¿Cuáles son los principales desafíos que tiene que afrontar Europa en el siglo XXI? Unos responderán a esta cuestión que el auge de China. Otros dirán que la redefinición de las relaciones transatlánticas que está llevando a cabo Donald Trump. Estos, sin duda, son grandes desafíos. Pero también lo es que los europeos recuperen la confianza en un proyecto, la Unión Europea, que es un éxito mayor de lo que parece.
Confianza en la Unión Europea
Ana Palacio, ex ministra de Asuntos Exteriores, vincula la falta de confianza en el proyecto europeo a las dudas sobre cuál es su razón de ser. Para los padres fundadores, el motivo era la paz. Por desgracia, la memoria de la Segunda Guerra Mundial fue perdiéndose con el paso del tiempo. Por este motivo, la Unión Europea buscó una nueva narrativa para justificar su razón de ser y la encontró en la prosperidad económica. Esa narrativa funcionó en las dos décadas previas a la crisis, pero, al llegar la crisis, la prosperidad perdió su capacidad explicativa y no ha vuelto a recuperarla.
Los europeos, en consecuencia, se ven inmersos en una crisis de confianza, tanto en sí mismos como en la Unión Europea. Esta falta de confianza se produce de forma generalizada porque están teniendo lugar, simultáneamente, demasiados cambios estructurales provocados por la crisis económica. Esos cambios, además, se perciben mejor por la esencia misma de la construcción europea. Por ello, los ciudadanos europeos no saben hacia dónde va Europa. Lo que perciben es que a su frente se encuentran unos funcionarios desalmados que mandan en la Unión Europea y eso exacerba la desconfianza hacia Europa.
La alternativa china
Esa desconfianza, sin embargo, es algo que no nos podemos permitir en el mundo de hoy. Ya no estamos en ese mundo occidental de coordenadas seguras y bien conocidas que aportaban las instituciones y el Estado de Derecho. Ahora, frente al modelo democrático liberal de Occidente surge el modelo chino, que predica unos valores diferentes. Así, frente al individuo opone el grupo, frente a la libertad defiende la vigilancia. Por ello, es necesario que la UE recupere su razón y que recobre la confianza de los ciudadanos en las instituciones.
¿Qué juega a favor de la confianza en el proyecto europeo? Pues que el antieuropeismo no es, ni mucho menos, algo generalizado. Como explica el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, el 75% de los europeos apoyaba el euro en 2018. Este es el porcentaje de apoyo más alto registrado en toda la historia de la moneda única.
La Unión Europea, de hecho, es un proyecto que nace con un objetivo político que se ha cumplido. Además, cuando se contempla desde una perspectiva de medio y largo plazo, se aprecia que es, también un éxito económico. Un éxito que resulta de una combinación entre crecimiento y derechos sociales que no tiene parangón en otros países desarrollados.
Teniendo en cuenta esto, no hay ninguna razón para que los retos a los que se enfrenta Europa en el siglo XXI puedan afrontarse mejor desde posiciones individuales. Da igual que se trate de China, de Trump, del medio ambiente, del envejecimiento o del cambio demográfico. Todos ellos se afrontan mejor desde la unidad que desde la individualidad.
Dos tareas
Ahora bien, las ventajas de la unidad no deben llevarnos a caer en la autocomplacencia. Europa, en realidad, tiene que hacer dos cosas muy importantes. Por un lado, es preciso reconocer que hay cosas en el funcionamiento de la UE que no están bien. Por otro, hay que explicarles a los ciudadanos que muchas de las cosas negativas relacionadas con la economía tienen su origen en las políticas nacionales, no en cuestiones europeas, porque la UE no es la culpable de las decisiones adoptadas por los gobiernos de los estados miembros.
En buena medida, de esas decisiones resultaron las deficiencias de la arquitectura inicial de la Unión Monetaria Europea. Por ejemplo, el no haber traspasado antes al Banco Central Europeo las competencias en materia de supervisión del sistema financiero y bancario. Muchas de estas cosas ya se han resuelto, pero hay que hacer más. Si un estado de Estados Unidos sufre una crisis económica, la mayor parte del coste se distribuirá entre los demás estados porque EEUU tiene un presupuesto fiscal común, unos mercados de capitales muy integrados y un sistema bancario plenamente integrado. Esto significa que el 75% de los costes de la crisis se distribuyen entre el resto de los estados. En el caso europeo, solo se distribuye el 40%. Esa cifra incida lo que queda por hacer.
Unión fiscal
Una de las cuestiones pendientes es el presupuesto fiscal, que solo se resolverá con la unión fiscal. Los mercados financieros, además, no están tan integrados porque la bancarización de la economía europea es mucho más alta que la de la economía alemana. Los sesgos nacionales que existen en la participación en el capital de las empresas también reducen el grado de integración. Para corregir estos últimos factores hay que crear una unión de mercados de capitales, que aumente su peso y su grado de integración.
La capacidad de corrección en el sector bancario es algo mayor. A pesar de ello, cuando se produce una crisis, la provisión de crédito vuelve a ser nacional. Este defecto no se ha corregido del todo con el Mecanismo Único de Supervisión, por lo que sigue provocando cierta fragmentación en el sector bancario europeo. Otra de las cuestiones pendientes es la creación de un fondo de garantía de depósitos europeo.
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