Alemania ya no es lo que era. La otrora gran potencia económica e industrial parece cansada. Su motor económico pierde revoluciones con rapidez y la economía se enfrenta a una crisis estructural. Una crisis que se manifiesta en la incapacidad del país de adaptarse a los desafíos que plantea el siglo XXI. Al menos eso es lo que piensa Wolfgang Munchau, fundador del servicio económico Eurointelligence ASBL y ex periodista del Financial Times y Financial Times Deutschland, en su nuevo libro Kaput. El fin del milagro alemán.
Para Munchau, el origen de los problemas se remonta a la ya lejana reunificación alemana. O, mejor dicho, a la forma en que se llevó a cabo. El por entonces canciller alemán, Helmut Kohl, decidió que los salarios de la antigua República Democrática Alemana, la Alemania del Este, deberían igualarse a los de la República Federal Alemana, la Alemania del Oeste, para evitar que los ossies se sintieran inferiores a sus hermanos occidentales. Y, también, para tratar de prevenir el éxodo masivo de empresas alemanas a la parte oriental del país reunificado en busca de salarios menores. El problema fue que, en esta decisión, Kohl no tuvo en cuenta que la productividad del este era muy inferior a la del oeste, con lo que condenó a esos länder a sufrir económicamente, incluso pese al billón de euros en ayudas que han recibido desde entonces.
A ello hay que unir la forma en la que se hizo la reunificación monetaria. Kohl, por decreto, dijo que un marco de la RDA se cambiaría por un marco de la RFA, cuando el cambio real era de cinco marcos de la RDA por uno de la RFA. Así es que ambas decisiones hundieron la competitividad de la Alemania oriental, que todavía sigue pagando las consecuencias. De hecho, los demás países de Europa del Este que se liberaron del yugo de la Unión Soviética tras la caída del muro de Berlín, en general han tenido un desempeño económico mejor. Polonia, República Checa o las repúblicas bálticas, son ejemplos claros de ello. Con el hundimiento del comunismo sufrieron lo suyo, pero, después, salieron adelante y hoy son economías competitivas y boyantes. La antigua RDA, sin embargo, sigue lastrada por las consecuencias de la reunificación. Y eso pesa en toda Alemania.
Kohl, sin embargo, no es el único culpable. La señora Merkel también tiene su cuota de responsabilidad, según Munchau, en especial, en el caso de la energía. O, mejor dicho, de la independencia energética del país. Ser antinuclear se ha convertido en una seña de identidad alemana. Todo empezó con el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, cuando tuvo que aliarse con los verdes para poder gobernar. El precio que pusieron los verdes por su apoyo fue el desmantelamiento de las centrales nucleares y la apuesta por las energías limpias. Schröder concedió y Alemania empezó a convertirse en cada vez más dependiente del gas ruso, pese a las múltiples advertencias en contra de esta idea y en favor de una diversificación geográfica de las fuentes de energía. Pero lo antinuclear se convirtió en una cuestión nacional, que todos los partidos políticos apoyaron y, con ello, socavaron la independencia energética del país.
Alemania pierde competitividad a causa de sus errores en política energética
El golpe definitivo a la energía nuclear vino con el accidente de la central nuclear de Fukushima, en Japón. La canciller Merkel, de los cristiano-demócratas, aprovechó la ocasión para decretar el cierre de las centrales nucleares alemanas que aun permanecían abiertas. Con ello, la dependencia del gas ruso, que resulta más caro que el estadounidense, fue a más. La prohibición del fracking en territorio alemán, también por parte de la señora Merkel, terminó de completar el cuadro. Así es que Alemania pierde competitividad a causa de sus errores en política energética, aunque no son los únicos que explican el declive alemán. La tecnología también tiene su papel.
Alemania perdió el tren de la revolución digital y su industria sufre las consecuencias.
Alemania se quedó fuera de la tecnología digital porque no era una tecnología alemana, explica Munchau. Mientras en Estados Unidos se desarrollaban internet, los ordenadores y todo lo que tiene que ver con el mundo digital, en Alemania siguieron apostando por lo analógico. Prueba de ello fue el intento franco alemán de lanzar una televisión de alta definición… analógica. Intento que, por supuesto, estuvo condenado al fracaso desde el primer momento. Así es que Alemania perdió el tren de la revolución digital y su industria sufre las consecuencias. Por ejemplo, en el sector del automóvil, donde el país se ha quedado rezagado en la transición hacia los vehículos eléctricos y, todavía más, en los vehículos autónomos. Claro que, en este último caso también tiene mucho que ver la regulación europea, que está frenando la adopción de las nuevas tecnologías digitales. Claro que los alemanes también fueron los grandes inspiradores de esa regulación.
Incluso si los alemanes hubieran querido apostar por lo digital, todavía tendrían que haber resuelto otro problema. Las startups, las empresas tecnológicas de nuevo cuño, no surgen de la nada. Nacen y florecen en un ecosistema que promueve su existencia y su desarrollo. Dentro de esos ecosistemas de innovación hay siempre instituciones financieras especializadas en la financiación de las nuevas tecnologías, mediante el capital riesgo u otras fórmulas. El sistema financiero alemán, sin embargo, no está preparado para ello. Su sistema financiero sigue teniendo un fuerte carácter tradicional, en el que dominan los bancos públicos y las cajas de ahorros. Estas entidades financian, principalmente, a la industria tradicional, como si el país todavía estuviera industrializándose, sin entender que esa etapa ha quedado atrás, que el futuro ya está aquí y que se centra en las nuevas tecnologías. Así es que no es de extrañar que Alemania esté perdiendo terreno también en el ámbito tecnológico, frente a Estados Unidos y una China en auge.
Alemania está perdiendo terreno en el ámbito tecnológico, frente a Estados Unidos y una China en auge.
El problema de la empresa tecnológica alemana, además, no se deriva de que en el país falte ahorro. Todo lo contrario. Los alemanes son muy ahorradores, como muestra el hecho de la enorme capacidad de financiación que registra, año tras año, su balanza de pagos. El problema es que ese exceso de ahorro, derivado de su gran superávit comercial, no se canaliza hacia la economía alemana, sino que acaba financiando las necesidades de ahorro estadounidenses. Y así es imposible que en Alemania pueda florecer una industria tecnológica en condiciones.
Por último, está la política. Las últimas elecciones generales alemanas han mostrado un país claramente dividido, en el que en la parte occidental gana la CDU, pero, en la oriental, lo hace la extrema derecha, representada por la AfD. ¿Por qué? Pues Munchau considera que, en la antigua RDA, el partido ha conseguido convertirse en la fuerza más votada en muchas regiones, porque refleja el descontento con la gestión económica y la percepción de que el Estado ha fallado en proporcionar estabilidad. Lo que lleva de nuevo a los errores cometidos en la reunificación alemana. Aquellos polvos trajeron estos lodos y ahora hay que afrontar la situación y ver cómo se puede corregir, cosa que no es fácil y llevará tiempo.
¿Está Alemania condenada al declive? No necesariamente. Puede aprender de sus errores. Puede apostar por la inteligencia artificial, la digitalización, la transición energética. De hecho, los fondos Next Generation EU pueden ayudar mucho en este sentido. Pero, para ello, debe cambiar de actitud, de forma de hacer las cosas. Porque, sin una transformación profunda, el milagro económico alemán puede tener los días contados.
Sin una transformación profunda, el milagro económico alemán puede tener los días contados
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