¿Qué tienen determinadas naciones que les permite prosperar mientras otras se quedan estancadas en la miseria? Esta es una cuestión que viene ocupando el pensamiento económico desde que Adam Smith inauguró la ciencia económica en 1776, con la publicación de su obra Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, conocida comúnmente como La riqueza de las naciones. Para Adam Smith la respuesta se encuentra en la división del trabajo, que permite la especialización, y en la economía de mercado. Para Daron Acemoglu y James Robinson la respuesta radica en las instituciones y su naturaleza. Ricardo Hausmann, director del Center for International Development de la Universidad de Harvard, sostiene, en cambio, que la clave puede estar en la relación entre el desarrollo económico y el sentimiento de identidad, de pertenencia a un grupo o comunidad, que existe en una sociedad. Veámoslo.
Cuando Adam Smith publicó la obra seminal de la ciencia económica moderna, el país más rico del mundo era Holanda, y su renta per cápita era cuatro veces superior a la de los países más pobres. Las distancias, entonces, entre unos y otros no eran grandes. La relación, de hecho, era de 4 a 1. La revolución industrial cambió las cosas por completo. La industrialización tuvo un carácter geográfico limitado y se concentró en Europa Occidental, Estados Unidos, Japón, Australia y Nueva Zelanda, pero no llegó al resto del mundo, al menos hasta fechas muy recientes. El resultado de ello fue una ampliación de las distancias, en términos de renta per cápita, entre países ricos y países pobres, que pasaron de 4 a 1 a convertirse en un problema de 256 a 1.
¿Qué paso para que las distancias se ampliaran de semejante forma? Lo que sucedió fue que la renta per cápita tiene un comportamiento muy peculiar a lo largo del tiempo. Desde que el ser humano que conocemos hoy apareció sobre la faz de la Tierra, allá por el año 10.000 antes de Cristo, hasta hace doscientos años, la renta per cápita ha permanecido prácticamente estancada. De hecho, las condiciones de vida de una persona que viviera en el imperio romano eran muy similares a las de otra que viviera en el renacimiento, en el siglo de oro español o en tiempos de la revolución francesa. Sin embargo, en los doscientos últimos años, la renta per cápita empezó a crecer, especialmente en Occidente, gracias a la revolución industrial. Como indica el profesor Hausmann, la representación gráfica de la evolución histórica de la renta per cápita es como un palo de hockey, con los dos últimos siglos formando la base de la “J”.
Para explicar las diferencias que surgen entre países ricos y pobres en los doscientos últimos años, Acemoglu y Robinson, en su obra Por qué fracasan las naciones, se fijan en las instituciones y concluyen que las diferencias entre los países ricos y los pobres se deben a la mayor o menor calidad de sus instituciones, a si sus instituciones económicas y políticas son inclusivas, caso de los países desarrollados, o si, por el contrario, son extractivas, como sucede en los países atrasados. Esta explicación, sin embargo, no termina de convencer totalmente a Hausmann, quien señala que, cuando se observan países como México, en el que las diferencias de renta entre sus distintos estados son muy altas, a pesar de tener el mismo sistema económico, político, judicial, etc., cabe concluir que la explicación es otra.
El índice de complejidad económica mide la intensidad de conocimiento de una economía tomando en cuenta la intensidad de conocimiento de los productos que exporta… Los países con un índice bajo tienden a ser pobres, mientras que los que tienen un índice alto tienden a ser ricos.
¿Y cuál es esa explicación? Para el profesor Hausmann la respuesta se encuentra en la tecnología. Mejor dicho, no en la tecnología en sí misma, sino en la combinación de herramientas y protocolos que proporciona combinadas con el conocimiento y la experiencia, es decir, el saber hacer de las personas que trabajan con la tecnología. Es más, la tecnología en sí misma no es nada si no viene acompañada de ese saber hacer.
Ese conocimiento, sin embargo, no se mueve con facilidad. No es como las herramientas, que se pueden transportar de un país a otro, de un país rico a uno pobre. Ni es como los protocolos, que se pueden subir a internet para que se encuentren a disposición de todo aquel que quiera utilizarlos. No. Con ese conocimiento, con ese saber hacer, no se puede hacer lo mismo, debido a una característica muy particular de la tecnología moderna. Y es que esa tecnología exige para su uso que existan equipos de personas que colaboran en la producción que posean distintos tipos de conocimientos. Por eso no es fácil mover el conocimiento; porque hay que desplazar no ya a personas individuales, sino a equipos completos de gente.
Ahora bien, esa limitación tiene un impacto enorme sobre el desarrollo, porque una sociedad tiene más conocimiento en tanto en cuanto sabe hacer más cosas y la gente está especializada. Como las personas saben distintas cosas, y lo que saben difiere de una persona a otra, las sociedades, en su conjunto, saben mucho. Pero si el conocimiento no se puede adquirir como las herramientas y los protocolos, los países en desarrollo saben menos y se quedan atrás.
Ricardo Hausmann también recalca que las organizaciones modernas movilizan una gran cantidad de conocimiento para funcionar. Desde su perspectiva, los productos son como las palabras: se producen reuniendo conocimiento de la misma forma que las palabras se construyen uniendo letras. Por tanto, a medida que aumenta la diversidad de conocimiento que existe en un sistema, aumenta no solo la cantidad de productos distintos que pueden hacerse, sino también la de productos complejos, o técnicamente avanzados, que se pueden producir. Todo ello puede medirse con el Índice de complejidad económica. Este índice mide la intensidad de conocimiento de una economía tomando en consideración la intensidad de conocimiento de los productos que exporta. Por ejemplo, un teléfono móvil lleva dentro muchos componentes (la cámara, la pantalla, el procesador, etc.). Para fabricar cada uno de ellos hay que tratar de forma cuidadosa distintos materiales, encajar unos con otros y dotarlos de coherencia. Es un producto complejo cuya fabricación requiere de mucho conocimiento. Si un país exporta muchos teléfonos móviles, su complejidad económica será mayor que la de un país que exporta muchas materias primas. Por eso, los países con un valor bajo del índice tienden a ser pobres, mientras que los que tienen un valor alto tienden a ser ricos.
El problema en materia de difusión del conocimiento con el que se encuentran los países pobres es que, para difundirlo, hay que resolver serios problemas de coordinación. El conocimiento se mueve de empresa a empresa, pero para ello hay que mover también a las personas. Para que los países pobres puedan adquirir conocimiento tienen que atraer a personas que lo posean. El problema es que los países en desarrollo han estado muy cerrados a la inmigración e imponen grandes restricciones a la contratación de extranjeros, lo que dificulta el movimiento del conocimiento. La razón de ello es que la presencia extranjera violaría el sentimiento de identidad colectiva, de pertenencia al grupo o a la comunidad, con lo que ese sentimiento frena las posibilidades de desarrollo económico. Es lo que, para el profesor Hausmann, explica actualmente por qué unos países son ricos y otros son pobres.
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