El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales
La Fundación Rafael del Pino organizó, el 5 de septiembre, la Conferencia Magistral «El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales» que impartiró Francis Fukuyama con motivo con la publicación de su última obra de igual título editada por Deusto.
Francis Fukuyama es un ensayista, politólogo y pensador estadounidense, uno de los teóricos y escritores políticos más reconocidos y célebres del panorama internacional. En la actualidad es senior fellow en el Instituto Freeman Spogli de Estudios Internacionales de la Universidad de Stanford y dirige su Centro para la Democracia, el Desarrollo y el Estado de Derecho. Con anterioridad, fue profesor en la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales Avanzados, de la Universidad Johns Hopkins, y en la Escuela de Políticas Públicas de la Universidad George Mason. Además, entre otros cargos, Francis Fukuyama ha sido investigador en la Corporación RAND y subdirector de Planificación de Políticas del Departamento de Estado de Estados Unidos. Saltó a la fama por su libro El fin de la Historia y el último hombre en 1992, que se convirtió en un auténtico clásico contemporáneo y que ha sido traducido a más de 20 idiomas.
Resumen:
La Fundación Rafael del Pino organizó el 5 de septiembre de 2022 la conferencia magistral titulada “El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales”, que impartió Francis Fukuyama, senior Fellow en el Instituto Freeman Spogli de Estudios Internacionales de la Universidad de Stanford, con motivo con la publicación de su última obra de igual título editada por Deusto.
El término liberalismo tiene distintas connotaciones. En Estados Unidos hace referencia a políticas más hacia la izquierda, más igualdad, más distribución más presencia de la administración. En Europa es justo lo contrario. La gente está más interesada en el mercado, en los derechos de propiedad privada y en la limitación del tamaño de la administración pública. Ambas definiciones incluyen el liberalismo en términos más amplios, porque tiene que ver con varios conceptos. El primero es la universalidad de la naturaleza humana y, por tanto, la naturaleza universal de los derechos humanos. Los liberales creen que todos los seres humanos son iguales en su capacidad de tomar decisiones morales y los gobiernos están comprometidos a respetar esta autonomía concediendo derechos básicos. El liberalismo se ve avalado por el Estado de Derecho, el imperio de la ley. Los gobiernos no pueden intervenir en las decisiones vitales de los seres humanos: donde viven, qué creen, con quién se casan, el tipo de trabajo que hacen. La protección de la autonomía es esencial para un gobierno liberal. Si esos derechos están protegidos, aunque se trate de un gobierno conservador o socialdemócrata, eso es una sociedad liberal.
Lo que quiero defender es lo que defiendo como liberalismo clásico, porque ha sido distorsionado, interpretado de forma tal que ha dado lugar a ataques al liberalismo.
Hay tres razones por las que el liberalismo es superior en relación con la organización social. En primer lugar, el liberalismo es una forma que permite gobernar a sociedades diversas. Arranca a mediados del siglo XVII después de las guerras de religión europeas tras la Reforma protestante. La tercera parte de la población europea perdió la vida como consecuencia de estas guerras. Así es que los pensadores europeos consideraron que quizá se debería hacer algo con la política para no centrarse en una doctrina religiosa. La protección de la vida es lo importante y hay que estar de acuerdo con poder estar en desacuerdo con el fin último. Todo el mundo podrá creer en lo que quiera sin que nadie intervenga en ello. En los siglos XIX y XX ya no se discute sobre la religión, sino sobre el concepto de nación. Se habla de la identidad nacional, que plantea que un grupo es superior a otros grupos, lo que da lugar a las dos guerras mundiales. Al final de ellas, se reconoce de nuevo que es imprescindible un orden liberal mundial que respete la libertad de todos por igual, que intente reducir las distorsiones creadas por estas aseveraciones, que defienden de forma intolerante la identidad nacional. Así creamos el mundo que venimos disfrutando desde hace varias generaciones. Es un argumento muy pragmático que defiende la sociedad. Es mejor tratar a todo el mundo como individuos y de forma igual, que basar el sistema en la superioridad de un grupo concreto.
Lo segundo es el argumento moral. El liberalismo protege la dignidad humana, que se basa en la autonomía del ser humano. Cada uno de nosotros puede tomar decisiones morales. Esto encaja en la tradición judeocristiana. A diferencia del resto de especies, el ser humano entiende la diferencia entre el bien y el mal y puede optar por el bien, en vez del mal. Esta capacidad de tomar decisiones morales garantiza que cada uno de nosotros cuente con esa dignidad, es un fundamento para una sociedad liberal que respeta a los seres humanos por esta razón.
El tercer argumento tiene que ver con la economía. Entre los derechos que protege, las sociedades liberales protegen el derecho a la propiedad privada, al negocio, a la economía. Por eso, estas sociedades son de las más ricas del mundo por proteger el derecho a hacer negocios, por ejemplo, el Reino Unido o los Países Bajos. Otros países que se han enriquecido lo han hecho porque han adoptado estos principios, incluida China. China no es una sociedad liberal, pero sí lo es en la esfera económica. En 1978, Deng Xiao Ping estableció los derechos de propiedad. Los ciudadanos chinos pueden conservar los resultados de su trabajo y se enriquecen rápidamente. Aunque en términos políticos no es un país liberal, sí lo es en términos económicos. Si no fuera así, no se hubiera dado este crecimiento milagroso en China.
Pero hay desafíos a los que nos enfrentamos. Los ataques llegan tanto desde la derecha como desde la izquierda. Los ataques desde la derecha provienen de quienes defienden el nacionalismo frente al liberalismo, como Orban en Hungría, Modi en la India, Trump en Estados Unidos, los distintos lideres populistas como Salvini o Le Pen, que no defienden el imperio de la ley que limita al gobierno, sino un hombre fuerte que defienda al pueblo. A estos populistas se les elige, hacen suyo el mandato y no quieren aceptar ese límite, así es que socavan el sistema judicial, los medios independientes, la competencia política libre y la democracia misma. Esto se hace en nombre de la supuesta debilidad de las sociedades liberales, que no se remiten a un único principio para definir la sociedad.
En la India hay un régimen liberal creado en los años 40. Tiene diversas religiones, regiones, idiomas, castas. Es difícil ver como una sociedad tan diversa puede coexistir pacíficamente si no es en una sociedad liberal. Pero el BJP, el partido de Modi, intenta transformar esta identidad avanzando hacia el hinduismo. Así es que los doscientos millones de musulmanes de la India no forman parte de esa identidad nacional. Esto es lo que abona el terreno para la violencia. Orban ha definido la identidad nacional húngara a partir de la etnia húngara, excluyendo a quienes no pertenecen a ella. Esto permite comprender las ventajas de las que gozamos en una sociedad liberal.
La amenaza es que la sociedad liberal está en declive. Hubo una explosión en la década de los setenta que la fue propagando por todo el mundo, culminando con la caída del Muro de Berlín. Estas democracias que se remontan a principios de los 70 eran más de cien, pero desde principios del siglo XXI esto está en declive. Freedom House, que hace un seguimiento de la democracia en el mundo, lo define como recesión democrática, que, además, es cualitativa porque se da en las mayores democracias del mundo: Estados Unidos y la India, que han visto a lideres populistas elegidos.
También hay una amenaza que llega desde el populismo de izquierdas, porque las sociedades no están reduciendo las desigualades como les gustaría, ateniendo a los marginados. Quieren una administración más sólida que tampoco se vea limitada por el imperio de la ley. Ahora mismo, en Latinoamérica, hay el auge de líderes de izquierda, como Colombia o Chile, que han elegido a líderes de izquierda que defienden un papel creciente del gobierno para hacer frente a estas desigualdades. Dicen que el liberalismo está desfasado porque no avanza lo suficientemente rápido.
Esto pasa a causa de dos deformaciones del liberalismo, que se han dado en las dos últimas décadas, y que han resultado en respuestas negativas dadas a la derecha y a la izquierda. En la derecha hablaríamos del neoliberalismo, que no es sinónimo de capitalismo. No podemos pensar en una sociedad moderna sin propiedad privada. El neoliberalismo es una doctrina, que arraiga en las décadas de los ochenta y noventa, que idealiza al mercado como solución a prácticamente todos los dilemas públicos y ve al Estado como contrario al crecimiento. Ha habido muchas economías en los setenta que han tenido demasiada regulación, ha habido demasiadas empresas públicas que no eran eficientes. Así es que hubo una respuesta en la dirección contraria, a mi juicio excesiva, hacia la desregulación de los mercados. Parte de ello era necesario, pero en el sector financiero dio lugar a mucha inestabilidad económica a partir de los 90, cuando se aplicaron estas políticas. Esto culminó en la crisis de las hipotecas subprime en 2008, con otras muchas crisis financieras en Asia y en otras partes del mundo. Dio como resultado un mundo globalizado en la que la desigualdad crecía y lo hacía más rápidamente en los países más liberales. Esa desigualdad dio lugar a las políticas populistas a derecha e izquierda que hemos visto en los últimos años, porque muchos trabajadores en los países ricos no compartían esa prosperidad. Muchos de sus trabajos se desplazaron a los países asiáticos, causando muchos problemas a los países que habían adoptado esas políticas.
La otra deformación del liberalismo se ha producido en la izquierda progresista con la política identitaria. Hay diferentes tipos y formas de política identitaria, que son compatibles con el liberalismo como forma de movilizar a unas poblaciones que se han visto marginadas, como los afroamericanos, que pidieron fin a la segregación. Con ellos, la promesa de igualdad del liberalismo hasta ese momento no se había cumplido. Existe una política identitaria liberal que dice que la identidad con la que nace una persona, su raza, género, credo, orientación sexual es lo más importante de la persona, más importante de quién eres como individuo. El Estado va a tomar esa identidad como la forma en que va a tratar con la persona. Pero la política identitaria de izquierdas empieza a socavar el liberalismo. En Estados Unidos, lo WOKE ha creado una división muy importante en torno a quien hay que dar privilegios. ¿Hay que privilegiar a las personas que entran en esta categoría, o hay que hacerlo con los individuos caso por caso? Si no se expresa la opinión política progresista que se considera correcta, se puede perder el empleo, o verse criticado en las redes sociales. Con lo cual, tenemos un ataque contra el liberalismo de derechas y otro contra el de izquierdas.
En Estados Unidos, el ataque contra el liberalismo procedente de la derecha es más serio que el procedente de la izquierda. El ataque de la derecha ha llegado a tal punto que dice que Biden ha llegado a la presidencia mediante fraude electoral y se está preparando para darle la vuelta en las próximas elecciones si les dan la oportunidad de hacerlo. Ellos representan un peligro muy claro. El ataque de la izquierda es menos peligroso, es más a largo plazo, tiene que ver con si la persona se ve a sí misma como un individuo o como un miembro de un colectivo. Ese problema va a existir durante muchos años.
Hay otros temas que se vieron muy claramente durante la pandemia del Covid-19. Tienen que ver con nuestra capacidad cognitiva para afrontar los hechos, la información y la verdad. Una de las cosas del liberalismo clásico es un modo cognitivo que llamamos ciencias naturales modernas. Según esta forma de pensar, existe una realidad objetiva distinta de nuestras conciencias subjetivas. Podemos entender esa realidad mediante métodos experimentales y, por tanto, podemos manipular el mundo de fuera. Esto ha sentado la base para la manipulación tecnológica del mundo, que ha creado la riqueza de la que hoy disfrutamos. Pero ha habido una crítica a las ciencias naturales modernas, que empieza en la izquierda y se va desplazando hacia la derecha, que está socavando la base de nuestra capacidad de ponernos de acuerdos sobre informaciones y hechos básicos. Las palabras que utilizamos para hablar de la realidad conforman esa realidad, imponen nuestra visión subjetiva a lo que creemos que es un mundo objetivo. En muchos sentidos, da lugar a un relativismo, que no hay una realidad objetiva ahí fuera. Foucault sostiene que la ciencia natural moderna en sí no es objetiva para enfocar la realidad; más bien refleja los intereses de algunas élites ocultas que utilizan la ciencia para manipular a otros. Necesitan algo sutil para manipular y utilizan la ciencia para ello. Foucault lo llevó al extremo y empezó a argumentar que toda la ciencia natural reflejaba estos intereses. Si decimos que no hay una realidad objetiva y que todo es la proyección de los poderosos, de su visión y de sus intereses en el mundo, todo lo demás es una cuestión de política de poder. Entonces, ¿Por qué estar en el lado de los marginados? Porque eso está simplemente proyectando su poder.
Esa tendencia empezó en los ochenta y noventa, sobre todo en las universidades, pero ahora ha llegado a la extrema derecha. Todos los grupos de extrema derecha presentaron los mismos argumentos durante la pandemia del Covid-19. Que las autoridades sanitarias que dicen que la población se vacune, utilice las mascarillas, mantenga la distancia social, son científicos, pero, de hecho, están actuando en interés de élites ocultas que quieren ejercer el poder sobre la gente. Así es que la idea que empieza en la extrema izquierda, ahora se ha desplazado a la extrema derecha. Esto es peligroso porque si en una sociedad liberal no podemos ponernos de acuerdo en información básica, empírica, esa sociedad tiene un gran problema porque no podrá deliberar de forma racional y llegar a decisiones comunes.
Con la idea de nación los liberales tienen un problema, porque creen en la universalidad de los derechos humanos. Los derechos humanos tienen que respetarse en cualquier parte del mundo. Pero el mundo está dividido en estados naciones con unas jurisdicciones limitadas. Para muchos liberales esto es un problema porque los derechos no significan nada a menos que se puedan cumplir, y quienes hacen que se cumplan son los estados con sus monopolios del poder, que pueden hacer que la gente disfrute de sus derechos porque tiene un poder coercitivo para obligar a la sociedad a respetar los derechos de sus compatriotas. Pero los estados no tienen el poder de defender los derechos en todo el mundo; solo pueden hacerlo dentro de sus fronteras. Por ese motivo es muy importante que nos organicemos en naciones. La Unión Europea es un intento de ir más allá, pero no ha conseguido su propósito porque no hay un ejército o una policía de la Unión Europea que pueda castigar la violación de derechos en un Estado miembro. Estamos menos dispuestos a expresar la solidaridad cuanto más grande sea el grupo, pero la nación seguramente es el grupo más grande al que debemos una solidaridad, que es importante para la cohesión social, para la capacidad de tomar decisiones colectivas. Por eso es difícil eliminar la identidad nacional como un factor importantísimo que hace que el liberalismo sea posible. Pero ese sentido de identidad nacional tiene que ser liberal, porque si se basa en una característica como la raza, que excluye a parte de la población, entonces no va a ser la base para la acción colectiva; lo será para la exclusión y para el dominio de un grupo sobre otro. Lo que necesitamos es una identidad colectiva liberal, que refleje los valores comunes, la autonomía y la igualdad de los seres humanos.
En las dos últimas generaciones, en Europa y Norteamérica hemos vivido en sociedades prósperas y pacíficas. Lo eran porque aceptaban el orden liberal internacional. Pero no todo el mundo lo ha aceptado. Además de los populistas, tenemos a Rusia y a China, que no lo han aceptado y lo pueden desafiar. El 24 de febrero vimos el ataque de Rusia contra un país que es una sociedad liberal, Ucrania. Desde 2014, Ucrania estaba luchando entre una democracia liberal y un estado totalitario. El objetivo ruso en esta guerra es eliminar la posibilidad de que una nación eslava pueda ser una democracia de éxito. Ese es el verdadero desafío que suponía Ucrania. Está en juego esa libertad y todo el orden europeo que surgió tras la caída del muro de Berlín. Eso es lo que está en juego en esta guerra. En ese sentido, los ucranianos están luchando por su propia libertad, pero también en nombre de todos nosotros. Si Putin se sale con la suya y se hace con el control de toda o de parte de Ucrania, socavando un estado viable, esto tendrá consecuencias. Los demás lideres autoritarios están prestando atención y van a aprender sobre la firmeza del apoyo del mundo democrático a esta nación democrática que han tratado de romper a través de desinformación, de armas o de otras herramientas. Soy bastante optimista acerca de la capacidad de los ucranianos de para a Rusia y vencerla, o de hacer que salgan de muchas regiones que han ocupado.
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