La economía europea ha llegado al final de un nuevo ciclo expansivo y ha entrado en una senda de desaceleración económica. Este hecho, de por sí, no es particularmente grave. Ya se sabe que el comportamiento de la actividad productiva es una sucesión de periodos de bonanza y de otros menos benignos. Lo que confiere un carácter particular a esta nueva fase de desaceleración es que tiene lugar en un contexto de transformación vertiginosa de las estructuras de producción, en especial a causa de la digitalización. Esta coincidencia temporal conlleva implicaciones muy importantes para la política económica. Lo explica Juergen B. Donges, catedrático emérito de la Universidad de Colonia.
Digitalización y potencial de crecimiento
El problema fundamental es a qué velocidad puede crecer una economía. Esto depende de su potencial de crecimiento. Este potencial en la Eurozona se ha convertido en un problema porque está creciendo de forma muy moderada, del orden del 1,2% o 1,3% al año y con tendencia a la baja. En Estados Unidos, en cambio, el potencial de crecimiento está aumentando del orden del 2% anual y con tendencia al alza. En otras palabras, no estamos en un escenario keynesiano, de falta demanda, sino en un problema de oferta.
Los políticos, sin embargo, actúan como si estuviéramos en un escenario keynesiano. Todos ellos hablan de que necesitamos estímulos fiscales. Si no hay capacidad productiva en las empresas, empero, esos estímulos no aumentan la actividad económica. Además, la puesta en marcha de políticas fiscales lleva tiempo y, normalmente, llegan justo cuando ya no hacen falta.
Macroeconomía
El otro problema es que estamos en una economía abierta, globalizada. La política fiscal expansiva, en este contexto, no funciona. Lo que hace es generar demanda en el resto del mundo y crear más déficit en el país.
Por lo que se refiere a la política monetaria, esta no tiene margen de acción porque el BCE no puede bajar unos tipos de interés que ya están al 0%. Estamos atrapados en una trampa de liquidez a la japonesa. El BCE quiere mantener los tipos de interés bajos, dar sustanciosas inyecciones de liquidez, etc., pero hay un problema fundamental. Esa mayor oferta de crédito no se traduce automáticamente en una mayor demanda de crédito por parte de los hogares y las empresas. La opción de tipos de interés negativos tampoco es viable a no ser que se elimine el dinero en efectivo, porque entonces los depositantes no se pueden escapar. Es decir, no hay margen de actuación en política monetaria.
Cuellos de botella
Por todo ello, la cuestión fundamental son los problemas de fondo que lastran la economía por el lado de la oferta. Por un lado, en todos los países de la zona euro hay cuellos de botella en infraestructuras económicas vitales, especialmente en las relacionadas con la digitalización, pero también en otros tipos. Son el resultado de realizar los ajustes presupuestarios mediante el recorte del gasto público en infraestructuras. Esto ha reducido el potencial de crecimiento.
La productividad laboral, además, es demasiado baja, a pesar del avance tecnológico, porque carecemos de sistemas educativos y de formación profesional adecuados, sobre todo en competencias digitales. Por último, tenemos el problema de la contracción demográfica. Un problema, este último, cuya solución requiere de tres cosas. Una es aumentar la tasa de participación de las mujeres en la actividad. Otra es retrasar la edad de jubilación efectiva. Y la última consiste en gestionar la inmigración con criterios de eficiencia en términos de cualificaciones profesionales.
Globalización y digitalización
Sin cambios en la estructura productiva, no puede haber crecimiento económico sostenido porque, por un lado, tenemos cambios provocados por los avances tecnológicos, pero también por cambios en la demanda a medida que aumenta nuestro bienestar. A esto se añaden los que se derivan del hecho de que, en los tiempos de la globalización, aparecen nuevos oferentes. El proceso de digitalización va a acentuar todas estas tendencias.
Cuando las sociedades se adaptan a estos cambios estructurales, todo va mejor. El factor fundamental es la investigación y desarrollo, el I+D. Hoy la tecnología se crea en el seno de las sociedades, por investigación básica en las universidades, por investigación aplicada en las empresas y por formación del capital humano. Esto es lo que produce tecnología nueva. Para que esto funcione, debemos tener mercados abiertos, no proteccionismo. Si queremos aprovechar el dividendo tecnológico, tendremos que tener libertad económica. Son los emprendedores los que aportan valor añadido a la sociedad y lo harán cuantas menos restricciones tengan.
Restricciones en Europa
¿Cuáles son las restricciones que tenemos en la Unión Europea? La primera, que no tenemos un mercado de capital riesgo, nada comparable con Estados Unidos. Tampoco tenemos una Unión Europea de Capitales. La segunda es la administración pública, una entidad que nos complica las cosas. Todavía no aprovecha el potencial de la digitalización para agilizar procesos.
Frente a esos cambios estructurales profundos, la posición en Europa es la de crear grandes campeones nacionales desde las esferas estatales. Pero esto nunca ha funcionado porque el estado, o los funcionarios, no saben qué es lo que se necesita en el futuro. Lo único que se produce es un derroche de recursos públicos. Es mucho más inteligente utilizar el mecanismo descentralizado de generación y diseminación de conocimientos, esto es, el mercado. Así es como funciona Silicon Valley. Sus grandes empresas no son fruto del estado, sino de la creatividad privada de los individuos.
Sea como fuere, si se quieren generar dinámicas de crecimiento sostenible, es inexorable que las empresas y la población activa se adaptan con rapidez al nuevo entorno tecnológico. Eso para por la educación y porque las políticas económicas apoyen estos procesos de adaptación.
Acceda a la conferencia completa