¿Ha muerto el periodismo de grandes relatos, o el de investigación? Parece que en el mundo online de textos cortos no tiene cabida. Sin embargo, la gran narrativa periodística todavía tiene su lugar. Y muy amplio, dicho sea de paso. Pero eso depende, advierte Jill Abramson, ex directora del New York Times, de que los medios puedan resistir las crecientes presiones censoras del gobierno.
Internet contra el periodismo de narraciones
Se dice que los lectores actuales de periódicos dedican muy poco tiempo a los textos. Además, la dictadura de los SEOs impone textos cortos porque es lo que priman los buscadores. Así es que, por lo que parece, internet está a punto de matar a esa gran narrativa que caracterizó al periodismo en el pasado, para imponer un relato casi telegráfico.
Ahora bien, quienes piensan así se olvidan de algo muy importante. El ser humano, por su naturaleza, anhela que le cuenten historias y, además, que el narrador lo haga bien. Por eso, la gente sigue comprando libros, viendo películas o enganchándose a las series de televisión. En realidad, ese apetito por las buenas historias hoy es mayor que nunca. El periodismo no tiene porqué ser una excepción, sino todo lo contrario. El poeta inglés decimonónico Mathew Arnold una vez dijo que el periodismo es contar historias con un objetivo. Pues eso sigue siendo válido hoy porque el periodista, con sus textos, tiene que captar el interés del lector y conseguir que no se aburra leyendo.
Los anhelos del público
A pesar de internet, hoy sigue habiendo una enorme cantidad de público que anhela encontrar en un medio grandes historias bien construidas. Parece un contrasentido cuando se nos ha dicho tantas veces que los lectores tienen un enorme problema de atención. Que, por eso, todo el mundo quiere textos lo más breves posibles. Y es cierto. Pero resulta, también, que muchos medios que nacieron digitales están invirtiendo mucho más en recursos humanos que escriban historias largas. ¿Por qué? Porque, digan lo que digan, la gente sigue queriendo leerlas, siempre y cuando estén bien narradas y las disfruten.
Los periodistas, por tanto, tienen que ser los mejores narradores. Como lo han sido hasta la irrupción de internet. Esto conlleva, en buena lógica, que tienen que saber informar. Pero implica, también, que deben ser capaces de articular historias largas que capten y mantengan la atención del lector.
Saber contar historias tiene mucho valor en la actualidad, más allá del periodismo. Lo tiene en ámbitos tan distintos y diversos como la medicina, o el estudio de casos en cualquier disciplina. Y no digamos ya en publicidad. Esa nueva publicidad que se conoce como ‘branding’ no es otra cosa que contar historias.
Periodismo ‘fake’
Una cosa preocupante, en relación con ello, es esa publicidad que no quiere parecer tal, sino asemejarse al periodismo. Es mucho más sutil en la forma en que promociona el producto. Esa sutileza nace en la habilidad para narrar una historia. El problema con ella surge cuando no hay nada en la publicación que indique que ese texto es publicidad. Es un problema porque pretende que el lector interprete la historia como si fuera periodismo, no publicidad. En resumen, porque pretende engañarle. A pesar de ello, esta nueva forma de publicidad se ha convertido en un negocio multimillonario en Estados Unidos. Un negocio que exige el poder contar con buenos narradores de historias.
Que la capacidad de narrar tenga valor en el mercado es algo muy bueno para los periodistas. Pero hay dos tendencias que pueden suponer serios obstáculos para el florecimiento de esta nueva forma de hacer las cosas.
El declive de las Humanidades
El primer obstáculo tiene que ver con el mundo universitario. El estudio de las Humanidades, por desgracia, está en declive desde hace tiempo debido a causas de naturaleza económica. En la actualidad, los estudiantes se ven muy presionados para estudiar cosas que puedan proporcionarles después un empleo. Saber escribir bien una historia puede ayudar a conseguirlo. Por desgracia, eso es algo que no resulta tan evidente como en el caso de la informática o la economía. De esta forma, se está creando una estrechez de miras porque la gente ya no acude a la universidad por amor al saber.
El segundo obstáculo es la censura. La guerra de Vietnam inició una tradición en Estados Unidos que tenía que ver con gente que trabajaba en seguridad nacional. Esas personas pensaban que estaban presenciando algo ilegal, o que el gobierno estaba mintiendo a los americanos. Ante ello, el único recurso que tenían era acudir a la prensa y hacer público ese comportamiento. Fue el caso de los papeles del Pentágono, en los que se pretendía que las cosas en la guerra iban mejor de lo que de verdad iba. El Tribunal Supremo dijo al respecto que no se podía impedir a un diario estadounidense el publicar esos documentos antes de que se hicieran públicos oficialmente. Se puede intentar ir a los tribunales después de la publicación, pero no antes. En el caso de Snowden hemos podido ver algo parecido.
Periodismo y libertad
Los fundadores de Estados Unidos estaban comprometidos con la prensa libre. Thomas Jefferson dijo que si tuviera que elegir entre tener gobierno y no tener periódicos, o tener periódicos y no tener gobierno, preferiría tener periódicos. La prensa era considerada como una institución esencial para impedir la tiranía y el poder centralizado. Por eso, la primera enmienda a la constitución habla de la libertad de prensa. Fue la primera enmienda porque los fundadores pensaban que la libertad de prensa era sumamente importante.
Lo preocupante, por ello, es que los periódicos no puedan seguir publicando estas historias. Las administraciones Bush y Obama han sido muy agresivas a la hora de llevar a los tribunales a todos los que han filtrado noticias. También han intentado obligar a los periodistas a revelar sus fuentes. El periodismo en Washington, por ello, se ha convertido en una profesión muy difícil. Pero si los diarios no publican esas historias, entonces el público no dispondrá de la información que necesita para que el gobierno rinda cuentas. Y para asegurarse que los programas de seguridad nacional sean coherentes con un país que se enorgullece de sus libertades.
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