Históricamente, el crecimiento del PIB per cápita en España se ha debido a un aumento de la producción por hora trabajada. Desde la década de los 60, sin embargo, la productividad ha dejado de crecer. El desafío es cómo conseguir que salga de ese estancamiento.
Con motivo de la publicación del libro «Spanish Economic Growth, 1850-2015«, (Palgrave Macmillan 2017), de Leandro Prados de la Escosura, catedrático Rafael del Pino y catedrático de Historia Económica de la Universidad Carlos III de Madrid, tuvo lugar el 9 de abril de 2018, en la Fundación Rafael del Pino, un diálogo entre el autor, Joaquín Almunia, ex vicepresidente de la Comisión Europea y ex comisario Europeo de Competencia, y Luis Garicano, catedrático de Economía y Estrategia y director del Centro de Economía Digital del IE Business School.
Prados de la Escosura señaló que los niveles de vida que tenemos hoy día son los más altos jamás alcanzados en la historia. Ahora bien, ese crecimiento no ha sido lineal a lo largo de la historia y el catedrático distingue tres grandes fases en el siglo XX: una fase de decrecimiento hasta 1950, una segunda de crecimiento fuerte entre 1950 y 1975, y una última de crecimiento sostenido pero a velocidad menor desde entonces hasta 2007.
Crecimiento y convergencia
Antes del siglo XIX, en España, el crecimiento del PIB era reversible ya que, aunque aumentaba principalmente porque la población crecía, crisis como la peste hacían que se redujera de nuevo y los niveles de vida variaban poco. En los dos últimos siglos, sin embargo, el crecimiento ha sido sostenido (con algunos momentos de reversión, como la Guerra Civil o la Gran Recesión) y el aumento del PIB se ha debido a que ha aumentado la cantidad de bienes y servicios producidos por persona.
El aumento de la libertad económica reduce la desigualdad en España
El incremento del PIB por persona se debió al cambio del marco de incentivos que se produjo a partir de las revoluciones liberales del siglo XIX, con la introducción de la igualdad ciudadana ante la ley, la protección de la propiedad privada, la liberalización de los mercados y el control sobre el Ejecutivo, que favorecieron un aumento de la inversión y la transferencia de recursos de la agricultura a los servicios y de la inversión en vivienda a maquinaria.
Además, antes de 1950 España crecía, pero las distancias con los países desarrollados aumentaban; desde entonces, acorta distancias (excepto durante la transición y la gran recesión) pero no converge. En opinión de Almunia, no convergemos con los países más avanzados por una mezcla de infrautilización de los recursos humanos, altos niveles de paro, falta de ahorro, y elevadas tasas de endeudamiento. Además, según el ex ministro, España debería de transformar el entorno empresarial, para que no sea minifundista, y resolver el problema de un entorno escasamente innovador con muchísimas barreras para innovar.
Productividad y empleo
A partir de 1950, el PIB per cápita español comenzó a crecer por el incremento de la productividad y del uso más eficiente de los recursos, y no por la mayor utilización de capital como hasta entonces. Sin embargo, desde mediados de los 60, y más aún desde 1980, la productividad está prácticamente estancada.
La explicación de este estancamiento, según Almunia, es que la economía española no ha combinado bien los aumentos de empleo y de productividad: cuando la economía crece es porque se utiliza mejor el empleo pero, entonces, la productividad se estanca o baja. Es decir, para crecer, dependemos de la capacidad para aumentar los niveles de empleo.
Si bien los expertos señalan que existe margen para utilizar más empleo, por ejemplo mediante la incorporación de más mujeres al mercado de trabajo o la consideración del envejecimiento de la población, también afirman que es necesario pensar sobre cómo crecer aumentando la productividad. Esto implicaría necesariamente ocuparse de cuestiones como: las enormes carencias en educación, capital humano, investigación y desarrollo; el funcionamiento de los mercados de bienes, servicios y trabajo; el exceso de corporativismo y la falta de competencia; las diferencias de productividad entre las grandes empresas y las pequeñas; la falta de ahorro interno; o la baja tasa de inversión pública y las necesidades de inversión privada requiere de enormes cantidades de ahorro privado.
La economía española no ha combinado bien los aumentos de empleo y de productividad.
En relación a la debilidad de la productividad española, Garicano añadió que España ha sufrido del denominado “mal holandés”, la subida de precios por entradas de riqueza, tras el Siglo de Oro. Dicho mal llevó a que nuestro país tuviera el 40% del empleo en el sector servicios ya hace doscientos años, debido al alto número de curas, monjas y sirvientes, y provocando que la productividad dejara de crecer.
Según Garicano, esto mismo ha vuelto a suceder a finales del siglo XX y principios de éste. Como consecuencia de la entrada en el euro, España bajó mucho los tipos de interés, recibió entradas de dinero proveniente de Europa, se desindustrializó y servitizó. Además, el catedrático añadió otra hipótesis para explicar lo sucedido en los últimos años: el mal funcionamiento de la reasignación de recursos. Garicano señaló que los problemas de innovación y productividad del país tienen que ver con que los sectores más regulados son los que menos crecimiento tienen, mientras que empresas menos productivas y con “contactos”crecen mucho.