La tecnología y los grandes retos de la humanidad

Vivimos en un tiempo de cambio tecnológico acelerado. ¿Puede afectar este cambio a la evolución humana? ¿De qué manera? ¿Cambiará la esencia del ser humano? Antonio Garrigues, jurista y presidente de honor del despacho de abogados Garrigues, y Juan Luis Arsuaga, catedrático de Paleontología de la Universidad Complutense de Madrid, director del Centro UCM-ISCIII de Evolución y Comportamientos Humanos y codirector de Atapuerca, tratan de responder a estas cuestiones.

La tecnología y la evolución humana

Arsuaga recuerda que no hemos nacido ayer. Por el contrario, hemos vivido miles de años como homo sapiens y millones como homínidos. En la época de Cervantes no había vehículos a motor, aviones, televisión, teléfonos móviles. Sin embargo, las obras que escribió siguen siendo perfectamente válidas en el mundo actual. Lo que no han cambiado son el alma humana y sus aspectos fundamentales. Y no van a cambiar en el futuro. Ambición, codicia, amor, celos, son grandes pasiones del alma humana. El Quijote nos habla de ellas y nos siguen interesando. Esas pasiones que hacen que entendamos a Cervantes no van a cambiar.

A pesar de todo lo que está cambiando la tecnología, todo eso seguirá presente en las generaciones futuras. Así es que los negocios deberán tener presentes nuestras aspiraciones, nuestros anhelos y certezas. Serán las mismas que en la época de Shakespeare, en sus pasiones y su grandeza. En torno a ello es sobre lo que debe construirse el futuro.

Tecnología y valores humanos

El problema, advierte Antonio Garrigues, es que la tecnología empieza a cumplir un papel excesivo, determinante. Eso es un drama que viene de lejos. Heidegger detestaba la tecnología. Ortega, un poco menos. Pero decía que el hombre matemático no encaja la integridad del conocimiento, que va mucho más allá. No podemos hablar de tecnología si no la conectamos con los valores humanos. No podemos olvidar que en España tenemos un déficit tecnológico, ni que la tecnología ayuda al crecimiento económico. Pero no podemos mitificar la tecnología.

La tecnología, sin embargo, no es reversible, destaca Juan Luis Arsuaga. Todo aquello que se inventa no se puede desinventar. Esa es una premisa de la historia. La segunda premisa es que la solución nunca está en el pasado. La nostalgia es un sentimiento muy humano, pero ese pasado feliz no es real. Es el mito de los amish, que han decidido vivir como en el siglo XIX, que era una sociedad horrible. Ellos se acogen a una sociedad previsible, lo que produce mucha tranquilidad. Por eso, se busca la seguridad que proporciona una sociedad previsible.

Tiempos de incertidumbre

Ortega decía que nuestros padres nos dan la vida, pero nos la dan sin hacer. La tenemos que hacer nosotros. Eso no ocurría antiguamente, pero tener que hacer nuestra vida es el precio de la libertad. Entre los amish esa preocupación no existe. Ese modelo, no obstante, es inviable. Así es que uno tiene que hacerse su propia vida y eso es doloroso. Los padres no pueden ayudar a sus hijos a que construyan su propia vida. Esa angustia vital se acentúa en el presente porque el futuro es más incierto que nunca. Cambia muy deprisa, porque hemos abandonado las sociedades tradicionales en las que te daban todo hecho, hasta el matrimonio. ¿Cuál es la receta para superar esta preocupación? La de confiar en tus capacidades. Si uno confía en sus capacidades, no tiene que ver el futuro como una amenaza.

Al final, el objetivo del ser humano es ser feliz, recuerda Garrigues. Hay estudios, responde Arsuaga, que dicen que el índice de felicidad es mayor, precisamente, en sociedades sin libertad. Pero, añade, esa sociedad no la quiero para mí.

Conocimiento y felicidad

Es el conocimiento, la filosofía, el esfuerzo, la generosidad, el conocimiento de los demás, el ser buena persona, lo que nos hace felices.

El ser humano, continua Garrigues, tiene que mantener permanentemente la curiosidad intelectual. La idea de conectar la propia satisfacción humana con la idea de no hacer nada es estúpida. La tecnología no tiene nada que ver con la felicidad, ni nos debe hacer más felices. Es el conocimiento, la filosofía, el esfuerzo, la generosidad, el conocimiento de los demás, el ser buena persona, lo que nos hace felices. La bondad tiene que ver mucho con la felicidad. Los malos no son felices; pueden ser poderosos ricos, pero no felices.

La tecnología es neutra, añade Arsuaga, pero es acumulativa. Se parte de un conocimiento y solo puedes aumentarlo. Juntas biología e informática y tienes biotecnología. La próxima generación ya parte de ahí.

Inteligencias

¿Es posible mejorar la condición humana con el transhumanismo?, pregunta Garrigues. Para Arsuaga, eso no tiene ningún sentido. Las capacidades para acumular conocimiento en nuestro cerebro son tan antiguas como las tablillas sumerias. Nada de eso va a ocurrir. El transhumanismo mejora las condiciones humanas vía tecnología y a través de la manipulación del cerebro, responde Garrigues. Arsuaga cree que eso no va a ocurrir porque no tenemos una noción de la inteligencia. Cuando se dice que vamos a ampliar la inteligencia lo primero es preguntarse qué es la inteligencia. No existe una inteligencia única.

Arsuaga indica que la inteligencia está muy repartida. Nuestro conocimiento de ser inteligente ha ido cambiando con el tiempo. Antes se consideraba muy inteligente a un ingeniero. Luego se ha ido viendo que podría ser una persona socialmente incompetente, o sin motivación. Al final, se llegó a decir que la inteligencia consiste en saber vender un coche de segunda mano. La inteligencia humana es una máquina que ha crecido y evolucionado básicamente para procesar información social. Esa máquina, que fue seleccionada para sobrevivir en un grupo, se puede aplicar a otros sistemas y analizar otras situaciones. Se dedica veinticuatro horas al día a procesar información social. Lo que más nos preocupa son los otros. Una persona sin capacidades sociales no sería una persona inteligente.

Cambio de paradigma

En este punto, Garrigues le pregunta a Arsuaga si Atapuerca le ha dado algún entendimiento de la condición humana. Y Arsuaga responde que somos una especie biológica que ha evolucionado. Además, ha habido un cambio de paradigma en la inteligencia. Durante un tiempo pensamos que se desarrolló para resolver problemas ecológicos, como la caza. Nuestro cerebro es un órgano cuya función es analizar sistemas y predecir su comportamiento. Antes el sistema era el ecosistema y nuestra inteligencia se había desarrollado para predecir su comportamiento. En los primates, el tamaño del cerebro se correlaciona con el tamaño del grupo. Cuanto mayor es el grupo, mayor es el tamaño del cerebro. Los solitarios tienen un cerebro más pequeño. Hay una correlación porque el cerebro es una máquina para procesar información social.

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