Diálogo online «Camino a la utopía. Una historia económica del siglo XX»

Bradford DeLong y Eduardo Dávila

La Fundación Rafael del Pino organizó el 23 de marzo de 2022, el diálogo online «Camino a la utopía. Una historia económica del siglo XX» en el que participaron James Bradford DeLong y Eduardo Dávila que fue retransmitido a través de www.frdelpino.es/canalfrp.

J. Bradford Delong es Catedrático de economía en la Universidad de California en Berkeley, investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigación Económica y miembro del Instituto para un Nuevo Pensamiento Económico. Doctor en Economía por la Universidad de Harvard, sus campos de trabajo son la historia económica, la macroeconomía, el crecimiento económico y las finanzas. DeLong ha servido como Secretario General Adjunto del Departamento del Tesoro en la Administración Clinton, y ha sido investigador visitante en el Banco de la Reserva Federal de San Francisco. Junto con Joseph Stiglitz y Aaron Edlin, DeLong es coeditor de The Economists’ Voice y fue también coeditor de la prestigiosa Revista de Perspectivas Económicas. Según la clasificación de economistas por los Trabajos de Investigación en Economía de 2016, DeLong es el 740 economista vivo más influyente del mundo. Tiene una newsletter en la que analiza la actualidad económica y política, y colabora con una columna mensual en Project Syndicate.

Eduardo Dávila es profesor adjunto de Economía en la Universidad de Yale y Faculty Research Fellow en el NBER y miembro de la Asociación de Becarios de Excelencia de la Fundación Rafael del Pino. Antes de incorporarse a Yale en 2018, fue profesor adjunto de Finanzas en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York. Fue galardonado con el premio Top Finance Graduate en 2014. Sus intereses de investigación se sitúan en la intersección de la economía financiera y la macroeconomía, con énfasis en cuestiones normativas. Entre otros temas, ha estudiado recientemente las implicaciones para el bienestar de las externalidades pecuniarias, la determinación óptima de los impuestos sobre las transacciones financieras y los impuestos de sociedades, el diseño óptimo de las exenciones por quiebra personal y los sistemas de seguro de depósitos, los costes de bienestar de las violaciones de arbitraje, la determinación óptima de la política monetaria óptima en entornos con una rica heterogeneidad individual, y diferentes aspectos de cómo los mercados financieros agregan información. Es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y tiene un máster y un doctorado en Economía por la Universidad de Harvard.

Resumen:

El 23 de marzo de 2023, la Fundación Rafael del Pino organizó la conferencia online de J. Bradford Delong, catedrático de economía en la Universidad de California en Berkeley, titulada “Camino a la utopía. Una historia económica del siglo XX”, con motivo de la publicación de su libro del mismo nombre.

Antes de 1870, mucha gente vivía la misma vida de penalidades que las generaciones anteriores sin que el nivel de vida mejorase, excepto para las élites, porque había una presión malthusiana. Los esfuerzos, cuando había recursos adicionales se dedicaban a sacar adelante a un hijo. La tecnología no incrementó los niveles nutricionales.

En 1870 el ser humano medio vive casi en pobreza extrema y dedica la mitad de los recursos a conseguir 2.000 calorías diarias y casi el resto a tener un lugar en el que protegerse de las inclemencias del tiempo. Las élites, a su vez, llevaban a cabo un juego de poder para quedarse con todo lo que pudieran. Esta es la situación hasta 1870.

Después cambia todo. Las invenciones tecnológicas se disparan, se puede manipular la naturaleza y esto se duplica con cada generación. Tenemos una economía cada vez más productiva. La humanidad puede contar con una tarta económica más grande para que a todo el mundo le toque más y ahora tenemos una riqueza muy superior a la que nadie pudo imaginar antes, con lo que tenemos una sociedad utópica. Pero a pesar de que ya tenemos esta tarta tan grande, nuestros antecesores nos mirarían mal y nos preguntarían por qué no hemos repartido mejor esta tarta, por qué no hemos distribuido la tarta de forma equitativa para que las personas se sientan seguras y gocen de buena salud. No hemos sabido reasignar nuestra riqueza. Esta es la historia del siglo XX.

La globalización implica que solo hay una narrativa después de 1870. Vemos una evolución no de forma aislada, pero las cosas que suceden en otras partes tienen un impacto mínimo en otras partes del mundo. Pero a partir de 1879 esto cambia. Pensemos en Brasil. Su sociedad se vio transformada a finales del siglo XIX porque los ingleses se llevaron las plantas de caucho de Brasil y las trasplantaron a Asia, donde capital y maquinaria inglesa y trabajadores chinos, cosecharon el caucho y consiguieron plantaciones que eran tres veces más productivas que las de Brasil porque dejaron atrás las plagas de Brasil y los chinos cobraban la mitad que los brasileños. Así es que la mitad de la exportación de Brasil cambió. La electricidad, el motor de combustión interna necesitaban caucho. Todo cambió porque unos financieros a 10.000 kilómetros de distancia tomaron la decisión de producir en Malasia.

Luego llega la cornucopia tecnológica, que es el resultado de tener la ciencia moderna, los experimentos. Pero esto no consigue lo suficiente hasta 1870, cuando conseguimos los laboratorios industriales, que revolucionan el descubrimiento de nuevas tecnologías. Pero eso no basta. También nos llega la cooperación moderna que coge los resultados de los laboratorios modernos y los despliega por todo el mundo a través de las fábricas en todo el mundo. La globalización, que crea también el mundo de la comunicación y del transporte en el que es fácil y rápido saber qué esta pasando en otras partes del mundo, también procede de la tecnología. Esto es lo que hace que cada nueva generación que pasa vea una nueva economía. Por vez primera en la historia es poco probable que trabajemos en lo mismo que nuestros abuelos porque tenemos una nueva economía. Así es que tenemos que volver a escribir el software político, económico y social para enfrentarnos al hecho de que ahora la realidad es completamente distinta, es una economía basada en tecnología y en máquinas.

Hacer esto una generación tras otra es mucho más de lo que la humanidad puede hacer a título colectivo sin que todo se venga abajo. Y eso pasa a pequeña escala, a gran escala, y cada vez que se cae todo intentamos levantarnos y ver cómo podemos seguir avanzando porque tenemos una productividad impresionante. Pero, aprovecharlo, resulta muy difícil. Si yo estuviera en el Kremlin y hubiera dicho que hay que convencer a los ucranianos de que no son otro país sino parte de Rusia, gastarían dinero en actividades culturales para convencerlos, no mandaría tanque ni robots asesinos. Pero el mundo es el de los tanques y los robots asesinos.

La tecnología nos ha ayudado a desarrollarnos rápidamente, pero nos supera a la hora de afrontar las consecuencias sociales. Si miramos hacia el futuro, muchos economistas dicen que la economía va a crecer más despacio y va a haber que dedicar recursos a afrontar los problemas del calentamiento global. Será más fácil llegar a acuerdos en este sentido cuando hay riqueza sobrante que puede distribuirse.

Mi tatarabuela, a quien conocí cuando era muy pequeño, nació en 1877. Era muy acomodada y obtuvo una licenciatura por el colegio de mujeres de Cambridge. Cuando mi madre estaba embarazada de mí, la preguntó si había perdido un diente durante el embarazo porque en su mundo se daba por supuesto que faltaba tanto calcio que incluso las mujeres de clases más acomodadas perderían un diente o dos porque el bebé estaría consumiendo ese calcio. Si una de cada siete mujeres muere por el parto, uno de cada dos hijos no llega a los cinco años, si ves que pasas hambre y no hay recursos para cosechas y para comer, era la vida típica desde que apareció la agricultura hasta 1870. Pero no es la experiencia que tenemos hoy, excepto los cuatrocientos millones de personas que viven en la pobreza.

Imaginemos una sociedad feudal en el año 1000. En el 1700 la tecnología ha avanzado y hay una sociedad imperial comercial. Pero los gobiernos ya no se tienen que basar en personas que han prestado juramento para conseguir soldados o marineros. Isabel la Católica puede cobrar impuestos a los ganaderos de la Mesta y contratar a un marinero de Génova, hacerse con conocimientos portugueses para conseguir los barcos necesarios, consigue hidalgos y los manda a Occidente a ver qué sucede porque a lo mejor Cristóbal Colón tenía razón y resultó que se topó con un continente. Esto no es algo que un dirigente europeo anterior hubiera podido hacer porque había que conseguir personas con habilidades de seis o siete sitios distintos en vez de depender de tu jerarquía feudal. Así que estas sociedades comerciales son muy distintas y van evolucionando con el gobierno absolutista, la democracia, la economía de mercado, la idea de que las personas son productores independientes. Hay setecientos años para el ajuste, que se consigue, aunque no fácilmente. Esto da lugar a las ideas del liberalismo clásico. Lo que queda de lo feudal en el gobierno son obstáculos al progreso. Necesitamos un estado más pequeño, liberar al comercio y las personas van a hacer lo que tengan que hacer, nos distanciaremos de los gobiernos absolutistas para tener otros que garanticen la propiedad. Esta es la orientación. Así llegamos a 1870-1914, tras la aparición de la corporación moderna.

A partir de 1870 se avanza más en el bienestar humano, en el nivel de vida, que nunca antes. Pero, aún así, este sistema político económico heredado de la sociedad imperial encaja cada vez peor a partir de 1914 y vamos viendo reacciones distintas a través de los pueblos. Los agricultores alemanes estaban acostumbrados a vender el trigo a Hamburgo pero, de repente, se encuentran con que el trigo que llega de América o de Rusia es más barato, así que empiezan a pensar que el mundo y el mercado mundial es su enemigo y su solución es que Alemania se convierta en un país que pueda dominar la economía mundial. De pronto, la política alemana se convierte en hacerse con el carbón y el hierro de los franceses. para demostrarles que no son los más poderosos de Europa, y en colonizar y explotar Rusia. Así, tras cincuenta años en los que había habido menos guerras y nos habíamos centrado en el desarrollo, se convierte en una situación en la que los políticos dicen que ahora van a luchar por la supervivencia de la nación, porque es lo que corresponde, y las cosas se descomponen. Después de 1919, intentan recomponerlo todo, pero fracasan estrepitosamente.

Todo se hubiera podido recomponer si hubiera habido lo que había antes de 1914 o después de 1945. Es decir, una potencia que dominaba, para la que gestionar la economía del mundo era de su incumbencia porque era tan grande que ningún otro país podía planteárselo. Pero después de 1918, Gran Bretaña ya no tiene ese poder y Estados Unidos no tenía ganas ni el poder de hacerlo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Así es que los intentos de reconstruir la economía no cuajan. A pesar de todo, sigue habiendo tecnología que cambia, se da la disrupción, pero no hay una riqueza creciente, lo que hace que la gente se enfade y se pase al fascismo, al comunismo, al nacionalismo, se vuelve ultracatólica. En fin, hay muchos movimientos distintos, pero todos dicen que hay que reformar la sociedad totalmente según este plan, porque si la economía de mercado nos sigue gobernando esto no va a funcionar. Quizá nunca funcionó, quizá siempre fue algo que nos inventamos, un espejismo. Esto es lo que se da desde 1914 en adelante.

En 1933 tenemos mucha suerte porque Franklin D. Roosevelt es elegido presidente de Estados Unidos. Es una persona muy pragmática que dice que hay que hacer algo e intenta todo. Si entrabas en el despacho oval con una idea plausible, acabas saliendo de allí con una agenda y el dinero para hacer algo. Hay que gastar dinero para que la economía se mueva, a la keynesiana. Hay dar un subsidio de desempleo. Roosevelt intenta todo y refuerza lo que tiene éxito. Cuando fallece, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, hay un plan cuajado, que es una economía de mercado junto con un estado que garantiza una protección social, con un sistema impositivo avanzado y con muchos deseos de desarrollar el progreso. Esto parece que funciona perfectamente durante treinta años después de la Segunda Guerra Mundial. Esto es muy importante porque tenías que encajar con el sistema si querías recibir ayudas del Plan Marshall. Estados Unidos quería conseguir el pleno empleo y un crecimiento rápido a nivel mundial porque era necesario para ganar la Guerra Fría y porque si la Guerra Fría se tornaba caliente, se daría en Alemania, no en Estados Unidos. En perspectiva es un tiempo maravilloso en el que casi lo conseguimos.

El sistema se vino abajo porque falló en la prueba de sostenibilidad y porque ahora mismo no contamos con esas industrias con grandes economías escalas y con los obreros que teníamos tras la Segunda Guerra Mundial. Ahora esto es distinto. Ahora nos basamos en la info biotecnología y el orden del New Deal necesitaba esa industria de fábrica y obreros. Es inútil intentar recuperar ahora lo que desapareció hace dos generaciones. Igual que sucedió en los años 1920, que querían recomponer el marco que habían heredado de una sociedad imperialista comercial.

No podemos volver al orden anterior, no tenemos las grandes industrias, no hay sindicatos, no tenemos los vínculos sociales. La semana pasada, el Silicon Valley Bank estaba infra capitalizado, con pérdidas en su cartera de bonos muy superior a lo que debería haber sido. Si estamos dispuestos a ser pacientes, el SVB no ha quebrado porque el valor al vencimiento de los bonos del Tesoro es el nominal. Si hubiéramos contando con el instrumento que lanzó la Reserva Federal, nos hubiera dado igual porque el SVB podría haber dado a todo el mundo su dinero. Los barones financieros que trabajaban con el SVB desde hace cuarenta años podrían haber dicho que el gobierno estadounidense podría ayudar y ellos podrían haber comprado algunas acciones, apoyarle porque forma parte de la comunidad, que es muy productiva. Pero no lo dijeron. Dijeron nos vamos todos y se fueron. El lunes por la mañana se les veía en pánico. Además, mostraron que todas las posibles contrapartes no están comprometidas a largo plazo. Es una lección muy interesante acerca de un sistema económico que no cuenta con una comunidad que cree en los intereses comunes, no hay una solidaridad para poder cooperar y avanzar. Esta erosión de la confianza es una razón por la que podemos ver con temor al futuro.

Hayek dice que las burocracias son ineficientes, los sistemas de planificación son peores y lo que necesitamos es que toda la humanidad piense para resolver los problemas. Y lo que necesitamos es ver los precios de mercado para que encajen con lo necesario, para que el mercado cuente con los soportes necesarios. Que las personas se sientan responsables y que las decisiones las tomen personas que tienen información y que tienen esa sensación de ser dueños para tomar decisiones sin tener que depender de un burócrata que no sabe lo que sucede. La economía de mercado quizá es la forma de conseguir lo que necesitamos y la necesitamos, sin duda. Pero Hayek dice que no es justo porque da a las personas que están a las personas que están en el momento y en el lugar, pero da poco a los demás. Hayek también dice que, aunque no es justo, si intentamos retocarlo se va a venir abajo.

Karl Polanyi dice que la economía de mercado es una utopía lúgubre. Las únicas personas a quienes ve son los ricos, porque son los únicos que pueden pagar. Por tanto, los únicos derechos que reconoce son los de propiedad. Pero las personas no van a soportar una sociedad en la que los únicos derechos vindicados sean los de propiedad. Así es que, si empujamos demasiado, la sociedad va a explotar. Y no es que Polanyi tenga mucha seguridad en cuál es la seguridad de la asignación de derechos. Desearía que la economía de mercado estuviera imbricada en una sociedad en la que las personas cuidasen a los demás. Lo que hace Polanyi, básicamente, es avisarnos de que, si empujamos demasiado, la sociedad rompe la economía de mercado y luego tenemos que recoger los trozos. De hecho, la mayor parte de la economía política intenta recomponer el marco institucional para hacer frente a la tecnología cambiante.

Lo que hace Keynes es gimotear diciendo que hay que dejar a sus alumnos que gestionen la demanda agregada porque podríamos conseguir el pleno empleo, una buena distribución de ingresos, porque estas políticas van a impulsar la economía y los ricos solo van a poder conseguir sus ingresos gastando su capital. Keynes, básicamente, tenía razón, pero también se equivocó porque estos quince años de tipos de interés bajos han sido tiempos de incremento de la desigualdad económica. Keynes no lo previó. Además, el keynesianismo exige expectativas de estabilidad que quedan socavadas, que es el problema de la Reserva Federal hoy.

El ordenador personal multiplicó por cinco la productividad de los trabajadores de cuello blanco, pero también la cantidad de cosas que tenías que resolver. Los particulares son mucho más productivos: pueden producir videos, pueden escribir. Pero hay que ser mucho más selectivo. Luego internet, el móvil que lleva a estar todo el tiempo conectado a ver qué hacen los amigos. Esto es lo que antes hacían las niñas adolescentes, que se agarraban al teléfono en los años 70 y 80 charlando con sus amigas. Esta transformación son cosas fantásticas. La inteligencia artificial es autocompletar. ChatGPT no es una mentira, pero no es pensar. Completa algo muy complicado, puede completar una selección de libros en tanto en cuanto la información de internet es bastante buena y eso no es cierto ni por asomo. Podemos ver de dónde consigue la información, pero no acaba de cuajar.

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