En un mundo marcado por la incertidumbre y la complejidad, el acto de gobernar se presenta como un desafío monumental que trasciende la mera administración de recursos o la aplicación de leyes. No es simplemente un oficio técnico, sino una de las formas de arte más antiguas y exigentes de la humanidad. Requiere visión, carácter, estrategia y, sobre todo, una profunda comprensión de la naturaleza humana y de la sociedad a la que se dirige. Pero ¿qué es realmente el arte de gobernar? El verdadero arte de un líder reside en lograr que el sistema funcione tan eficientemente que, a menudo, su trabajo más difícil parezca invisible. Sin embargo, el objetivo final debe ser siempre la justicia y la prosperidad. Según Platón, “La medida de un hombre es lo que hace con el poder.” Esta frase nos recuerda que el gobierno, en su esencia más pura, es una prueba de la moralidad y la ética del gobernante.
El acto de gobernar requiere visión, carácter, estrategia y, sobre todo, una profunda comprensión de la naturaleza humana y de la sociedad a la que se dirige.
Desde esta perspectiva, Benigno Pendás, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nos recuerda que la política es el espejo de la vida, el producto de la experiencia, no de la doctrina. La política es una actividad noble y muy digna si se ejerce al servicio del interés general de la sociedad. Para ello es necesario que exista libertad en el contexto del imperio de la ley. Por eso, la democracia constitucional es la única forma legítima de gobierno. El arte de gobernar, por tanto, debe desplegarse dentro de las coordenadas de la división de poderes, el respeto a los derechos fundamentales y unas instituciones fuertes y respetables. ¿Cómo? Con moderación, porque transmite confianza y seguridad. Se trata de convencer, de persuadir, no de imponer.
El ex presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, por ello, entiende que la democracia es el mejor sistema para ordenar la convivencia, ya que se basa en valores superiores. Esos valores son el pluralismo, el voto, los derechos y libertades individuales, el Estado de Derecho, la separación de poderes y la independencia del poder judicial y de las instituciones. Cuando estos valores brillan por su ausencia, por ejemplo, en regímenes populistas, la democracia pierde su esencia, se desvirtúa.
En España hay un problema de calidad de la democracia
Rajoy, por ello, afirma que en España hay un problema de calidad de la democracia. El quid de la cuestión, a su juicio, reside en que hay quien cree que, si alguien consigue los votos suficientes para gobernar, luego puede hacer lo que estime oportuno y conveniente. Evidentemente, este tipo de actuaciones se alejan de lo que se entiende por el arte de gobernar y la búsqueda del bien común. Esto es así porque la democracia no consiste solo en votar. También están esos valores que cita. Cuando no se respetan, la democracia retrocede y se pierde la certidumbre sobre el futuro político de un país. Esto es lo que suele suceder con los partidos populistas en el poder.
En el centro de la democracia se encuentra el Parlamento, que es el depositario de la soberanía popular expresada a través de las elecciones. Sin él, la democracia no es posible. Por eso, no es bueno que el papel institucional que le corresponde, sigue Rajoy, esté perdiendo fuerza al someterse cada vez más a los designios del Gobierno de turno. Cuando se produce esta situación, se viola el principio de separación de poderes, que es uno de los pilares sobre los que se edifica la democracia. Lo mismo sucede con los presupuestos, que son una institución del Estado. Para Rajoy, si un Gobierno no consigue aprobarlos, debe dimitir, como ha sucedido en Francia. En España, en cambio, llevamos tres años sin presupuesto y nadie presenta su dimisión. He aquí otro problema relacionado con la calidad de la democracia porque limita de forma ostensible la capacidad de actuación de un Ejecutivo que se ve constreñido por no poder modificar las partidas de gasto público.
El gran peligro para la democracia es el populismo.
El gran peligro para la democracia es el populismo. El populismo desafía abiertamente a la ley y al Estado Derecho, pilares esenciales de la democracia y de la convivencia. El problema es que si a un extremista, sea del color que sea, se le opone otro extremista, el daño que se puede hacer a la convivencia sería incalculable. Por eso, Rajoy entiende que al extremismo populista solo se puede oponer la moderación, la sensatez, el sentido común y el ocuparse de verdad de los problemas de la gente.
En el mundo no hay soluciones fáciles para los problemas complejos, como propugnan los populistas. En muchas ocasiones hay que tomar decisiones duras y difíciles para poder resolverlos. A ningún gobernante le gusta esto, evidentemente. Pero el buen gobernante gobierna para todos, por lo que toma esas decisiones amargas cuando hay que hacerlo. Su meta, la meta del arte de gobernar, es la búsqueda del bien común. Cuando hay problemas, solo se llega a esa meta con decisiones que no gustan a nadie. Pero es lo que hay que hacer porque es la obligación a la que debería estar sujeto todo aquel que, en un momento u otro, detenta el poder. Y no debería lamentarse por ello. La experiencia nos enseña que, quien resuelve los problemas, aunque deba tomar decisiones del agrado de nadie, ganará las elecciones.
Gobernar es cerrar acuerdos por el bien común.
El arte de gobernar, de acuerdo con Rajoy, exige también que los grandes asuntos de un país se acuerden entre el Gobierno y la principal fuerza de la oposición. Gobernar, de hecho, es cerrar acuerdos por el bien común. Por eso, un gobernante debe atenerse a la realidad, y la realidad nos impone límites. La realidad nos obliga a actuar con responsabilidad, nos fuerza a hacer aquello que nos incomoda. Pero es la forma de gobernar para todos. Cuando no se actúa de esa forma resulta en que la realidad ignorada prepara su venganza, como dijo en su día Ortega y Gasset. Por eso, en la visión de Rajoy, el ser un doctrinario no cabe en el arte del bueno gobierno. Solo cabe la moderación.












