Juntos fuimos imperio

Hace cien años, el activista por los derechos de los afroamericanos, Marcus Garvey, escribió que un pueblo sin el conocimiento de su historia pasada, origen y cultura es como un árbol sin raíces. Hoy hay mucho interés en que Hispanoamérica pierda sus raíces españolas, que son las que le proporcionan su identidad y su lugar único en el mundo. Sin embargo, no se puede olvidar que, como dice el historiador mexicano, Juan Miguel Zunzungui, juntos fuimos imperio. La unidad sobre la base de una lengua y una cultura común puede dar mucha fuerza a toda Hispanoamérica. Por eso, es preciso defender ese legado común que constituye nuestra seña de identidad frente a quienes lo ignoran, lo desprecian, lo manipulan o pretenden que caiga en el olvido.

«Un pueblo sin el conocimiento de su historia pasada, origen y cultura es como un árbol sin raíces», Marcus Garvey

El Imperio Británico fue un imperio mercantil, explotador de las tierras conquistadas. Su finalidad no fue otra que canalizar riqueza hacia la metrópolis, Londres, sin preocuparse nada más que de los aspectos materiales que justificaban su existencia. En consecuencia, nunca pretendió crear una verdadera unidad política, ni llevar la civilización a aquellos súbditos a los que, dicho sea de paso, consideraba como seres humanos de segunda.

En cambio, el Imperio Español, con todos los errores que se pudieran cometer, fue algo muy distinto. España construyó una civilización en América, reconoció los derechos de los indios, los protegió, los consideró súbditos de la corona como a los españoles y, por eso, impidió que fueran esclavizados. España creó una unidad política en América e invirtió allí en crear universidades, hospitales e instituciones que expandieran la civilización, lo que nunca hicieron los británicos. Eso sí, España carga con todo el peso de la leyenda negra, creada por sus enemigos, mientras que los británicos siguen presentándose como agentes civilizadores, cuando en los territorios que colonizaron no queda un solo indio.

Por ello, es preciso reivindicar el papel histórico español en América. Juntos fuimos imperio. Fuimos una España que empezaba en los Pirineos y concluía en el estrecho de Magallanes. Y, lo más importante de todo, tenemos una comunidad cultural gracias a que tenemos una lengua común. Por ello, tenemos una visión común para entender el mundo, gracias a la acción civilizadora de los españoles en América. Un pasado común permite construir un futuro común juntos. Los británicos no pueden decir lo mismo. Lo vimos cuando el Reino Unido abandonó la UE. Sumido como estaba en su sueño imperial no se percató de que su realidad era muy distinta de la que creían y se vio aislado cuando sus excolonias le dieron la espalda.

Colonias, precisamente, es una palabra esencial para entender las diferencias entre el Imperio Español y el Británico. Como recuerda Zunzunegui, los territorios españoles de América no eran colonias, sino una parte completamente integrada en España. Los españoles no se quedaron en los puertos, sino que penetraron en el interior y lo civilizaron. Su objetivo no era el comercio, la ganancia. Los británicos, en cambio, se asentaron sobre todo en los puertos porque su visión del imperio fue una visión mercantilista, de explotación económica.

España llegó a América y dio la vuelta al mundo porque contaba con las capacidades científicas y tecnológicas para poder hacerlo.

Que España fuera quien llegase a América era inevitable. Lejos del imaginario popular promovido por la leyenda negra, España distaba mucho de esa imagen de país pobre y atrasado con que la presentaban sus enemigos. Por el contrario, España llegó a América y dio la vuelta al mundo porque contaba con las capacidades científicas y tecnológicas para poder hacerlo. Los ingleses llegaron cien años después, a pesar de que ya sabían dónde estaba, ironiza Zunzunegui. Además, un país pobre nunca hubiera podido acometer la aventura americana porque hubiera carecido de recursos con que financiarla. España distaba mucho de ser ese territorio depauperado. Todo lo contrario. Los estudios de Leandro Prados de la Escosura, catedrático emérito de Historia Económica, demuestran que España era un país rico para la época y, por ello, pudo aportar los recursos necesarios para acometer la aventura americana. Por desgracia, el mito todavía pervive en el imaginario popular.

Lo mismo sucede con la conquista de México. La leyenda negra presenta a Hernán Cortés como un conquistador despiadado y sediento de sangre, que acabó con un país y una civilización floreciente y desarrollada. Nada más lejos de la realidad. Esa civilización floreciente no fue tal. La América que encontraron los españoles a su llegada todavía estaba sumida en la edad de piedra, debido a su aislamiento del resto del mundo. Sus construcciones son propias del 2500 a.C., no de una civilización avanzada. Ni tampoco cayó un país. Lo que cayó fue la ciudad de Tenochtitlán, la capital de los aztecas opresores de los cien mil indios que ayudaron a Cortés porque querían librarse a toda costa de ellos. Cosa lógica si tenemos en cuenta que, además de opresores, los aztecas eran antropófagos. Pero, al día siguiente de la caída de Tenochtitlán, todos juntos comenzaron a construir una civilización. Y el resultado fue que, durante trescientos años, nadie se sintió conquistado, recuerda Zunzunegui. Con todos los errores que pudieran cometer los españoles, sobre todo en los comienzos, eso fue lo que pasó en realidad.

Para poner orden en América, la Corona española envió gobernantes. También envió frailes con una clara misión civilizadora. Donde llegaban enseguida los monjes, enseguida aparecía una misión, un pueblo a su alrededor, agricultura, infraestructuras, porque aquellos hombres dominaban muchas artes y ciencias. Construyeron universidades y hospitales para todos, indios incluidos. También elaboraron gramáticas de las lenguas indígenas para poder aprenderlas y entenderse con los indios en su propia lengua. Los indios perdieron su civilización, pero adoptaron la que llevó España, que veían superior. Esto siempre pasa en la historia. Y, aun así, en Hispanoamérica todavía perviven muchos restos de esas civilizaciones primarias. No hay más que ver la imaginería de muchas iglesias hispanoamericanas, o las tradiciones de la gente que todavía perviven. Los británicos no pueden decir lo mismo.

España se replica en América, pero el resultado no es exactamente igual a España porque se produce el mestizaje entre españoles e indígenas. Como dice Juan Miguel Zunzunegui, España es el padre, América es la madre y el hijo es México. España aportó a América la Hispanidad, que no es otra cosa que cultura, tradiciones, ideas, arte pensamiento, filosofía, ética, religión, cosmovisión y, sobre todo, una lengua común. Ni más ni menos. Y solo se llevó de América alimentos, porque los recursos que encontraron allí se dedicaron, sobre todo, a construir la civilización que llevaron consigo los españoles. Pero lo importante es que los americanos hablan en español, rezan en español, aman en español. El alma es española gracias a la acción civilizadora de aquellos hombres. Una acción civilizadora que no fue conquista, porque en América nunca hubo un ejército español, sino que los españoles gobernaron en colaboración con los jefes locales. Y los conquistadores no construyen catedrales, universidades, acueductos ni hospitales, como sí hicieron los españoles. En América se construyó una civilización. En el Imperio Británico, no.

El problema que sufrimos, en España y en América, cuando miramos a nuestro pasado común es que seguimos siendo víctimas de una narrativa que nos resulta adversa. Una narrativa que empieza con la leyenda negra y sigue por hablar de América Latina, en vez de Hispanoamérica, que es la verdadera seña de identidad de todos los pueblos del Imperio Español. Porque los elementos de cohesión de América fueron el resultado de la acción civilizadora de los españoles: la lengua, la religión católica y la monarquía universal hispana. Y esos elementos de identidad son los que pretenden destruir la leyenda negra y todos cuantos la vindican a uno y otro lado del océano. Sin embargo, y como dice Zunzunegui, nunca podremos estar orgullosos de lo que somos si despreciamos el pasado que nos hizo ser lo que somos. Y, con todos sus defectos, ese es un pasado del que de verdad la comunidad hispanoamericana debe sentirse orgullosa.

Alberto Assa, docente colombiano de origen sefardí, dejó escrito que un pueblo que se identifica en su cultura es un pueblo invencible.

¿Hasta dónde llegaríamos los Hispanoamericanos si abrazáramos nuestro pasado y nuestra cultura, en vez de ignorarla, denostara e intentar destruirla?

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