Tras casi medio siglo de democracia los problemas de España parecen similares a los que Ortega y Gasset apuntaba hace cien años. ¿Cómo puede escapar de su laberinto? José Manuel García-Margallo, ex ministro de Asuntos Exteriores, y Fernando Eguidazu, ex secretario de Estado para la Unión Europea, analizan este tema.
Tres ideas de España
García Margallo recuerda que no se puede gobernar si no se tiene una idea de España. En estos momentos, señala, lamentablemente, hay tres explícitas bien diferentes, y una cuarta más difusa. La primera es la de Unidas Podemos y los apoyos parlamentarios del presidente Sánchez. Estas fuerzas aspiran a una España plurinacional, con derecho de autodeterminación, organizada en un Estado que no llega a ser confederal.
Una segunda idea de España reside en las autonomías. Esta versión tampoco concibe que el papel de España en el proyecto europeo sea dar pasos más decididos hacia los Estados Unidos de Europa. Después está la de la España constitucional, unida, con autonomías y separación de poderes, y profundamente europea.
Junto a ellas, hay una cuarta idea, difusa, que nace en los pactos del Tinell. Ahí es donde España empieza a descomponerse, en el año 2003. Los pactos los firmaron el PSC, Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya. El acuerdo habla de un pacto en virtud del cual los partidos nacionalistas se comprometen a apoyar al gobierno del presidente Rodríguez Zapatero. Al mismo tiempo, señala García Margallo, el presidente se compromete a poner al partido socialista a su servicio en las nacionalidades históricas. Así ocurrió en Galicia y Cataluña, pero no en el País Vasco. En su opinión, el presidente Pedro Sánchez ha recuperado ese proyecto. Por tanto, tenemos que elegir entre esas ideas de España y sacar las consecuencias pertinentes.
Por ello, Eguidazu lamenta la vuelta de los mismos problemas que apuntaba Ortega y Gasset hace cien años. El primer problema es la quiebra del bipartidismo. Si aparecen partidos importantes en los extremos, atraen a los grandes partidos hacia esos puntos. Ese es el peligro en el que hemos caído, en especial el partido del gobierno. Ese es el primer problema y la causa de muchos otros que nos han venido después.
Polarización y desafío constitucional
El segundo problema, que ha aparecido con cierta virulencia, es la estrategia de polarización. Esto es muy peligroso. Se está promoviendo que la sociedad española vuelva a dividirse en dos grupos antagónicos. El tercero es lo que llamamos la deriva autoritaria. Se trata de la práctica de ocupar todas las instituciones del Estado, que tienen que ser neutrales por definición. Ese proceso de ocupación tiene su mayor gravedad en el intento de control del poder judicial. Esto desvirtúa la democracia. La democracia no consiste solo en votar cada cuatro años. Consiste, también, en unos equilibrios de poderes. El cuarto es el desafío secesionista, que ha venido con una virulencia como no sucedía desde los años treinta. Entre medias habría que añadir el problema económico. Este problema es especialmente grave porque se produce en un momento de crisis política.
Por último, queda el gran problema de nuestro tiempo. Se trata de la aparición de un desafío frontal al modelo constitucional. Se ha puesto en cuestión la esencia, el núcleo duro de nuestra convivencia. Lo grave es que no se está produciendo desde partidos marginales, sino desde partidos en el gobierno o que le apoyan.
Paralelismos históricos
García-Margallo encuentra en la historia muchos paralelismos con la situación actual. En España ha habido varias crisis desde el siglo XIX, como la vuelta de Fernando VII, la pérdida del trono de Isabel II, la crisis de la Restauración y el colapso del franquismo. Las que se han resuelto con el acuerdo de las dos grandes fuerzas políticas españolas, la Restauración y la Transición, han salido bien. Aquellas en las que se ha elegido el enfrentamiento han salido mal.
Eguidazu señala, al respecto, que en la Segunda República no hubo consenso, ni interés en alcanzarlo. La Constitución de 1931 fue una constitución que impuso la izquierda sin contar con la derecha. Esa constitución nunca se sometió a referéndum, lo que supone una diferencia abismal con la Transición. En el año 1978, la Constitución fue fruto del consenso y se aprobó por referéndum con un resultado favorable abrumador. La derecha no aceptó la Segunda República y cuando ganó las elecciones derribó las medidas del gobierno anterior. Entonces fue la izquierda la que no lo aceptó. El país se fue polarizando por ese camino y acabó divido en dos bloques.
La Transición
Es muy llamativo que siempre que España se ha encontrado en una crisis política existencial, nos ha pillado en plena crisis económica. Y con los deberes sin hacer, o mal hechos.
La Transición fue posible por varias razones, señala García-Margallo. La primera es porque se produce la reconciliación nacional, que es la amnistía. La segunda, como dijo Marcelino Camacho en un discurso sobre ese tema, fueron las concesiones recíprocas que se hicieron unos a otros para conseguir un fin superior. La tercera fueron los Pactos de La Moncloa, necesarios para pacificar las calles porque la situación económica entonces era mucho peor que ahora. La última fue redactar una Constitución que fuese de todos y para todos. Ese ha sido el mayor éxito que hemos tenido en nuestra historia. Ese éxito que ahora se quiere negar para volver a la República, que es lo que justificaría esa España plurinacional.
Por otro lado, destaca Eguidazu, es muy llamativo que siempre que España se ha encontrado en una crisis política existencial, nos ha pillado en plena crisis económica. Y con los deberes sin hacer, o mal hechos.
Problemas económicos
En el momento actual identificamos tres problemas económicos principales, que vienen de lejos. El primero es una productividad muy baja. El crecimiento de la productividad en España es poco más que la mitad que en Alemania, y llevamos así muchos años. El segundo es el mercado laboral. En estos años, España no ha tenido capacidad para dar trabajo a todos sus ciudadanos. El tercero son las cuentas públicas. En los últimos veinte años, solo en tres ocasiones hemos tenido superávit de las cuentas públicas. En estos momentos tenemos una deuda pública en torno al 115% del PIB. No podemos acostumbrarnos a vivir con ese déficit porque nos hace muy vulnerables ante una posible perturbación financiera. Además, nos deja sin margen de maniobra si aparece una nueva crisis o se agrava la presente.
Con una crisis política es imposible hacer una reforma económica porque esos problemas requieren soluciones difíciles y llevan tiempo. Un gobierno no puede embarcarse en esas reformas con la oposición «echada al monte», sigue Eguidazu. Debe haber unos acuerdos básicos en los principios de un programa de reformas estructurales. Es lo que hicieron los Pactos de La Moncloa. Pero también es muy difícil resolver el problema político sin resolver la economía, porque una población con paro e inflación no está para bromas en materia política. Es decir, hay que resolver las dos cosas a la vez y tenemos un precedente de nuevo en la Transición. Antes de aprobar la Constitución se firmaron los Pactos de la Moncloa. En ellos participaron todas las fuerzas políticas y sociales. Eso se puede volver a repetir, aunque quizá no con este gobierno, y sería muy deseable.
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