Pensiones o inflación, esa es la cuestión para el euro

Cuando nació el euro, muchos pensaban que iba a ser un proceso de corto recorrido y condenado de forma irremediable al fracaso. Incluso el economista Fred Bergsten, fundador del Peterson Institute for International Economics, llegó a publicar en Foreign Affairs un artículo en el que pronosticó el colapso del euro y hasta el riesgo de una guerra entre países europeos como consecuencia de la creación de la Unión Económica y Monetaria. Y aunque bien es cierto que, en su corta historia de vida, la moneda única ha pasado por tormentas de primera, como en la crisis de los países de la periferia, ahí sigue vivito y coleando. Es más, la divida europea hoy tiene ante sí una oportunidad histórica, según explica Luis Garicano, profesor titular de Política Pública de la London School of Economics.

El dólar está perdiendo su condición de valor refugio y el euro tiene ante sí una gran oportunidad,  ganar peso en la escena monetaria global.

Esa oportunidad surge, en buena medida, de las políticas erráticas que viene siguiendo la Administración Trump, que debilitan la fortaleza del euro. Así es que lo que parecía imposible que fuera a suceder desde que se creó el nuevo orden monetario internacional al final de la Segunda Guerra Mundial, ha empezado a pasar desde este año: el dólar está perdiendo su condición de valor refugio. En el pasado, cuando aumentaba la incertidumbre o se vivían situaciones de crisis, los inversores se protegían en el dólar; hoy, en cambio, huyen hacia el oro y otros activos. El euro, por tanto, tiene ante sí una gran oportunidad, quizá no tanto de desplazar por completo al dólar como sí de ganar peso en la escena monetaria global. Pero, para ello, los países miembros de la Eurozona antes tienen que resolver un problema muy serio que puede hacer descarrilar esas buenas perspectivas. Ese problema no es otro que la tormenta demográfica que recorre Europa y que va a ir a más en el futuro.

La Eurozona afronta el problema demográfico con unos niveles de deuda pública muy altos y, además, con unas promesas enormes de pago de pensiones.

El problema del envejecimiento de sus sociedades no es único de la Eurozona. Se da en otros muchos lugares del mundo, por ejemplo, Estados Unidos, Reino Unido, China, Colombia, Túnez o Turquía, por citar tan solo unos pocos casos que demuestran que el declive demográfico no entiende de sistemas políticos, culturas o religiones. Las tasas de natalidad caen en todo el mundo y, por ahora, no se perciben visos de que el desplome haya tocado fondo, por mucho que las previsiones de Naciones Unidas pretendan lo contrario. ¿Y esto que tiene que ver con el euro? Pues muy sencillo. La Eurozona afronta el problema demográfico con unos niveles de deuda pública muy altos y, además, con unas promesas enormes de pago de pensiones. Esa deuda, tanto la explícita como la implícita, lastran las oportunidades del euro de alcanzar la supremacía en el escenario monetario global.

Para que el euro resulte atractivo a los inversores, Europa debe tener capacidad de crecer. El problema es que esa capacidad hoy brilla por su ausencia, aunque no siempre ha sido así. Hasta principios de la década de los 80. Europa era el líder global en innovación, pero ahora se ha quedado atrás. Desde 1945 hasta 1982, la economía del viejo continente creció más deprisa que Estados Unidos. Los europeos eran líderes en centrales nucleares, industria química, automóviles. Pero llegó la revolución de las tecnologías de la información y el escenario cambió. Los europeos nos perdimos la revolución de los ordenadores, del software, de la inteligencia artificial y nos quedamos rezagados. Desde entonces, en vez de recortar distancias con Estados Unidos, las vamos perdiendo, de forma lenta pero inexorable. Así es que nuestra capacidad de crecimiento por ahora se ve limitada.

La situación de los sistemas de pensiones puede chocar frontalmente con las necesidades del euro y, en consecuencia, amenazar la estabilidad de la Unión Económica y Monetaria.

En este contexto, el problema del envejecimiento se convierte en un problema político. Los mayores representan un porcentaje creciente de la población total. Por ello, cuando un gobierno, como recientemente el francés, trata de acometer medidas para resolver los problemas económicos y financieros derivados de una demografía adversa, la sociedad salta y el ejecutivo tiene que replegarse y postponer sus planes de reforma. Pero esas reformas son necesarias porque el envejecimiento presiona al alza el gasto público en sanidad y, especialmente y sobre todo, en pensiones. Y la cuestión estriba en cómo los países europeos tan endeudados van a poder asumir en sus presupuestos el pago de unos compromisos implícitos de pensiones tan importantes en volumen como los que hay ahora si no se llevan a cabo reformas y/o si la economía europea no aumenta su capacidad de crecimiento. La situación de los sistemas de pensiones puede chocar frontalmente con las necesidades del euro y, en consecuencia, amenazar la estabilidad de la Unión Económica y Monetaria. Ese es el problema para que la moneda única europea se convierta en ese referente global que podría llegar a ser ante el descrédito creciente del dólar.

En 2050, la Unión Europea tendrá dos personas en edad de trabajar por cada jubilado.

Lo cierto es que la aritmética de las pensiones no admite trampas. En 2050, la Unión Europea tendrá dos personas en edad de trabajar por cada jubilado. Y si el número de jubilados lo ponemos en relación con el del número de trabajadores, la ratio entonces baja a 1,5 ocupados por pensionista. Si ahora tenemos en cuenta que la pensión media en la Eurozona equivale, más o menos, al salario medio, y un trabajador y medio tienen que pagar una pensión a un jubilado, las cuentas no salen por ningún sitio. En España, la situación es incluso peor. La reforma de pensiones incrementó el gasto en cinco puntos del PIB hasta 2050 y en siete puntos hasta 2070, cuando la OCDE recomienda que no supere el 11% del PIB. Aquí estamos muy por encima de ese nivel. Y lo malo es que Europa lo aprobó. Un país con moneda propia no podría permitírselo. España puede porque está en el euro y, si cae, alguien la rescatará. Por ejemplo, el Banco Central Europeo, como viene haciendo desde 2009 a pesar de que los tratados europeos prohíben al BCE que rescate a países o que monetice deuda pública. Aún así, y pese a todo, lo ha hecho. Es más, ahora tiene que ser sumamente cuidados con sus políticas de adelgazar sus balances precisamente para no crear una tormenta en los mercados de deuda, tanto por sus ventas masivas de bonos como por dejar de financiar a los gobiernos.

El BCE está cargado de deuda de los gobiernos y su mandato es exclusivamente el mantener la estabilidad de precios en la Eurozona.

Recapitulando, la situación actual es como sigue: los países de la Eurozona están muy endeudados, el gasto en pensiones presiona el déficit y la deuda pública al alza si no hay reformas, el BCE está cargado de deuda de los gobiernos y su mandato, conviene recordarlo, es exclusivamente el mantener la estabilidad de precios en la Eurozona. Por tanto, el déficit de los sistemas de pensiones deja al Banco Central Europeo sin buenas opciones. Por un lado, puede dejar quebrar a los países que no paguen sus deudas, pero las cosas, hoy por hoy, no van por ese lado, entre otras cosas por los intereses políticos de los grandes países del euro. Por otro, puede seguir comprando la deuda de los gobiernos para, de esta forma, seguir financiando su déficit. Pero la monetización del déficit de los sistemas de pensiones genera inflación, que es algo que el BCE no puede hacer. No puede porque los tratados europeos lo prohíben y porque, de hacerlo, socavaría la confianza de los inversores en la economía europea y en el euro.

La salida de esta situación no es fácil. Para ello, hay que poner en marcha reformas que nadie quiere hacer. Por ejemplo, completar la unión bancaria, establecer el seguro de depósitos común, reformar de verdad las pensiones o recuperar la condicionalidad en los programas de ayuda del Banco Central Europeo. Sin esas reformas, la tormenta demográfica arrastrará a la unión monetaria. El euro sobrevivirá. La cuestión es si lo hará con inflación crónica, con crisis recurrentes o con el sacrificio de una generación entera de jóvenes europeos, que serán quienes tengan que pagar las pensiones de sus mayores.

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