Siempre hemos sabido de la importancia de tener redes de contactos. Un conocido, por ejemplo, puede ser fundamental para conseguir un puesto de trabajo o para ascender en la carrera profesional. Que se lo pregunten si no a Henry Kissinger, que de simple profesor de Harvard llegó a convertirse en secretario de Estado, el segundo hombre más poderoso de Estados Unidos después del presidente, según cuenta el historiador económico Niall Ferguson, gracias a su capacidad para crear una red de contactos.
La importancia de las redes, empero, no radica, o no solo se encuentra, en el partido que una persona puede extraer de sus contactos sociales. A lo largo de la historia, las redes han sido un mecanismo fundamental de transmisión de las ideas y cuando las ideas circulan con fluidez en el seno de una sociedad, puede tener lugar un cambio político e, incluso, una revolución. Si esas redes utilizan, además, un adelanto técnico que faciliten la difusión de las ideas, como la imprenta en el siglo XV o internet en la década de 1990, la velocidad de transmisión se incrementa sustancialmente. Lutero, por ejemplo, pudo llevar a cabo la Reforma Protestante gracias a que las ideas que contenía el documento de las noventa y cinco tesis que clavó en la puerta de la catedral de Wittenberg se expandieron rápidamente, porque la imprenta redujo el tiempo y el coste de reproducción de las mismas, explica Niall Ferguson, Milibank Family Senior Fellow en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford y Senior Fellow del Center for European Studies de la Universidad de Harvard. Internet tiene el mismo efecto, solo que ahora el coste es prácticamente cero y la velocidad de difusión se ha multiplicado por diez.
Internet y el ordenador personal, además, han provocado un segundo cambio de gran calado. Antes de su aparición, la información se difundía a través de medios, como los periódicos, la radio y la televisión, que los gobiernos podían controlar con facilidad porque no había otras posibilidades de transmisión. Ahora, en cambio, las tecnologías de la información y las comunicaciones permiten que la información fluya de forma descentralizada. Las redes sociales han provocado lo mismo. En este contexto, el gobierno solo puede controlarla si imita a Corea del Norte y prohíbe internet. Este cambio ha tenido consecuencias políticas claras porque las jerarquías, las élites, han perdido poder en favor de la sociedad.
A los entusiastas de la tecnología apenas les preocupa las consecuencias de esos cambios que están provocando. En este sentido, vienen a ser como los partidarios de la imprenta, que argumentaban que este invento solo traería progreso y felicidad. Los defensores del cambio tecnológico actual emplean los mismos argumentos y es cierto que esos avances pueden ser de gran ayuda para el ser humano. No hay más que ver la cantidad de start-ups que surgen con la vocación de hacer algo que ayude a resolver alguno de los múltiples problemas que afronta el mundo actual, ya sean las sociedades modernas, ya las más atrasadas, por ejemplo, cómo se puede controlar y contener la expansión del ébola en África a través de la telefonía móvil y el big data. Pero también hay que tener presente que el impacto de las nuevas tecnologías conlleva importantes choques, tensiones, problemas, retos… Más en concreto, la creación de una nueva red supone, también, polarización, difusión de noticias falsas, etc. Lo mismo que sucedió con la imprenta, cuando su aparición vino acompañada del crecimiento del número de libelos, del aumento de la velocidad y el alcance de su difusión.
Un problema añadido es que la red está dominada por unas pocas plataformas. Esta es una de las características de los nuevos mercados tecnológicos: son mercados del tipo the-winner-takes-it-all. Dicho de otra forma, el que triunfa se queda con todo y no hay lugar para segundos ni terceros puestos. Los usuarios proporcionan a esas plataformas una cantidad astronómica de datos que luego usan esas plataformas para hacer negocio o para conocer mejor a las personas y sus comportamientos.
Todo esto sirve para entender que hayan sucedido acontecimientos como el Brexit, o el triunfo electoral de Donald Trump, en los que las redes sociales han demostrado que pueden ser unos instrumentos muy poderosos para manejar la opinión pública, incluso en contra de sus intereses. Quienes supieron buscar el apoyo de las redes sociales, como Trump o los promotores del Brexit, cogieron por sorpresa a las jerarquías dominantes y se impusieron a ellas.
La pregunta, ahora, es si hay que dejar las cosas tal y como están. Y la respuesta para Niall Ferguson es que no, por una simple y sencilla razón: el 60% de los estadounidenses no leen los periódicos, sino que se informan a través de Google o Facebook. Esto confiere a las plataformas digitales un poder sin precedentes en la historia que podría dar lugar a una profunda desestabilización de la democracia, a causa tanto de las fake news o noticias falsas, como del hecho de que las redes sociales nutren a la persona tan solo de las noticias e ideas que quieren escuchar, no de otras opciones ni, por supuesto, de la opinión contraria.
Ante este panorama, Niall Ferguson concluye que, si se intenta gobernar el mundo a través de Facebook, rápidamente tendríamos otra Guerra de los Treinta Años. Ese es el poder de las redes sociales.
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