 88%, con una escasez de mano de obra cualificada, lo que terminará desacelerando el ritmo de actividad. Las otras tres grandes economías también están creciendo por encima de su potencial de producción. El gran reto es tener políticas que incrementen el potencial de crecimiento, en vez de estimular la demanda, mediante una inversión empresarial dinámica, un progreso tecnológico que abarque toda la economía, personas cualificadas y una inmigración guiada y selectiva que complemente la oferta de trabajo nacional. Necesitamos también una tasa de actividad más alta y que se prolongue la vida laboral más allá de los 65 años. Esas políticas se orientan hacia la oferta, la parte de la economía en la que se toman las decisiones de producción. Incluyen impuestos moderados, no crear nuevos impuestos; regulaciones eficientes; inversiones públicas que hagan falta de verdad; un gasto público limitado y la reducción de la deuda pública acumulada. Si hiciéramos esto tendríamos presupuestos saneados, sostenibles y sin necesidad de un presupuesto europeo para contrarrestar perturbaciones cíclicas. Además, hay que tener en cuenta que la efectividad de las políticas fiscales es muy limitada. El mercado de trabajo es una de las historias más agradables porque la creación de empleo es significativa y el paro se va reduciendo. Seguimos teniendo diferencias notables entre países, pero en todos ellos se ve una tendencia al alza en la creación de empleo. Esto es reflejo, en parte, de la recuperación económica, pero también es fruto de unas reformas estructurales que han introducido más flexibilidad en los mercados, hasta el punto que la elasticidad del empleo con relación al crecimiento económico ha aumentado. Por desgracia, lo que se está discutiendo en países como España es derogar las reformas. En Alemania, incluso, ya volvemos a regularlo, lo cual es un error porque en la era de la digitalización necesitamos más flexibilidad, no menos. El modelo de contratación del futuro ya no será el contrato indefinido y les irá mejor a los que tengan una buena cualificación profesional. Quien sepa aprovechar las nuevas tecnologías conseguirá buenos contratos con buenos sueldos. En este sentido, no es conveniente hablar del salario digno porque supone despertar la expectativa de que una persona podrá tener un salario mayor que lo que aporte a la empresa, lo que favorece la sustitución de trabajo por capital. Macron lo ha entendido y está tratando de desregular el mercado de trabajo francés, a lo que se oponen unos sindicatos que están muy politizados. La prioridad para esto son las políticas de educación. El criterio es tener políticas educativas que establezcan la base para que se cree empleo. Para ello necesitamos personas que manejen matemáticas, ciencias naturales e ingeniería. También necesitamos un entendimiento adecuado de la economía y eso hay que proporcionarlo en el colegio. El dominio de idiomas es esencial. Lo que no tiene ningún sentido es reprimir regionalmente la lengua nacional. También se necesita formación profesional continuada, porque con el cambio tecnológico puede quedar obsoleta. Los gobiernos tienen que asumir el liderazgo para que todo lo relacionado con la digitalización pueda aprovecharse, por ejemplo, con un ancho de banda suficiente. En materia de inflación, 2018 nos ha traído una buena noticia y es la desaparición del riesgo de deflación. En el futuro, la inflación será baja por la competencia que trae la globalización por las consecuencias del cambio tecnológico, por la competencia de trabajadores con sueldos bajos. Por eso, el BCE tendría que cambiar su política monetaria, porque la actual genera incentivos perversos en los mercados financieros e inmobiliarios, tiene un impacto adverso en los balances bancarios y estimula el endeudamiento público. El BCE cumplió su papel en la recesión y lo hizo bien. Dio tiempo a los países con sus programas de compra de deuda y unos, como España, lo han aprovechado y otros como Italia, no. Pero la política monetaria no puede sustituir a las reformas estructurales. Para cambiar la política monetaria, lo primero es preanunciar la ruta de lo que se va a hacer, para despejar incertidumbres. Lo siguiente es comenzar con la salida de la política monetaria extraordinaria, de forma gradual, empezando este año cuando en octubre venza el programa de compra de activos. El tercer paso es iniciar una subida gradual de tipos de interés a partir de 2019. El último sería descargar el balance del BCE de estos activos. Lo que no necesitamos un ministro de Finanzas europeo. Ningún estado miembro renunciará a su competencia reina, que es la aprobación de los presupuestos. Si se hacen bien las reformas estructurales, la economía funcionará. Esas reformas deberían hacerlas los gobiernos porque conocen mejor que cualquier institución europea los problemas de su propio país, su idiosincrasia. Si cada uno hace sus deberes, redundaría en beneficio de la Unión Europea en su conjunto.

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