John H. Elliott, José Álvarez Junco y José Andrés Rojo
La Fundación Rafael del Pino organiza, el 29 de octubre de 2018, el diálogo «Catalanes y escoceses: Unión y discordia» en el que intervinieron John H. Elliott, José Álvarez Junco y José Álvarez Rojo (moderador) con motivo de la publicación de la última obra de John H. Elliott editado por Taurus.
John H. Elliott es un historiador e hispanista británico, que ostenta los cargos de Regius Professor Emeritus en la Universidad de Oxford y Honorary Fellow del Oriel College, Oxford y del Trinity College, Cambridge. Después de estudiar en el selecto colegio de Eton, se doctora en Historia en 1952 en la Universidad de Cambridge. Elliott fue catedrático de Historia en el King’s College de Londres entre 1968 y 1973. En 1972 fue elegido para la Academia Británica. Fue catedrático en Princeton desde 1973 hasta 1990, y Regius Professor de Historia Moderna de Oxford entre 1990 y 1997. Desde 1965 es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid. En 1993 recibió el Premio Nebrija de la Universidad de Salamanca por la calidad de sus monografías, más tarde recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1996 por su contribución a las ciencias sociales, el Premio Balzan en 1999 por su contribución a la historia de España y el Imperio español en la Edad Moderna, y en 2018 recibió el Premio Órdenes Españolas.2 Sus estudios se centran en el periodo del siglo XVI y XVII, los de auge y decadencia de la Monarquía católica, y en cómo su élite dirigente gestionó tales procesos.
José Álvarez Junco es un escritor e historiador español, que ha sido catedrático emérito de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales en la Universidad Complutense de Madrid. Estudió Ciencias Políticas en Madrid, donde trabajó con el historiador José Antonio Maravall, que le dirigió su tesis doctoral sobre el pensamiento político del anarquismo español, leída en 1973. Publicará La ideología política del anarquismo español, 1868-1910 en 1976. Desde entonces su actividad ha sido constante. Destacan de sus trabajos: Los movimientos obreros en el Madrid del siglo XIX (1981); Periodismo y política en el Madrid de fin de siglo: el primer lerrouxismo (1983); Lecciones de derecho político (1984), en colaboración; El «Emperador del Paralelo». Alejandro Lerroux y la demagogia populista (1990). Publicó Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (2001), que fue Premio Nacional de Ensayo en 2002, que concede el Ministerio de Cultura, y el Premio Fastenrath de la Real Academia Española en 2003. En este libro hace una aproximación desde el análisis historiográfico, muy alejado del esencialismo que dominó el antiguo debate sobre el Ser de España. A raíz de esta obra y por el contexto político, sostuvo una polémica con Antonio Elorza sobre la idea de nación española. Entre 1992 y 2000, ocupó la cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad Tufts (Boston), y dirigió el seminario de Estudios Ibéricos del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard. Fue también director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales hasta mayo de 2008 y por virtud de ese cargo, Consejero de Estado. Es colaborador de El País y codirige el seminario de Historia Contemporánea del Instituto de Investigación Ortega y Gasset. Su obra ha sido analizada colectivamente en 2013. Abandonó su puesto de catedrático en la Universidad Complutense de Madrid tras su jubilación en enero de 2014.1 El 7 de octubre de 2014, en la Fundación Juan March repasó su itinerario vital e intelectual con Santos Juliá. El autor destaca por su modo plural de abordar temas muy candentes aún como son los movimientos sociales, el populismo o la construcción nacional.En 2016 publica un nuevo libro, Dioses Útiles. Naciones y nacionalismo, en donde condensa en un volumen breve y de lectura asequible sus investigaciones en torno al tema del nacionalismo, así como las teorías con más presencia actualmente, intentando racionalizar un problema histórico-político caracterizado por la emocionalidad del mismo.
José Andrés Rojo, es Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense, ha publicado Hotel Madrid (Fondo de Cultura Económica, 1988), un ensayo sobre la cultura juvenil de los años ochenta; Peter Gabriel (Cátedra, 1994) y Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006; XVIII Premio Comillas), y ha participado en el volumen colectivo coordinado por Ángel Viñas En el combate por la Historia: La República, la guerra civil, el franquismo (Pasado y Presente, 2012). Se incorporó al diario El País en 1992, y ha estado vinculado desde entonces al suplemento Babelia, a Cultura y, desde 2009, a Opinión.
En esta obra John H. Elliott explora las raíces de uno de los problemas contemporáneos más acuciantes de Europa. En esta obra explora las llamativas similitudes y los contrastes entre las experiencias escocesa y catalana a lo largo de los últimos quinientos años, comenzando con los matrimonios reales que provocaron la unión con sus vecinos más poderosos, Inglaterra y Castilla respectivamente, y rastreando su historia a través de los siglos, desde el final de la Edad Media hasta los dramáticos acontecimientos recientes. Elliott examina los factores políticos, económicos, sociales, culturales y emocionales que dividen a escoceses y catalanes de las naciones más grandes a las que sus destinos les unieron. Arroja nueva luz sobre el carácter y el desarrollo del nacionalismo europeo, la naturaleza del separatismo y el sentimiento de agravio subyacente a las aspiraciones secesionistas que condujeron al referendo escocés de 2014 y el catalán de octubre de 2017, con la consiguiente declaración unilateral y fallida de una república catalana independiente.
Resumen:
El 29 de octubre de 2018 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino el diálogo entre John Elliot, Regius Professor Emeritus of Modern History de la Universidad de Oxford, y José Álvarez Junco, Catedrático Emérito de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, con motivo de la presentación del libro de Elliot “Catalanes y escoceses. Unión y discordia”, una obra que, según Elliot, expresa la preocupación de un historiador por lo que está sucediendo en su entorno y por ofrecer una visión de ello con una perspectiva muy larga de la historia que establezca similitudes y diferencias para poder comprender mejor los movimientos separatistas de Escocia y Cataluña. Esto es importante porque los historiadores, indica Álvarez Junco, no pueden experimentar como los científicos. Solo pueden comparar y buscar similitudes. En este sentido, Cataluña no solo puede compararse con Escocia, sino también con otros territorios españoles como Galicia, con tantas circunstancias favorables para contar con un nacionalismo fuerte que no se ha producido, quizá porque no hay una capital, quizá porque los descontentos han tenido una salida, que es la emigración. Por lo que se refiere a Cataluña, Elliot afirmó que Cataluña nunca fue independiente; en cambio, Escocia sí lo fue. Los ingleses intentaron conquistarla a finales del siglo XIII, pero fracasaron. Las otras partes del Reino Unido, como las de España, formaban parte de monarquías compuestas, que son aquellas que han incorporado territorios por conquista, matrimonio o desaparición de la dinastía gobernante. Esos territorios conservaron sus leyes e instituciones hasta principios del siglo XVIII. Un reino compuesto acepta la pluralidad el estado, la diversidad de las distintas regiones. En esos reinos todo dependía de un diálogo permanente entre las élites. Lo que pasó con Escocia fue que, con la extinción de la dinastía de Isabel I de Inglaterra, accedió al trono inglés Jacobo VI de Escocia como Jacobo I de Inglaterra, así es que se trata de una unión dinástica. Había tensiones por razones religiosas más que fiscales. En 1660, Escocia se separa debido a la disolución de la Commonwealth tras la muerte de Cronwell. La historia de Escocia también es diferente porque llegó a un acuerdo de unión con Inglaterra para evitar el regreso de los Estuardo, que eran católicos. La élite escocesa, además, tenía mucho interés en el acuerdo porque Escocia estaba en quiebra tras su intento fallido de colonizar Panamá. Con el acuerdo para coronar a la reina Ana como monarca del nuevo Reino Unido, Escocia conservó su sistema de gobierno religioso, sus leyes y sus instituciones y sus diputados participaron en el parlamento común del Reino Unido. En España, en cambio, tuvo lugar la Guerra de Sucesión, que sentó a la casa de Borbón en el trono. El rey quiso una España unida, centralizada y gobernada por un monarca autocrático y, para ello, se implantaron los Decretos de Nueva Planta. Esa unión se recuerda en Cataluña como una derrota que llevó a la sumisión y decadencia catalana, cuando lo que ocurrió en realidad fue justo lo contrario, ya que gracias a su integración con España y el imperio Cataluña comenzó a surgir económicamente. Otra diferencia entre Escocia y Cataluña es que en Escocia había dos sociedades, los highlanders, que apoyaban a los Estuardo, y los lores, que eran jacobitas. Estas diferencias provocaron una revuelta de los highlanders, que fue reprimida con suma dureza. A partir de ahí se intentó extirpar tanto el gaélico, la lengua de los rebeldes, como los clanes. En Cataluña, en cambio, el catalán siguió hablándose en las capas inferiores de la sociedad. Después, en el siglo XIX, con el romanticismo, lo recuperaron las capas superiores y el idioma se convirtió en el punto de referencia del nacionalismo catalán. En cambio, carece de importancia en las relaciones entre Escocia e Inglaterra. Aún así, en Escocia reina cierto victimismo, pero nunca de la magnitud que alcanza en Cataluña. Por otra parte, se encuentra el impacto de los respectivos imperios sobre Escocia y Cataluña. Los escoceses entraron en el imperio británico desde el principio. Escocia fue siempre una nación de emigrantes, que se extendieron a lo largo y ancho del imperio y fueron sus pioneros. Los catalanes también entraron en el imperio español, pero tras la pérdida de las últimas colonias americanas llegó un momento dramático y un intento de regeneración por parte de los catalanes. Ese hecho, según Álvarez Junco, unido a los problemas con la lengua, hizo que en Cataluña surgiera un sentimiento de agravio económico. En el caso de Escocia se añade el problema de la religión. Esos cambios, indica Elliot, se inician a comienzos del siglo XIX con el romanticismo, porque en esos momentos se define a la nación como algo orgánico, con su memoria colectiva de éxitos y fracasos. En ese momento, Prat de la Riva dice que Cataluña es una auténtica nación, mientras que España no es más que una construcción artificial. No obstante, esa no era la visión que tenía la mayoría de los catalanes. Por el contrario, entre ellos reinaba el doble patriotismo. En momentos de coherencia, como la Primera Guerra Mundial, los escoceses combaten al lado de los ingleses, lo que da coherencia y reflexión. En España, por esa época, las cosas marchan por distinto camino. La Primera Guerra Mundial, señala Junco, marca el final del proceso nacionalizador en Europa. El romanticismo sustituyó la lealtad a los reyes por la lealtad a la nación y, a partir de ahí, se habló de modernización, de libertad, de derechos, pero ¿cómo se define el pueblo? Ese es el problema, porque el romanticismo atribuye al pueblo un alma. En este sentido, Elliot comentó que antes Escocia pensaba que la religión era lo que le daba su carácter nacional. Ahora no lo piensa tanto, lo que ha creado un vacío ideológico. El nacionalismo también exaltó la historia de los clanes e inventó un símbolo como la falda escocesa. Además, inventó un medievalismo que no existió ni en Escocia ni en Cataluña. También creo la idea de que la sociedad escocesa era igualitaria cuando, en realidad, era tan jerárquica como la inglesa. Y es que cada sociedad necesita dotarse de mitos para darse coherencia y unidad. El problema es que ahora se cuestiona esa narrativa. En Cataluña, la revolución industrial generó un sentimiento de inseguridad que llevó a los catalanes a buscar en el pasado las certezas que no encontraban en esos momentos. En ese contexto, surgieron problemas de inestabilidad social que crearon una crisis enorme, lo que llevó al empresariado catalán a apoyar la dictadura de Primo de Rivera. En Cataluña tampoco se habla del carlismo porque quieren presentar su historia como una historia de progreso. El carlismo, sin embargo, era muy fuerte allí también. La élite quiere escapar de eso, pero, para lograrlo, tiene que buscar ayuda en Madrid, si bien no participan en el gobierno, a diferencia de los escoceses. Ahora, el nacionalismo se explica por la globalización, cuyo impacto ha sido extender las distancias entre los que gobiernan y los gobernados. También influye la fosilización de los antiguos partidos políticos, así como los efectos catastróficos que ha tenido la crisis financiera de 2008. En este contexto, la gente no sabe dónde buscar una salida, hay un vacío político y social enorme, combinado con el sentido de querer recuperar el control de las propias vidas. Este es el escenario adecuado para que los políticos demagogos puedan lanzar su mensaje populista.
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