Cuando el comunismo cayó en 1989, todo el mundo pensó que eso representaba la victoria definitiva de la democracia y la libertad. Veinte años después, a lo que estamos asistiendo es al auge del autoritarismo. ¿Cómo es esto posible? Timothy Snyder, catedrático de Historia de la Universidad de Yale, intenta responder a esta cuestión.
El autoritarismo y el futuro
Según Snyder, la libertad depende del sentido que tengamos del tiempo. Y esto es así porque la libertad depende del futuro. El problema es que los políticos occidentales han matado ese futuro. Hoy nadie habla de él. El debate político se centra en defender el statu quo imperante o en hablar de un pasado idílico que nunca existió. Ningún político, sin embargo, se refiere al futuro de su país. Ese es un denominador común de los líderes populistas y autoritarios.
Ese cambio se produjo a partir de 1989, por irónico que pueda parecer. Ese año fue un momento extraño por las importantes coincidencias que tuvieron lugar en él. No solo cayó el muro de Berlín. También fue el año de creación de la Unión Europea y de la introducción de las ideas neoliberales. Todos estos son grandes acontecimientos que ocurrieron de forma simultánea por casualidad.
Política de inevitabilidad
Esto nos llevó a pensar que se había producido el triunfo definitivo de la democracia y en la política de inevitabilidad. Creíamos en el progreso y en que el futuro sería igual que el presente porque no había alternativa a la democracia y el capitalismo. El problema es que esto no es verdad. El problema, también, es que las cosas están cambiando y estamos pasando a la política de eternidad. En este sentido, en lugar de prosperar, pensamos en el destino. De esta forma, el tiempo pasa de ser una línea inevitable a un ciclo que se repite una y otra vez. Esa repetición se basa en que viene alguien y nos arrebata lo que hemos conseguido.
Otro error que cometimos fue pensar que la tecnología no es nuestro enemigo. Creímos que progreso técnico es sinónimo de progreso intelectual; que internet nos haría mejores personas. Lo que está ocurriendo, en cambio, es que nos está convirtiendo en caricaturas de nosotros mismos. Trump lo entiende muy bien y lo utiliza para mantener a los estadounidenses apegados al pasado.
Política de eternidad
El mejor ejemplo de la política de eternidad, sin embargo, es Rusia. Cuando Obama se refería a Rusia decía que no era más que una potencia regional, porque eso era la política de inevitabilidad. Rusia, sin embargo, ya estaba en otro lugar. Se ha pasado al extremo de la política de eternidad y, desde ahí, trata de seducirnos.
Rusia es la capital del no futuro y sus líderes actúan como si no lo hubiera. ¿Por qué? Snyder enuncia, al respecto, cinco motivos.
En primer lugar, los líderes rusos se dieron cuenta de que la política de inevitabilidad estaba equivocada, de que el capitalismo no traería la democracia.
En segundo lugar, las noticias locales murieron. Cuando no existen, ese vacío lo llenan los grandes medios de comunicación de otros lugares. La gente, entonces, empieza a desconfiar porque no los conoce y, por tanto, no cree en ellos.
En tercer lugar, están las diferencias radicales en cuanto a niveles de renta. Si hay desigualdad, eso significa que no hay progreso social, lo que provoca que la gente deje de creer en el futuro.
Luego están los hidrocarburos. La clase dirigente rusa depende de su exportación, con lo que el futuro es el calentamiento global.
Por último, se encuentra el problema de la sucesión de Putin. Y es que nadie sabe qué va a ocurrir cuando Putin muera.
En este contexto, las élites rusas han encontrado una nueva forma de gobernar a partir de la desconfianza. Les dicen a los ciudadanos que mienten siempre, pero que el resto del mundo también lo hace. Y es que la idea de Rusia es un nacionalismo negativo.
La política exterior de Rusia
Lo mismo sucede con la política exterior de Rusia. Si dices que todo el mundo miente, ¿cómo te enfrentas a la UE o a Estados Unidos? Pues lo que hace es intentar que se descompongan, convirtiéndoles en una parodia de sí mismos. Rusia, por eso, está detrás de Trump, del Brexit. Cada fuerza política extremista de Europa le debe algo a Rusia. Esto choca con la política de inevitabilidad estadounidense. Esta se basa en la excepcionalidad democrática americana, en la creencia de que el mercado libre traerá la democracia -cosa que no es así- y en la confianza en el progreso técnico. Lo cierto, empero, es que el declive de la democracia coincide con el desarrollo de internet y la conectividad.
Como esa política de inevitabilidad fracasa, Trump trata de atraer a la gente con el discurso de que el futuro brillante puede volver al país. Pero, en realidad, Trump está en contra de todo lo que trajo ese futuro en el pasado. Además, según Trump, lo que falla en América es la gente que viene de fuera. Eso es un ejemplo de nostalgia del pasado y provoca que no se haga nada de cara al futuro.
Trump es un producto de la parte menos democrática de la vida americana. Fue elegido solo por su reputación en los medios. No es más que un hombre del espectáculo tradicional. Rusia utilizó la tecnología americana para inclinar las elecciones a favor de Trump.
La Unión Europea, por su parte, tiene también una política de inevitabilidad, lo cual es una gran idea. Las naciones europeas son muy antiguas e inteligentes y aprendieron de las experiencias de las dos guerras mundiales y del periodo de entreguerras. Eso es lo que le hace peligrosa para Rusia y, por ello, Rusia trata de debilitarla. Para ello, está diseminando la idea de que, para ser fuertes de nuevo, esos antiguos estados imperiales deben recuperar su propia personalidad. Como hace la propia Rusia.
Acceda a la conferencia completa