La confianza ciudadana en el capitalismo y la democracia

Jordi Gual, Javier Gomá Lanzón y Lucía Méndez

La Fundación Rafael del Pino organizó, el próximo 20 de mayo de 2024, el díálogo «La confianza ciudadana en el capitalismo y la democracia» en el participaron Jordi Gual, Javier Gomá Lanzón y Lucía Méndez.

Jordi Gual, Catedrático de Economía de IESE Business School. Es presidente no ejecutivo de VidaCaixa. También es miembro del Consejo de Administración de Telefônica Brasil y del Consejo Asesor de Telefónica España. Es Doctor en Economía (1987) por la Universidad de California-Berkeley y Research Fellow del Center for Economic Policy Research (CEPR) de Londres. Entre 2016 y 2021 fue presidente de CaixaBank. Antes de asumir dicho cargo, era el Economista Jefe y Director Ejecutivo de Planificación Estratégica y Estudios de CaixaBank y Director General de Planificación y Desarrollo Estratégico de CriteriaCaixa. Ha sido miembro de los Consejos de Administración de Telefónica, Erste Group Bank y Repsol. También ha sido vicepresidente del Círculo de Economía y COTEC, y presidente de FEDEA. Ha sido Consejero Económico en la Dirección General de Asuntos Económicos y Financieros en la Comisión Europea en Bruselas y profesor visitante en la Universidad de California, Berkeley, la Université Libre de Bruxelles y la Barcelona Graduate School of Economics. Jordi Gual ha publicado ampliamente sobre temas bancarios, integración europea, regulación y política de competencia. Es colaborador habitual de “La Vanguardia” y otros periódicos. Su último libro es: Confiar no tiene precio (Penguin Random House, abril 2024).

Javier Gomá Lanzón es autor de una amplia obra ensayística de la que cabe destacar su Tetralogía de la Ejemplaridad, un vasto proyecto filosófico al que pertenecen los siguientes títulos: Imitación y experiencia (2003), por el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, Aquiles en el gineceo (2007), Ejemplaridad pública (2009) y Necesario pero imposible (2013). La Tetralogía se editó de forma unitaria en 2014 y 2019. Es también autor de Ingenuidad aprendida (2011), Filosofía mundana(2016), La imagen de tu vida (2017) y Dignidad (2019). Recientemente, se ha producido también como dramaturgo con la trilogía teatral Un hombre de 50 años, compuesta por las obras Inconsolable, Quiero cansarme contigo (ambas estrenadas en renombrados teatros de Madrid y el resto de España, la segunda con el título El peligro de las buenas compañías) y Las lágrimas de Jerjes. Su último libro, Universal concreto. Método, ontología, pragmática y poética de la ejemplaridad (2023) es, según dice el autor en el prólogo, el primer libro que quiso escribir, quizá el único. Es director de la Fundación Juan March y director de la Cátedra de la Ejemplaridad/CUNEF Universidad, así como Letrado del Consejo de Estado en excedencia. Forma parte del patronato y del Consejo Asesor del Teatro Real y del Consejo Asesor de la Fundación Ortega y Marañón.

Lucía Méndez Prada, Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su labor profesional en El Correo de Zamora, en El Norte de Castilla y en la Cadena Ser. Posteriormente se incorporó a Diario 16 y en 1989 participó en la fundación de El Mundo, del que fue corresponsal parlamentaria hasta 1996. Tras un paréntesis de dos años en la Secretaría de Estado de Comunicación de la Presidencia del Gobierno, se reincorporó a El Mundo, donde es redactora jefe de Opinión y columnista. Colabora en diversos medios audiovisuales como analista política, entre ellos Los desayunos de TVE y La brújula de Onda Cero. Es también profesora de la Universidad Camilo José Cela, vocal de la Junta Directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y autora de dos libros, Duelo de Titanes y El poder es cosa de hombres, publicado este último por La Esfera de los Libros.

Resumen:

 

El 20 de mayo de 2024, la Fundación Rafael del Pino organizó el diálogo “La confianza ciudadana en el capitalismo y la democracia”, en el que participaron Jordi Gual, catedrático de Economía de IESE Business School, y Javier Gomá Lanzón, director de la Fundación Juan March y director de la Cátedra de la Ejemplaridad/CUNEF Universidad, con motivo de la presentación del libro de Gual “Confiar no tiene precio”.

Jordi Gual: En la crisis financiera internacional fueron muchos los agentes que participaron en sus causas. Pero destacan dos fenómenos. Uno es un periodo muy largo de políticas monetarias y de generación de deuda excesivas por parte de las autoridades y, también, unos instrumentos regulatorios que no fueron acertados. Esas políticas monetarias de dinero fácil, de fácil endeudamiento fueron el resultado de un proceso político social según el cual a los dirigentes les cuesta decir que no a las apetencias, a las necesidades de la ciudadanía y de la población. Uno de los problemas que tiene el sistema capitalista es el de sucumbir al funcionamiento de las democracias liberales, a las elecciones regulares y a la presión político electoral. Esto provoca determinadas burbujas especulativas, ya sea en el sector inmobiliario, ya sea en otros activos, como los bursátiles. La teoría era que era mejor que se desarrollasen y que, cuando estallasen, ya recogeríamos los vidrios rotos. Excepto que, en aquella ocasión, los vidrios rotos fueron descomunales. Las personas se habían generado unas expectativas sobre su bienestar futuro y, sin acabar de comprender lo que había sucedido, habían adquirido una formación y unos activos y luego resultó que la formación no era útil o que los activos habían perdido su valor. Por tanto, sus expectativas se vieron defraudadas. Esto fue un elemento muy sustancial de la crisis de confianza en el sistema de la economía de libre mercado y, por extensión, en las democracias liberales. Pero hay otros fenómenos. No es únicamente la gran crisis financiera y los aspectos económicos

Javier Gomá: Hay un malestar. Lo que no es seguro es que el malestar nazca de que estamos peor. Vivimos el mejor momento de la historia. Pero hay la necesidad de trascender al homo economicus, porque hay elementos no económicos que son, sin embargo, los que por un lado animan a que la economía vaya bien. Luego, en segundo lugar, que la economía cumpla con su papel, que es la de ser instrumental respecto a la cuestión fundamental que es hacer una comunidad cívica, una democracia liberal, además más viable. Ahora, ¿es seguro que vivimos peor que hace cincuenta años, o cien años, o doscientos años? Además, podría ocurrir que algunas de las cosas que hoy nos suscitan malestar, por ejemplo, la crisis económica y las razones de su crisis económica, sean estructurales respecto a una concepción cíclica del capitalismo. Por ejemplo, el ciclo de la crisis de entreguerras entre la Primera y la Segunda, pues produjo un crash gigantesco e, incluso, la desestabilización de las democracias, el fascismo, la Primera Guerra Mundial o la Segunda Guerra Mundial. Si nos comparamos con cien años antes y la economía pudiera tener unas crisis de crecimiento periódicas, pues tampoco hemos salido tan mal: no ha habido totalitarismo, no ha habido guerras mundiales. Incluso, desde el punto de vista de la renta, tampoco hemos de la renta general, por lo menos en Occidente. A veces también me pregunto si es una cuestión de perspectiva. Si tú le preguntas a un individuo que nació en 1890, y que creció en paralelo a la Primera Guerra Mundial y a la Segunda Guerra Mundial si el mundo progresa, te dirá que no, que el mundo es un desastre y que nos vamos al sumidero. Empáticamente, humanamente, le doy la razón, pero no la tiene porque el mundo sí progresa. El mundo va a mejor no solamente en lo económico sino en lo material. Entonces, ¿qué ocurre con el capitalismo? Yo diría que, si asumimos la premisa de que vivimos en un mundo esencialmente imperfecto, con el único matiz de que es el menos imperfecto de la historia, no solamente en un sentido material, sino en un sentido moral, pues entonces tendríamos algo muy raro. Si al capitalismo lo dejas solo, sólo produce mercancías, incluso convierte a los hombres y a las mujeres en mercancías, cosifica. Pero, en Occidente, se ha conseguido que el desarrollo del capitalismo, que es una utilización muy eficiente de los recursos porque produce gran riqueza, sea un capitalismo ilustrado, que es compatibilizar una riqueza que puede ser inhumana, que no tiene rostro humano, con un plan de justicia social, con la redistribución. El mecanismo que es por un lado producir y, por otro lado, redistribuir, no ha sido una mala fórmula dentro de dentro de occidente. Producir genera riqueza; redistribuir produce justicia social. Si dejas solo al capitalismo, desde luego produce cosificación, pero la cosificación se atempera si logras educar el capitalismo, si logras que el capitalismo responda a la justicia social.

Jordi Gual:  Lo que me cuestiono no es tanto el fracaso del capitalismo. De entrada, lo que hago es analizar lo que llamaríamos la economía social de mercado, que es el capitalismo que practicamos en Europa continental. No es un capitalismo ultraliberal, ni tampoco estamos hablando de economías planificadas al estilo de las que teníamos más allá del telón de acero. Por tanto, ya es un capitalismo ilustrado el que hemos tenido desde la Segunda Guerra Mundial. Eso es un éxito es sí. Lo que yo llamo la desconfianza no es porque el sistema haya fracasado generando riqueza y bienestar Yo estoy fundamentalmente de acuerdo con que, si uno pudiera escoger el momento en el que vivir, este sería el mejor. Aunque te toque estar en una parte baja de la escala social, estarías mucho mejor que hace veinte, cuarenta, sesenta. Y, a pesar de esto, tenemos malestar. Esto es lo que me preocupa, por qué no confiamos en el sistema cuando el sistema ha demostrado ser el que genera mayor riqueza. Atribuyo esa desconfianza a dos elementos. Por un lado, a que el sistema, aunque sea muy eficiente generando riqueza y bienestar, nunca ha sido eficiente distribuyendo esa riqueza. El tema de la equidad es distinto del tema de la eficiencia y la economía social de mercado es un intento de conseguir justicia social. Ahí es donde el sistema democrático ha fallado en cierto modo garantizando ese acceso a los bienes básicos a toda la población, muchas veces por un problema en el funcionamiento de nuestras democracias. En ocasiones, los partidos de algún modo los partidos políticos han patrimonializado el Estado y lo han utilizado para sus propios fines, al igual que han utilizado las políticas públicas desde una perspectiva clientelar, en lugar de regirse por la búsqueda del bien común. Por tanto, en ese ámbito, la economía social de mercado ha tenido un éxito discutible. Otra dificultad que tiene la economía de libre mercado es hacer frente a este tsunami cambio tecnológico y a la revolución que ha supuesto también la globalización de las economías. Estamos viviendo unas décadas de mucha tensión en las economías internacionales, parecida a la tensión que provocó la revolución industrial. La economía de libre mercado y la democracia liberal tienen unos fundamentos morales básicos: el liberalismo político y moral, que da lo que da unas guías muy sencillas de comportamiento basadas en el respeto mutuo y el respeto de los derechos humanos, pero permitiendo distintos estilos de vida, distintas maneras de afrontar la realidad y rogando a los ciudadanos que permitan la convivencia, pero sin ofrecer una guía moral clara que permita a los ciudadanos hacer frente a decisiones importantes en términos del mercado de trabajo, en términos de su propia identidad. En cambio, los procesos de globalización, de cambio cultural, de migraciones, están sometiendo a los ciudadanos a que se cuestione su identidad. No hay que ser superhombre, o super mujer, para afrontar este mundo el que nos ha tocado vivir.

Las políticas redistributivas en la economía social de mercado son de dos tipos. Una es la intervención vía impuestos y subvenciones y con el Estado del bienestar para reequilibrar la distribución de la renta y de la riqueza, y también la política regulatoria, que trata de intervenir en los mercados con objetivos de equidad, por ejemplo, las políticas de vivienda, las políticas del mercado del alquiler, la educación si forma parte del Estado del bienestar, igual que la sanidad. En las cuatro principales economías de la Unión Europea se detecta, en los últimos 20 años, que antes del proceso redistributivo el índice de desigualdad aumenta. Esto no me sorprende porque la revolución tecnológica y la globalización son procesos que generan riqueza, pero que no la distribuyen necesariamente de manera armónica. Hay ganadores y perdedores. Los datos también muestran que, después de la redistribución, y especialmente teniendo en cuenta las prestaciones del Estado del bienestar, los índices de Gini que tenemos hoy son muy parecidos a los que teníamos hace 20-25 años. Por tanto, el sistema de economía social de mercado corrige, al menos estadísticamente, esas desigualdades. Tenemos un Estado del bienestar, tenemos una cantidad de redistribución muy significativa y, sin embargo, no se confía en las administraciones públicas, ni en los liderazgos políticos. Cuando examino dentro de la Unión Europea el conjunto de países, lo que explica de verdad la confianza de la población en sus instituciones no es tanto el porcentaje de gasto social, o la presión impositiva, sino que realmente los países llevan a cabo políticas de inclusión, especialmente en el mercado laboral. Si tú quieres tener a alguien que forme parte del tejido social, tiene que sentirse que pertenece y trabajar, colaborar con la sociedad.

Javier Gomá: Hablando de la inclusión, a mi madre su padre no le dejó hacer carrera y hoy hemos incluido a todas las mujeres en el mercado laboral. ¿No se ha producido un progreso en una generación? ¿No estamos hablando de que la mitad de la población estaba excluida del mercado laboral? ¿Eso no es una manera de integrar?

Jordi Gual: Naturalmente, pero ahí, al haber subido el listón, ahora hay insatisfaccióon en relación a la brecha salarial.

Javier Gomá: ¿Por qué, si somos los mejores, estamos cabreados? Porque que estamos cabreados está clarísimo. Una buena pregunta es si tenemos razón. Para las mujeres, sí ha habido un ascensor. ¿Cuánta gente estaba alfabetizada en los años 70? ¿Eso no significa un ascensor social?

Jordi Gual: Yo trato de explicar de dónde viene el malestar y de ayudar a ver que el capitalismo, la economía de libre mercado, no se fundamenta en la codicia. Se fundamenta en dos epígrafes. El primero, el lógico interés que tiene cada persona y el deber, incluso, de asegurar su propio sustento y su propio interés. El segundo epígrafe, que es el que necesitamos para que el sistema funcione bien, es que la persona se preocupe también por los demás. Esto forma parte del ser humano, es imprescindible que esté ahí. Cuando está es cuando la gente acepta, cuando alguien le da la confianza, o cuando está dispuesta a depositar la confianza. Confiar en los demás es costoso. Este es un bien que no tiene precio, pero cuesta. Esto tiene un riesgo. Y si el otro asume esa confianza, tiene una responsabilidad moral frente a mí, le cuesta algo. Por tanto, para que haya confianza entre nosotros, tiene que haber un poco de altruismo, porque ese coste lo tienes que asumir.

Javier Gomá: Hay un momento en que argumentas que un egoísmo ilustrado, un egoísmo inteligente, sí además se piensa a largo plazo y no a corto plazo, le puede convenir sin necesidad de altruismo, basta una cierta cooperación. Por ejemplo, la convicción de que entre todos llegamos más lejos que yo solo. Entonces montamos una empresa, montamos una institución. Ahí no hace falta un ánimo altruista. Hay momentos, en cambio, que dices que el funcionamiento de una sociedad no se explica bien si no trasciendes la hipótesis económica y mencionas la simpatía, la identidad, los lazos familiares, los lazos afectivos. En la argumentación de tu libro, en ocasiones sugieres que uno puede ser egoísta a largo plazo y otras en las que sugieres que hay elementos no egoístas que también explicarían bien el funcionamiento de la sociedad la verdad.

Jordi Gual: Utilizo el argumento del capitalismo ilustrado especialmente cuando discuto cuál es el modelo de empresa. El modelo de empresa clásico de capitalismo es el modelo a la Milton Friedman, aquella empresa que persigue el beneficio y nada más, y a corto plazo. El capitalismo ilustrado es aquel capitalismo que persigue el beneficio a largo plazo, teniendo en cuenta que algunas decisiones que tomas en relación al medio ambiente, o al entorno social en el que te mueves, si eres inteligente, si eres ilustrado e incorporas todo eso a tu toma de decisiones, acabas aumentando Igualmente el beneficio a largo plazo. Y argumento que es insuficiente, que, en ocasiones puede solucionar el problema en el mundo de la empresa. Pero que la contradicción entre los objetivos sociales y los objetivos medioambientales, que le importan a la población, pueden entrar en conflicto con el beneficio. El modelo de empresa que resuelve esa contradicción es el modelo de empresa con propósito y que incorpora a los stakeholders, no en la toma de decisiones, pero sí en el goce de los resultados del proceso productivo. Eso requiere cierto grado de altruismo, sin poner en riesgo a la empresa en ningún momento. Los beneficios tienen que ser suficientes para poder contribuir a darle un retorno al capital que ha invertido en la empresa. En muchos negocios esto es posible y al mismo tiempo tener a los trabajadores participando, a los trabajadores comprometidos, confiando en la dirección, y a la comunidad respetando a esa empresa.

Javier Gomá: ¿Eso es una empresa o una ONG disfrazada? O sea, ¿estamos desvirtuando lo que es una empresa? ¿Dónde encuentro yo el momento ético de la empresa? Evidentemente, es bueno incluir a todos los interesados, no solo al accionista. Es bueno que cumpla la ley. Es bueno que los empresarios sean decentes. Pero la esencia de una empresa es el lucro es el beneficio. ¿Cuál es para mí el momento ético de la política? ¿De qué va la política? De obtener el poder. Dice Max beber que el poder es la capacidad de obtener obediencia. La gente quiere que le obedezca y por eso es capaz de entregar la vida entera, porque hay un deseo hay un apetito de poder y de obtener obediencia. Y la regla del poder, desde antes de Pericles hasta hoy, es obtener el poder, si es posible en sistemas democráticos a través de procedimientos democráticos. ¿Cuál es la esencia de la empresa? El lucro. Si no, es una ONG, o una fundación, o una institución pía. ¿Cuál es el momento ético de la política? Para mí, la ciudadanía ilustrada que emite bien su voto y expresa la opinión pública en la que se establece una demanda social, de tal manera que los políticos, que en realidad no quieren más que obtener el poder, necesitan crearse una imagen que satisfaga una ciudadanía ilustrada. ¿Y cuál es el momento ético de las empresas? Para mí, ese sufragio universal, ese plebiscito cotidiano que es el mercado. El consumidor compra esto porque la empresa, que no tiene más objetivo principal que el lucro, quiere hacerlo atendiendo a la demanda de una sociedad ilustrada que cada vez es más exigente, y que si le dicen que el producto lo fabrican niños esclavizados en la India, pues ya no lo compra, y que, en cambio, si le dicen que, en vez de fabricarlo niños esclavizados de la India, lo hacen con productos naturales y con respeto a los derechos humanos ,y, además, de una manera que no contamina, dirá, pues, entre dos naranjas compro esta. La pregunta es, ¿la tercera no representa, o podría representar, una desvirtuación de la esencia de una empresa, siendo así que por otra parte la empresa tiene la necesidad de satisfacer las demandas morales de una ciudadanía ilustrada?

Jordi Gual: La esencia de una empresa no es el lucro. Para mí, la esencia de la empresa es el propósito, lo que aquella empresa quiere construir y quiere ofrecer al mercado y a la ciudadanía y a su sociedad. Y el lucro, el beneficio por encima del coste que tienen los inversores de colocar su dinero en esta empresa, es el medio, pero no el fin de la empresa. Al construirse de este modo, es como realmente se podrá hacer frente a todos los requisitos morales. Hay una cierta visión de que la economía es un juego de suma cero y yo creo que no es así. Las economías modernas son un juego de suma positiva. Hay confrontación de intereses, pero también hay potencial para cooperación, y cooperando conciliando intereses se puede generar más bienestar.

El capitalismo ilustrado es, sin duda mejor que el capitalismo de rompe y rasga que especula, maximiza beneficios a corto plazo, y ahí te las compongas. No hay duda. Pero las las texturas se pueden tensar.  Tú has argumentado que el empresario decidirá no emplear trabajadores a menores de edad porque no lo aceptaría el cliente. Es verdad que el mercado puede imponer ciertas restricciones a lo que pueda hacer la empresa. Y la regulación también. O sea, la vigilancia de los inversores, de los reguladores, de los propios de los propios ciudadanos y los clientes puede constreñir la actuación de la empresa. Me temo que no lo suficiente como para llevar a cabo esos objetivos medioambientales o sociales, que son buenos para que el capitalismo tenga ese reconocimiento público. Comparto tu tesis de que no ha habido un tiempo mejor. Mi preocupación es que ese malestar desaparezca.

Javier Gomá: La pregunta es si la tercera tesis es un propósito moral o es una realidad. Es decir, al día de hoy, cuando uno va a montar una empresa, no tiene como un sano objetivo ganar dinero, y mucha gente lo hace vendiendo tornillos. No creo que haya un gran propósito suministrando carne, o haciendo viviendas sociales. ¿No crees que es no es reprochable el deseo de hacerse rico creando empresas, creando empleo y creando riqueza y que no no habría ningún puritanismo que nos obligara rechazar el deseo de ganar dinero, conforme a la ley, creando productos, creando riqueza, mejorando el país, creando empleo? Eso ya es mucho y, si es de manera ilustrada, es un gran avance. En cambio, la tercera etapa que describes, que tú mismo aduces ejemplos de su dificultad, ar me pregunto si en ocasiones es más un desiderátum, que podría tener algo que ver con un cierto intento de sanar algo que a mí no me parece enfermo, que es la empresa tradicional.

Jordi Gual: El modelo de empresa de stakeholder, de empresa con propósito, tiene dificultades para ser. Desde la perspectiva de la aceptación por parte de la sociedad de las empresas tiene un punto muy positivo. Su dificultad para que existan más ejemplos, más casos, de este este tipo de empresa tiene que ver con dificultades regulatorias. La regulación tiende a estar pensada para las empresas cotizadas cuya propiedad es muy dispersa. Ese tipo de empresas cotizadas con propiedad muy dispersa normalmente acaban siendo pasto de los fondos que quieren resultados a corto plazo. La empresa que yo prefiero es aquella que es capaz de poner las luces largas y que, por tanto, tiene en cuenta esos efectos que a corto plazo no se ven y por eso es por eso es beneficiosa. La otra dificultad que tiene este tipo de empresas es la atomización de la propiedad. Por tanto, cuando en una compañía existe un accionista, o un grupo de accionistas familiares, fundaciones, inversores pacientes, capital paciente orientado al largo plazo, es cuando pueden mantener un propósito y ejecutarlo de manera consistente. Ese tipo de enfoque satisface a trabajadores, a colaboradores, dispuestos a invertir su capital humano específico, las habilidades de esta empresa, y le permite aumentar su competitividad y generar esos retornos que permiten retribuir a todos aquellos que contribuyen al proceso productivo. Es un elemento más es un elemento más en el argumento general que planteo de que el capitalismo no es codicia y egoísmo, y que funciona mucho mejor cuando ese componente de altruismo forma parte. El caso de las criptomonedas es un ejemplo paradigmático de aquellos que pensaban que generarían un sistema en el cual el comercio tendría lugar sin que supieras con quién estabas comerciando, y sin ninguna autoridad reguladora que estuviese dando confianza sobre el sistema. ¿Cuál ha sido el resultado? Hemos atraído a ese sistema a lo peor en términos de codicia y avaricia.

Javier Milei no es un liberal. Javier Milei es un ultraliberal, un libertario. Supongo que su elección es el resultado de muchos años de una política peronista, fundamentalmente, en la cual una economía más o menos social de mercado ha sido utilizada torticera por los partidos en el poder para patrimonializar el estado y para usarlo de manera clientelar en un grado extraordinario. Se ha producido la ley del péndulo y ha parecido un dirigente situado en el ultraliberalismo, en la posición libertaria. ¿En qué medida esto tiene que ver con los progresos de la extrema derecha en el continente europeo? Yo no haría muchos paralelismos. Vivimos tiempos de gran convulsión social. El fenómeno del cambio tecnológico está modificando los puestos de trabajo. Las personas pierden habilidades. Las migraciones también provocan dificultades a los segmentos menos formados de la población que tienen los sueldos más bajos. Habrá componentes de desigualdad. Pero las personas no solo se mueven por los aspectos económicos. Su aspecto identitario es muy importante, la sensación de que formas parte de una comunidad, o de que aquella comunidad ya no es la que era, y su dignidad, que tiene que ver, muchas veces, con ocupar un puesto de trabajo. Por tanto, el capitalismo y la democracia liberal no han sabido dar respuesta a esos cambios. Yo creo que son fundamentalmente tecnológicos, pero también con componentes de globalización. Al no haber un sistema de valores como el que teníamos, la gente recurre a los populismos, al nihilismo, al materialismo, al individualismo puro. De ahí las dificultades que tenemos.

Javier Gomá: Hay una cosa que es el tema de la confianza, que no se puede comprar. A principios del siglo XX el tribunal supremo tomó una decisión que representó un cambio muy grande, que tenía que ver con la actriz Raquel Meller. Ella había sufrido porque la habían insultado, la habían denostado. El demandado argumentó que el valor moral de la persona es impagable y el Tribunal Supremo contestó que es impagable, pero lo vas a pagar. Por primera vez se estableció una sentencia por responsabilidad de daño moral. Es decir, que la confianza es impagable y a mí me gusta mucho la expresión de que la confianza no es un bien que puedas comprar, ni producir tecnológicamente, ni industrialmente. La palabra que normalmente se utiliza para hablar de la confianza, que tiene un sabor mágico, es inspirar confianza. Una sociedad moderna, una sociedad ilustrada, una sociedad económicamente desarrollada, es incompleta si no introduce un elemento extraeconómico, que es el de la confianza. La pregunta es cómo nace, cómo se inspire la confianza. Esto está muy unido a mi teoría de la ejemplaridad porque mi teoría de la ejemplaridad se pregunta en quién confías, quién es digno de crédito, quién es digno de confianza, en una época como esta, además, en la que hay un consenso de que estamos pasando poco a poco de una sociedad de un Estado de Derecho coactivo, en virtud de la cual basta con cumplir las leyes y lo demás me da igual. Hay un convencimiento general de que cumplir las leyes es necesario, pero no es suficiente. Necesitamos un elemento extra jurídico, igual que necesitamos un elemento extra económico. Entonces estamos pasando de una sociedad de la coacción a una sociedad de la persuasión. Ya no puedes decir a tu hijo aquello de esto lo haces porque lo digo yo porque soy tu padre. Vivimos en una sociedad en la que el argumento de la autoridad no funciona. Respecto a los políticos, hace 25 años Anguita decía programa, programa, programa. Lo que importaba era el programa. Hoy día se han sustituido los programas por las autobiografías. Al final, lo que quiere el político es aparecer como un individuo convincente, más que el programa, que no se lee nadie entonces. Para mí, la confianza es el hálito inasible que tiene una persona decente que la hace digna de tu confianza. Es algo que no puedes comprar, es algo que no puedes fabricar, es algo que no puedes encerrar en un concepto pero que, sin embargo, sin eso el mundo o no funciona, o funciona peor.

Jordi Gual: Debemos añadir que las relaciones humanas, tanto las afectivas o las personales como las comerciales, tienen un componente elevado de repetición, de interacción continua. Por tanto, tú confías en alguien a partir de los hechos. no de la prédica. Cuando hablamos de los políticos, mucho más. No habrá programas electorales pero las personas tomamos nota del comportamiento. De ahí ese desencanto con los liderazgos, que es tan común, deriva de que la ciudadanía es una ciudadanía ilustrada y, por tanto, en parte ha desconfiado por no responder a las expectativas. Pero cuando lo que ocurre es que hay comportamientos no éticos y cuando lo que ocurre es que no se predica con el ejemplo, entonces la desconfianza nace inmediatamente.

Javier Gomá: En el ámbito científico, si quieres conocer la ley de la gravedad tienes que enunciar una fórmula. Pero, en el ámbito moral dónde está la verdad es en el concepto. O sea, si tú quieres explicar a tu hijo qué es la valentía ¿qué le dices?, ¿que vaya al diccionario, que vaya al Tratado moral, que vaya a la Wikipedia? No. Lo que le señalas es he aquí un ejemplo concreto de valentía. Predicar con el ejemplo quiere decir que solo el ejemplo predica, por encima de los discursos de palabras, y que si se produce contradicción entre el ejemplo y el discurso. prevalece el ejemplo. O, dicho de otra manera, piensas que el discurso es hipócrita.

Jordi Gual: Ahora, cuando hay una relación comercial, pero también en las relaciones humanas, tú confías en alguien, aquella persona confía en ti, nos encontramos, colaboramos, ahora vas por tu camino, yo voy por mi camino, suceden cosas no previstas. Hay acontecimientos, hay dificultades que no habías previsto con antelación y tienes que formarte una opinión sobre aquello que ha sucedido y lo que ha hecho tu colaborador, hasta qué punto aquello ha sido debido a su comportamiento o a una dejadez de lo que debía haber hecho. Por tanto, ante esa situación de incertidumbre sobre lo que ha acontecido, es importante que aquellas personas compartan unos valores para que puedan juzgar lo correcto, lo que es adecuado para resolver la situación que se ha creado. Por esto creo que, en nuestras sociedades, la desconfianza aumenta, porque los valores que tenemos todos los que convivimos en ocasiones son radicalmente distintos. Por tanto, llegas a unos acuerdos que no se cumplen y, en lugar de restablecer la confianza, es fácil que se rompa. Italia es un ejemplo. El primer país de la economía social de mercado de la Europa continental, el cual entra por un derrotero de descrédito de sus liderazgos políticos. Hay gente que dice que Italia funciona a pesar del gobierno. No es cierto. Si hay una economía estancada en Europa desde hace más de 20 años, en la cual el nivel de vida ha descendido, es Italia. Por tanto, esa pérdida de confianza en los liderazgos políticos acaba pasando factura. Sabemos qué países de Europa tienen mayor nivel de confianza en los demás y mayor nivel de confianza en la policía en la justicia, en la administración pública, en el gobierno y en los partidos políticos, por este orden. La máxima confianza es en la policía. Es difícil que el partido político consiga el mismo nivel de confianza que la policía, pero en algunos países del centro y del norte de Europa eso está claramente por encima, señal de que han tenido un sistema institucional que les ha protegido frente a ese deterioro de la confianza de la ciudadanía en los líderes. Un sistema institucional de checks and balances, que impide los abusos de poder, que impide la patrimonialización del Estado. Yo hago mucho énfasis en la necesidad de que nuestros liderazgos políticos y de la Administración pública rindan cuentas para asegurarnos de que las políticas públicas que utilizan el dinero de todos se dirigen al bien común, no a colectivos que me pueden votar.

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