Poder y prosperidad en el Siglo XXI: una perspectiva americana
Resumen:
El pasado 9 de junio de 2016 se celebró la conferencia de Josep Nye, organizada por la Fundación Rafael del Pino. En ella, Nye, profesor de gobierno de la Kennedy School de la Universidad de Harvard, pasó revista a la situación actual de Estados Unidos. Nye señalo que, si se escucha a Donald Trump, parece que Estados Unidos está en declive. ¿Lo está realmente? En la historia de Estados Unidos se pueden encontrar referencias de la preocupación por ese supuesto declive desde el siglo XVII. También aparece en los padres fundadores, por poner otro ejemplo. Sin embargo, si se observa la trayectoria del país, la realidad es que éste se convirtió en el mayor poder económico del mundo desde principios del siglo XX. A partir de ese momento, Estados Unidos empezó a cambiar su forma de entender las relaciones exteriores. El presidente Woodrow Wilson, durante la Primera Guerra Mundial, rompió el aislacionismo y envió tropas a combatir en Europa. Desde entonces empezó a concebir la seguridad global con Estados Unidos en el centro del equilibrio global de poder. Después de la Segunda Guerra Mundial se produjo un nuevo salto en esta trayectoria, pues Estados Unidos pasó a tener tropas fuera del país de forma permanente. En esos momentos, el Reino Unido era demasiado débil para seguir ejerciendo ese papel, como hizo en el pasado. El Plan Marshall, la creación de la OTAN, el Tratado de Defensa con Japón o la participación en la guerra de Corea son ejemplos de que Estados Unidos se había convertido en una potencia global. A pesar de ello, el sentimiento de declive siguió presente en la sociedad estadounidense. En los 60, porque la Unión Soviética lanzó el Sputnik; en los 80, por el éxito industrial de Japón; durante la Gran Recesión, porque China estimulaba su economía y conseguía crecer al 10% anual. Pero de lo que habla toda esta historia no es del declive estadounidense, sino de la psicología de la sociedad norteamericana. La perspectiva del declive, sin embargo, es equivocada. En primer lugar, Estados Unidos es el tercer país más poblado del mundo, después de China e India, y la única nación desarrollada que no tiene problemas demográficos porque está abierta a la inmigración. El país, además, está viviendo una revolución energética, gracias a las nuevas tecnologías de extracción de gas y petróleo que le permiten ser autosuficiente. De la misma forma, EEUU es el epicentro de la revolución tecnológica que está teniendo lugar, una revolución que está incrementando la productividad. Los hechos, por tanto, no avalan esa percepción. Lo que sucede, en realidad, tiene más que ver con la psicología de la sociedad estadounidense, manifestada en dos aspectos. En primer lugar, hay una reacción a la globalización, como en otros países, que se combina con las pérdidas de empleo provocadas por la Gran Recesión, con el aumento de las desigualdades y con los efectos del cambio tecnológico. En segundo término, hay una historia de quejas sobre la inmigración tan larga como la de la inmigración misma, a pesar de que la llegada de más personas es, y ha sido, fuente importante de crecimiento económico. Trump apela a esa psicología de los norteamericanos cuando habla de construir un muro entre EEUU y México y que la paguen ellos. Pero el papel de Estados Unidos como potencia global no va a cambiar. Lo más probable es que Hillary Clinton sea elegida presidenta del país y con ella habrá una política exterior continuista con lo que ha sido la misma a lo largo del siglo XX.
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