Ciencia: España, en busca de su identidad

España tiene científicos muy buenos, que están acostumbrados a competir internacionalmente. Sin embargo, carece de una identidad científica que nos permita afrontar los retos del siglo XXI. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no se presta más atención a la ciencia? ¿Qué podemos aprender al respecto de las experiencias de otros países? Sonia A. Contera, catedrática de Física Biológica en la Universidad de Oxford, busca una respuesta a estas cuestiones.

El siglo XIX y la ciencia

Para tratar de hallar esas respuestas, Contera se fue a Japón. Quería entender cómo el país pudo pasar del sistema feudal todavía vigente en el siglo XIX a convertirse en la segunda economía mundial. Una transformación que hizo en muy poco tiempo y a través de la tecnología. Se trata de entender el contexto histórico y cultural en el que el desarrollo tecnológico comienza y pasa a formar parte de un país. Y de cómo esos países se convierten en jugadores de peso en el mundo y en la geopolítica global gracias a ella.

Desde el siglo XIX, el de los grandes imperios europeos, se desarrolla una ciencia que intenta explicar la naturaleza mediante leyes simples. Para ello, divide el mundo en diferentes disciplinas: física, matemáticas, biología, química, etc. La razón se impone en la naturaleza y unos países se imponen a otros gracias a la tecnología.

La visión limitada de la ciencia

Lo que sucede en el siglo XXI -el cambio climático, por ejemplo- nos hace enfrentarnos a las consecuencias de ese paradigma científico. La realidad es compleja y la ciencia surge de la tensión entre esa complejidad y la necesidad del hombre de contar con sistemas simples. Unos sistemas que pueda entender. De esa tensión surge la tecnología, que nos permite sobrevivir y fortalecernos. La creatividad también nos da libertad. Pero la simplificación nos ha llevado a no tener en cuenta el efecto sobre la naturaleza. Tampoco nos ha permitido ver el efecto de la ciencia en las personas.

En el siglo XXI llegamos a un punto en el que las tecnologías se estancan debido a la manera reduccionista de pensar del siglo XX. Las matemáticas encuentran la inteligencia artificial en las redes neuronales y el machine learning. Pero esto no es la manera considerada normal de hacer matemáticas y computación. Es una forma que no entendemos, pero es capaz de trabajar con muchísimos datos, de empezar a manejar la complejidad. La medicina, por ejemplo, se ha movido hacia la nanomedicina, a buscar fronteras con otros campos, como la física. Se trata de tener en cuenta otras maneras de entender cómo se afrontan problemas técnicos que no se resuelven, como el cáncer. De ahí surgen las inmunoterapias, como las vacunas, que usan la complejidad de la inmunidad del cuerpo para resolver los problemas de salud. Esos problemas no se solucionaban con la forma de pensar del siglo XX.

Ciencia y complejidad

Hemos entrado en la era de la complejidad. Todas las ciencias están empezando a converger en maneras multidisciplinares para afrontar esa complejidad. Esto es lo que se llama multidisciplinariedad y es lo que necesitamos para sobrevivir en el siglo XXI.

La ciencia es creatividad y nos proporciona libertad e identidad. La identidad de un país si queremos que sea un jugador global. En este sistema complejo, los países intentan utilizar la ciencia para mantener su poder. Ahí entra la geopolítica: para poder ser un jugador global, un país necesita tener una identidad científica. ¿Por qué España no la tiene? ¿Por qué se siente más cómoda comprando tecnología que generándola?

Las experiencias de Japón y China

Una de las razones es la fragmentación del ecosistema, que no nos permite crear una identidad. En el siglo XIX, Japón era un país aislado del mundo. Desde su posición empezó a ver que China se fragmentaba y empezaba a ser dominada por las potencias occidentales. Entonces llegó a Japón una escuadra de barcos estadounidenses, los famosos barcos negros del comodoro Perry. Los japoneses, entonces, se dieron cuenta de que o buscaban una identidad tecnológica propia, o perderían su papel en el mundo. Es decir, o aprendían ciencia, o acabarían como China. Así es que se pusieron a ello y en treinta años digirieron trescientos años de ciencia y cultura occidentales. Lo aprendieron todo y llegaron a crear una sociedad tecnológica que se convirtió en el primer país no europeo en derrotar a uno europeo. Fue en la guerra rusojaponesa de 1905. Ahí empezó el miedo europeo a los asiáticos.

Lo mismo pasó en China cuando decidieron que ellos también tendrían la bomba atómica. De ahí viene Huawei. China decide que no va a ser un vasallo de Occidente. Todos estos países tienen un riesgo existencial si no tienen ciencia.

La realidad española

El contexto histórico español es muy diferente. A principios del siglo XX, España tenía muy buenos científicos, como Ramón y Cajal. Pero no hemos sabido recuperar esa identidad científica, que es necesaria para mirar al futuro. Tenemos que saber por qué hacemos ciencia, cuál es nuestra historia y por qué queremos aportar al mundo. Estamos viendo que Corea hace nuestros teléfonos. Que sus películas ganan el óscar. Y compramos libros de sus filósofos. Corea, China, son países que piensan muy activamente en qué son, qué quieren ser y qué papel va a tener la tecnología.

En España tenemos una oportunidad porque, al carecer de esa identidad científica, nos permite crear una nueva. En el siglo XXI nos enfrentamos a un nuevo mundo, el mundo de la complejidad y van a hacer falta nuevas identidades científicas porque las que tenemos ahora no nos sirven.

La nueva empresa científica

El movimiento de las ciencias hacia la complejidad también va a crear problemas en los modelos de transferencia tecnológica. España falla en esto.

Un buen ejemplo de referencia es Moderna. Moderna busca la tecnología. Es un grupo de personas que sabe mucha ciencia, que trabajan con inversores con mucha experiencia. Esa gente pensó, hace mucho tiempo, que había una gran oportunidad en el ARN para el tratamiento del cáncer y para las vacunas. Montaron un grupo, buscaron las patentes y, con una visión de varios años y muchos expertos, establecieron un nuevo modelo de crear empresas en la nueva era de la complejidad.

El estereotipo de emprendedor es un hombre en camiseta, en Silicon Valley, que monta una cosa maravillosa porque es muy listo. Ese estereotipo afecta mucho a la manera en que invertimos. Las empresas no son necesariamente un hombre en camiseta, muy inteligente y joven. Más bien son grupos de personas bastante complejos. Estas son las empresas que realmente están teniendo impacto.

Además, hay muy pocas empresas lideradas por mujeres. Solo el 1,7% de los fondos van a startups dirigidas por ellas. Las empresas de la pandemia están demostrando que los estereotipos no son reales. Pfizer, fue creada por dos hijos de inmigrantes turcos. La vacuna de Oxford es el trabajo de décadas de Sarah Gilbert y de Catherine Green. Y Catalin Kaliko, una bióloga húngara inmigrante en Estados Unidos, fue quien pensó en usar el ARN para hacer las vacunas pero nadie apoyó. Por tanto, en la ciencia hay nuevos estereotipos y esto es otra oportunidad para España.

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