Hay casos, o situaciones, que solo se dan una vez en la vida y no vuelven a repetirse nunca. Uno de ellos es el ver que quien en su momento fue primer ministro de Francia bajo la presidencia de François Hollande, hoy opta a ser alcalde de Barcelona, la segunda ciudad más importante de otro país, España. Parece difícil de entender, pero cuando se añade que el protagonista de esta historia es Manuel Valls, que nació en Barcelona y, a los tres años, marchó a París con su familia de la mano de su padre, el exitoso pintor catalán Xavier Valls, entonces se comprende mejor ese movimiento. Y si se añade el amor que Valls aún profesa por su tierra natal, la visión está completa y puede explicarse perfectamente que quien ocupó tan altos cargos en Francia ahora se embarque a competir en unas elecciones municipales a la Alcaldía de Barcelona como cabeza de cartel de Ciudadanos.
Pero es que a Valls le duele su ciudad natal, ve como va perdiendo terreno con Madrid y con otras ciudades españolas y europeas en lo económico y en lo cultural, que ya no es esa ciudad abierta de los años 60 y 70 del pasado siglo y, por ello, cree que Barcelona tiene que apostar por una cultura abierta, por el castellano y el catalán, por ser siempre una ciudad abierta.
Esa es una de las preocupaciones que ha llevado a Valls a embarcarse en esta aventura. Pero, además, hay una segunda motivación, que trasciende el ámbito barcelonés para convertirse en un tema español y europeo. Y es que, en su opinión, lo que se va a jugar en Barcelona dentro de unos meses es el destino de Cataluña, de España y de Europa. De hecho, Valls, profundo europeísta, contempla la actual crisis catalana como una parte de la crisis europea más general.
La cuestión, entonces, es si Valls está preparado para asumir el desafío que supone ser cabeza de lista a las municipales en Barcelona. Y cuando a él se le pregunta por esta cuestión responde claramente que sus experiencias como primer ministro, incluidas las relacionadas con el terrorismo, le han dado la preparación necesaria para afrontar cualquier cosa. Y, con ello, no solo se refiere a las elecciones municipales, sino también a todo lo relacionado con la situación actual que se vive en Cataluña, incluido todo lo relacionado con los intentos de la CDR de impedir los actos públicos de Ciudadanos.
Lo que no es normal en una democracia es que se niegue esa libertad de forma habitual a los que no son independentistas.
Es más, Valls es consciente de que en Barcelona hay gente que vive esas situaciones de acoso desde hace mucho tiempo, porque defienden el castellano o la permanencia de Cataluña en España, y está dispuesto a luchar contra ello, porque considera inaceptable que se trate de impedir un debate político o la presentación de un libro. A eso lo llama fascismo y lo condena abiertamente porque la gente tiene que tener la libertad de poder expresar sus opiniones, incluso los independentistas. Lo que, a su juicio, no es normal en una democracia es que se niegue esa libertad de forma habitual a los que no son independentistas. Eso pone en peligro a la democracia. Por ello, se pregunta dónde estaba la sociedad civil catalana cuando los independentistas le dicen a Inés Arrimadas que se vuelva a Andalucía. A su juicio, quienes perpetran este tipo de actos no saben lo que están provocando en la sociedad, porque esos actos anuncian tiempos muy duros y recuerda, al respecto, lo que sucedió en el pasado en Europa con el antisemitismo.
La experiencia que tuvo Valls con los atentados terroristas en Francia le enseñó que lo más importante de todo es defender los valores europeos, esto es, la libertad y la democracia, que, a su juicio, se ven amenazados por la falta de proyecto en Europa, por los populismos y por los nacionalismos. En este sentido, entiende que lo que está pasando en Barcelona trasciende al ámbito meramente local porque Barcelona es una ciudad europea, una ciudad de valores. La mejor respuesta que se puede dar al populismo, indica, es ganar las elecciones allí porque lo que está en juego es mucho más que la Alcaldía de la Ciudad Condal.
Valls considera que el gran debate político de hoy no es entre la derecha y la izquierda. Ese siempre está ahí. El gran debate va a ser realmente entre los nacionalismos y populismos y lo que representa Europa como espacio de paz, de prosperidad y de respeto a las personas. La crisis de la socialdemocracia, considera, es parte de la crisis de Europa, pero quienes la critican desde la izquierda y la acusan de traidora, ya sea en la Alemania de Willy Brandt, la España de Felipe González o la Francia de Michel Rocard, se olvidan de que, en política, siempre hay que buscar compromisos, de que la socialdemocracia es libertad y de que fue quien ganó la lucha contra el comunismo precisamente porque se desprendió de una parte de sí buscando ese compromiso.
Desde esta perspectiva, atacar a las empresas carece de sentido porque, indicó Valls, sin ellas no hay ni economía, ni empleo, ni impuestos, ni redistribución de la riqueza. Por ello, necesitamos a las empresas, sobre todo a las pequeñas y medianas. En este sentido, lo peor que tiene el populismo es que siempre está buscando enemigos porque es lo fácil: siempre hay un responsable de los problemas que uno no es capaz de resolver. Y, para el populismo, la empresa es parte del enemigo. Ahora bien, también hay que tener en cuenta que las empresas no siempre actúan como debieran. De hecho, todavía estamos pagando muy caro las consecuencias de la crisis creada por las entidades financieras. Aun así, las necesitamos como parte del contrato social. Por ello, siempre va a defender la economía de mercado, ya que el mundo no puede estar gobernando por gente que va designando enemigos. Hay que salir de las trincheras, también en Barcelona.
Valls también va a defender la reforma de la educación porque necesitamos talento en todo lo que hagamos como sociedad, lo que lleva a la aparición de unas élites. Pero cuando el discurso principal de un partido es la crítica a esas élites, es que quiere cargarse la democracia, advierte.
La cultura es un importante motor de transformación porque la cultura une.
Para Valls, la cultura es un importante motor de transformación porque la cultura une, es un eje muy importante de integración, de inclusión. La cultura no tiene que dividir, como se pretende hacer hoy en España. Por eso, advierte, Barcelona está perdiendo no solo a nivel económico, sino también cultural. En consecuencia, tiene que apostar por una cultura abierta, por el castellano y el catalán, por ser siempre una ciudad abierta, ya que la fuerza de Barcelona está en su identidad catalana y en su identidad española.
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