Desde que se empezó a hablar de la posibilidad de alguna suerte de unión monetaria en Europa, allá por la década de los 60, surgieron dos visiones muy distintas acerca del proceso de unificación monetaria europea, que hoy se proyectan sobre cómo perciben unos y otros el futuro del euro.
Una de las visiones podría calificarse como de escéptica. Es la que mantienen los economistas estadounidenses. Éstos consideran a la unión monetaria europea como un experimento, explica Joseph Stiglitz, catedrático de Economía de la Universidad de Columbia y Premio Nobel de Economía. Un experimento cuyos resultados, a tenor de lo que ha sucedido con la crisis del euro y sus secuelas, no son buenos. Por ello, indica Stiglitz, los académicos americanos consideran que la unificación monetaria europea es algo que carece de sentido y se preguntan cómo es posible que los europeos hayan hecho algo así. Por supuesto, ellos perciben todo el proyecto de unión europea como un mero proceso de integración económica, y nada más, y lo juzgan desde la distancia simplemente en términos de funcionamiento y de resultados económicos.
Dentro del escepticismo estadounidense en relación con el euro hay dos corrientes fundamentales y muy distintas, continua Stiglitz. La primera de ella es la de los economistas que Stiglitz llama de derechas, que son aquellos que defienden el libre mercado y tratan de que las intervenciones públicas se limiten al mínimo posible. Para este grupo, lo fundamental es que los mercados sean flexibles, para adaptarse mejor a las circunstancias cambiantes de la economía. Desde su perspectiva, el euro supone retroceder a la década de los 70, cuando los mercados eran rígidos y, por tanto, los ajustes resultaban más largos y dolorosos. La segunda corriente es la de los economistas de izquierdas, los que abogan por la intervención para suavizar las consecuencias de los vaivenes del mercado. Esta vertiente se fija en las consecuencias que ha tenido la introducción del euro, en forma de ajustes intensos y muy duros a la crisis reflejados en la intensidad, profundidad y duración de la crisis con su corolario de altos niveles de caída de la producción y de destrucción de puestos de trabajo.
La otra visión acerca del euro, que podría calificarse de determinista, es la visión europea. Joaquín Almunia, ex comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, explica al respecto que el euro no fue una idea improvisada. Por el contrario, se remonta a bastantes años atrás porque los líderes europeos entendieron que, para avanzar en la integración europea, había que hacerlo en la integración monetaria. Hay elementos fundamentales que respaldan esta visión. Por ejemplo, el Libro Blanco de Delors identificó la existencia de múltiples monedas con diferentes tipos de cambio como un obstáculo fundamental para completar el mercado único, porque los movimientos cambiarios afectan al comercio entre los países de la Unión Europea, a los movimientos de capitales, a la capacidad de financiación de las empresas. Además, las devaluaciones y revaluaciones de las monedas crean problemas entre los dirigentes de los países precisamente por esos efectos que tienen sobre el comercio y los capitales.
Almunia también amplía la visión acerca de lo que es y lo que significa el euro. La unión monetaria europea no es un mero experimento económico y monetario, como dice Stiglitz, sino un hecho político de primera magnitud que deriva de la caída del muro de Berlín y de la posterior reunificación alemana. Con el euro se trataba de reducir el poder financiero de Alemania sobre el resto de la Unión Europea, un poder que sería aún mayor tras la reunificación. Pero también se trataba de avanzar en el proceso de integración europeo, que es, ante todo, un proceso político, aunque se haya iniciado por el ámbito económico.
Stiglitz, que milita en el bando de los economistas estadounidenses, profundiza en las críticas que realiza este grupo, sobre todo su corriente izquierdista. Para él no es muy normal que las economías estén estancadas durante ocho años, como sucedió en la zona euro. La causa de ese prolongado estancamiento, en su opinión, reside en la rigidez de las políticas y los mecanismos de ajuste que impuso la moneda única y en las debilidades del diseño institucional de la misma, lo que calificó como un fallo sistémico. En este sentido, considera un gran error que el Banco Central Europeo tenga como único objetivo la estabilidad de precios, a diferencia de la Reserva Federal estadounidense, que también debe prestar atención a la situación del crecimiento económico y del empleo. Por ello critica la política monetaria del BCE durante la crisis.
Almunia, en cambio, prefiere remontarse a los orígenes de la crisis para alegar que problemas como los desequilibrios macroeconómicos de Estados Unidos o China, o los problemas derivados de la desregulación financiera en Estados Unidos y el Reino Unido, que están en el origen de la crisis, no son imputables a la zona euro. Y recordó que los tratados europeos indican que, conseguida la estabilidad de precios, el BCE debe atender a los restantes objetivos de la política monetaria, entre ellos el crecimiento económico, como muestra el hecho de que haya tomado medidas de ‘quantitative easing’ similares a las que adoptaron la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra.
En cuanto a las debilidades institucionales de la unión monetaria europea, Almunia reconoce, en efecto, que cuando se diseñó el euro se había olvidado por completo el papel que juega el sistema financiero. Además, cuando antes de la crisis se habló de cuestiones como la supervisión única, los ministros decidieron siempre que eso era competencia de las autoridades nacionales, no de la Unión Europea, razón por la cual no se planteó la creación de la unión bancaria hasta que llegó la crisis del euro en forma de crisis de deuda soberana, primero, y de crisis del sistema financiero, después. Pero eso es algo que ya está en vías de solución.
Aún así, Stiglitz no duda en vincular al euro con el auge del populismo en la Unión Europea, a causa de la dureza de la crisis provocada por la propia unión monetaria. Eso puede ser cierto en algunos países pero, como dice Almunia, el euro no explica el auge del populismo en el Reino Unido, que no pertenece a la moneda única, o en Estados Unidos, donde las razones son otras.