¿Hacia dónde va el orden económico mundial?

¿Hacia dónde va el orden económico mundial? Todo el mundo se las prometía muy felices tras la caída del Muro de Berlín en 1989. El comunismo se había hundido por su propio peso, víctima de sus limitaciones y sus contradicciones internas. La firma del acuerdo final de la Ronda Uruguay del GATT, en 1994, dio lugar a la gran liberalización del comercio internacional y a la creación de la Organización Mundial del Comercio para administrar el sistema de intercambios comerciales. El desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones permitió la integración de los mercados internacionales de bienes, servicios y capitales en un solo mercado global. Las cifras de pobreza se reducían en todo el mundo gracias a la participación de los países en la globalización. El África subsahariana, incluso, empezó a beneficiarse de ese nuevo orden económico mundial.

Las cosas parecían ir tan bien que el politólogo estadounidense se atrevió a pronosticar el fin de la historia. Y Daron Acemoglu afirmó que, si los países se dotaban de instituciones inclusivas, todo iría bien con ellos. Por desgracia, entre lo que parece ser y lo que de verdad puede haber una distancia muy amplia y la realidad mostrar una cara mucho menos amable que la que se le supone. Por eso, Daniel Lacalle, economista jefe de Tressis afirma que la globalización, a la hora de la verdad, ha sido la excusa para recuperar y promover ideas que ya habían quedado desterradas tras contrastarlas con la realidad.

Desde su perspectiva, el orden económico internacional de las últimas décadas se ve cuestionado por el uso ideológico que viene haciéndose de las instituciones multilaterales. En su opinión, el Estado está blanqueando las ideas de control social, bajo causas aparentemente de consenso como el medio ambiente o la justicia social. A ello se suman los ataques a la libertad empresarial y a la propiedad privada, olvidando que los emprendedores son quienes, en realidad, generan riqueza y prosperidad para el conjunto de la sociedad.

El problema empezó con la presidencia de Bill Clinton. Cuando llegó a la Casa Blanca, Clinton se encontró con una economía tan pujante que hizo que desaparecieran el déficit presupuestario y la deuda pública estadounidense. El problema que tenía por entonces la economía de EEUU era el déficit comercial, pero la Administración Clinton pensó que no importaba. Por el contrario, según Lacalle, vio en ello la oportunidad de oro para perder ciertos componentes de la lógica económica, para dar más poder a regímenes que jugaban con otras reglas, a través del impulso que dio a la globalización.

La globalización, de esta forma, se utilizó como caballo de Troya para introducir una visión más laxa de una serie de causas, para introducir dosis de autoritarismo y control social. El resultado es que el Estado y el banco central se han convertido en los primeros generadores de recursos. El sector público ha aumentado su tamaño con las crisis, a través de un mayor gasto público financiado con deuda y de una creciente regulación.

Una de las consecuencias de estas acciones, indica Lacalle, es que empezó a verse a China como algo atractivo, como un ejemplo de lo que les gustaría a esos políticos tipo Clinton puesto que se vinculó el éxito económico chino a su sistema de planificación central. Ese sistema que imperó en la Unión Soviética y sus estados satélites, que resulto en un fracaso económico y político rotundo y que costó decenas de millones de vidas. Esos sistemas son los que se están blanqueando ahora.

El problema es que ahora se intenta emplear la tecnología para controlar a la sociedad. Y, en ese deseo de control, los políticos han encontrado otras dos armas, la política fiscal y la política monetaria. Con estos instrumentos de gasto público y de emisión de dinero, los gobiernos pretenden crear clientes políticos que los mantengan en el poder. Y a ello se une el fomento de la inmigración y la política de cancelación de todo aquel que no piense como los que defienden este tipo de ideas.

La verdadera globalización es y debe ser otra cosa. Debe ser fruto y dar lugar a una cooperación libre y espontánea. Es imprescindible que se defienda la propiedad privada, la libertad empresarial, la independencia judicial y la separación de poderes. Así es cómo se puede garantizar la libertad y la prosperidad para las generaciones presentes y futuras. Lo contrario, como dijo Lacalle, es pasar de la dictadura del proletariado a la dictadura del burócrata.

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