Liberalismo: cómo defender nuestra democracia

La historia está repleta de paradojas. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989, parecía que la democracia liberal había ganado la batalla como mejor sistema político. Su victoria frente al totalitarismo comunista fue casi total. El liberalismo se había revelado como la mejor forma de organizar la convivencia y de generar riqueza y bienestar para todos. El comunismo había fracasado en este sentido y quienes en Europa vivían bajo él lo derribaron. Gritaban libertad. Libertad y prosperidad. Treinta años después, el liberalismo está en peligro y, con él, la democracia. ¿Por qué se ha producido este cambio? ¿Cuáles son las razones? Francis Fukuyama trata de responder a estas cuestiones.

La superioridad del liberalismo

La superioridad del liberalismo sobre otras formas de organización social se fundamenta en tres razones. En primer lugar, permite gobernar a sociedades diversas, trata a todos los individuos por igual. En segundo término, protege la dignidad humana, que se basa en la capacidad del ser humano para tomar decisiones morales. Finalmente, protege el derecho a la propiedad privada, a emprender y hacer negocios. Por eso, las sociedades que protegen este derecho son las más ricas del mundo. Incluso la comunista China se ha enriquecido gracias a la protección a la propiedad privada que estableció Deng Xiaoping en 1978. Si no lo hubiera hecho, no hubiera podido alcanzar sus niveles actuales de prosperidad. Esos son los méritos del liberalismo.

El liberalismo se ve actualmente atacado por todas partes.

A pesar de ello, el liberalismo se ve actualmente atacado por todas partes. Los golpes le llegan tanto desde la derecha como desde la izquierda. Por la derecha provienen de quienes defienden el nacionalismo frente al liberalismo. Son personajes como Orban en Hungría, Modi en la India, Trump en EEUU, o líderes populistas como Salvini o Le Pen, señala el profesor Fukuyama. Su denominador común es que no defienden el imperio de la ley, que pone límites al gobierno, sino la idea de un hombre fuerte que defienda al pueblo. Por tanto, no quieren aceptar límites a su poder y, para ello, socaban la Justicia, la independencia de los medios de comunicación, la competencia política y la misma democracia. Y se justifican con el argumento de la supuesta debilidad de las sociedades liberales.

El populismo contra el liberalismo

El populismo de izquierdas también lanza sus ataques al liberalismo. A su juicio, las sociedades liberales no están reduciendo las desigualdades tan rápido como les gustaría. Y, para conseguirlo, quieren un gobierno más fuerte que tampoco se vea limitado por el imperio de la ley. Allí donde estos movimientos están en auge, como en Colombia o Chile, quieren un mayor peso del gobierno para hacer frente a estas desigualdades. Su justificación: el liberalismo no avanza lo suficientemente rápido en esa dirección.

Llegados a este punto, conviene preguntarse por qué pasa esto. Para Fukuyama, se debe a dos deformaciones del liberalismo en las dos últimas décadas. En la derecha se trataría del denominado neoliberalismo, que no es sinónimo de capitalismo. El neoliberalismo idealiza al mercado como panacea para resolver todos los problemas. El Estado, por el contrario, supondría un lastre al crecimiento económico. Así es que se apostó por la liberalización y la desregulación. Según Fukuyama, era necesario hacerlo, pero solo en parte, por lo que, al final, resultó excesiva. Esto dio lugar a un mundo globalizado en el que la desigualdad crecía, y lo hacía más rápidamente en los países más liberales. Así es que la prosperidad no llegaba a muchos trabajadores en los países ricos. Muchos de sus empleos se desplazaron a los países asiáticos de bajo coste laboral, dando alas al populismo.

Liberalismo y política identitaria

La segunda deformación del liberalismo se ha producido en la izquierda, con la política identitaria. Hay diferentes tipos de política identitaria compatibles con el liberalismo como forma de movilizar a unas poblaciones que se han visto marginadas. Es el caso de los afroamericanos, que pidieron poner fin a la segregación racial. Con ellos, la promesa de igualdad del liberalismo hasta ese momento no se había cumplido.

Para el liberalismo, la identidad con la que nace una persona, su raza, género, credo, orientación sexual, es lo más importante de ella. Es más importante que quién eres como individuo. El Estado va a tomar esa identidad como la forma en la que va a tratar con la persona. Pero la política identitaria de izquierdas empieza a socavar el liberalismo. En Estados Unidos, los «WOKE» ha creado una división muy importante en torno a quien hay que otorgar privilegios. ¿Hay que privilegiar a las personas que entran en esta categoría, o hay que hacerlo con los individuos caso por caso? Si no se expresa la opinión política progresista que se considera correcta, se puede perder el empleo, o verse criticado en las redes sociales. Con lo cual, tenemos un ataque contra el liberalismo de derechas y otro contra el de izquierdas.

El problema del relativismo

Las palabras que utilizamos para hablar de la realidad conforman esa realidad.

Pero también hay otros elementos. Estos se vieron muy claramente durante la pandemia de Covid-19. Tienen que ver con nuestra capacidad cognitiva para afrontar los hechos, la información y la verdad. Las palabras que utilizamos para hablar de la realidad conforman esa realidad. Imponen nuestra visión subjetiva a lo que creemos que es un mundo objetivo. En muchos sentidos, da lugar a un relativismo, a la idea de que no hay una realidad objetiva ahí fuera. Foucault sostiene que la ciencia natural moderna en sí no es objetiva al enfocar la realidad. Más bien refleja los intereses de algunas élites ocultas que utilizan la ciencia para manipular a los demás. Según Foucault, toda la ciencia natural reflejaba estos intereses. Si decimos que no hay una realidad objetiva y que todo es la proyección de los poderosos, todo lo demás es una cuestión de política de poder.

Esa tendencia empezó en los ochenta y noventa, sobre todo en las universidades, pero ahora ha llegado a la extrema derecha. Todos los grupos de extrema derecha presentaron los mismos argumentos durante la pandemia del Covid-19. Las autoridades sanitarias dicen que la población se vacune, utilice mascarillas, mantenga la distancia social. Se basan en argumentos científicos, pero, en el fondo, están actuando en interés de élites ocultas que quieren dominar la sociedad. Así es que esa idea, que empieza en la extrema izquierda, ahora se ha desplazado a la extrema derecha. Y esto es muy peligroso. ¿Por qué? Porque si en una sociedad liberal no podemos ponernos de acuerdo en la información básica, empírica, esa sociedad tiene un gran problema. No podrá deliberar de forma racional y llegar a decisiones comunes.

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