Conferencia Magistral online Daron Acemoglu

Poder y progreso. La lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad

La Fundación Rafael del Pino organizaron, el día 12 de febrero de 2024, la Conferencia Magistral online «Poder y progreso. La lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad» que impartirán Daron Acemoglu con motivo de la presentación de su último libro de igual título, editada por Deusto. El diálogo fue retransmitido a través del canal frp de la Fundación.

Daron Acemoglu es catedrático de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Ha publicado artículos en revistas de prestigio internacional y es uno de los diez economistas más citados en el mundo según IDEAS/RePEc. Es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias, de la Asociación Económica Europea y de la Econometric Society. Fue galardonado en 2016 con el Premio Fronteras del Conocimiento BBVA de Economía, Finanzas y Gestión de Empresas por sus aportaciones fundamentales a la economía del crecimiento y el desarrollo. 

Resumen:

El 12 d febrero de 2024, la Fundación Rafael del Pino organizó la conferencia online “Poder y progreso. La lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad”, a cargo de Daron Acemoglu, catedrático de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), con motivo de la publicación de su libro con el mismo título en la editorial Deusto.

Cuando se trata de nuevas tecnologías, los economistas consideran que se trata de grandes puertas de mercado que van a dar lugar a nuevas tendencias. Las sociedades van a beneficiarse, sobre todo en el mercado laboral, donde se van a conseguir mayores salarios. Si este vínculo para el mercado laboral dejara de existir, no seríamos tan optimistas respecto de las implicaciones de la tecnología. Hoy estamos a punto de ver estos grandes cambios y hay que replantearse esta teoría.

En primer lugar, hay que criticar la idea de que los trabajadores van a beneficiarse de estas nuevas tecnologías. Esto se basa en supuestos que, a veces, no ocurren. Uno de ellos es que, cuando se produce un aumento de la productividad, esto va a beneficiar a los trabajadores, las empresas tendrán que contratar más y subirán los sueldos. Pero esto no tiene por qué ser así. Por ejemplo, cuando en la Edad Media se introdujeron los molinos, que multiplicaron por diez la productividad; o la desgranadora de Whitney, que se introdujo en el sur de Estados Unidos. En el caso de los molinos, la aristocracia y el clero cosecharon los beneficios, mientras la mayor parte de la población se vio encerrada en la servidumbre. A los esclavos negros les fue peor con la desgranadora de algodón. La razón es sencilla. Estábamos en un mundo en el que no había competencia y los trabajadores carecían de poder porque el poder estaba en manos de las élites. Si esto no funciona, no habrá ventajas para los trabajadores.

Nuestra prosperidad actual arranca en la revolución industrial. Es un proceso en el que se suceden una serie de cambios tecnológicos, en un entorno institucional que no era ni el esclavismo, ni la servidumbre, pero era un entorno más complejo. A los trabajadores no les iba a ir mejor si los empresarios tenían más poder, pero el sistema de fábricas se utilizó de una forma concreta. Es muy distinto utilizar la tecnología pensando en el trabajador, para que sea más productivo, que sustituir al trabajador por lo automatizado. La automatización es una opción para la revolución industrial y fue lo que se planteó al principio. La maquinaria empieza desplazando a los trabajadores. Las empresas ganaron más dinero, pero los trabajadores no pudieron aprovecharla. Los tejedores vieron caer sus ingresos al ser desplazados por las máquinas. Las condicionales laborales de la mano de obra no cualificada son mucho peores que las de los tejedores, los salarios son bajos y todo encaja en un sistema más amplio en el que el empresario puede monitorizar al trabajador. Las condiciones de vida también son terribles, pandemias, contaminación, la esperanza de vida se desploma en algunas partes de Inglaterra. Pero también se establecen los cimientos de nuestra vida actual muy cómoda.

Las tecnologías digitales y la inteligencia artificial ofrecen oportunidades y desafíos y debemos tener claro que vamos a tener que hacer que esto funcione. No vamos a tener una opción triunfadora que garantice que todo el mundo va a estar mejor.

Estos temas son interesantes, pero no solo en términos históricos, sino porque los tiempos modernos no son tan distintos a los pasados. Hay ciertas tensiones en el mercado laboral que son llamativas, en Estados Unidos, sobre todo, pero no solo allí.

En el mercado laboral hay diez grupos: hombres, mujeres, con formación universitaria de distintos tipos, etc. En los años 60 vemos un patrón de prosperidad compartida. Los distintos grupos demográficos muestran un patrón similar en términos salariales. Es un periodo en el que la economía mejora para todos los grupos, los salarios reales crecen un 2,5%. A finales de los setenta vemos un cambio radical: la población ve como sus salarios se estancan o van a menos. En el caso de los hombres, los ingresos reales se desploman para los que abandonan los estudios. Este es un fenómeno que no es exclusivo de Estados Unidos. Los dos patrones más importantes son que la desigualdad va a más, es decir, quienes no son cualificados ven empeorar sus ingresos. Es el mismo patrón que se da en un país tras otro. En EE. UU. la desigualdad es más notable.

Para comprender la realidad de esta época lo que tenemos que hacer es preguntarnos qué es lo que permite que se comparta la prosperidad en los cincuenta y en los sesenta. Hay dos motores. En primer lugar, es imprescindible que el cambio tecnológico no se limite a automatizar. Esto lo vemos en el sector del automóvil en EE. UU. En los primeros años del siglo XX, Henry Ford y otros innovadores hacen que todo cambien con nueva maquinaria y nuevos métodos, pero también estaban en la vanguardia al introducir nuevas tareas para los trabajadores. Son trabajos importantes y cualificados. Así es que el sector utilizaba cada vez más capital y contrataba cada vez más trabajadores. Los cambios en la organización también son revolucionarios, en Ford, en General Motors, etc. En la actualidad hay robots, pero no hay trabajadores cualificados. Nos centramos en la automatización, pero no creamos nuevas tareas, con lo que no generamos nueva demanda laboral.

Esto también es importante en los cambios que generan desigualdad. Los salarios reales de la mitad de los grupos van a menos, con diferencias étnicas, de edad, educación y sexo. Hay una relación negativa muy importante entre automatización y estructura salarial. El planteamiento básico de la distribución de beneficios también cambia. Cambios en el valor y la prioridad defendida por las asociaciones. Compartir los beneficios con los trabajadores no era importante, con lo que había que reducir costes, lo que supone un cambio en la forma de organizar, que se centra más en la automatización y el recorte de costes. Los sindicatos se van debilitando, sobre todo después de que Ronald Reagan llegara al poder.

Es importante ver lo que ha sucedido en los ochenta y noventa porque estamos a punto de ver grandes cambios con la inteligencia artificial, que está dando lugar a nuevas formas de incrementar la productividad. Estos cambios no van a transformarse en prosperidad compartida. Va a depender de la dirección del cambio. Hay que aprovechar esta tecnología para mejorar la productividad. La IA generativa es una alternativa que permite conseguir información en tiempo real para trabajadores de todo tiempo. Esto va a ser importante sobre todo para trabajadores medios, que conocen su especialidad. Permite tender un puente en sus deficiencias.

El uso de esta tecnología va a depender de decisiones institucionales importantes. Emprendedores, empresas toman decisiones políticas. Si estudiamos el pasado de la inteligencia artificial, vemos que hay dos visiones muy distintas, que suben y bajan como las  mareas. Alan Turing fue esencial en los primeros momentos de los trabajos en IA, donde se plantea que la inteligencia máquina y la máquina inteligente son esenciales. Pero esta visión da un sesgo hacia la automatización. Hay una visión mejor de la IA, que recalca otro aspecto, la utilidad de la máquina. El potencial de los ordenadores tenía importancia si mejoraba la productividad humana.

Cuando esta visión cuaja, da lugar a versiones verdaderamente llamativas, que permiten conseguir una simbiosis máquina hombre, pero no es lo que ha sucedido. Una automatización excesiva tiene efectos sobre la organización y sobre los trabajos. Muchas veces, la IA no cumple con lo que promete. Si te centras solo en la IA, estás relegando a los humanos, va a haber fallos. Ahora hay ejemplos de automatización fracasada. La productividad es buena para los humanos, pero no tanto como podría ser porque avanza muy deprisa.

La mayor amenaza de la IA no es solamente el empobrecimiento de la clase trabajadora y la pérdida de igualdad. Lo que vemos en estas ideas ahora tan comunes es que, como las maquinas son listas y los humanos nunca van a ser tan listos como ellas, lo lógico sería que el algoritmo controlara a los seres humanos ya que es más listo.

Si las cosas están así, como cerciorarnos de que avanzamos hacia un futuro más democrático y hacia una prosperidad más compartida. Necesitamos seres humanos que estén tomando decisiones, la capacidad de toma de decisiones colectiva, el control democrático de las instituciones también en relación con la tecnología. Las decisiones tienen que tomarlas poderes compensatorios. Necesitamos organizaciones para proteger a los consumidores. Estas organizaciones van a ser muy importantes. Necesitamos la normativa necesaria sobre impuestos, abuso de mercado, datos. En EEUU estamos en los albores de estas actividades.

Todo esto no se limita a la tecnología actual, sino que implica un replanteamiento. Necesitamos hacer las cosas de forma distinta para mejorar la productividad. Es lo que defienden los innovadores de la informática de los años setenta. Tenía que ver con la descentralización de la información, nuevas tareas y la acción humana. ¿El gobierno puede o no redirigir el cambio? Un poco de intervención gubernamental ha dado lugar a un replanteamiento en el sector de la energía. Con un poco de regulación, ha habido un cambio, las renovables son más económicas. El gobierno puede influir en el rumbo de las nuevas tecnologías.

La Fundación Rafael del Pino no se hace responsable de los comentarios, opiniones o manifestaciones realizados por las personas que participan en sus actividades y que son expresadas como resultado de su derecho inalienable a la libertad de expresión y bajo su entera responsabilidad. Los contenidos incluidos en el resumen de esta conferencia, realizado para la Fundación Rafael del Pino por el profesor Emilio González, son resultado de los debates mantenidos en el encuentro realizado al efecto en la Fundación y son responsabilidad de sus autores.

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