La Unión Europea ante graves desafíos proteccionistas

Juergen B. Donges

La Fundación Rafael del Pino organizó, el 6 de noviembre de 2018, la Conferencia Magistral “La Unión Europea ante graves desafíos proteccionistas” que pronunció Juergen B. Donges, Catedrático Emérito de la Universidad de Colonia (Alemania).

Juergen B. Donges es Catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Director del Instituto de Política Económica y del Otto Wolff Institute for Economic Studies, ambos en ubicados en Colonia.

El profesor Donges fue Vicepresidente del Instituto de Economía Mundial de Kiel y Presidente de la Comisión para la Desregulación de la Economía, creada por el Gobierno Federal alemán. Entre 1995 y 1997 fué miembro de la Comisión del Gobierno Federal alemán sobre la reforma del sector público y, posteriormente, Presidente del Consejo alemán de Expertos Económicos.

Juergen B. Donges es Asesor científico de varias instituciones y patrono de varias Fundaciones científicas y culturales, entre ellas la Fundación ICO, Madrid, académico correspondiente, para Alemania, de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, Barcelona. – Miembro de la Academia de Ciencias del Estado federado de Renania del Norte-Westfalia, Düsseldorf y consejero de la Fundación Rafael del Pino.

Resumen:

El 6 de noviembre de 2018 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino la conferencia de Juergen B. Donges, catedrático Emérito de la Universidad de Colonia, titulada “La Unión Europea ante graves desafíos proteccionistas”. Según Donges, este es un tema muy serio que se produce justo en un momento en el que la actividad económica europea está perdiendo fuelle. Este año todavía tenemos un crecimiento razonable, pero todos los organismos internacionales han bajado sus previsiones y tenemos una serie de riesgos adicionales que no están calibrados por estos informes: diversos shocks negativos como el Brexit, la deriva en Italia con un gobierno populista y euroescéptico, un gobierno en España que no se sabe si gobierna ni cuál es su política económica y una Alemania con la señora Merkel prácticamente contra las cuerdas, que puede desaparecer como canciller antes de lo que parece. Esto último significa para Europa la falta de liderazgo alemán para llevar a cabo la integración europea junto con el liderazgo francés, con lo que el proceso de integración se estancará, lo cual tampoco es bueno. Todo esto lo tenemos ya y son riesgos a la baja en cuanto al crecimiento económico y el empleo en todos los países de la UE para el próximo año. A esto ahora se le añade el proteccionismo. Si la amenaza proteccionista viene de Estados Unidos, viene de un país con el cual la Unión Europea ha creado, durante décadas, unos vínculos económicos muy estrechos, tanto en materia de comercio exterior, como de inversiones, como de movilidad de personas cualificadas, y todo ello con carácter recíproco. Si estos vínculos se ponen en entredicho, esto tendrá sus repercusiones negativas para nuestras economías. Donald Trump ha pasado de la retórica a la acción y ha empezado con aranceles punitivos, contra China, contra Japón, contra la UE, etc. Ahora amenaza con aranceles adicionales explícitamente dirigidos contra la industria del automóvil alemana, pese a que el sector alemán de automoción tiene grandes fábricas en EEUU y es uno de los grandes empleadores en aquel país. Ante esto, lo primero que ha hecho la Comisión Europea es denunciar estos casos ante la Organización Mundial del Comercio, así como considerar la imposición de aranceles de retorsión. El problema con el que se ha encontrado es que no sabe por dónde actuar porque no somos grandes importadores de productos estadounidenses, ya que lo que realmente importamos es lo que nos ofrecen las grandes plataformas de internet y todo esto no se presta a una política arancelaria convencional. Por lo tanto, hasta ahí Trump está tranquilo. Otro cantar es si prosperan las ideas que maneja la Comisión Europea de introducir un impuesto digital porque esto la Administración estadounidense podría interpretarlo como un arancel contra grandes empresas americanas y haría lo mismo contra empresas europeas similares, que también las hay, con lo cual, la guerra comercial estaría servida. Pensar en un impuesto digital no parece una política muy racional, porque no se trata de aumentar la fiscalidad sobre un sector de futuro y obstaculizar la aparición de nuevos modelos de negocio, sino todo lo contrario. Si estas medidas prosperaran, estaríamos respondiendo mal a los cambios del momento y dependeríamos tecnológicamente de Estados Unidos y de China. Por tanto, es de interés de todos reducir la tensión y evitar una guerra comercial, porque con una guerra comercial perdemos todos, no solo por la caída de la facturación, sino porque se rompen las cadenas globales de valor. Y puede haber un agravante adicional en forma de crisis en los mercados financieros. Si los chinos piensan en vengarse de Trump, dejando de adquirir bonos soberanos de Estados Unidos, o incluso venden en gran escala los bonos que tienen, con eso tendríamos la crisis financiera servida. El BCE ya no tendría margen de maniobra, porque ya tiene los tipos de interés muy bajos. Es decir, estaríamos en el peor de todos los mundos. Por eso sería racional que ambas partes enfríen el conflicto y anclen en los mercados expectativas de mercados abiertos. Para que esto pueda suceder necesitamos interlocutores serios, creíbles, con sentido de responsabilidad. Pero aquí tenemos un problema, porque los interlocutores que tenemos son Trump y la Comisión Europea. Trump simplemente desprecia los principios básicos del comercio internacional, esto es la multilateralidad y la no discriminación. Él es simplemente un neomercantilista y para un neomercantilista lo bueno es la exportación, porque genera divisas y crea empleo, y lo malo es la importación, que hay que pagar con divisas y destruye empleo, según su visión. Sin embargo, lo que realmente genera beneficios a una sociedad es justo lo contrario, porque la importación genera más competencia, mejor asignación de recursos, más posibilidades de consumo. Por su parte, la Comisión Europea no es tan librecambista como pretende hacer creer. Desde hace mucho tiempo, la UE impone aranceles significativamente superiores a las importaciones procedentes de Estados Unidos que los que EEUU impone a las de la UE. También impone a China aranceles antidumping, aunque los estudios dicen que no hay tal. Y es que la Comisión Europea confunde en muchos casos competencia desleal con simple ventaja competitiva, porque son más eficientes en los costes o la mano de obra es más barata. Por último, está todo el esquema de la Política Agraria Común, que es proteccionismo absoluto. A los que más daño hace la PAC es a los países africanos, que es de donde vienen los inmigrantes. Los agricultores estadounidenses tampoco tienen libre acceso al mercado europeo por lo mismo. Aún así, vale la pena negociar porque los efectos en términos de más crecimiento económico y menos inflación son muy palpables. Esto también lo están viendo las grandes empresas americanas, que han lanzado una campaña en favor del libre comercio, porque conocen los vínculos que hay y las cadenas globales de valor y están aterrorizadas, por los daños que un país se causa a sí mismo cuando apuesta por el proteccionismo. Esto podía ser un aliciente para que la Unión Europea desarrolle una estrategia de restauración del comercio mundial. Lo primero sería reactivar el TTIP, que tanta oposición suscitaba en algunos países. La segunda vía sería establecer un régimen de libre comercio con países en desarrollo, que es lo más eficiente para promover su desarrollo, más que la ayuda al desarrollo, que no funciona. La tercera vía es hacer más acuerdos comerciales con diversas economías emergentes como los que ya tiene la UE con China, Mercosur, India y otros. Otro problema del proteccionismo, del que se habla poco y es mucho más significativo, es lo que llamamos la competencia locacional, o competencia 3.0. Cuando se habla de competencia, siempre se piensa en mercados y en productos. La competencia locacional, en cambio, no tiene lugar entre empresas, sino entre estados, que quieren atraer inversiones, tecnología y empleo. Y aquí hemos entrado en una carrera de competición muy significativa, a través del sistema fiscal, las infraestructuras económicas, el modelo educativo, las regulaciones de mercado, la asistencia sanitaria, la seguridad jurídica y la seguridad ciudadana. Cuanto más atractivo haga un gobierno estos aspectos en comparación con otros países, más inversiones vendrán, más empleos vendrán. Este nuevo modelo es distinto porque se trata de una competencia entre modelos políticos y económicos: el occidental, con economía de mercado, frente a China, totalitario y con capitalismo de Estado. En el pasado ya tuvimos un conflicto similar, entre el Occidente democrático y la Unión Soviética comunista y totalitaria, que ganó el primero. Pero ahora no está claro que el resultado vaya a repetirse. En China gobierna un partido comunista, pero sabe amoldar su ideología a las necesidades de una economía que funcione. La estrategia del gobierno chino es, simplemente, una ofensiva innovadora en campos clave como robótica, inteligencia artificial, biomedicina, etc. y convertirse en líderes. El problema empieza en que, para conseguir esto, el gobierno chino utiliza sus herramientas. Subvenciona masivamente estas actividades, interviene en las empresas, no facilita posiciones de capital mayoritarias de empresas extranjeras, promueve inversiones en Europa y Estados Unidos en estos campos con el objetivo de adquirir know how, estafas de propiedad intelectual y espionaje industrial y hacen un esfuerzo para atraer cerebros a su país. No sabemos si los chinos podrán conseguir lo que quieren porque hay problemas estructurales en su economía como la baja productividad, la debilidad del sector financiero o el exceso de empresas no competitivas. Esto ya está teniendo efecto porque las empresas extranjeras están volviendo a sus países de origen. Para que esta nueva competencia localicional funcione en bien de todos, tienen que aplicarse las mismas reglas a todos y eso no lo tenemos, porque China no lo respeta. Esto es un motivo para darle la razón a Trump, que quiere frenar el desarrollo tecnológico de China. La UE quiere hacer lo mismo, pero se nos olvida que nos comportamos igual que los chinos porque no permitimos el acceso de empresas extranjeras a sectores que consideramos estratégicos o de interés nacional. Si lo que realmente persigue Trump es ganar para Estados Unidos la guerra de la competencia locacional podría tener un efecto positivo en el comercio exterior, porque el gobierno chino necesita mercados abiertos en la economía mundial para crear niveles de empleo sostenibles. Esto podría ser un aliciente para encontrar vías de entendimiento. Este momento es la hora de la Organización Mundial del Comercio, no solo por los temas arancelarios, sino sobre todo para endurecer el marco normativo para las inversiones directas internacionales. Esto implicaría limitar las subvenciones a empresas, prohibir transferencias tecnológicas forzosas, no discriminar inversiones directas extranjeras y proteger los secretos comerciales e industriales, incluida la propiedad intelectual y el know how tecnológico. Hacer esto es complicado porque la OMC tiene 164 miembros y en las decisiones se aplica el principio del consenso. Es decir, cada país tiene prácticamente un veto. La única posibilidad de salir de esta situación es que la UE tratara de consensuar esas reglas con EEUU y China y, si eso resulta bien, será más atractivo para otros países.

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