¿Cómo se invierte en innovación? Esta no es una pregunta fácil de responder. Nunca está garantizado que se vaya a conseguir lograr la tecnología o la innovación que se persigue. O que la empresa vaya a hacerlo antes, o mejor, que sus competidores. Por tanto, ¿cómo se invierte en innovación con éxito? ¿Cómo se invierte en tecnologías nuevas? Luis Perez-Breva, director del MIT Innovation Teams, trata de responder a estas cuestiones.
La tecnología como herramienta
El motivo de invertir en tecnología es dotarse de herramientas para atajar problemas reales y que importan. También es dotarse de la capacidad de cambiar tecnologías y combinarlas con otras hasta dar con la verdadera innovación, o la verdadera nueva organización, que resuelve el problema. Las tecnologías, o las empresas, no resuelven los problemas. Los resuelven la creación de nuevas ideas de negocio, o de nuevas organizaciones que utilizan estas tecnologías para resolver problemas reales.
Y por último, y lo más importante, también es evitar el desperdicio de innovación. Cuando se habla de las horas dedicadas a desarrollar esas tecnologías, hay que abrazar la idea de fracasar rápido. Con ello, se abraza también una idea muy extraña. Se trata de que vamos a desperdiciar las horas invertidas en el desarrollo de esas tecnologías en un juego especulativo que genera desperdicio de innovación. ¿Cómo lo evitamos? Estas son las claves del éxito de cómo invertir en tecnologías.
Qué es tecnología
La dificultad radica en traducir a inversión palabras cuyo significado damos por sentado. Parte de la gente pensará que tecnología significa cosas electrónicas. Otra parte, que significa cosas digitales. O que Facebook es tecnología, confundiendo una compañía con la tecnología. Otra más pensará que solo es tecnología si sale de un laboratorio de biotecnología. Otros pensarán que la tecnología la inventó Ford hace cien años y se acabó ahí. Hay quien pensará que tecnología es igual a producto y que el iPhone es una tecnología. Hay quien pensará que el iPhone son quinientas tecnologías. Invertir en tecnología es más que simplemente hacer una página web. De ahí es de donde vamos a tirar del hilo.
Hay palabras que se han vuelto muy importantes en los últimos dos años. La primera es “lab to market”. Es decir, cómo conseguimos que las tecnologías que salen de las universidades se transformen en otras que nos facilitan la vida. O que nos permiten hacer cosas que antes no podíamos. La segunda es “problemas”. Con todas las desigualdades que hay en el mundo, y las capacidades tecnológicas que tenemos, ¿por qué no estamos usando mejor la tecnología para resolver problemas?
La tarea del inversor
¿Cuál es la tarea del inversor, del emprendedor? No queremos disrumpir el mundo. Queremos hacerlo más grande, encontrar nuevas posibilidades. Eso es lo que nos permite la tecnología.
«cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia»
En un escrito de los años 50 sobre las leyes de la predicción, Arthur C. Clarke dijo que cuando un científico eminente, pero anciano, afirma que algo es posible, está en lo cierto casi con toda seguridad. Pero cuando este mismo científico afirma que algo es imposible, es muy probable que esté equivocado. La segunda ley es que la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, en el terreno de lo imposible. Y la tercera es que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Creer en la tecnología
El inversor empieza por la tercera ley. Tiene que creerse esa tecnología que va a parecer indistinguible de la magia cuando esté acabada. Tiene que aceptar el riesgo que conlleva adentrase un pelín en el terreno de lo imposible. Y tiene que saber que va a estar invirtiendo en un proyecto que, a primera vista, parece un poco descabellado. Esto es lo que realmente sucede y lo que realmente funciona.
¿Y si hubiese un modo de testear y eliminar riesgos de la inversión? El modelo actual busca encontrar un emprendedor y eliminar algún riesgo mediante un negocio inmobiliario paralelo. Las incubadoras, las aceleradoras, etc., son, básicamente, negocios inmobiliarios que recuperan parte de la inversión a base de ofrecer unas oficinas. De estos hay muchos y muchos son muy buenos. La pregunta es si esa idea funciona para resolver problemas reales. Para responderla está el otro modelo: concebir y desarrollar organizaciones. Es decir, hay que inventarse la organización desde el principio, incluyendo inventar la tecnología. Además, hay que aprender a reciclar las ideas que no funcionan, para poder hacer esto con economías de escala para la propia inversión.
Los problemas del modelo especulador
Nos hemos acostumbrado a la imagen de un emprendedor que tiene una idea y va a presentarla. Entonces, se ve si es buena y se le va poniendo dinero poquito a poquito, probando a ver qué sale. Hemos industrializado esta visión y ahora creemos que la mayoría de tecnologías nacen por este camino. Este modelo se ha extendido tanto que se valora al emprendedor en función de cuánto dinero levanta, no de qué problema resuelve. Esto es a lo que nos enfrentamos.
Los problemas reales siguen una lógica distinta porque no funcionan por el método especulador. Al contrario, son críticos para la sociedad y son resolubles para la tecnología. Pero son un reto para la inversión especulativa, cuya probabilidad de éxito es de uno de cada diez proyectos. O, incluso, menos. Los problemas reales necesitan un enfoque más eficiente para innovar. Requieren de tecnologías pensadas como herramientas, de la idea de reciclar y reutilizar el desperdicio de innovación. Es decir, ahora que sabemos que algo se puede hacer, ¿cómo cambiamos o reorientamos esa nueva posibilidad para crear una organización que se sustente a sí misma? Esto lo podemos hacer con cualquier tecnología e, incluso, con startups fallidas.
Explorar y matar la idea
El proceso para este tipo de inversión es sencillo. Todo empieza con la exploración. Los problemas no se resuelven bien cuando creemos que estamos en lo cierto con una única solución. Los problemas se resuelven bien cuando los mapeamos y buscamos la forma de crear organizaciones robustas para resolverlos. Una organización robusta es una organización que puede tener éxito de muchas maneras distintas. La exploración lleva dos meses.
Una vez acabada se genera un plan para, digamos, matar la idea. Es muy sencillo. Si un proceso va a fracasar tenemos dos maneras de saberlo. La primera es haciendo un experimento que cueste mucho dinero, pero que nos lo diga en un año. La otra es hacer experimentos poco a poco que nos lo digan en diez años. Pero no queremos hacer experimentos pequeños. Queremos aprender de esos experimentos y, cuanto antes, mejor. Porque si la idea no va a funcionar, es mejor matarla nosotros activamente en vez de esperar a que muera por sí misma. Esto se hace durante un año y medio, desarrollando la organización y testeando todo lo que podría ir mal.
¿Y si funciona?
Después de estos doce, dieciocho meses, lo mismo la idea funciona. O, mejor dicho, lo mismo no conseguimos matar la idea. Lo mismo es buena idea. Entonces, como vemos que la organización funciona, la escalamos hacia arriba. Pero, ¿qué pasa si conseguimos matar la idea? Pues hay que pensar en cómo reciclar todas estas cosas que podrían funcionar en otro contexto. Cosas que se podrían aprovechar para empezar de nuevo. Esto genera toda una serie de economías de escala para la innovación que hacen mucho más interesante seguir invirtiendo en proyectos cada vez más ambiciosos. En el fondo, lo que acabamos creando es nuestra propia reserva de partes y piezas con las que construir nuevas soluciones cada vez más ambiciosas con las que explorar nuevos problemas.
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