A Donald Trump le pierde su carácter impulsivo. La forma en que utiliza Twitter, por ejemplo, o los comentarios que hace a lo largo y ancho del mundo sobre cuestiones internacionales o comerciales, dan la sensación de que el presidente estadounidense es pura improvisación, de que sus palabras y sus acciones son espontáneas, irreflexivas, y no responden a lógica o estrategia alguna. Sin embargo, nada podría estar más lejos de la realidad, al menos en lo que a la política comercial y de relaciones internacionales de Trump se refiere. Según explica Jesús Fernández Villaverde, catedrático de Economía de la Universidad de Pensilvania, la agenda de Trump en este terreno resucita los viejos fantasmas estadounidenses que alimentaron la tradición proteccionista y nacionalista de buena parte de los estadistas decimonónicos del Partido Republicano.
La política de Trump se inspiró en ellos a través de Steve Bannon, quien fue estratega jefe de la Casa Blanca durante los siete primeros meses de la presidencia de Donald Trump. Bannon es un ex banquero de inversión que, un día, habiendo ganado ya mucho dinero, decidió apartarse de su profesión y dedicarse un año a leer. En este tiempo, Bannon descubrió a pensadores republicanos, como el estadista Henry Clay, o el expresidente James Polok, y construyó su pensamiento a partir de las ideas de estos políticos. La idea central de ese pensamiento, que tanto influye en la política actual de la Casa Blanca, consiste en que América se construyó gracias al sistema americano de protección a la industria y gracias, también, al control sobre el sistema financiero ejercido por el gobierno para que este financiase a la industria.
Esa visión proteccionista se basa en las ideas de Henry Clay, unas ideas que se articulan sobre tres pilares: un arancel protector (25%) de la industria americana, el control del sistema financiero para que financie a la industria estadounidense y un gran plan de inversión en infraestructuras. Pues bien, esos elementos los encontramos hoy en lo más alto de la agenda política de Trump. El actual inquilino de la Casa Blanca no está dudando en proteger a la industria estadounidense de la competencia de las importaciones chinas mediante el uso de aranceles; tampoco duda en amenazar con su utilización a otros socios comerciales, como la Unión Europea, México o Canadá, si no se pliegan a sus exigencias. También quiere ejecutar un programa de inversión en infraestructuras por importe de 300.000 millones de dólares, con el fin de estimular la actividad productiva y el empleo. Y aunque está eliminando las regulaciones sobre el sistema financiero que introdujo la Administración Obama después de la crisis de las hipotecas ‘subprime’, también está tratando de que Wall Street financie a la industria. Por tanto, en este terreno no se puede hablar de improvisaciones. Por el contrario, todo responde a una estrategia que ya se ha visto previamente en la historia estadounidense.
El pensamiento de Bannon bebe, también, de otras dos ideas de Clay, en este caso de naturaleza política: unas fuerzas armadas muy bien preparadas y el nacionalismo interior. Y Donald Trump también las ha asumido. Prueba de lo primero es que, mientras está recortando el gasto público a diestro y siniestro, está incrementando, sin embargo, el presupuesto de Defensa. Mientras, la idea de America First, que enfatiza el nacionalismo estadounidense, el proteccionismo comercial y el rechazo de las políticas internacionalistas, no es otra cosa que la encarnación de ese nacionalismo interior por el que abogaba Clay. Luego aquí tampoco se puede hablar de improvisaciones. Por el contrario, Trump tiene una hoja de ruta muy clara que está siguiendo a rajatabla.
Las ideas de James Polk, quien fue presidente de Estados Unidos entre 1845 y 1849, también pueden encontrarse en la estrategia de Trump. El pensamiento de Polk puede resumirse en tres ideas fundamentales: en primer lugar, una fuerte desconfianza hacia las élites de la costa este; en segundo término, buscar una base electoral de clase trabajadora, blanca y rural; por último, articular una política exterior muy agresiva.
Trump no solo desconfía de las élites de la costa este; es que centró una buena parte de su campaña en atacarlas sin piedad. Estas élites no entraban en sus planes electorales. En ellos, Trump buscaba, como Polk, esa base electoral de clase trabajadora, blanca y rural que le dio la victoria en las urnas. Y lo que consiguió fue que le apoyaran masivamente personas blancas no hispanas, con un nivel de formación de educación secundaria o menor, mayores de 50 años, cuyo nivel de vida es el 150% del nivel de pobreza, que son, precisamente, los grandes perdedores del cambio demográfico que está teniendo lugar en Estados Unidos, en el que los blancos van a dejar de ser mayoría, y del auge comercial de China. En cuanto a la agresividad de la política exterior de Trump, huelgan comentarios porque está a la orden del día y la ejerce, sin miramiento alguno, contra tirios y troyanos: un día es México, otro Canadá, otro más la Unión Europea, otro Corea del Sur, etcétera.
Con todo lo anterior, se han construido tres teorías sobre la estrategia de Trump. La primera de ellas dice que su intención es reconstruir un sistema internacional diferente al liberal. La segunda indica que todo consiste en luchar duro para obtener más beneficios. La tercera se resume en hacer cosas a medida que se avanza. Sea cual sea la verdadera, lo que queda claro, en cualquier caso, es que lo de Trump es pura estrategia, no improvisaciones.
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