Liberalismo, ideología y batallas culturales

¿Qué es ser liberal? Muchas personas se tildan de liberales, pero, en realidad, no lo son. A otras se las etiqueta como tales, pero con carácter peyorativo, y tampoco lo son. Lo cierto es que al liberalismo se le asocia cada vez más con conceptos que no tienen nada ver con él, como la batalla cultural. Antonella Marty, politóloga argentina y conductora del podcast “Hablemos Libertad”, trata de clarificar el verdadero significado de ser liberal.

¿Liberalismo sin libertad?

Todo esto sucede porque hay una crisis de ideas. Una crisis que hay que superar porque las sociedades no se gobiernan solo a través de la ley. Intervienen también la ideología que la interpreta, la forma de gobierno o la política pública. Esto se puede ver analizando algunas figuras públicas que hoy lideran gobiernos basados en lo que podría denominarse un populismo de derechas que es una de las grandes estrategias políticas. Es un mecanismo de movilización de las emociones, del mesianismo, asociando el liberalismo a la religión. Sin embargo, el liberalismo nació para separar a la religión del poder, señala Marty. Así es que se ha creado una especie de liberalismo sin libertad.

El liberalismo no puede existir sin libertad porque deja de ser liberalismo en su ausencia.

Los populismos de derechas apuntan a una visión nostálgica de ese pasado. Esto también conecta con la idea del poder y el resultado es que, actualmente, se habla de liberalismo sin libertad. Pero ambas cosas son inseparables, forman parte de un todo. El liberalismo, de hecho, no puede existir sin libertad porque deja de ser liberalismo en su ausencia.

La batalla cultural

La idea de la batalla cultural es una contradicción en sus propios términos porque una batalla es un concepto bélico y la cultura es un orden espontáneo. Las culturas no batallan. Lo que se intenta hacer es hablar de un supuesto debate de ideas. Sin embargo, y en realidad, no hay ningún interés ni por el debate, ni por la cultura. Hay interés en establecer un modelo de vida específico, puntual, el de las revistas de los años 50, olvidando todos los movimientos de liberación de los años 60 y 70. Es una moral que trata de recuperar este terreno en nombre del populismo. Términos como la mayoría moral vuelven a movilizar la mentalidad tribal, el miedo al otro, a lo diferente. Se convierte en movimientos, como sectas.

Se expulsa al que ejerce la tarea que debería hacer un liberal: cuestionar las cosas, tener pensamiento crítico.

Esto pasa con las ideologías, incluso con el liberalismo. Se expulsa al que ejerce la tarea que debería hacer un liberal: cuestionar las cosas, tener pensamiento crítico. Por eso, se debe no caer en el canto de sirenas de estos caudillos mesiánicos. Esto es otro aspecto, porque los populismos se hermanan permanentemente, el de izquierda y derecha.

Una crisis de ideas

La respuesta a lo que está pasando ahora va a surgir en algún momento. Estamos en una crisis de ideas muy importante. Hay que humanizarlas, destacar cuestiones como la empatía, los vínculos con los demás, entender el aspecto de la humildad y bajar a la realidad. Cuando nos damos cuenta de que estamos en un pequeño punto de la galaxia, el nacionalismo, el racismo, los argumentos de estos mesías se vienen abajo. ¿Por qué vamos a estar diciéndole al otro cómo tiene que vivir su vida? ¿Por qué vamos a estar dividiendo a la sociedad?, señala Marty. Ahí entra la relación de los populismos de derechas con la idea de pureza. Trae otra vez la idea de lo puro y lo puro se alcanza mediante la batalla cultural.

¿Cómo afrontar esta situación? Haciéndose preguntas, saliendo de la zona de confort para plantearse las cuestiones que hay que plantearse. En el ser humano hay una tendencia hacia la tribu. Y, en los políticos, a llevarnos a ella porque les sirve a sus fines. Para ello, recurren al populismo, a través de la educación, de las terapias de conversión.

¿Derecho a ofender?

Otra cuestión es del derecho a ofender, del que se habla tanto. No hay un derecho a ofender al otro. Lo peor es que se hace en nombre del derecho a la libertad de expresión. Pero libertad de expresión no es intimidar, ni destilar discursos de odio, que terminan en suicidios, genocidios, persecuciones a distintos grupos. Muchos políticos, con influencers y académicos, realizan estos discursos de odio, en nombre de la libertad de expresión. Pero después se sorprenden cuando los cancelan y acaban por presentarse como víctimas, cuando no estamos viendo quién es la víctima real de todo esto.

Si hubiera más empatía en la sociedad, estas cosas no estarían pasando. Hay muchos debates que todavía están pendientes. Siempre que alguien exponga un problema puede haber quien diga que eso no es un problema porque le conviene que las cosas sigan como estaban. Uno cancela todo el tiempo. Hay que ver desde qué postura vemos la idea de la cancelación, por ejemplo, a quien invitamos a nuestra casa. Es una especie de justicia personal. Hay personas que, desde la política, intentan reivindicar esos mecanismos de división de la sociedad y luego se quejan de que los cancelan. Pero hay que ver más allá y pensar en las víctimas. Hay que plantearse una forma de pensar, de ver al otro, y poder terminar con esos mecanismos, no minimizarlos. Hay que escuchar al otro y alimentarse de ese diálogo.

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