Cuando estalló la crisis financiera internacional, la política monetaria tuvo que entrar en terreno inexplorado para socorrer a la economía. La Reserva Federal bajó los tipos de interés a cero. También realizó inyecciones masivas de liquidez al sistema financiero. Además, compró bonos a mansalva para estimular el crecimiento económico. A eso se le llamó “quantitative easing”. Nunca antes se había realizado una operación de este tipo, que inundó Estados Unidos de dinero. La estrategia de política monetaria permitió al país superar la crisis. Muchos, sin embargo, se preguntaban cómo se podría volver a la normalidad monetaria sin dañar a la economía.
El dilema de la Reserva Federal
Rafael Bostic, presidente de la Reserva Federal de Atlanta, explica el dilema que afronta el banco central estadounidense al respecto. Si las autoridades monetarias se muestran demasiado tímidas a la hora de subir los tipos de interés, se corre el riesgo de sobrecalentar la economía. Si, por el contrario, son demasiado audaces, el peligro sería acabar con la recuperación.
A finales de 2018, la economía estadounidense se encontraba en esa disyuntiva. Desde 2015, la Reserva Federal había ido subiendo los tipos de interés, en pequeñas dosis, desde el nivel próximo a cero en que los había situado. La estrategia de normalización monetaria funcionó bien porque no tuvo efectos negativos sobre la economía. El crecimiento continuó, la inflación se situó en el entorno del 2% y el paro bajó al 3,7%. Pero ahora había que averiguar cuál era el momento de poner fin a este proceso y en qué nivel de tipos de interés.
Un dato que aconsejaba pisar ya el freno era el desempleo. La tasa de paro del 3,7% se encontraba por debajo del nivel que la Fed considera sostenible a medio plazo, que está entre el 4,3% y el 4,6%. Niveles tan bajos de desempleo suponen una enorme presión sobre la economía cuando se sitúan por debajo de la tasa natural de paro. Este era el caso. Estos periodos de elevada presión acaban siempre en recesión porque sobrecalientan la economía. En esos casos, la respuesta de la Fed es agresiva, lo que provoca el debilitamiento de la economía.
Los riesgos de una salida agresiva
El problema de que la Fed sea agresiva, en vez de tímida, es que resulta muy difícil determinar si una economía se encuentra sobrecalentada. Considérese, por ejemplo, la determinación de la tasa “normal” de desempleo. Cuando se inició el proceso de normalización monetaria en 2015, Bostic consideraba que una tasa normal de paro era el 5%. A finales de 2018 pensaba que, a largo plazo, está más próxima al 4%.
Estimar la capacidad de la economía también resulta muy difícil. Muchos economistas calculan que la tendencia en la tasa de actividad es negativa debido al envejecimiento de la población. Sin embargo, en los últimos años, la tasa de actividad ha evolucionado de forma plana y ha crecido recientemente.
Además, hay otros riesgos macroeconómicos. Una parte de la fortaleza del crecimiento del PIB estadounidense se debe a los estímulos fiscales, pero esos efectos se desvanecerán en los próximos años. A ello hay que añadir los riesgos derivados del incremento global de aranceles y de la evolución del comercio internacional.
Teniendo en cuenta todos estos riesgos, lo mejor es proceder con cautela y mantenerse atento a lo que deparen los datos, aconseja Bostic. En su opinión, EEUU no está muy lejos de la neutralidad de la política monetaria, que es donde quiere situarse la Fed.
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