Señalar que las sociedades actuales se encuentran fragmentadas por dos grandes fallas. La primera división entre las áreas metropolitanas ricas y las provincias, más pobres. La segunda es la división entre personas muy cualificadas y las que no lo están. Estas fracturas han dado lugar a la polarización creciente de las sociedades, que cuestiona la democracia y el capitalismo. Lo explica Paul Collier, catedrático de Economía y Políticas Públicas en la Blavatnik School of Government de la Universidad de Oxford.
Según Collier, esta fragmentación social empezó a gestarse en la década de los 80 y se ha hecho mucho más profunda en los últimos años. Además, ambas divisiones se autoalimentan porque un niño nacido en el medio rural trata de irse a la metrópoli. Este hecho agrava los problemas de las regiones que se quedan rezagadas.
Y las personas que se han quedado atrás se han rebelado contra el sistema. Es lo que explica el Brexit, o las protestas de los chalecos amarillos en Francia. El problema de esta reacción es que las revueltas no aportan soluciones; son solo una expresión de ira. El Brexit, de hecho, no es un levantamiento contra Bruselas. En realidad, es una expresión de ira contra el desdén y la actitud de las clases muy cualificadas de las metrópolis.
Para volver al capitalismo ético necesitamos muchos niveles de colaboración moral, que incluya a los gobiernos, las empresas, las familias y las comunidades locales.
¿Es el capitalismo responsable de esta situación? El capitalismo lleva existiendo 250 años. En 10.000 años de historia del hombre, es el único sistema que hemos encontrado capaz de elevar el nivel de vida de la gente. El secreto reside en que es una combinación de la capacidad de aprovechamiento de las economías de escala y de la especialización. Las empresas, por tanto, son un elemento esencial del capitalismo. La genialidad de este sistema es que combina una cierta disciplina resultado de la competencia, con un sistema descentralizado de toma de decisiones. Pero también permite que exista mucha colaboración entre las empresas. El otro sistema que combinó las economías de escala con la especialización fue el comunismo. Sin embargo, fracasó porque carecía de un sistema descentralizado de toma de decisiones y de la disciplina de la competencia.
El capitalismo, por tanto, es un sistema muy válido. Sin embargo, no funciona en modo piloto automático. Cada cierto tiempo descarrila. En sus 250 años de historia ha descarrillado peligrosamente tres veces, al menos. El primer descarrilamiento se produjo en las ciudades industriales del norte de Inglaterra, en la zona que fue la cuna del capitalismo. La segunda vez fue con la Gran Depresión. La tercera vez tiene lugar ahora, con estas divisiones que empezaron en los años 80.
En el pasado, señala el profesor Collier, en especial después de la Segunda Guerra Mundial, había una idea de comunidad, «de hablar de nosotros». Para volver al capitalismo ético necesitamos muchos niveles de colaboración moral, que incluya a los gobiernos, las empresas, las familias y las comunidades locales.
Los seres humanos han evolucionado para convertirse, de forma natural, en grupos cooperativos en los que se crean relaciones de confianza. Ahora somos mucho más sociales que cualquier otra especie. Es la característica distintiva del homo sapiens.
La economía, empero, no ha interpretado correctamente esta evolución. Parece creer que hemos evolucionado para convertirnos en vagos, o en avariciosos, pero la realidad es otra. A pesar de ello, esa es la visión que ha prevalecido en las teorías económicas y empresariales. De ahí se derivó un sistema de contratos y supervisión, tanto en el sector privado como en el público, que fue una catástrofe, porque quebró la confianza.
Por último, está el Estado, al que se le han traspasado todas las obligaciones porque se cree que es el único capaz de soportarlas. Y el resultado es que la política moderna se configura mediante la tensión entre el Estado, al que se le sobrecarga de obligaciones, y el individuo, que demanda libertad. Esta estructura no puede funcionar.
En el pasado, los derechos que se obtenían casaban con las obligaciones que se asumían. Ahora las obligaciones han ido hacia el Estado y los derechos se han desplomado. Al destruir la confianza y la colaboración mutua, se amenaza a las empresas, a las familias y a los estados. Al capitalismo le va bien la democracia, pero no le importa mucho que la haya porque puede prosperar sin ella, como demuestra el ejemplo de China.
La tragedia, según Paul Collier, es que nuestra democracia se ha polarizado en dos ideologías rivales. Ha dejado de ser movida por el pragmatismo de intentar resolver las preocupaciones de la gente corriente. Ese ha sido el gran fracaso. La derecha dice que los mercados funcionan con el piloto automático y, por tanto, lo único que hay que hacer es desregular. La izquierda, por su parte, aboga por el paternalismo social. Los únicos que han hablado de las cosas que le preocupan a la gente de la calle son los populistas. Ellos, sin embargo, no aportan solución alguna.
Para superar estas divisiones, con sus consecuencias, los partidos tradicionales tienen que hablar de las preocupaciones de la gente y aportar soluciones. El problema es que a los políticos no les gusta hacer experimentos, para ver qué funciona, y evaluar sus resultados.
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