Por qué el liberalismo funciona

irdre N. McCloskey y Manuel Conthe

La Fundación Rafael del Pino organizó, el 19 de noviembre de 2020, el diálogo en directo a través de www.frdelpino.es titulado «Por qué el liberalismo funciona» en el que participaron Deirdre N. McCloskey y Manuel Conthe.

Deirdre Nansen McCloskey es profesora emérita de Economía, Historia, Lengua Inglesa y Comunicación de la Universidad de Illinois en Chicago. Formada como economista en Harvard en la década 1960, ha escrito cerca de cuatrocientos artículos académicos sobre teoría económica, historia económica, filosofía, retórica, teoría estadística, feminismo, ética y derecho. Es, además, autora de veinte libros, entre ellos Las virtudes burguesas. Ética para la era del comercio (Fondo de Cultura Económica, 2015).

Manuel Conthe es Columnista y presidente del Consejo Asesor de Expansión. Manuel Conthe es árbitro internacional español independiente. Abogado y economista, y antiguo regulador del mercado de valores, es un experto reconocido en finanzas, mercados energéticos, transacciones de fusiones y adquisiciones, valoración de daños y perjuicios y, de forma más general, litigios económicos y corporativos. Anteriormente, en calidad de funcionario del Reino de España, fue Director General de Transacciones e Inversiones extranjeras (1987-1988), Director General del Tesoro y Política Financiera (1988-1995), Secretario de Estado de Economía (1995-1996), Vice-presidente para el Sector Financiero en el Banco Mundial (1999-2002) y Presidente de la CNMV (2004-2007). Fue también Socio de una consultora financiera (2002-2004). Durante sus años en Bruselas (1996-1999) como Asesor Jefe de Asuntos Económicos y Comerciales en la Representación Española ante la Unión Europea, estuvo muy implicado en negociaciones sobre comercio internacional e inversiones así como en paneles de arbitraje de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Es autor de tres libros sobre paradojas económicas y políticas, teoría de juegos y sesgos cognitivos en derecho y economía (“Behavioral Law & Economics”).

Resumen:

El 19 de noviembre de 2020, la Fundación Rafael del Pino organizó el diálogo con Deirdre McKloskey, profesora emérita de Economía, Historia, Lengua Inglesa y Comunicación de la Universidad de Illinois en Chicago, con motivo de la publicación en España de su libro “Por qué funciona el liberalismo”.

La profesora McKlosekey explicó que el cambio de significado de la palabra liberalismo en Estados Unidos respecto de la acepción original de Adam Smith empieza en 1880 cuando se empezó a hablar de regulación por parte del Estado, justo lo contrario de lo que planteaba Adam Smith. En 1933, el liberalismo en EEUU representaba un socialismo democrático moderado.

Para distanciarnos de la idea antigua de una economía de suma cero, en la que el aristócrata se enriquece porque quita algo al campesino, es importante que todo el mundo entienda hasta qué punto es increíble el aumento de la renta per cápita desde Adam Smith. Cuando nos comparamos con nuestros antepasados, somos el 3.000% más ricos que ellos. La gente piensa que, desde 1800, el incremento ha sido del 100% y que la mayor parte de esa riqueza va a los ricos, pero eso no es así. Por el contrario, ha ido a persona pobres. Es el gran enriquecimiento de la sociedad. El problema con la palabra capitalismo es que da a entender que lo que hace que esto suceda es la acumulación de capital, y no es así desde el punto de vista de la causalidad. Por supuesto, para conseguir un avance hay que hacerlo, pero hace falta mano de obra, un clima, un medio ambiente. Hay muchas condiciones indispensables, pero sobre todo la innovación, ideas nuevas. Por eso, prefiero llamarle innovismo, porque las condiciones de la innovación son indispensables, entre ellas la libertad.

Schumpeter habla de la destrucción creativa. Cuando hablamos de destrucción creativa, no es gente armada matando a otras personas, sino personas a las que se les ocurren nuevas ideas que se convierten en alternativas a lo que había antes. Esto es lo que genera esta ganancia social que se difunde en la sociedad, porque esas alternativas compiten unas con otras. De lo que estamos hablando es de superar la suma cero. Si un inventor tiene una idea y se queda con ella, seguimos en el juego de suma cero. Pero si la idea se difunde, superamos esa situación. Por ejemplo, abrir un gran almacén en el siglo XIX fue una gran idea, que otros empezaron a emular por todas partes. Pero en el siglo XX hay tantos grandes almacenes porque la idea original era buenísima, le encantaba a todo el mundo.

Hace cien años dimos por supuesto que, porque se daban las externalidades de la red de comunicaciones, el sistema telefónico tenía que ser propiedad estatal. Pero esa idea no funcionó bien. Hay externalidades, pero no se puede suponer inmediatamente que el gobierno va a hacer las cosas bien. En muchos países, la gestión pública del sistema telefónico fue fatal y se tardaba mucho tiempo, incluso años, en conseguir un teléfono. Luego surgió la alternativa, los móviles, y de pronto hay competencia. Hay externalidades de red, pero no hay que dar por supuesto que hay problemas. Zoom, que usa la red telefónica, funciona bien mientras que otros no lo hacen igual. Pero llegará un momento en que surja una alternativa a Zoom, porque ha pasado una y otra vez gracias al innovismo.

Cualquier persona debería poder hacer un intercambio comercial con quien quiera, siempre y cuando sea legal. Entonces, ¿por qué interrumpir ese derecho al llegar a la frontera de un país? Lo mismo cabe decir en relación con la emigración. No obstante, la idea de la inmigración libre asusta a mucha gente.

Hay un cierto sesgo natural hacia el socialismo debido a las familias. Los niños de hoy a menudo no saben lo que hace su padre en la oficina, e ignoran que, en el pasado, con catorce años ya estaban trabajando. Los niños de hoy no acaban de comprender lo que es la economía porque no trabajan, porque no ayudan a sus padres en su trabajo. En el pasado, cuando trabajaban, cuando ayudaban a su padre en el trabajo, en la granja, en la tienda, entendían muy rápidamente conceptos como la escasez, el mercado. Esto va a ser un problema siempre porque la familia va a ser siempre una empresa socialista: la capacidad de cada cual, las necesidades de cada cual. No se va a cobrar a los hijos por la merienda, por ejemplo. Una teoría que le gusta a muchas personas es que los jefes tienen montañas de oro y la lucha contra él es para que entregue parte del oro, o todo, a los pobres. El problema es que el jefe consigue ese oro porque vende cosas, porque nos vende cosas a nosotros. Así es que aquí hay una falacia. Tenemos un compromiso para con los pobres, pero ni a izquierda ni a derecha parece que acaben de entender que ayudar a los pobres empieza por dejar libre a la gente para que innove lo que tenga que innovar.

¿Por qué hay que discutir con nuestros hijos cuando dicen que vamos a probar con el socialismo, como si no se hubiera probado ya en la Unión Soviética, en Cuba o en Venezuela? Una nación puede percibirse como una familia en términos analíticos, pero no como hipótesis psicológica. Igual que dos personas deberían poder comerciar libremente, también las naciones deberían poder hacerlo entre sí.

Nunca se acabó de creer del todo el keynesianismo, esa idea de que te enriquezcas más porque gastas más, no parece que tenga sentido. Keynes dice que los economistas están en situación que les permite calcular la eficiencia marginal de las inversiones. Si pensamos en un plazo superior al del mercado, carece de sentido que un burócrata, un economista, sepa invertir en mi barrio. En cualquier inversión hay conocimientos locales imprescindibles. No creo que tenga que aumentar el déficit para que crezca la demanda global. Los nuevos economistas monetarios dicen que los déficits no importan y que se imprima todo el dinero que se quiera, pero eso es una locura total.

Milton Friedman creía en la nacionalización del dinero, que el Estado debería controlar el dinero. El dinero, sin embargo, debe ser lo que quiera la gente. Pueden ser conchas, puede ser oro. Desde esta perspectiva, los bancos centrales no tienen funciones y habría que cerrarlos. Los economistas que trabajan en esos bancos deberían ir a hacer cosas más útiles. Hace años, un economista dijo, en una conferencia en la Universidad de Chicago, que deberíamos tener un sistema de divisas que contara con un montón de elementos para estabilizarlo, pero ¿cómo consigues que la gente lo apoye? Este es el problema.

El liberalismo es adultismo, es una filosofía de adultos libres. Todas las demás filosofías, con sus filosofías económicas, están diseñadas para tratar a las personas como si fueran niños, como si necesitaran supervisión. El liberalismo es adultismo.

A veces podríamos defender una acción colectiva, pero el supuesto implícito que se da en ese análisis es que los agentes colectivos van a hacer las cosas mejor que las personas. Si tenemos un problema, por ejemplo, con la pérdida de los acuíferos, a lo mejor se puede resolver el problema si se habla, a lo mejor la solución se consigue con negociaciones. A lo mejor no necesitas un Estado que lo haga. En este sentido, hay que pensar que no todos somos sabios, que hay externalidades. Pero las externalidades son un concepto matemático y lo que necesitamos son hechos, no conceptos matemáticos.

Si nuestros antepasados eran paupérrimos, con ingresos per cápita de 2 ó 3 dólares diarios y ahora en Estados Unidos son de 120 dólares y en España de 100 dólares, esto es un cambio impresionante. La izquierda desprecia la idea de que todos los barcos (rentas) suben cuando sube la marea. Se podría entender la crítica si hubiera barcos que subieran muy poco, pero lo cierto es que se están disparando con la marea. Un 3.000%. En nuestras sociedades, a los más pobres les va mejor que en el antiguo régimen. En el mundo hay dos problemas: la tiranía y la pobreza. Esos son los problemas de verdad. Si nos pudiéramos deshacer de los tiranos resolveríamos el primer problema y también el segundo porque, entonces, la gente podría innovar. Entonces podríamos resolver los problemas del clima, de los pobres porque sus padres también eran pobres, de los discapacitados.

La ventaja comparativa no tiene nada que ver con la absoluta. El problema de la competencia para Robert Franck, profesor de la Universidad de Cornell es la relación con los vecinos. Por ejemplo, tener una biblioteca con muchos libros no tiene nada que ver con cuántos libros tienen otros estudiosos, sino con qué se puede encontrar en cada libro. Lo que hace Franck es honrar la envidia como objetivo de la política social y el problema de la envidia, como decía Shakespeare, es que es insaciable, no se puede llegar a colmar. ¿Vamos a tener igualdad del coeficiente intelectual? ¿Cómo vamos a hacerlo, machacando la cabeza de la gente hasta que todos sean igual de tontos? Esto es una locura.

No acepto que haya sesgos psicológicos, como afirma Daniel Kahneman, porque en lo que se centra la economía no es en la psicología individual, sino en cómo actúan y reaccionas las personas. Pueden ser ignorantes y cometer errores, pero pueden ser eficientes e innovadores a pesar de ello si tienen las ideas adecuadas. ¿Se dice que el consumidor es irracional y que el Estado lo tiene que corregir todo? El problema es que el Estado no es perfecto. Bob Thaler, premio Nobel, empieza hablando de 240 sesgos cognitivos descubiertos por los psicólogos. Vaya cifra. Con tantos sesgos es imposible que podamos pasar de una habitación a otra sin matarnos. ¿La gente está loca? Luego dice que el mercado no puede ayudar a la gente. Por tanto, el gobierno debe intervenir y dar pequeños empujones a la gente. Pero los economistas son científicos sociales y no necesitan recomponer la psicología de la gente. La psicología de los individuos no es una ciencia social.

Esos empujoncitos son un libertarianismo paternalista. A la gente o se la trata como niños, o se la trata como adultos. Hay que preguntarse si el gobierno tiene las habilidades necesarias, es lo suficientemente honrado, lo suficientemente altruista como para dar empujoncitos bien dados y lo suficientemente importantes como para gestionar bien una tiranía. Esto los gobiernos no lo hacen bien. Lo han demostrado en el pasado. Muchas veces hacen tonterías. El sector privado también, pero el coste es el cierre del negocio. Lo que quiere el gobierno es atraer a las personas y no pagarlas.

Una forma de ayudar a los pobres a vivir mejor es centrando los impuestos en los recursos que son inelásticos. Si tienes un impuesto, hay un incentivo para no pagarlo cambiando la fuente, mientras que, si cobras impuestos sobre la propiedad o las herencias, el resultado es que se puede cobrar impuestos porque la base imponible no se mueve. Esto afecta a los trabajadores. En Hispanoamérica, ser liberal a veces implica apoyar una oligarquía de empresas proteccionistas y cuando se quejan los trabajadores aparece el ejército.

Los liberales se oponen a la guerra contra las drogas. En Portugal se ha descriminalizado todo, pero no ha habido un incremento del número de adictos. Sin embargo, el número de criminales ha ido a menos. Tenemos que dejar de desaprobar lo que hacen otras personas. Si quieres comer fritos y ver la tele todo el día, lo decides tú.

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