Jeremy Rifkin, economista, sociólogo y asesor de la UE y China, es uno de esos autores que no dejan indiferente a nadie. Sus seguidores se entusiasman con su forma de entender nuestro mundo de cambio tecnológico. Sus detractores, en cambio, no ahorran críticas hacia lo que consideran un pensamiento cuando menos extremo. Ahora ha vuelto a la carga para defender lo que denomina el “green new deal global”.
El Green New Deal y el futuro del petróleo
El “green new deal global”, o nuevo pacto verde, tiene claras resonancias a Roosevelt y su New Deal. Rifkin aboga por un acuerdo similar a nivel global para combatir el cambio climático. De hecho, se atreve a pronosticar que, en 2028, colapsará la civilización basada en los hidrocarburos como fuente de energía. La predicción parece cuando menos ominosa. Lo cierto, sin embargo, es que países como Noruega, cuya calidad de vida depende tanto de la exportación de petróleo, ya se preparan para un futuro en el que el oro negro será irrelevante.
Sea como fuere, lo cierto es que el ‘Green New Deal’ se está convirtiendo en uno de los ejes centrales del discurso político en todo el mundo. La preocupación por el cambio climático va en aumento. Para combatirlo, se dice que hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% respecto a los niveles de 2010. Se dice, también, que el objetivo hay que alcanzarlo en 2030 como muy tarde.
La ayuda del cambio tecnológico
Casi todo el mundo está reaccionando a estos mensajes. Las empresas, también. Sectores clave como las tecnologías de la información y la comunicación, la energía, el transporte y el sector inmobiliario, apuestan cada vez más por las energías limpias, la economía circular y la resiliencia frente al cambio climático. Pero ¿es posible realizar un cambio de tanto calado en un plazo tan corto de tiempo? El cambio tecnológico dice que sí.
Gracias a los nuevos desarrollos tecnológicos, los costes de las energías solar y eólica han caído de forma drástica. En la actualidad, de hecho, se encuentran por debajo de los de las energías tradicionales. Por este motivo, Rifkin se atreve a predecir que, en 2028, podría producirse el colapso de la civilización del carbono como fuente de energía. Si se cumple este pronóstico, las economías nacionales tendrá que adaptarse con rapidez al nuevo escenario. En ello les va la capacidad de sobrevivir y de seguir prosperando. Pero cuando las autoridades diseñen su estrategia, deben tener en cuenta algo muy importante. Y es que no es lo mismo las grandes ciudades que los pequeños núcleos urbanos o las comunidades rurales. Así es que esa estrategia debe ser factible para todos ellos.
Cómo aprovechar la tercera revolución industrial
El ‘Green New Deal’ debe aprovechar la tercera revolución industrial. En ella interactúan la banda ancha, el internet de la energía renovable y el de la movilidad y logística con los vehículos eléctricos. Todos estos elementos se apoyan en el internet de las cosas. Esta tecnología se integra en los inmuebles residenciales, comerciales e industriales. Los edificios, por tanto, se están transformando en nodos y redes inteligentes para generar, gestionar y almacenar energía. Esto afectará a todos los sectores y propiciará la aparición de nuevos modelos empresariales y de nuevas oportunidades de empleo.
Para que el sistema funcione se necesitará construir una red inteligente de energía en todo el territorio de un país. La razón es que la red eléctrica está pasando de un sistema centralizado a otro distribuido, basado en millones de centros de generación de energía solar y eólica. Ahora bien, ¿quién paga la factura? Pues tendrán que ser los presupuestos públicos. Los gobiernos no tendrán más remedio que asumir la responsabilidad principal de financiar este proceso durante los diez o veinte años que se tardará en desarrollar esa red eléctrica inteligente.
Las finanzas del Green New Deal
Para financiar el desarrollo de esta red energética inteligente, los gobiernos tendrán que apoyarse en un sistema bancario ecológico y capaz de proporcionar los fondos necesarios. Una forma de hacerlo puede ser la emisión de bonos verdes que permitan invertir en el desarrollo de las infraestructuras ecológicas. Los inversores podrían ser, en gran medida, fondos de pensiones públicos y privados, aunque también podría entrar otro tipo de inversores institucionales. Los fondos de pensiones, de hecho, están empezando a salir de los sectores relacionados con los combustibles fósiles y a entrar en las inversiones verdes. Otra parte de la financiación tendrá que proceder de los presupuestos públicos.
Este cambio de paradigma energético es inevitable. Las energías solar y eólica son las más baratas del mundo. Además, sus costes fijos van a seguir cayendo de forma exponencial durante mucho tiempo. Y el coste marginal de generarlas es prácticamente cero, cosa que no sucede con otras fuentes de energía como el carbón, el petróleo, el gas o el uranio.
El final de los combustibles fósiles
Algo que no hay que perder de vista, dice Rifkin, es que el derrumbamiento de la civilización de los combustibles fósiles es inevitable por muchos esfuerzos que se hagan para impedirlo. Las fuerzas del mercado son mucho más poderosas que las maniobras de cualquier grupo de presión de la industria de los hidrocarburos. Pero la mano invisible, sigue, no nos guiará por sí sola a la era de la resiliencia. Levantar una civilización ecológica nueva de las cenizas del hundimiento de una civilización de los combustibles fósiles exigirá una respuesta mucho más colectiva que una a los Gobiernos, la industria y la sociedad civil, de todos y cada uno de los municipios y las regiones.
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