El año 1848 se conoce en la historia como el Año de las Revoluciones, o también como la Primavera de los Pueblos. ¿Por qué? Pues porque esa ola revolucionaria, eminentemente burguesa, acabó con la Europa de la restauración, con el absolutismo. Fueron un antes y un después, un contrapunto en la historia europea. Hoy vivimos también en una época turbulenta que nos lleva a preguntarnos si podemos aprender algo de aquel periodo. Christopher Clark, catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge, cree que sí.
Las revoluciones de 1848
Las revoluciones de 1848 fueron únicas por su combinación de intensidad y extensión geográfica. Ambas características no se dieron ni en revoluciones anteriores, ni en las posteriores. Fueron un hecho único puesto que los levantamientos políticos estallaron de forma simultánea en todo el continente. De esta forma, 1848 es el espejo retrovisor que nos permite conectar el pasado con el futuro. Una conexión necesaria porque aquella época ahora se encuentra más cerca de nosotros que hace cuarenta o cincuenta años.
Uno de los elementos más importantes de coincidencia entre ambas épocas es la vuelta de la multipolaridad. Una multipolaridad que, además, es multidimensional. Para empezar, han surgido nuevas potencias regionales, decididas a dar forma a los acontecimientos en sus propias esferas de influencia. Por ejemplo, Turquía e Irán. Luego está China, que ha empezado a mostrar un comportamiento descarado, agresivo. A su vez, el régimen de Putin ha abierto un nuevo y espantoso conflicto, Ucrania, para el que no se vislumbra una solución evidente.
¿Qué tenemos en común con 1848?
Otros problemas del pasado que han resurgido son las organizaciones políticas fluidas con una disciplina de partido mínima. También, el retorno de la cuestión social, la pobreza de los trabajadores, el aumento de precios de los alimentos básicos, la inquietud en torno a la desigualdad social. Y, asimismo, la fusión entre política y religión y el despertar del nacionalismo clásico. Hoy, Rusia es el polo reaccionario de Occidente, como lo fue en el siglo XIX.
Si volvemos a centrar nuestra atención en las revoluciones de 1848, inmediatamente nos viene a la mente una serie de puntos en común. Lo interesante, pero difícil y frustrante, de estas revoluciones es su polivalencia, el hecho de que tantas pasiones, programas y aspiraciones se expresasen de manera simultánea. Fueron convulsiones pan sociales, momentos de una desinhibición general frente al orden político existente.
Fuerzas incompatibles
Las revoluciones de 1848 fueron impulsadas por fuerzas que eran incompatibles o, simplemente, que se anulaban mutuamente. La movilización política de aquel año adoptó muchas formas: nuevos ministerios, clubes radicales, violencia en las calles, ataques a policías, ….
Los liberales temían a la reacción, pero también a la democracia y, a veces, no sabían a cuál de las dos temían más. Por su parte, los radicales se sentían atraídos por las turbas enardecidas, pero también recelaban de ellas. Las coaliciones que se formaron en marzo del 48 pronto se dispersaron en diferentes direcciones. Nada cuajó. Para los contemporáneos, a menudo era difícil distinguir la dirección general de la marcha. Tan paradójicas y contradictorias eran las fuerzas que las revoluciones habían desencadenado. Incluso, se podía decir que revolución y contrarrevolución fueron hermanas gemelas. De ahí la complejidad de 1948.
Diversidad de voces
Dicha complejidad no estaba en función de la dificultad intrínseca de los problemas de las sociedades pre revolucionarias. Por el contrario, fue el resultado de la gran cantidad y diversidad de grupos y perspectivas políticas. Durante estas revoluciones nacieron muchos periódicos nuevos que generaron una superabundancia de nuevas ideas y narrativas que despertaron cierta ambivalencia entre los contemporáneos. Los grandes partidos de masas aún no habían estructurado y disciplinado el mundo político. La diversidad de voces y programas resultaba apasionante, pero era fácil sentirse abrumado. En este sentido, los ciudadanos de 1848 fueron contemporáneos nuestros.
Las revoluciones de 1848 parecían tan antiguas como el Egipto faraónico. Pero algo ha cambiado. Estamos resurgiendo de algo que la gente de 1848 aun no conocía: la alta industrialización, el auge de las grandes formaciones ideológico-partidistas, el ascenso del Estado Nación y del Estado del bienestar, el auge de los grandes periódicos y de la audiencia televisiva nacional. Estas cosas, que solíamos llamar modernidad, están cambiando. Su control sobre nosotros está disminuyendo. La vieja trigonometría de izquierda y derecha, que antes utilizábamos para trazar y describir nuestros caminos como seres políticos, ya no funciona. La perplejidad generada por los nuevos movimientos, las manifestaciones de Trump, las protestas contra la vacunación, son síntomas de esta transición. Pero si las leemos con el telón de la agitación de las revoluciones de mediados del siglo XIX, resultan menos desconocidas.
Una mirada retrospectiva a 1848
Hoy en día, las medidas adoptadas por los distintos gobiernos para afrontar el cambio climático se juzgan no solo por su eficacia para alcanzar ese objetivo, sino también por su impacto social, por sus efectos distributivos. Es difícil conciliar el fin del carbón con los intereses políticos. Esta resistencia se produce en todos los niveles de decisión porque no será solo una cuestión de acuerdos internacionales, sino también de difíciles compromisos internos. Y la búsqueda de una solución global se hace aún más difícil por el hecho de que los medios empleados para resolver un problema pueden empeorar simultáneamente otro.
Quizás, una mirada retrospectiva a 1848 pueda mostrarnos cómo salir de la actual policrisis histórica mundial. Nos ofrece la imagen de una crisis completa y nos invita a reflexionar sobre la tensa relación entre las necesidades particulares y las generales. Entre el pueblo de 1848 y nosotros, se extiende la época de la alta modernidad. Ellos estaban en vísperas de esta era de transformación. Nosotros estamos al final, estamos a punto de despedirnos de algo que ellos aun no conocían. Quizá por eso vemos resonancias entre nuestra época y la suya. La policrisis a la que nos enfrentamos actualmente puede que se parezca a la de 1848: mal planificada, dispersa, irregular y llena de contradicciones.
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