Cataluña y Escocia han protagonizado en los últimos años sendos intentos de independencia. En Escocia, incluso, llegó a celebrarse un referéndum que los soberanistas ganaron por la mínima. Los nacionalistas catalanes aducen el ejemplo escocés para reclamar su derecho de celebrar, también, un referéndum de independencia con la misma validez legal, y tratan de asimilar su caso con el de los escoceses. Pero ¿se trata realmente de situaciones equiparables, o son intrínsecamente distintas? John Elliot, Regius Professor Emeritus of Modern History de la Universidad de Oxford, ha dedicado su última obra, Catalanes y escoceses. Unión y discordia, a analizar está cuestión con la perspectiva temporalmente tan amplia que ofrece el estudio comparado de la historia, con el fin comprender mejor los movimientos separatistas de Escocia y Cataluña mediante la identificación de las similitudes y las diferencias entre ambos.
Lo primero que encuentra Elliot es una diferencia esencial entre ambos territorios que puede resultar determinante a la hora de justificar su derecho a la autodeterminación. Y es que Cataluña nunca fue independiente, mientras que Escocia sí lo fue. Los ingleses, por supuesto, intentaron conquistarla a finales del siglo XIII, pero fracasaron. Las demás partes del Reino Unido, esto es, los territorios de Inglaterra y Gales, formaban parte de monarquías compuestas, lo mismo que las distintas partes de España. Las monarquías compuestas son aquellas que han incorporado territorios por conquista, matrimonio o desaparición de la dinastía gobernante. Estos territorios conservaron sus leyes e instituciones hasta principios del siglo XVIII, porque las monarquías compuestas aceptaban la pluralidad del estado y la diversidad de las distintas regiones. En esos reinos, todo dependía de un diálogo permanente entre las élites.
¿Cómo llegó Escocia a formar parte del Reino Unido? Hubo una primera integración, a raíz de la extinción de la dinastía de Isabel I de Inglaterra. Al fallecer sin descendencia, Jacobo VI de Escocia ascendió al trono inglés como Jacobo I de Inglaterra. Así es que se trata de una unión dinástica. Después de la unión, hubo tensiones entre Escocia e Inglaterra, pero eran por razones religiosas, ya que el rey de Inglaterra era también el jefe de la iglesia anglicana, no por temas fiscales como los que provocaron el levantamiento de los catalanes en 1640. Después, en 1660, tras la muerte de Cromwell, Escocia se separa de Inglaterra debido a la disolución de la Commonwealth.
En 1707, ambos reinos firmaron el Acta de Unión, que trajo consigo la desaparición del Reino de Inglaterra y del Reino de Escocia y la creación del Reino de Gran Bretaña, disolviéndose así los parlamentos de cada uno de estos dos reinos y estableciendo el Parlamento del Reino Unido con sede en el Palacio de Westminster. El acuerdo entre ambos reinos fue fruto del deseo de evitar que los Estuardo, que eran católicos, regresaran al trono de Inglaterra. La élite escocesa, además, tenía mucho interés en él porque Escocia estaba en quiebra tras su intento de colonizar Panamá. Con el Acta de Unión, que sirvió para coronar a la reina Ana como monarca del nuevo Reino Unido, Escocia conservó su sistema de gobierno religioso, sus leyes y sus instituciones. Los diputados escoceses se incorporaron al nuevo Parlamento común del Reino Unido.
El imaginario del nacionalismo catalán quiere recordar esta unión como una derrota que llevó a la sumisión y decadencia de Cataluña, cuando lo que ocurrió en realidad fue justo lo contrario, ya que, gracias a su integración con España y el imperio español, Cataluña comenzó a surgir en términos económicos.
La historia de Cataluña, en cambio, transita por caminos muy distintos. Cataluña ya era parte de España, a través de la asociación del condado de Barcelona con la corona de Aragón. La rebelión de 1640 no fue para conseguir su independencia, sino para protestar por los impuestos que quería cobrar el rey. A principios del siglo XVIII, tuvo lugar la Guerra de Sucesión, que llevó a la Casa de Borbón a ocupar el trono del país. El nuevo rey, Felipe V, quiso tener una España unida, centralizada y gobernada por un monarca autocrático, para lo cual aprobó los Decretos de Nueva Planta, por los cuales abolió las leyes e instituciones propias de los territorios que integraban la Corona de Aragón. El imaginario del nacionalismo catalán quiere recordar esta unión como una derrota que llevó a la sumisión y decadencia de Cataluña, cuando lo que ocurrió en realidad fue justo lo contrario, ya que, gracias a su integración con España y el imperio español, Cataluña comenzó a surgir en términos económicos.
Otra diferencia entre Escocia y Cataluña es que en Escocia había dos sociedades, los highlanders, que apoyaban a los Estuardo, y los lores. Estas diferencias provocaron una revuelta de los highlanders, que fue reprimida con suma dureza. A partir de ahí se intentó extirpar tanto el gaélico, la lengua de los rebeldes, como los clanes, su forma de organización. En Cataluña, en cambio, el catalán siguió hablándose en las capas inferiores de la sociedad. Después, en el siglo XIX, con el romanticismo, lo recuperaron las capas superiores y el idioma se convirtió en el punto de referencia del nacionalismo catalán. La lengua, en cambio, carece de importancia en las relaciones entre Escocia e Inglaterra. Aún así, en Escocia reina cierto victimismo al respecto, explica Elliot, pero nunca de la magnitud que alcanza en Cataluña.
El romanticismo sustituyó la lealtad a los reyes por la lealtad a la nación y, a partir de ahí, se habló de modernización, de libertad, de derechos, y se atribuyó al pueblo un alma.
Con la llegada del romanticismo, a comienzos del siglo XIX, surgirá en Cataluña y en Escocia un sentimiento de agravio económico, al que en el caso escocés se une el problema de la religión. Entonces, el romanticismo define a la nación como algo orgánico, con su memoria colectiva de éxitos y fracasos. En ese momento, Prat de la Riba dice que Cataluña es una auténtica nación, mientras que España no es más que una construcción artificial. Ahora bien, esa no era la visión que tenía la mayoría de los catalanes. Por el contrario, entre ellos reinaba el doble patriotismo de español y catalán. De la misma forma, en momentos de coherencia, como la Primera Guerra Mundial, los escoceses combatirán al lado de los ingleses. El problema, en última instancia, estriba en que el romanticismo sustituyó la lealtad a los reyes por la lealtad a la nación y, a partir de ahí, se habló de modernización, de libertad, de derechos, y se atribuyó al pueblo un alma.
En este sentido, Escocia pensaba antes que la religión era lo que le daba su carácter nacional. Ahora no cree tanto, lo que ha generado un vacío ideológico. El nacionalismo también exaltó la historia de los clanes e inventó un símbolo como la falda escocesa. Además, inventó un medievalismo que no existió ni en Escocia ni en Cataluña. También creo la idea de que la sociedad escocesa era igualitaria cuando, en realidad, era tan jerárquica como la inglesa. Y es que cada sociedad necesita dotarse de mitos para darse coherencia y unidad.
En Cataluña, la revolución industrial generó un sentimiento de inseguridad que llevó a los catalanes a buscar en el pasado las certezas que no encontraban en esos momentos. En ese contexto, surgieron problemas de inestabilidad social que crearon una crisis enorme, lo que llevó al empresariado catalán a apoyar la dictadura de Primo de Rivera. En Cataluña tampoco se habla del carlismo porque quieren presentar su historia como una historia de progreso. El carlismo, sin embargo, era muy fuerte allí también. La élite quiso escapar de todo ello, pero, para lograrlo, tuvo que buscar ayuda en Madrid, si bien los políticos catalanes no participarán en el gobierno, a diferencia de los políticos escoceses, que sí lo hicieron.
La gente no sabe dónde buscar una salida, hay un vacío político y social enorme, combinado con el sentido de querer recuperar el control de las propias vidas.
Ahora, el nacionalismo se explica por la globalización, cuyo impacto ha sido extender las distancias entre los que gobiernan y los gobernados. También influye la fosilización de los antiguos partidos políticos, así como los efectos catastróficos que ha tenido la crisis financiera de 2008. En este contexto, la gente no sabe dónde buscar una salida, hay un vacío político y social enorme, combinado con el sentido de querer recuperar el control de las propias vidas.