Excelencia, el desafío de la universidad española

En una economía en la que la tecnología y la innovación son fundamentales para la competitividad, la universidad juega un papel central. Esta institución forma a los profesionales del futuro. En su seno se produce, también, la investigación que desemboca en nuevas tecnologías e innovaciones. Dada la importancia de su rol, la excelencia de la universidad se convierte en una necesidad. ¿Cómo lograrla? Luis Garicano, eurodiputado, vicepresidente de Renew Europe y miembro de la Comisión Miras-Portugal de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario, y Samuel Martín-Barbero, Presidential Distinguished Fellow de la University of Miami, ofrecen algunas pistas.

Los aspectos de la excelencia

Para Garicano, la excelencia en las universidades tiene dos aspectos: excelencia en docencia y excelencia en investigación. La excelencia en docencia supone formar bien a los estudiantes para su futuro, tanto profesional como personal. El segundo elemento es la excelencia en la investigación, que es muy fácil de medir. Se mide el impacto de la investigación por las citas de los artículos académicos. También por cuántas personas utilizan esas investigaciones para construir. O por cuántas patentes generadas por la universidad se usan. Y, asimismo, por el impacto en las empresas que pueden tener esas investigaciones. El problema en España es que la empleabilidad no se considera en la docencia. Y, en investigación, se mide más el número de artículos que su impacto. Así es que en nuestro país la excelencia dista mucho de alcanzarse.

«la excelencia es conseguir ser la mejor versión de uno mismo», señala Martín-Barbero

La búsqueda de la excelencia es el último paso de un ciclo natural de la mayoría de los sistemas universitarios actuales. El ciclo empezó hace cincuenta años, cuando la preocupación era el acceso. Luego fue la universidad y, finalmente, la calidad. Ahora estamos en la cuarta ola, la de la excelencia, pero no será la última, estima Martín-Barbero. Hay dos más, fundamentales, que son parte imprescindible del futuro: la experiencia de aprendizaje y el bienestar de la persona. En términos institucionales, la excelencia es conseguir ser la mejor versión de uno mismo y no la falsa copia de otro. La excelencia como meta, como aspiración, está al alcance de todos. Pero no todos podemos llegar a ella con los mismos medios, los mismos recursos y al mismo tiempo.

Excelencia e investigación de calidad

Esa excelencia es difícil de lograr si no hay una investigación de calidad, de impacto. Pero hay otras dos dimensiones, también fundamentales, para que las universidades logren su excelencia. Una, continúa Martín-Barbero, sería la actualización curricular de los planes de estudio. Una actualización para adecuarlos a los tiempos modernos y que tenga lugar en todas las disciplinas, no solo en las más demandadas. La otra sería la revolución pedagógica, o experiencia activa del aprendizaje, y cómo explotar eso dentro y fuera del aula. A lo que se añadiría un tercer elemento: la gestión directiva profesional. Las universidades también necesitan unos estilos de liderazgo y de gestión que estén al mismo nivel que otros sectores de actividad.

Ese cambio institucional, indica Garicano, tiene que ver con tres cosas. En primer lugar, tiene que ver con la gobernanza. Las universidades tienen que responder a las necesidades de la sociedad. El rector tiene que elegirse como en otros países, mediante procesos externalizados. En caso contrario, estaría capturado y no respondería a los intereses de la sociedad sino a los del grupo que lo elige. En segundo lugar, está la financiación. El dinero no puede ir a todos, sino asignarse de acuerdo con los resultados de docencia e investigación individuales y de grupo. De hecho, la financiación debería estar ligada directamente a la empleabilidad. En tercer lugar, hay que cambiar la carrera docente. Ahora hay mucha endogamia, en vez de competir para conseguir a los mejores profesores. Eso es lo que hacen los sistemas de éxito.

La contratación de los rectores

Los procesos internacionales de contratación de rectores, recuerda Martín-Barbero, son similares a los de selección de altos directivos. Las credenciales de los futuros rectores tienen que estar ahí. Son credenciales académicas para todos, válidas a la hora de concursar a esos puestos. Pero luego están los procesos de medición de su capacidad para generar un cambio dentro de la organización. Por eso es importante que tengan capacidad de transformar la organización, de liderar equipos. Son sistemas en donde eso es algo habitual y está compensando y recompensado. No sería raro que España lo hiciera porque otros países de su entorno lo hacen. También debería cambiar la política de retribuciones y de contratación, con modelos más flexibles de contratación laboral, no necesariamente por oposición.

En la universidad deben coexistir investigadores y docentes, añade Garicano. En Holanda hay diferentes contratos, que los llaman 50%, 60%, 80% de investigación. Hay personas que están investigando y, por tanto, imparten muy poca docencia. Si una persona hace una investigación de primera línea gana ese contrato. Si, poco a poco, va investigando menos, porque se hace mayor, va dando más clases. Habrá centros que tengan muchos profesores con 80% de investigación y otros que tengan muy pocos. No pasa nada. Lo importante es que todo el mundo tenga un contrato adecuado a lo que está haciendo. Lo que ahora tenemos es café para todos. Hay investigadores muy buenos que tienen la misma carga docente y de investigación que quien no ha publicado nada.

Financiación privada

Además de eso, hay que plantearse la búsqueda de financiación privada. En Centro Europa, recuerda Martín-Barbero, hay países en los que las universidades la buscan. Con esos fondos cubren gastos operativos de observatorios o cátedras. Ese dinero puede llegar a representar el 20% o el 25% de los ingresos anuales de esas universidades. En Estados Unidos esto es un quebradero de cabeza para muchos presidentes de universidades. El buscar dinero privado ahora se convierte en un requisito sine qua non en la hoja de ruta de los rectores.

Otra experiencia muy interesante, añade Martín-Barbero, es la de Israel y sus planes de carrera docente para el personal universitario. Esos planes permiten que coexistan grandes profesores con grandes investigadores. Un gran profesor debe ser un excelente docente y un excelente estudiante. No se trata de volcar lo que uno sabe, sino también de aprender lo que uno desconoce.

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