Autores como Johan Norberg o Hans Rosling consideran que vivimos los mejores tiempos que ha conocido la humanidad en toda su historia. Además, lo demuestran con las cifras en la mano. Entonces, ¿por qué cunde el pesimismo en las sociedades avanzadas? ¿Por qué ese pesimismo da alas al nacionalismo? Luis Garicano, catedrático de Estrategia del IE, y Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, tratan de ofrecer una respuesta a estas cuestiones.
La mejor época de la historia
La realidad que vivimos actualmente, con todos sus problemas, que los tiene, es infinitamente mejor a cualquier otra que haya podido conocer el ser humano en el pasado. Las cifras son muy claras al respecto. Por ejemplo, hace doscientos años, el 90% de la población mundial vivía en situación de pobreza extrema. Dicho de otra forma, nueve de cada diez personas vivían con menos de lo que hoy dan de sí dos dólares al día. En cambio, hoy solo sufre esas circunstancias tan adversas el 10% de la población mundial.
¿Dónde reside el secreto de semejante éxito? Pues en la globalización y en una revolución tecnológica sin precedentes en la historia. Esa revolución que se inició hace doscientos años con la invención de la máquina de vapor y continúa desarrollándose hoy en día con la robótica, la inteligencia artificial, la biotecnología y la nanotecnología. Ahora bien, esos cambios tienen un precio, en forma de incertidumbre. Y la incertidumbre suele generar en las sociedades sentimientos de malestar, de incomodidad, de inseguridad. Es fácil entenderlo. Pensemos, por ejemplo, en la inteligencia artificial. Su desarrollo y su implantación en el mundo de la empresa están generando incertidumbres enormes respecto al futuro del empleo.
Rebrotes nacionalistas
Muchas personas se sienten perdidas en esta nueva realidad de cambio tecnológico tan acelerado y tan radical. Y, como se sienten perdidos, se dejan llevar por sus instintos primarios de necesidad de protección y buscan el regreso a la tribu, el rodearse de gente con la que se sientan cómodos y seguros, de personas que hablen su misma lengua y practiquen sus mismas costumbres. A causa de ello, estamos asistiendo en las sociedades occidentales al rebrote de un fenómeno social que se creía extinto: el nacionalismo. Cada vez más personas buscan en él las certidumbres a las que asirse con desesperación en un mundo de cambio drástico.
Este es un fenómeno generalizado en muchas sociedades occidentales. Lo vemos, con sus particularidades específicas, en la Inglaterra del Brexit, en los Estados Unidos de Trump, en la Cataluña separatista, o en los recientes nacionalismos de Hungría o Polonia. Pero todos estos fenómenos tienen un sustrato común, que no es otro que los cambios en el mercado de trabajo inducidos por la tecnología. La gente asiste a la destrucción de los empleos rutinarios y no tiene la seguridad de que el futuro vaya a ser mejor. Ese miedo de la gente es legítimo y hay que darle una respuesta.
Esa respuesta para por un mercado dinámico y por un estado del bienestar potente, que es lo que permite que exista ese mercado dinámico. Parte de la respuesta, por tanto, consiste en repensar el estado del bienestar.
Ideas y progreso
A la gente hay que explicarle que el mundo ha cambiado que nuestra mentalidad también debe hacerlo para adaptarse a este mundo nuevo en el que los beneficios serán muy superiores a los perjuicios. El problema, en este sentido, es que el triunfo de los nacionalismos sería un gran obstáculo para el progreso. Por eso hay que acompañar el progreso con ideas.
También conviene recordar que, en el pasado, el nacionalismo llenó de cadáveres el mundo. Por eso, es fundamental enfrentarse a los nacionalismos sin complejos de inferioridad. También hay que oponerle ideas y políticas que muestren, de manera fehaciente, que este mundo puede ser muchísimo mejor siempre que hagamos las cosas en la buena dirección, en la dirección altruista, fraterna, constructiva. Este es el gran sustento de la libertad, de la democracia.
La clave está en Europa
Ningún país europeo por si solo puede responder a los grandes desafíos de nuestra época. Esta realidad es lo que hizo nacer Europa. Frente a ella, los nacionalismos contraponen una idea arcaica, nacionalista, una Europa que nunca existió.
Una sociedad liberal es donde las leyes se cumplen y donde los ciudadanos tienen la sensación de que hay una igualdad de oportunidades, gracias a unos sistemas educativos muy eficientes y desarrollados. Las grandes empresas que no pagan impuestos representan una injusticia fundamental que lleva al ciudadano a desconfiar de un sistema semejante. Por eso es muy importante que no haya privilegios en el campo económico, porque llevan a las sociedades a desmoralizarse y a sentir que hay una injusticia inmanente en torno al éxito.
Europa, por desgracia ha dado argumentos a los populistas en dos áreas, la emigración y el euro, que afectan al corazón y al bolsillo de las personas. Europa ha creado unas instituciones tecnocráticas, incompletas, que sirven cuando estamos en el núcleo de la soberanía nacional. Esas instituciones alimentan el populismo antieuropeista. Europa, sin embargo, es la solución. Es necesaria, pero tiene que funcionar.
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