Coronavirus y economía: grandes retos comunes
La Fundación Rafael del Pino organizó, el 20 de mayo de 2020, la conferencia Magistral en directo a través de www.frdelpino.es titulado «Coronavirus y economía: grandes retos comunes» que impartió Juergen B. Donges.
Juergen B. Donges es Catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Director del Instituto de Política Económica y del Otto Wolff Institute for Economic Studies, ambos en ubicados en Colonia.
El profesor Donges fue Vicepresidente del Instituto de Economía Mundial de Kiel y Presidente de la Comisión para la Desregulación de la Economía, creada por el Gobierno Federal alemán. Entre 1995 y 1997 fué miembro de la Comisión del Gobierno Federal alemán sobre la reforma del sector público y, posteriormente, Presidente del Consejo alemán de Expertos Económicos.
Juergen B. Donges es Asesor científico de varias instituciones y patrono de varias Fundaciones científicas y culturales, entre ellas la Fundación ICO, Madrid, académico correspondiente, para Alemania, de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, Barcelona. – Miembro de la Academia de Ciencias del Estado federado de Renania del Norte-Westfalia, Düsseldorf y consejero de la Fundación Rafael del Pino.
Resumen:
La Fundación Rafael del Pino organizó, el 20 de mayo de 2020, la conferencia de Juergen B. Donges, Catedrático Emérito de Ciencias Económicas y director del Instituto de Política Económica y del Otto Wolff Institute for Economic Studies, ambos en ubicados en Colonia, titulada “Coronavirus y economía: retos comunes e inusitados”. Donges señaló que la crisis económica actual, que tenemos a nivel nacional, europeo y global, eclipsa cualquier otra que hayamos conocido antes por su origen, su profundidad y la dificultad de prever cuando tocará fondo y se iniciará la recuperación. La crisis es completamente diferente a las anteriores porque no ha sido causada por fallos de política económica, sino por una pandemia que aún es difícil de atajar. Aunque en algunos países la curva empieza a ser favorable, la epidemia sigue vigente. Nadie sabe a ciencia cierta hasta cuándo durará y si puede llegar una nueva ola vírica antes de que dispongamos de un tratamiento eficaz o de una vacuna. En este contexto, los economistas piensan que las empresas y los trabajadores entran que convivir con el Covid-19 durante bastante tiempo. La pandemia ha generado dos shocks simultáneos: uno de oferta y otro de demanda. El shock de oferta consiste en que las cadenas de valor globales han quedado desarticuladas a causa de las medidas adoptadas de parar la actividad productiva y de las restricciones de importaciones y exportaciones de numerosos productos. En la UE, el Mercado Único ha quedado disuelto, mientras que en el mercado mundial ha aumentado el proteccionismo. El shock de demanda se debe a que las medias de las autoridades han restringido notablemente la movilidad de las personas. Esto ha repercutido adversamente en el gasto de las familias en consumo duradero, ocio y turismo. El tráfico aéreo, el marítimo y el ferroviario, se han quedado sin pasajeros. Ambos shocks ya están teniendo un impacto sobre la economía mundial en la primera mitad del año. Todas las economías avanzadas están en recesión, afrontan una quiebra de pymes y autónomos, hay sectores como las aerolíneas que luchan por su supervivencia, están produciéndose destrucciones masivas de empleo, está subiendo la deuda pública. Y lo que se ha perdido hasta ahora no se va a recuperar. El PIB global retrocederá en 2020 un 3%. En la Gran Recesión la caída fue del 1%. El comercio mundial se ha desplomado el 11%. La recesión es generalizada en todas las economías avanzadas. Para las economías emergentes se prevé un declive menor que en los países avanzados, con un descenso de la actividad hasta el 1%. Para China e India, las previsiones apuntan a un crecimiento moderado y muy por debajo de la media histórica. Para Brasil y México la perspectiva es de una fuerte contracción. Si se confirman estas previsiones del FMI, tendríamos una evolución de la coyuntura en forma de V. El supuesto es que la pandemia remitirá claramente a comienzos de verano y que no habrá rebrotes significativos, que entonces se podrán levantar las medidas sanitarias y que las medidas de política fiscal funcionen. En esto caso la recuperación se iniciaría en el segundo semestre y continuaría en 2020. Pero no hay ninguna garantía de que este escenario se cumpla. Las cosas pueden ir a peor. Un primer escenario, en este caso, sería un perfil cíclico en forma de U, con la base inferior más alargada si la pandemia perdura más tiempo con repuntes. Esto demoraría la recuperación hasta entrado 2021, con tasas de crecimiento muy bajas. España podría estar en este escenario. Segundo escenario se corresponde con un perfil cíclico en L, sin poder determinar la longitud de la base. Si se produjera una nueva oleada, se restringiría la actividad sin ver la luz al final del túnel. Esto sería un verdadero desastre para las empresas, los trabajadores, las arcas públicas y la seguridad social. La probabilidad de que el perfil de la crisis sea en V es del 60%, que sea en U es del 30% U, y que sea en L es del 10%. Pero todo está envuelto en una incertidumbre enorme. El perfil de la recuperación va a ser distinto según los países. El punto de arranque de la recuperación presentará complicaciones más o menos notables según las medidas adoptadas previamente. A los países que han paralizado toda la economía, como España o Italia, les costará un esfuerzo mayor que a los que han mantenido la producción, aunque a menor escala, como Alemania u Holanda. También influye el peso que tengan en el PIB los sectores golpeados fuertemente. De lo que se trata ahora es de conciliar objetivos sanitarios y económicos. Mientras no haya desaparecido el riego de contagio y no haya una vacuna eficaz, es correcto extremar las precauciones. Pero también es correcto iniciar la desescalada si la cifra de personas infectadas evoluciona favorablemente. Salvar vidas es muy importante, pero no es lo único en lo que hay que pensar. Los responsables políticos, por eso, van a tener que caminar sobre el filo de una navaja a la hora de ponderar dos objetivos: salvar vidas y salvar la economía como fuente de empleo y bienestar. Si solo se concentran en la pandemia, sometiendo por un tiempo indefinido a la ciudadana a restricciones en su movilidad, en sus actividades, pueden ocasionar grandes daños colaterales en forma de hambre, trastorno familiar, problemas de crecimiento de los niños, etc. Los gobiernos, no obstante, han tratado de responder de la mejor forma posible a este dilema. Hay que conciliar el reto sanitario y el económico. Respecto al sanitario, es crucial aprender las lecciones que ha dejado la actual fase del Covid-19. Necesitamos un sistema de alerta preventiva para todos los riesgos de alertas víricas nuevas para contenerla. Necesitamos una red amplia de laboratorios de diagnóstico clínico de alto nivel. Necesitamos una investigación médica intensa sobre enfermedades infecciosas, su tratamiento y cómo frenar su expansión. Necesitamos una reserva sanitaria adecuada en relación con plantillas, aparatos médicos, materiales de protección, camas en hospitales, test, … También es preciso un concepto de actuación política coherente, basado en evidencia científica, con datos fiables y objetivos, sin descargar en los expertos la responsabilidad de los gobiernos en la toma de decisiones. En caso de rebrote, hay que suspender inmediatamente los actuales procesos de desescalada e introducir medidas de contención del virus. Finalmente, es necesaria mucha claridad y transparencia para convencer a la ciudadanía de la necesidad de cumplir con las normas. Si no hay confianza en las instituciones, los llamamientos públicos a los ciudadanos serán inútiles. También sería aconsejable una coordinación firme entre autoridades europeas en vez de la toma de medidas unilaterales. El reto económico es un reto doble. Por un lado, hay que evitar un deterioro irreparable del tejido productivo, sin bloquea cambios estructurales que surjan por razones tecnológicas y de mercado. Por el otro, hay que recuperar la confianza de los agentes económicos para que la economía se reactive. En la política macroeconómica la lleve ahora está en la política fiscal. Los bancos centrales van a mantener una política monetaria ultra expansiva, de manera que las condiciones financieras seguirán siendo muy holgadas. Los gobiernos han hecho lo que tenían que hacer, que es proveer de liquidez urgentemente a empresas y autónomos. Se trata de evitar despidos y quiebras porque si se produjeran demasiadas quiebras habría efectos negativos sobre el sector bancario. Entre las medidas adoptada caben destacar unos subsidios a fondo perdido para frenar costes fijos, avales a créditos bancaros, reducción de cotizaciones, prestaciones públicas por despidos como los ERTEs, o el aplazamiento en el pago de impuestos. En líneas generales los gobiernos han actuado en esta dirección. Para la política fiscal será importante saber en qué ciclo nos vamos a mover. Si el perfil es una V, las medias adoptadas, junto con el funcionamiento de los estabilizadores automáticos, supone un apoyo de la actividad suficiente. No habría que hacer más, porque sería sobreactuar y resultaría contraproducente a medio plazo. Si el perfil es una U o una L, entonces se necesitaría un mayor apoyo fiscal. La forma más eficaz es mediante desgravaciones tributarias a las empresas, incluidas amortizaciones aceleradas, mediante la traslación de pérdidas a ejercicios anteriores en los que se hubieran producido beneficios y promoviendo inversiones publicas en educación, investigación sanidad y estructuras vitales. También hay que reducir los trámites para la creación de empresas. Con el consumo no está claro si necesitamos estímulos fiscales o no. La evidencia actual es que los comercios vuelven a atraer clientela. Por tanto, hay gasto de consumo. Pero también observamos una cierta timidez de los consumidores a la hora de incrementar el gasto en bienes duraderos. En este caso, sí caben estímulos fiscales, en particular una reducción temporal del IVA. Pero hay que tener cuidado con la concesión generosa de subsidios o aportaciones de capital a determinadas empresas. Estas ayudas son cuestionables. Además, apoyar a unos implica discriminar a todos los demás. Esto distorsiona la competencia, genera ineficiencias en la asignación de factores y, al final, el remedio puede ser peor que la enfermedad para la economía. Puede ser que los gobiernos necesiten también ayuda exterior. En Europa pueden acogerse a los mecanismos que ya tenemos, que están bien dotados y cuyas condiciones de acceso han sido relajadas: MEDE, fondos estructurales de cohesión y Banco Europeo de Inversión. Todo esto lo pueden aprovechar ya los gobiernos. Crear un fondo europeo de reestructuración duraría mucho tiempo y muchos países no estarían de acuerdo. Por eso tampoco hay necesidad de volver al tema de los eurobonos, porque hay tres problemas. Uno, reformar el tratado de la UE y suprimir la cláusula de bail out. Dos, significa mutualizar por ley la deuda pública, lo que crea efectos perversos porque los países no aplicarían políticas presupuestarias rigurosas y demorarían las reformas estructurales necesarias para el crecimiento económico. Tres, que los alemanes tengan que responsabilizarse de las deudas de otros países sin tener ninguna influencia sobre cómo y en que se usa la deuda es inaceptable. Otra cosa sería si todos los países renunciaran a su soberanía nacional en materia presupuestaria para trasladarla a instituciones de la Unión Europea. Pero en esto no se avanza porque los países no están dispuestos a desprenderse de su competencia reina. Con esta crisis aumentarán el déficit y el ratio de deuda sobre PIB. Tenemos dos escenarios diferentes. Hay países como Alemania, Austria u Holanda que tienen unas finanzas públicas equilibradas porque han hecho sus deberes en el pasado. Estos países tendrán más fácil asumir el creciente endeudamiento. Otros países, como España, que no han sabido o querido utilizar la bonanza económica para llevar a cabo una política fiscal más rigurosa, lo tendrán más difícil. Lo que sí hay que saber es que, de momento, desde las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, no hay ningún límite para aumentar el déficit y la deuda. Pero esto es temporal. Cuando la crisis se haya superado, los países tendrán que priorizar la consolidación presupuestaria porque es insostenible mantener niveles elevadísimos de deuda. Habrá que hacer ajustes económicos más o menos severos por el lado del gasto ineficiente e improductivo. Si conseguimos que el ritmo de crecimiento económico supere el tipo de interés, los ajustes serán más llevaderos. Hay otras cosas que también incidirán en este reto. Uno es la restitución del Mercado Único Europeo y del Acuerdo de Schengen. Una vez iniciada la desescalada, es una sinrazón perpetuar restricciones fronterizas que, a la postre, serían perjudiciales para todos. Dos tercios del comercio exterior de la UE son comercio intra europeo. Sin libertad absoluta de comercio y de movimiento de personas, una buena parte del potencial de crecimiento quedaría desaprovechada. El relanzamiento económico también requiere una acción empresarial. No es el momento de proponer la nacionalización de empresas y aprovechar la crisis actual para avanzar en el ideario de una ideología de extrema izquierda. Las empresas públicas no son rentables, resultan muy costosas para el contribuyente y frenan crecimiento. Tampoco es el momento de recortar la globalización económica y resucitar modelos de autarquía nacional. Empobrecerían la sociedad. La historia moderna revela que la libertad de la iniciativa privada expuesta a una competencia intensa en mercados nacionales y mundiales es la fuerza motriz de la innovación que, a su vez, impulsa el crecimiento económico y la creación de empleo. En la salida de esta crisis lo volverá a poner de manifiesto. El coronavirus puede a la postre convertirse en un acelerador de la digitalización. Ya hemos ensayado en los últimos meses las posibilidades de teletrabajo, videoconferencias, videoconsultas, enseñanza online, etc. En el futuro, las reuniones presenciales seguirán siendo importantes, pero las empresas y los jóvenes emprendedores no van a renunciar a la aplicación de esta tecnología. Las nuevas tecnologías eliminan la importancia del factor distancia. El futuro económico inmediato estará caracterizado por una economía pandemia. Pero con políticas adecuadas se podrá relanzar actividad e instalarla en una senda de crecimiento sostenido, aunque sea en un perfil más bajo que en los últimos años. Condición sine qua non es el retorno al Estado de Derecho, erosionado últimamente. Sin él, la economía no puede funcionar. Algunos países han recurrido a la declaración de estado de alarma, con lo que el Ejecutivo dispone de un poder absoluto y elude el control parlamentario. Eso es muy preocupante y tiene que acabar. Para el bien de la democracia y el buen funcionamiento de la economía es imprescindible que los líderes políticos resistan tentaciones totalitarias sin cortapisas.
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