Karl Popper escribió una vez que “para una nación, la libertad es más importante que la riqueza, y, en la vida política, esta es una condición indispensable para vivir al menos humanamente”. La libertad es fruto de la paz y la democracia. Sin embargo, esos pilares sobre los que se asienta hoy se ven socavados y amenazan con su caída. Los cimientos de la democracia se debilitan, corroídos desde el interior de las sociedades, mientras el conflicto se enseñorea poco a poco del mundo. Ambos elementos ponen en jaque los valores sobre los que se han construido la paz, la libertad y la prosperidad de que venimos disfrutando desde el final de la Segunda Guerra Mundial y amenazan con devolvernos a un pasado tenebroso del que creíamos haber escapado definitivamente. ¿A quién culpar? Pues, en parte, a nosotros mismos.
«Para una nación la libertad es más importante que la riqueza y, en la vida política, esta es una condición indispensable para vivir al menos humanamente», Karl Popper.
Moisés Naim lo expresa muy claramente cuando se refiere a la guerra de Ucrania, que puede convertirse en un conflicto congelado en el tiempo, como el caso de Venezuela, con los defensores de la democracia como grandes perdedores. Por eso, recuerda que, mientras en un primer momento, la Unión Europea, actuando unida, mostró superpoderes capaces de enfrentarse a Putin cuando éste invadió Ucrania, después todo eso se diluyó y, más de dos años después, la guerra sigue porque la UE no hace lo suficiente. El problema para Europa es que no parece acabar de comprender que se juega la libertad, precisamente, en Ucrania.
¿Por qué las cosas son así? Porque, si volvemos la vista atrás en la historia, en la primera mitad del siglo XX las sociedades occidentales fueron capaces de movilizarse contra el fascismo para salvar la democracia. ¿Qué ha cambiado? Pues, como indica Cayetana Álvarez de Toledo, lo que ha cambiado es que, hoy por hoy, los europeos no están dispuestos a hacer sacrificios para defender el orden liberal. Sí, podemos pagar parte de la factura de la ayuda al gobierno de Zelinsky, pero no estamos dispuestos a jugarnos la vida en el conflicto, como hicieron nuestros abuelos contra Hitler y Mussolini. ¿Qué estarán diciendo nuestros antepasados de nosotros viendo semejante actitud? Mejor no pensarlo.
Con Venezuela nos sucede tres cuartos de lo mismo. Las elecciones del 28 de julio las ganaron las fuerzas democráticas. Maduro, sin embargo, sigue en el poder, en contra de la voluntad popular y consolidando su régimen dictatorial, pero no sufre las consecuencias porque Europa hace muy poco o nada al respecto. Como dijo al respecto Cayetana Álvarez de Toledo, esta actitud de Europa es una auténtica vergüenza.
La posverdad, el populismo y la polarización son caballos de Troya porque llegan al poder mediante elecciones para empezar a socavar la democracia desde ese mismo momento.
Nos guste o no reconocerlo, si queremos preservar la democracia y la libertad debemos aceptar una verdad esencial, por dolorosa que lo sea, que, en este caso, lo es. Se trata de que la posverdad, el populismo y la polarización son caballos de Troya porque llegan al poder mediante elecciones para empezar a socavar la democracia desde ese mismo momento. La secuencia de acciones siempre suele ser la misma. Los populistas empiezan por colonizar las instituciones, siguen por intentar controlar los contrapesos políticos que limitan el poder Ejecutivo, continúan por homologar a los delincuentes y por criminalizar a la disidencia, siguen por dividir la sociedad y acaban desembocando en la corrupción.
¿En qué punto se encuentra España en este proceso? Pues, tal y como lo dice Cayetana Álvarez de Toledo, aquí está teniendo lugar un proceso de cambio de una democracia plena por una fallida. Y en el altar de los sacrificios, como víctima propiciatoria, se encuentra el Estado de Derecho, que sufre los fuertes embates que provienen del poder político. Con los medios de comunicación empieza a ocurrir tres cuartos de lo mismo si no son afines al Gobierno. Por tanto, recomienda Álvarez de Toledo, hay que pedirles que resistan, hay que invertir en los medios y hay que unir fuerzas en defensa del sistema democrático. La desunión es la brecha que aprovecha el caballo de Troya del populismo para inyectar su veneno contra la democracia.
Esa brecha se origina en la falta de solidez de las instituciones, en Estados Unidos y aquí, como recuerda Moisés Naim. España, por eso, se encuentra sumida en una especie de momento tribal, en el que no hay rendición alguna de cuentas, advierte Luis Garicano. Y es que en nuestro país falta la institucionalización de la democracia, lo que la debilita frente a los embates y acometidas del populismo. Nuestro problema, en este sentido, es el nacionalismo. El hecho de que el nacionalismo reaccionario decida quién es moderado y quién es radical es una anomalía española. Por eso, Cayetana Álvarez de Toledo insiste en que hay que dar la batalla cultural al nacionalismo. Al nacionalismo, al cainismo y al guerra civilismo.
Hay que dar esa batalla porque, en todo esto, las universidades han jugado un papel nefasto, aquí y en muchos otros países, recuerda Moisés Naim. De ahí procede la tiranía de las identidades, que causó verdaderos estragos en el siglo XX y sigue haciéndolo en el siglo XXI, aunque con ropajes distintos. Dónde antes reinaba el nacionalismo, ahora surgen nuevos colectivos que pretenden imponer la tiranía de las minorías, por sí solos o agrupados con otros colectivos con lo que lo único que tienen en común es el sentirse agraviados por el sistema, con razón o sin ella, por causas reales o inventadas.
Un elemento de máxima prioridad es el descubrimiento y la protección de la verdad
Por eso, un elemento de máxima prioridad es el descubrimiento y la protección de la verdad, advierte Moisés Naim. Y, junto a ello, hay que recuperar la buena voluntad y los valores compartidos, añade Cayetana Álvarez de Toledo. No hay más remedio que hacerlo, porque la conversación pública está destruida. Hoy, los sentimientos sustituyen a la razón y con los sentimientos por delante es imposible pactar. Así no es posible construir una conversación racional y útil porque el dominio de los sentimientos ahora la discrepancia. Por eso, hay que recuperar la verdad, a cualquier precio, cueste lo que cueste.
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